Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para magazine On (diarios Grupo Noticias), 16/08/25
Ojos
barrenderos. La expresión la utiliza el escritor Miguel Salabert en
su novela El exilio interior
para referirse a alguien
cabizbajo, con una mirada humillada. Y la utiliza de una manera tan
natural que al leerla pensé que se trataba de un término de uso
común, más o menos habitual en algunos lugares.
El
exilio interior refleja los
años, lúgubres, terribles, de la posguerra española, en los que
millones de personas tuvieron que vivir de esa manera, con los ojos
barrenderos, enterrados en vida por una losa de silencio durante los
cuarenta años de paz franquista −la
paz de los cementerios−,
habitando ese exilio interior al que Salabert alude en el título.
Escrita en la década de los 50 del pasado siglo, la novela fue
traducida y publicada por primera vez en francés en 1961. Después
vendrían otras ediciones en inglés, húngaro o griego. Y solo en
1988 llegaría a las librerías de España, en su idioma original.
Curiosamente,
si bien la novela fue silenciada durante todo ese tiempo, el título
de la misma, El exilio
interior, se socializó hasta
convertirse en un concepto recurrente para referirse a ese último
reducto de libertad, ese búnker que son la mente y las ideas y
principios de cada persona, que el totalitarismo, la injusticia, las
circunstancias adversas, no pueden asaltar. El propio Adolfo Suárez
utilizó el término, ante lo cual Miguel Salabert replicó: “Cuando
un Adolfo Suárez u otro cualquiera de sus congéneres emplea una
expresión de cuño literario, ya puede decirse que esta se ha
convertido en un lugar tan común como un urinario público, aunque
de mucha menos utilidad”.
Por
lo demás, la novela nos regala hallazgos literarios maravillosos,
esos ojos barrenderos que el autor deja caer, sin darle importancia,
en una frase corriente de la misma; pinceladas de humor (la primera
parte es casi una novela picaresca, ubicada en la infancia del
personaje durante la guerra y los primeros años de posguerra, los
años inhabitables, como los llama él); o un demoledor retrato de la
universidad franquista y la desesperada autodestrucción de sus
mentes más brillantes, con algunos descensos a los infiernos que
anteceden a los que describiera Luis Martín-Santos en Tiempo
de silencio.
Reeditada
por Hoja de lata, con prólogo de Isabelle Touton y Germán Labrador,
y con epílogo de la hija del autor, la escritora Juana Salabert, la
lectura de El exilio interior
nos hace recordar, por otra parte, que también hoy en día hay
millones de personas exiliadas dentro de sí mismas (por ejemplo,
aquellas a quienes no se reconoce su talento, usurpado por
oportunistas o por otros con menos escrúpulos y más dotados para la
sociedad del espectáculo) u obligadas a sobrevivir −sin
papeles, acechadas por la violencia machista, la pobreza, el
desahucio, el racismo…−
con ojos barrenderos.
SEIS
GRADOS
La
teoría de los seis grados de separación dice
que podemos conectarnos con cualquier otra persona del Planeta Tierra
a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco
intermediarios. Aquí, además, hacemos el camino de vuelta.
Publicado en magazine ON (diarios Grupo Noticias) 09/08/25
“Paren
el mundo, que me bajo”. Esta frase eterna, sin fecha de caducidad,
que podría aplicarse a cualquier momento de la calamitosa historia
de
la humanidad,
la acuñó Julius Henry Marx, más conocido como Groucho
Marx.
Es solo una más entre las decenas de sentencias que debemos al
ingenioso cómico, como: “Estos
son mis principios, si no les gustan tengo otros”;
“He
disfrutado mucho con esta obra de teatro, especialmente en el
descanso”; “Inteligencia
militar es una contradicción en los términos”; el
que le hubiera gustado que fuera su
genial
epitafio:“Disculpen
que no me levante”; o
esta última que nos redime si acaso hemos errado en algunas de las
anteriores: “Citadme diciendo que me han citado mal”.
Harpo
y Marisol
La locuacidad de Groucho quizás determinó que uno de sus hermanos fuera, por el contrario, artísticamente mudo y se expresara haciendo sonar una bocina o tocando el arpa (de ahí viene su nombre, Harpo). Es decir, para que Groucho pudiera hablar el doble, Harpo no abría la boca. Pese a lo cual, el hermano mayor de Groucho (en contra de lo que parecía, Groucho era menor que Harpo, y este que Chico), además de escribir un libro de memorias titulado ¡Harpo habla!, concedió numerosas entrevistas, como por ejemplo la realizada en 1961 en el famoso programa televisivo de Ed Sullivan, en el que, soprendentemente, coincidió con la pequeña artista española Marisol, quien tras interpretar Corre, corre caballito se rió a mandíbula batiente cuando el cómico imitó para ella el movimiento de la luz de un faro con esperpénticas muecas.
Fue en el transcurso de una de las giras internacionales de la niña prodigio, que la llevaron a recorrer el mundo de una punta a otra. De Málaga a Estados Unidos, y de ahí, unos años después, a Japón, donde se convertiría en numero uno en las listas de ventas con Yorishou Tokiwa una versión nipona de Me conformo. Por entonces Pepa Flores ya tenía dieciocho años y probablemente comenzaba a anidar en su mente el rechazo al icono que la dictadura había encarnado en ella, a través del cual pretendía transmitir una serie de valores morales, como por ejemplo el papel sumiso de la mujer en la sociedad franquista. “Me conformo con estar a tu lado / Me conformo con hacerte feliz”, era de hecho el estribillo de aquella canción.
Como
conocer a Jesucristo
Este
despertar de la conciencia de Marisol se relata en un documental
titulado Marisol,
llámame Pepa, enel
que entre otros artistas que dan testimonio de diversas anécdotas o
de la relación personal o la huella artística de Pepa Flores en sus
carreras, nos encontramos a la pamplonesa Amaia
Romero, quien
confiesa que, en buena parte, se inició en la música escuchando e
imitando a Marisol, a la cual homenajeó en la gala de los Goya de
2020 con su versión de Canción
de Marisol, y
a quien pudo visitar posteriormente en su propia casa, en un
encuentro que, dijo,
“fue como ver
a Jesucristo”.
Hablando de Jesucristo, Amaia participó como actriz en La Mesías, la serie de Los Javis en la que se cuenta la historia de Stella Maris, grupo de pop cristiano compuesto por varias hermanas a las cuales, sus padres, guiados por la codicia y el fanatismo religioso, aíslan del mundo exterior y obligan a grabar hits de música ultracatólica. Pep, el padre, está interpretado por el músico Albert Pla, quien ya había hecho otras incursiones en el mundo del cine, por ejemplo en Airbag, donde −siguiendo con las iluminaciones− se pone en la piel de un cura cocainómano que habla por teléfono con Dios.
Rumba
radical vasca
En otra escena de la película Pla interpreta una versión de Soy rebelde, de Jeanette, que también incluyó en su memorable Veintegenarios en Alburquerque, un falso concierto en directo en el que en algunos de los temas acompañan al cantante catalán artistas como Manolo Kabezabolo, Joseba Tapia, un jovencísimo KASE.o (con quien Albert Pla vuelve a reencontrarse este 2025 en el tema Todo me va bien),Robe o Fermín Muguruza, quien comparte sin duda con Pla algunas curiosas afinidades electivas, como el gusto por la rumba, pues si el primero ha publicado discos como No solo de rumba vive el hombre, el de Irún dejó patidifuso a más de uno cuando reveló su devoción por Peret, devoción que por si fuera poco dejó plasmada en un disco de homenaje a El rey de la rumba −así se titulaba− donde junto con el autor de Borriquito como tú o Una lágrima cayó en la arena, interpretó Voy, voy.
Un
chimpancé llamado Bonzo
La participación de Muguruza en este tributo en vida a Peret no es la única llamativa, pues junto a artistas como Los Enemigos, Estopa, Carlos Jean o Tonino Carotone, podemos encontrarnos a una estrella internacional como David Byrne. El cantante de los Talking Heads, que en El rey de la rumba puso su acento escocés a Si fulano, nos sirve de puente aéreo para trasladarnos desde Mataró, la localidad natal de Peret, hasta Manhattan, en concreto hasta la legendaria sala CBGB, en la que Talking Heads ofreció su primer concierto, teloneando ni más ni menos que a los Ramones, un grupo en el que algunos de sus miembros se pasaron quince años sin dirigirse la palabra a costa, entre otras cosas, de sus diferencias políticas, reflejadas, por ejemplo en canciones como Bonzo goes to Bitburg, compuesta por el bajista de la banda Dee Dee Ramone y por Joey Ramone, el vocalista, y que hacía alusión a la visita de Ronald Reagan a un cementerio militar alemán en el que estaban enterrados varios miembros de las SS. El apodo Bonzo, referido a Reagan, que, como es sabido, antes de dedicarse a la política fue un (pésimo) actor, tenía que ver con una película interpretada por el presidente norteamericano, Bedtime for Bonzo, en la que daba vida a un profesor de psicología que intentaba educar a un chimpancé (Bonzo), en una metonimia que quienes protestaron por la visita de Reagan utilizaron para ofenderle. La letra de la canción no hizo mucha gracia a otro miembro de los Ramones, Jhonny Ramone, de ideología conservadora y seguidor por tanto de Reagan, quien solo accedió a que fuera publicada si se le cambiaba el título, como así sucedió, quedando finalmente registrada como My brain is hanging upside down.
Las
nueve vidas de Mickey Rooney
En cuanto a Ronald Reagan, entre sus “contribuciones” al séptimo arte y la televisión se encuentra su intervención en un programa de televisión llamado The Dick Powell Show junto a otros artistas como Carolyn Jones (la Morticia de La Familia Addans) o el pizpireto Mickey Rooney−otro, como Marisol, niño prodigio−, y a quien su aspecto físico (medía, siendo ya adulto, 1,55), no le resultó impedimento para mantener relaciones sentimentales con Ava Gadner, Marilyn Monroe, Lana Turner o Judy Garland.
(Por cierto, antes de rematar este recorrido, hay que señalar que a buena parte de los citados en las últimas líneas, David Byrne, Los Ramones, Ronald Reagan, Mickey Roonie… los emparenta también su aparición en diferentes episodios de la serie de dibujos animados Los Simpsons)
Pero
volviendo a Mickye Rooney,
la vida del pequeño y pelirrojo actor fue, ciertamente agitada
−adicciones,
divorcios, deudas…−
tal y como refleja una biografía titulada Las
nueve vidas de Mickey Roonie, escrita
por Arthur
Marx,
quien fue hijo de… Groucho Marx (Groucho,
por lo demás, compartió reparto con Mickey Roonie en una loquísima
película de 1968 titulada Skidoo).
SEIS GRADOS La teoría de los seis grados de separación dice que podemos conectarnos con cualquier otra persona del Planeta Tierra a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios. Aquí, además, hacemos el camino de vuelta.
Miguelín, Miguelín el cashero… ¿Quién no ha tarareado y bailado alguna vez el famoso y pegadizo tema de los gasteiztarras Potato? ¿Y quién no se ha preguntado si ese tipo sencillo, campesino y nada pendenciero existió realmente, está inspirado en alguien o es solo una invención del autor de la letra? Se lo preguntamos a este, Pedro “Aianai” Espinosa, quien nos revela que la canción está ligerísimamente basada en un amigo suyo, un tendero que dispensaba sus hortalizas y frutas en las inmediaciones de la madrileña plaza del Cascorro “como si estuviera en permanente estado de tripi”, y al que Pedro conoció durante su etapa de estudiante en la capital del reino. Pese a lo cual, añade, son varios los desconocidos que a lo largo de su vida se le han acercado para agradecerle que les hubiera dedicado la canción (a aquel Miguelín original de Lavapiés, por su parte, Ramocíntambién le dedicó otro tema: Cómete una paraguaya).
La prosa garbancera
Las canciones se encienden a veces en la mente de sus autores de
maneras peregrinas: a partir de casualidades, alentadas por chispas
que prenden residuos de la memoria, en noches de insomnio (fue el
caso de Miguelín el cashero, como veremos más adelante)…
Un gran insomne es, por cierto, El Drogas, el que fuera bajista y cantante de Barricada, grupo con el cual a lo largo de su carrera Potato compartió cartel y escenario en más de una ocasión. El Drogas, ya en su carrera en solitario, escribiría muchos años más tarde una canción titulada Soy el oso, que parte de un relato de Julio Ramón Ribeyro, al que descubrió de manera casual durante una de sus caminatas, al toparse en un puesto callejero una colección de cuentos del escritor peruano que le llamó la atención y en la que se incluía Fénix, la impactante historia de un circo, narrada desde la perspectiva de seis narradores.
Ribeyro es uno de los grandes escritores peruanos, no quizás tan conocido como César Vallejo, Alfredo Bryce Echenique o Mario Vargas Llosa, con quien Ribeyro mantuvo una larga amistad que acabaría deteriorándose y distanciándolos (lo mismo le sucedería al Premio Nobel con tantos otros, como Gabriel García Márquez, a quien propinó un puñetazo tan célebre como casi cómico, de tebeo; de hecho, García Márquez estuvo aplicándose para sanar el hematoma chuletones crudos en el ojo averiado). Vargas Llosa, por lo demás, no solo acostumbró a ajustar cuentas con sus contemporáneos, sino que también se despachó a gusto ejerciendo como crítico literario con autores que lo precedieron, como Benito Pérez Galdós, a quien dedicó un libro, La mirada quieta, en el que si bien ensalza al tímido autor canario (aunque al parecer, el autor de Fortunata y Jacinta no se mostraba nada tímido en las fogosas cartas que escribía a Emilia Pardo Bazán, con quien mantuvo un apasionado romance), también le reprocha alguno de los defectos que ya décadas atrás hizo célebres Ramón María del Valle-Inclán, quien en Luces de Bohemia se refirió a Galdós como “Don Benito, el garbancero”, acuñando la famosa y despectiva expresión “prosa garbancera”.
Un cura trabucaire
Es bien sabido que Valle-Inclán (y después de este paréntesis literario vamos volviendo poco a poco al terreno musical) sintió una fuerte atracción estética, más que ideológica, hacia el carlismo, que se refleja en obras como Sonata de invierno o la trilogía La guerra carlista, la última de cuyas novelas, Gerifaltes de antaño, cuenta la historia del trabucaire, temerario y fanático cura Santa Cruz, quien tras realizar todo tipo de escabechinas al mando de una sanguinaria partida de guerrilleros carlistas obtuvo el perdón de la pena de muerte a la que fue condenado y la absolución del mismísimo Papa de Roma (es lo que tiene ser católico) y pasó sus últimos años de vida como misionero jesuita, primero en Jamaica (a donde, para variar, se querían pirar los de Potato) y más tarde en Colombia, donde murió tras cuarenta años de abnegada entrega a la enseñanza, y donde no consta que fusilara a ninguno de sus alumnos.
Al cura Santa Cruz le dedicó una canción el grupo de folk radikal
vasco Bizardunak:Santacruz apaizaren kondaira. Los
navarros han vuelto por sus fueros −nunca mejor dicho−
recientemente a los escenarios, con un ímpetu juvenil y rabioso,
alentados por el espíritu rebelde y festivo de Shane MacGowan,
cantante de The Pogues, la principal referencia del grupo. The
Pogues, por cierto, tocaron en el Teatro Gayarre de Iruña, en el año
1991, en un concierto en el que, dicen los que se acuerdan de algo,
rodaron las botellas por el patio de unas, aquel día, sufridas
butacas.
James Bond a ritmo reggae
Y The Pogues, por supuesto, compartieron cartel en diversas ocasiones con grupos de ska y música jamaicana, como UB40. El diario El País, por ejemplo, publicó la crítica de un concierto de ambos grupos durante las fiestas de San Isidro de 1989, acompañados por unos teloneros de urgencia llamados Death Paquirri y los Pantojas, en la que, además de señalar algunos despropósitos de la organización (como cachear celosamente en la entrada a los asistentes al concierto en busca de botellas u otros objetos arrojadizos y encontrar una vez dentro del recinto un suelo cuajado de piedras del tamaño de un puño o barras de bar en las que se dispensaba la cerveza en latas), se describe la actuación del cantante irlandés en estos términos: “Shane MacGowan, cantante del grupo, no tomó en ningún momento las riendas de la actuación, desentendiéndose de cualquier responsabilidad vocal, seguramente por encontrarse bajo los efectos de una aparente sobrecarga etílica. Entre este desbarajuste escénico, y un sonido infernal, discurrió el decepcionante directo de una banda que tenía fama de hacer de sus canciones pequeñas fiestas”.
En lo que respecta a UB40, seguramente interpretaron en ese concierto alguna de las versiones de los clásicos de reggae jamaicanos que acostumbraban a incluir en su repetorio, como Sweet Sensation, un tema original de Byron Lee & The Dragonaires, grupo que fue una institución de la música caribeña y que se popularizó internacionalmente al interpretar en Dr. No, la primera de las películas de la saga de James Bond, la banda del hotel en la que se alojaba el Agente 007.
Pues bien, hablando de versiones, Byron Lee & The Dragonaires versionaron a su vez un tema del cantante jamaicano Eric “Monty” Morris titulado Sammy Dead, que si lo escuchan les resultara tremendamente familiar, pues −volviendo al inicio de este artículo y a nuestra conversación con el miembro fundador de Potato, Pedro Espinosa−, como nos hace saber este, Miguelín el cashero no es sino otra versión de la susodicha Sammy Dead, cuya letra (“¿Te acuerdas de Miguel? Se enrollaba muy bien…”) prendió en su “drogada mente” tras escuchar dicho tema (el original de Eric “Monty” Morris) una noche en blanco de 1984.
Publicado en magazine ON (diarios Grupo Noticias) 19/07/25
La teoría de los seis grados de separación dice que podemos conectarnos con cualquier otra persona del Planeta Tierra a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios. Aquí, además, hacemos el camino de vuelta.
“Una pesetita, por
favor”. En la cabeza de muchos donostiarras todavía resonará la
vocecita de Txantxillo, de quien recordarán también
su menuda figura, acarreando bolsas de la compra, o tocando La
internacional en su destartalado xilófono.
Al “xelebre” trotacalles donostiarra lo citaron Sanchis y Jocano en su Crónica de San Sebastián, atinado retrato musical del reverso de una ciudad que no es “tan bonita como la pintan en esos jodidos mapas que te dan para veranear”. Escuché por primera vez esa canción cuando tenía dieciséis o diecisiete años, tras ganar un concurso literario en una radio libre cuyo premio era un lote de discos de heavy metal y punk entre los que se deslizó de manera inesperada Sanchis y Jocano, una galleta de pop canalla que contra todo pronóstico hice girar muchas más veces que los gorgoritos metálicos o los regüeldos sonoros de los otros grupos. Las canciones de Santi Gasca y Juan Carlos Landa se pegaban con facilidad a la piel de los últimos de la fila en la universidad y de quienes comenzábamos a hacer carrera y a aprender la vida cerrando bares.
La Donostia
subterránea
Sanchis y Jocano formaron parte de una bohemia donostiarra que se alejaba del estereotipo, del San Sebastián turístico y burgués, una especie de Donostia subterránea que se reunía en tascas de vino de Egia o Amara viejo, y en la que militaron poetas como Karmelo Iribarren o Pablo Casares, dibujantes como Detritus, guionistas como Michel Gaztambide o músicos como Diego Vasallo o Joserra Semperena. A todos ellos los aglutinó la tertulia errante del gran Rafael Berrio, el cantante del existencialismo luminoso y las letras perfectas, cuya figura y obra se agigantan a medida que pasan los aniversarios de su muerte (acaba de publicarse No es para menos, un trabajo que recoge 47 canciones inéditas).
El
recorrido musical de Berrio es largo y sinuoso, y junto con
pildorazos de rock y profundos remansos de canción de autor, podemos
encontrar también,
en comandita con Joserra
Semperena, una adaptación
de la ópera chica de
Pablo SorozabalAdiós
a la bohemia, cuyo
libreto fue escrito por Pío
Baroja,
autor al que Berrio admiraba. Berrio
llegó
incluso a dar alguna conferencia sobre el escritor, en la que incluyó
un apartado referido a la chismografía barojiana,
de modo que sin duda estaría al corriente de la visita que en el
lecho de muerte de
don Pío hizo
a
este Ernest
Hemingway.
“¡Caramba! ¿Y este tío a qué viene?”, se dice que comentó el escritor donostiarra, cuando le anunciaron la llegada del Nobel. Hemingway obsequió a Baroja con una botella de un whiski que seguramente sería capaz de resucitar a un muerto, pero por lo visto al autor de El árbol de la ciencia o Zalacaín el aventurero, cansado ya de vivir, no le hacían mucha gracia los licores espirituosos.
Hemingway
enamorado
Por
el contrario, a lo largo de su vida Hemingway, como es sabido, se lo
había bebido todo y en todo tipo de circunstancias. En Hemingway
enamorado,
una libro biográfico en el que el periodista A.E.
Hotchner recoge
algunas confesiones del escritor, este
revela que en una ocasión pasó toda una noche trasegando
champán junto a la bailarina Joséphine
Baker,
a
la que describió como «la
mujer más sensacional que nadie haya visto jamás»,
y
que ella
cubría su cuerpo desnudo solo con un abrigo de pieles.
Todavía más ligera de ropas, la vedete afroamericana de las piernas, los ojos y los pechos saltarines, escandalizó a buena parte de la pacata Pamplona de 1930 con su actuación en el Coliseo Olimpia de la ciudad (que luego sería el cine Carlos III y actualmente un bloque de viviendas de lujo). “Ese vergonzoso espectáculo es contrario a la moral, al decoro y al sentimiento general del público honrado de Pamplona. Sus efectos son desastrosos para la juventud, pues tiende a excitar las bajas pasiones y los groseros instintos de la parte animal del hombre con las danzas lúbricas del salvajismo primitivo”, escribía el periódico local La Tradición Navarra, y lo hacía, como suele ser habitual en estos casos, sin haberse llevado a cabo todavía el espectáculo.
Días
de vino y rosas
Joséphine Baker era ya para entonces una artista reconocida en todo el mundo. Aunque no todas las épocas de su vida fueron para ella días de vino y rosas, de champán y visón. Hija de un músico callejero de origen español, su madre se ganaba la vida trabajando como empleada doméstica en casas de familias pudientes de San Luis (Misuri), que maltrataron y humillaron con frecuencia a la pequeña Joséphine. Y al final de sus días, tras una vida rutilante (George Simenon trabajó para ella como secretario, acompañó a Martin Luther King en la famosa marcha sobre Washington, ejerció de espía para la Resistencia francesa…) sería desahuciada de un palacete en el que vivía al mando de la tribu del arcoíris, doce hijos adoptivos de diferentes razas y procedencias. Fue entonces cuando acudió en su auxilio una de sus amigas íntimas: Grace Kelly, la princesa Gracia de Mónaco.
Pues
bien −vamos
acercándonos ya al final−,
la rumolorogía del corazón sostiene que durante la fiesta de
despedida de soltera que organizó otro príncipe, Constantino
de Grecia,
para su hermana Sofía
y
nuestro rey emérito, Juan
Carlos de Borbón,
este pasó más tiempo bailando en brazos de Grace Kelly que de su
prometida. Juan Carlos había recibido, sin duda, la herencia venérea
de su abuelo, el famoso pichabrava y pornógrafo Alfonso
XIII, y
este a su vez de su predecesor, Alfonso
XII,
del
que fue asesor militar
el general José
Gómez de Arteche,
quien
en San Sebastián cuenta
con
una calle a su nombre, General Artetxe, en el barrio de Gros, en uno
de cuyos portales, en un quinto piso sin ascensor, vivió durante
muchos años un tal Santiago
Hernández Redondo,
al que los donostiarras conocerán mucho mejor por su sobrenombre:
Txantxillo.
Publicado en magazine ON (diarios Grupo Noticias) 12/07/25
La teoría de los seis grados de separación dice que podemos conectarnos con cualquier otra persona del Planeta Tierra a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios. Aquí, además, hacemos el camino de vuelta.
Sobre
Pablo
Sarasate,
el universal violinista navarro, Pío
Baroja
escribió: “Era
uno
de los hombres más amadamados y grotescos del mundo. Lo estoy viendo
pasear, con sus melenas, su trasero redondo y unos zapatos con unos
taconcillos de a cuarta, que le daban el aire de una cocinera gorda,
de esas que se disfrazan de hombre en Carnaval”.
Sarasate, sin embargo, tuvo miles de admiradores en todo el mundo que no lo juzgaban por su aspecto, sino por su indiscutible talento.Uno de esos fans debió de ser el escritor Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes, quien en una de sus novelas, La liga de los petirrojos, retrasa sus sagaces indagaciones para acudir a un concierto del virtuoso músico pamplonés. Y es que a Holmes, cuando no estaba resolviendo algún caso, le gustaba tocar el violín (bueno, cuando no estaba resolviendo algún caso ni boxeando ni dedicándose a la apicultura ni realizando algún experimento químico −y no incluiremos entre estos el consumo de cocaína, a la que era adicto, lo cual tampoco es de extrañar, con una vida tan ajetreada−).
Sherlock Holmes de pega
La intensidad del famoso detective acabó por cansar a su propio creador, que decidió finiquitarlo en uno de sus relatos, El problema final, en el que Holmes se precipita por una catarata durante una pelea con su archienemigo, el profesor Moriarty. Doyle, sin embargo mató mal a su criatura (o, mejor dicho, sus seguidores no se resignaron a que este desapareciera) y durante los años posteriores fueron numerosos los autores que resucitaron al personaje en historias apócrifas, hasta crear casi un género en sí mismo.
Uno de los Holmes de pega más llamativos y desternillantes es el que, de manera paródica, versiona Enrique Jardiel Poncela. El autor de cimas del humor surrealista como Amor se escribe con hache o La tournée de Dios nos presenta a un Sherlock Holmes que habla español con acento argentino, que ha llegado a Londres disfrazado de perro vagabundo (no pregunten, cosas de Jardiel) y que ofrece al escritor convertirse en su ayudante, propuesta que este acepta, sustituyendo al doctor Watson en los siete relatos que componen Novísimas aventuras de Sherlock Holmes y en la novela corta Los 38 asesinatos y medio del castillo de Hull, dos obras que les recomiendo encarecidamente si quieren reírse a mandíbula batiente.
Tony Leblanc se come una manzana
Jardiel Poncela forma parte de una estirpe de escritores humoristas (es arriesgado juntar estas dos palabras, porque suele tenderse a degradar, de manera injusta, las obras cómicas hasta una especie de categoría inferior de la literatura) en la que podríamos incluir a autores como Wenceslao Fernández Florez, Joaquín Belda, Miguel Mihura, Rafael Azcona… de quienes recogerían posteriormente el testigo artistas de otras disciplinas como Gila, Berlanga, o más recientemente José Luis Cuerda, Faemino y Cansado o La hora Chanante. El legado es incluso sanguíneo, pues el bisnieto de Jardiel Poncela es Darío Paso-Jardiel, actor al que muchos recordarán como el Bombilla, el “informático”del comando que Torrente, el rijoso personaje de Santiago Segura, recluta en la primera entrega de la saga.
En esa misma película también participaba otro actor, Tony Leblanc, que bebe de las mismas fuentes del humor absurdo (recordemos su número televisivo comiéndose una manzana) y que incluso llegó a figurar en el reparto de alguna película basada en una obra de Jardiel Poncela, como Fantasmas en la casa.
Un rey pornógrafo
El largo recorrido artístico de Leblanc, el “Tigre de Chamberí”, que antes de convertirse en actor intentó ser boxeador (fue campeón amateur de los pesos ligeros en Castilla), se inicia como bailarín de claqué y “boy” en una revista de Celia Gámez, la célebre vedete de origen argentino, una de las figuras más destacadas del género sicalíptico, que se caracterizaba por sus canciones y bailes salpicados de dobles sentidos, los cuales despertaban los bajos instintos de machos de todas las raleas, incluida la real: se dice que Celia Gámez fue amante del Alfonso XIII, monarca de sexualidad borbónica y alborotada, hasta tal punto que se convirtió en un pionero del mundo de la pornografía (mandó instalar una pequeña sala de cine en el Palacio Real, en la que se proyectaban las primeras películas eróticas filmadas en España, que a menudo él mismo producía, eligiendo de manera personal las protagonistas entre prostitutas del barrio chino de Barcelona).
Intento de regicidio
La fidelidad no era, pues, una de las virtudes de Alfonso XIII, acaso porque los augurios para su matrimonio en el día de su boda, el 31 de mayo de 1906, no fueron muy halagüeños: cuando la comitiva nupcial se dirigía desde la madrileña iglesia de los Jerónimos al Palacio Real, atravesando la calle Mayor, el anarquista Mateo Morral (a quien, por cierto, Pío Baroja, había frecuentado en el café Candelas de la calle Alcalá) arrojó un ramo de flores en cuyo interior se ocultaba una bomba, que desviada por un cable de la luz, acabó cayendo entre la multitud y matando a veinticinco personas, ninguna de ellas con sangre azul.
A pesar de que algunos dirigentes anarquistas, como Ángel Pestaña, secretario general del sindicato CNT, desautorizaron este tipo de atentados, es más que probable que Morral hubiera estado relacionado con él, bien de manera personal, bien a través de otros anarquistas como Salvador Seguí o Francisco Ferrer Guardia, creador en Barcelona de la Escuela Moderna, en la que el regicida Morral trabajó como bibliotecario.
Harry Houdini, espía
Tanto Morral como Pestaña viajaron con frecuencia por Europa, predicando el credo libertario. En el caso de Ángel Pestaña, pasó varios meses en Rusia en 1920, en compañía de correligionarios a los que probablemente había seguido los pasos un ilustre espía: ni más ni menos que el famosísimo mago y escapista Harry Houdini, quien, sorprendentemente, durante una temporada trabajó para los servicios secretos de Scotland Yard, vigilando a anarquistas rusos.Pues bien, ¿de quién fue amigo íntimo Houdini? ¡Efectivamente, de Sir Arthur Conan Doyle! Es decir, del creador de Sherlock Holmes, detective, boxeador, drogadicto, violinista y rendido admirador de Pablo Sarasate, con quien empezábamos esta primera entrega de “Seis grados” y con quien, como habíamos prometido al inicio de la misma, terminamos, cerrando el círculo.