JAJASES EN BCN
Y eso es lo que cuenta.
El caso es que en Barcelona me lo pasé bastante bien. Las presentaciones me ponen mal cuerpo, antes y después, pero en estas estuve relajado y me divertí, tal vez porque fueron casi en familia, que es lo que se dice cuando va menos gente de la que esperabas. De la que esperaba yo no fue nadie, bueno, pero lo entiendo. Las presentaciones son también como un atraco a mano armada. Si no vas, mal. pero si vas y no compras el libro, peor. Y en este caso eran dos libros, el mío y el de Esteban Gutiérrez, La enfermedad del lado izquierdo. O sea, treinta euros. Yo echo cuentas y también me quedo en casa. El caso es que como siempre, con Esteban me sentí arropado, disfruté de nuestros momenticos y charlas en privado y de la pateada en plan turista que nos metimos. Cada vez somos más amigos. Y estuvo Clea, nuestra entusiasta y valiente editora, que no teme a nada, ni siquiera a entrar con una gabardina blanca en una sala llena de rockeros de luto eterno por Janis, Lennon, Allman, Hendrix, Bolan, Bonhan, Brian y Moon.
Y los Lilith, otra vez acompañándonos y otra vez dejándonos boquiabiertos. Yo tuve la suerte, además, de escuchar el acústico en La Central a un metro de Agnes y casi me da algo. Qué energía. Qué presencia. A mí hasta me daba lacha mirarla a los ojos, aunque a esa distancia era casi lo único que se podía hacer. Lilith tarde o temprano es un grupo que va a pegar fuerte, porque lo tienen todo. Son buenos, son trabajadores, son una familia… Por tener tienen hasta una versión de «¿Por qué te vas?» de Jeanette & Perales que hace mover el cuello inlcuso a los jevis más talibanes. Y si no siempre se pueden llevar de telonero a Esteban que le está cogiendo gusto a eso de subirse a los escenarios y esta vez en el Rock Sound se marcó los coros en la versión de Roc&roll Star de Loquillo con Los pájaros locos.
Y estuvo también, en la presentación, Fernando Clemot, de quien tengo pendiente leerme su libro de cuentos Estancos del Chiado, premiado el año pasado con el Setenil a la mejor obra del género (y no me extraña si todos son como El verano del cortapichas, que aparece en la antología Narrando Contracorriente, en la que somo s vecinos de papel), y Francesco Spinoglio, que llevaba una camiseta muy chula de John Fante (a Francesco le une un vínculo emocional con el gran autor norteamericano, pues junto con José Ángel Barrueco, son en gran parte culpables de la edición en España de Chump Change, el libro de Dan Fante, hijo de su padre), y Elías Gorostiaga, que tiene un blog que mola, tanto como los de Tesa Medina, que también estuvo por allí, y J. Jorge Sánchez, que publicó un texto tiempo ha en mi fanzine electrónico Borraska (por cierto, lo resucitaré en breve si me quedan fuerzas y la tecnología me ayuda), texto del que no me acordaba pero que de nuevo en casa he releido y es una maravilla, y Dani e Isabel de Insolenzia, que vinieron desde Zaragoza ex-profeso y llegaron tarde, esas cosas solo les pasan a ellos y al Kutxi.
Luego nos fuimos todos juntos a echar una caña en una terraza y nos amenizaron la tertulia dos mozas algo frikis que cantaban en alemán y tocaban un acordeón que en realidad era una máquina de escribir, quizás en homenaje a la no menos friki cuadrilla de letraheridos (uy, casi me sale malheridos) que formábamos.
De ahí al Rocksound, a la fiesta presentación de Simpatía por el relato. Antes de entrar a la algo desangelada sala Esteban y yo, que ya somos perros viejos y sabemos que los rockeros no cenan, nos metimos un bocata de lomo a medias y a toda hostia.
Y esa noche poco más.
Al día siguiente repetimos con Simpatía en el marco incomparable que se dice del Museo del Rock, una cosa que han abierto en una plaza de toros desacralizada y que ahora es un centro comercial. A Dani aquello no le gustó un pelo y no se cortó otro para decir que el verdadero museo del rock es la calle. También hubo al respecto alguna réplica y contraréplica de carácter escatológico con alusiones al souvenir procedente del restaurante japonés en el que previamente nos jartamos de comer, porque los rockeros no cenan pero supongo que por eso se ponen finos a la hora de comer (en este caso, todo lo que puedas por 15 pavos); souvenir que alguno de los presentes donó al museo (bueno, al baño del mueso) y que oyes, tampoco desentonaba con algunos detalles cutres del mismo como exponer una botella Jack Daniels que Keits Richards se pimpló en algún hotel, o el paquete vacío de pastis de algún otro viejo rockero recogido de alguna papelera. Aunque a mí, que soy un poco mitómano, la feria esa me gustó.
Después desbandada general y yo haciendo tiempo hasta la hora del autobús: me acerqué a alguna asamblea indignada y luego estuve leyendo en un banco un libro de lo mejorcito que ha caído en mis manos últimamente: Valium, de David Benedicte. Por lo demás, los autobuses de Vibasa, una puta mierda, la verdad, qué tiempos aquellos en los que te daban piscolabis y todo.
Veremos, en fin, si Dick Grande deja huella en Barcelona o de la Ciudad Condal tú eres pero a mí no me quieres. Si es que no, cervezas (con limón), jajases y buen rollo, al menos, no han faltado. La próxima, que se sepa, en la Semana Negra de Gijón.