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UN RELATO DE AJUSTE DE CUENTOS

Mar 16, 2009   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

LA PRIMERA VEZ

Es de noche y como Urko no puede dormirse decide hacerse una paja. Con ella, calcula mientras se acaricia, con ella serán ya, a razón de dos por día, unas 3650 desde aquella tarde en que Urko se masturbó por vez primera. No es que Urko sea un maniático de la estadística, pero como hoy han enterrado al tío Alfonso y fue él quien, de alguna manera, le inició, Urko se ha acordado de aquella primera vez.

Entonces tenía trece años. Eran las fiestas del pueblo y como cada año, la familia se había reunido al completo para celebrar el día del patrón con una pantagruélica comida. Urko recuerda al abuelo presidiendo la mesa con su vaso de vino —del vino que el médico le tiene prohibido— ante las narices y con los ojos arrasados por la emoción de ver ante sí a todos sus hijos, a todos sus nietos, incluso al pequeño biznieto, que juguetea con sus orejas, las enormes y bailarinas orejas de elefante del abuelo, cada vez que lo sientan en su regazo. Al abuelo lo enterraron, también, una semana después, pero Urko siempre ha creído que el abuelo se murió feliz porque sabía que seguía vivo en cada uno de sus hijos, en cada uno de sus nietos, en las manos regordetas y suaves del biznieto.

Urko recuerda al abuelo y al tío Alfonso, junto al cual se sentó en aquella comida. A Urko le gustaba sentarse junto al tío Alfonso en las comidas porque el tío Alfonso se ponía la servilleta por encima de la cabeza, y tiraba migas a los demás comensales, y hablaba a gritos soltando tacos terribles que hacían sonrojarse a los mayores, y dejaba los platos llenos y las botellas vacías, y, durante la sobremesa, cuando se discutía de política, de religión, de las cosas de la vida, era él quien llevaba siempre la contraria, él contra todos… A Urko le gustaba sentarse junto al tío Alfonso porque el tío Alfonso se divertía mientras los demás mayores intentaban divertirse pero sólo le hacían quiebros a sus vidas aburridas.

Aquella tarde, sin embargo, Urko odió al tío Alfonso. Lo odió tanto como en esa otra ocasión en que el tío Alfonso le zarandeó y le gritó, malhumorado:

—¡COJONES, MÍRAME A LOS OJOS CUANDO TE HABLO!

Lo odió hasta sentirse eternamente agradecido, porque desde aquel día Urko mira a los ojos cuando habla con alguien y así sabe con quien habla.

Aquella tarde, cuando tras la sobremesa llegó el sopor y fue necesario estirar las piernas, el tío Alfonso invitó a Urko a una cerveza. Fue camino del bar. Con ellos iba la tía Mertxe, la mujer del tío Alfonso.

(Urko siente en la palma de su mano su polla bien tiesa y bien dura)

—¿Tú te haces pajas ya, Urko?— dijo de repente el tío Alfonso.

—¡Oye!— le recriminó la tía Mertxe, e inmediatamente atrajo hacia sí a Urko, que se había puesto rojo como un tomate, y le acarició el cabello.

Urko quería a la tía Mertxe. La tía Mertxe era guapa y delgada. La tía Mertxe, desde que era muy pequeño, le sentaba sobre sus rodillas y acariciándole el pelo le decía: —que pelo más negro tienes, qué pestañas más largas, como vas a gustar a las chicas— (El tío Alfonso por el contrario le decía: —Urko, narigón, tú si que eres feo.)

—¿Cómo le dices esas cosas al crío?

La tía Mertxe era buena, aunque eso sí, no parecía haberse dado cuenta de que él tenía ni más ni menos que trece años.

—Sí, me hago pajas— contestó Urko, y miró a la tía Mertxe, pero no entendió que había en sus ojos. Urko no sabía si ahora ya nunca más se sentaría en sus rodillas, o si la había hecho sentir vieja, o qué demonios. Urko no entendió qué había en los ojos de la tía Mertxe, y además, era mentira, él no se hacía pajas, aunque sus compañeros de clase se hicieran pajas, o al menos dijeran que se hacían pajas… Urko tenía ganas de llorar. Odiaba al tío Alfonso. Echó a correr.

Corrió y corrió, hasta que llegó a su casa. No había nadie. Urko, sin embargo, se encerró en el baño y lloró, lloró como un niño pequeño, lloró como se llora de verdad. Después llenó la bañera de agua tibia y se metió en ella. Estuvo casi media hora dentro y cuando sintió que entre sus piernas la sangre caliente henchía su pene de inquietud, de impaciencia, de algo que no sabía muy bien lo que era pero que pedía a gritos libertad, salió de la bañera, se sentó en la taza del baño y comenzó a frotar malhumorado su polla dura y tiesa.

Urko tenía trece años y por lo visto quien no se hacía pajas con trece años no era normal. Urko se frotaba la polla a toda velocidad —su mano, subiendo y bajando era sólo una nube púrpura— y no sentía nada especial, únicamente rabia, calor y algo de asco. Pero de repente llegó: un hormigueo en su escroto, una convulsión en su estómago, una sensación agradable que recorría todo su cuerpo y luego un desahogo, como si escupiera con aquel líquido blanco y espeso todas sus preocupaciones. Una caricia en el alma. La sensación más agradable que había experimentado jamás. Y después nada distinto a, por ejemplo, tumbarse sobre la hierba después de un partido de fútbol y descansar, descansar, descansar…. A no ser un sentimiento de culpabilidad que, de todos modos, no podía someter, no podría someter ya nunca a aquel placer extraordinario que proporcionaba hacerse pajas.

Urko, después, se arrodilló sobre la alfombra, olisqueó su semen —hierba, musgo…—, lo palpó —gelatina caliente—, lo chupó —dulce, algo insípido— , por último lo limpió —papel higiénico— y salió del baño. Quería volver cuanto antes a la calle, encontrarse con algún compañero de clase y decirle:

—Me acabo de hacer una paja…

Esta noche Urko, como hace unas horas han enterrado al tío Alfonso, que fue quien, de alguna manera, le inició, se acuerda de la primera vez que se masturbó y calcula que con la paja que se está haciendo lleva ya, a razón de dos por día, unas 3650 desde aquella tarde.

Esta noche Urko se acaricia lentamente. Intenta pensar en alguna chica pero no le viene a la imaginación ninguna. Urko está preocupado. Desde hace algunos días no consigue pensar en ninguna. Urko no está enamorado. Urko desea todas las chicas y no desea a ninguna. Urko se siente desorientado. Es como caminar sin rumbo. Es triste. Es tan triste como masturbarse pensando en chicas inalcanzables a las que, sin embargo, ve todos los días. Es peor. Con ellas por lo menos queda la ilusión. Urko se siente vacío. Imagina pechos, piernas, lenguas, traseros, olores, pieles que no pertenecen a nadie y que de repente pertenecen a la tía Mertxe. Es peor que sentirse vacío, pero Urko se acaricia ahora deprisa, muy deprisa. La tía Mertxe rodea con sus piernas largas su espalda. La tía Mertxe le chupa la oreja. La tía Mertxe cierra los ojos y gime. Urko se siente mezquino— hoy han enterrado al tío Alfonso y seguramente ahora la tía Mertxe esté llorando— pero no puede evitar un hormigueo en su escroto, una convulsión en su estómago, una caricia en el alma, y desahoga toda su mezquindad.

Después Urko se queda dormido. Sueña que se sienta en las rodillas de la tía Mertxe y que ella le acaricia el pelo. Sueña que el tío Alfonso le dice: —Urko, narigón, tú si que eres feo.

CERVANTES DEBE MORIR

Mar 16, 2009   //   by admin   //   Blog  //  No Comments
Recomiendo leer este cuento, Cervantes debe morir, de Patxi Irurzun. Me parece extraordinario y, como le dije en su blog, más extraordinario aún en España, y me lo parece porque, entre otras cosas, en él la incorrección política emana de un realismo completamente honesto y sincero, opuesto al discurso de todos los políticos y al de una parte enorme de los opinadores más o menos profesionales. Esto es pura comunicación + cero concesiones. Extraordinario, ya digo.

David Murders



CERVANTES DEBE MORIR

No me da la gana.

Nunca he leído el Quijote y tampoco pienso hacerlo ahora.

No me da la puta gana.

Nunca me ha gustado que me digan lo que tengo que hacer. De acuerdo, a veces en la vida toca pasar por el aro, pero leer —y también escribir— para mí siempre ha sido un acto de libertad, una reconciliación con esa vida que no es como uno desearía: como si dieras un salto imaginario hacia atrás, atravesaras ese aro en sentido contrario y volvieras a colocarte en la misma postura, con los pantalones subidos otra vez, otra vez íntegro y honesto. Otra vez pegado a tu pellejo. Así que a mí nadie va a obligarme a leer nada.

Ni siquiera el Quijote.

Creo que todo lo que sé sobre el Quijote lo desaprendí en la universidad. El primer día de universidad. Yo entonces tenía la mitad de años que ahora y era un chico de barrio que los fines de semana vaciaba botellas de cerveza de litro en las murallas de Pamplona y después las hacía añicos contra los cascos de los antidisturbios. Por lo demás acababa de descubrir a Bukowski y a Raúl Núñez y “Ultima salida para Brooklym” —mi Quijote particular—, de modo que los cuentos que escribía entonces hablaban de las chicas en las que pensaba mientras me masturbaba —chicas para las que yo era sólo un macarra—, de los bares del casco viejo en los que me emborrachaba con mis colegas, de los coches que cruzábamos y las piedras que les tirábamos a la policía… Era, en suma, uno de esos chicos a los que en los periódicos llamaban “los de siempre”.

Para nosotros “los de siempre” eran ellos.

Estábamos a mitad de los ochenta y nuestros hermanos mayores aparecían muertos en baños que parecían zulos con una jeringuilla, una amapola marchita, colgada del brazo, nuestros padres perdían sus trabajos y a nosotros, a pesar de todo, nos mandaban a la universidad a salvar los trastos. Éramos, en muchos casos, los primeros universitarios de la familia.

Yo me matriculé en Filología Hispánica. Pensaba que una carrera como aquella me ayudaría a escribir. Era un ignorante. Mi universidad era además una universidad del Opus-Dei. Hacía poco tiempo les habían puesto un petardo y cada día, al entrar, un bedel me pedía el carnet y registraba mi bolso. Creo que conmigo siempre era especialmente meticuloso. Pero me parecía normal. Aquel tipo también sabía quiénes eran “los de siempre”, qué les correspondía a ellos y qué a chicos como yo. Él sabía que para nosotros no había nada en aquella universidad y menos que nada después de ella. Habíamos sido, en muchos casos, los primeros universitarios de la familia e íbamos a ser los primeros universitarios en paro de la familia y también de la historia. Aquel bedel, en definitiva, sabía que si había algún alumno que tenía ganas de poner una bomba —y razones para hacerlo— en la universidad era yo.

Pero bueno, —volviendo al Quijote— el caso es que el primer día de clase un profesor dijo:

—Quien no haya leído el Quijote o no vaya a leerlo que no espere aprobar esta carrera.

Yo no leí el Quijote, por supuesto.

Y, por supuesto, aprobé aquella carrera.

Aunque aquella carrera no me enseñara nada ni me ayudara en absoluto a escribir.

Sé, de todos modos, algunas cosas sobre el Quijote. Sé que era un hombre muy flaco, a lomos de un caballo todavía más flaco, que dejaba atrás su pueblo y salía a enfrentarse con el mundo. Sé que mientras recorría aquel mundo no hacía otra cosa que recibir hostias, él, y mantas de hostias su escudero. Sé que al final el mundo derrotaba a aquel hombre y que sin embargo aquel hombre ganaba. Sé todas esas cosas gracias a un libro, una edición infantil del Quijote, que compró mi madre. Lo estoy viendo, al ingenioso hidalgo, en una de aquellas grandes ilustraciones, postrado en su cama, en lugar de peleando con gigantes, pero rodeado de los suyos, orgulloso en su agonía. Y ahora sé que estaba tan flaco porque era un hombre honesto e íntegro, un hombre pegado a su pellejo.

Sé, pues, en realidad algunas cosas sobre el Quijote (las sé porque mi madre nunca me dijo: “Tienes que leer este libro”, simplemente lo dejó en la estantería, con los otros libros, a mi alcance).

Y sé también algunas cosas sobre Cervantes.

Siempre —también en la universidad— nos han enseñado la literatura de ese modo. Antes de leer los libros de un autor debíamos saber dónde nació, si pasó hambre o enfermó de sífilis, si vivió en París o traficó con armas en Eritrea (tal vez por ello, mi vida se estaba convirtiendo en una solapa perfecta, con mis carretadas de trabajos penosos, mis cicatrices y tumores, mis vagabundeos por el mundo… Una solapa a la que sólo le faltaba un buen libro en el que colocarla).

Y sé que Cervantes también pasó hambre y sufrió prisión, que saboreó la gloria y mordió el polvo.

A Cervantes lo veo sentado en el suelo de una lóbrega celda. Apenas se distingue nada en la oscuridad. Tan sólo se oyen toses tuberculosas, ruido de goteras y de ratas que corren muertas, locas de sed hacia ellas, carcajadas vitriólicas de otros presos a los que el cautiverio —el hambre, la tortura, el frío y sobre todo la falta de libertad— han vuelto tan locos como a ratas…

Miguel de Cervantes, sin embargo, no tiene miedo. Él es un duro. Ha conocido presidios mucho peores que ése, y de todos ha salido vivo y lúcido, siempre más fuerte. Esta vez lo han llevado allá porque un caballero ha amanecido en un callejón próximo a su casa en Valladolid, con dos puñales clavados en el corazón, uno de acero y otro invisible, mucho más afilado y mortal, una cuchillada de desamor, asestada al parecer por una de las damas de la casa de Cervantes, alguna de sus hijas, tal vez su mujer. Es un asunto turbio, casi tan oscuro como esa celda. Pero los ojos de Cervantes se acostumbran pronto a las tinieblas, las conoce bien y sabe cómo vencerlas, como arrojar luz sobre ellas.

Miguel de Cervantes se arrima las manos a la cara y las observa. En la izquierda a veces todavía siente el escozor de la pólvora. Está inutilizada, pero a él le gusta exhibirla y hablar en sus libros de ella, como si fuera una medalla de guerra. Una medalla prendida al pecho que lo atraviesa y se hunde en el fondo de su corazón, donde a veces también siente la herrumbre de palabras como honor, patria, guerra, cuando recuerda lo heroicamente estúpido que fue en Lepanto, desoyendo a su capitán, y subiendo, enfermo y febril, a cubierta a pelear.

Mira después su mano derecha. Esa mano con la que ha escrito todos sus libros, muchos de ellos en otras prisiones más oscuras y más sórdidas. El último de ellos es, precisamente el Quijote. Ha sido todo un éxito. Lo han leído admirados en muchos de los lugares en los que Cervantes, cuando era soldado, visitó igualmente admirado: Florencia, Corfú, Navarino, Túnez…Pero ahora Cervantes ya es un hombre curtido y desengañado. Un hombre que no olvida que visitó aquellos lugares porque salió huyendo de España antes de que, implicado en otro cruce de acero y desamores, cortaran su mano derecha; la misma mano con que años después escribiera el Quijote. Un hombre que sabe que la gloria y el polvo que tantas veces ha mordido tienen un sabor parecido.

Ahora, de hecho, Miguel de Cervantes, el autor del famoso Quijote, está allá, de nuevo encarcelado, privado del sol y la libertad. Su Quijote ha asombrado al mundo entero, pero pronto intentarán despojarlo de él. Alguien escribirá una segunda parte apócrifa. Otros dirán que el Quijote es una obra con vida propia, ajena a Cervantes, que él sólo ha sido el instrumento —un instrumento prescindible— para alumbrarla.

Y yo sé que allá en su celda, mientras Cervantes estudia sus manos en la oscuridad y piensa cómo volver a iluminar con ellas las tinieblas, también sabe perfectamente todo eso, y quiénes son “los de siempre”, qué les corresponde a ellos y qué a él.

Y pienso que Cervantes debe morir. Que debe morir para que no lo maten una y otra vez. Que Cervantes debe morir para convertirse en inmortal.

Sé todo eso sobre Cervantes y sobre el Quijote, sin haberlo leído nunca. Ni siquiera lo hice una vez acabada la universidad. Eran ya los 90. “Los de siempre” nos convertimos en terroristas. Los ochenta en un póster de colores. Las botellas de cerveza de litro en litronas. Nuestros barrios en barriadas… Fue una década estéril, la de los 90, una interminable llanura pedregosa, recorrida bajo un sol abrasador, en cuyo horizonte sólo se distinguían molinos de viento que abatían sueños y esparcían mierda. Pero tampoco entonces leí el Quijote. No me dio la gana. Supongo que estaba más ocupado adornando las solapas de mis primeros libros con más trabajos como condenas, con más viajes a los basureros, con más cuchilladas en el corazón. Aquellos primeros libros que sin saberlo ni premeditarlo imitaban —como todos, según dicen— al Quijote: uno era una parodia de otro género; en el segundo intenté incluirlo todo, el humor, el amor, el horror, la poesía.

En definitiva: nunca he leído el Quijote. No me ha dado la puta gana. Y no me siento un ignorante, ni tampoco desafortunado por ello. Al contrario, quienes lo han leído, si es cierto todo cuanto cuentan, no pueden sentir por mí más que envidia. Porque tal vez algún día, cuando nadie me diga “tienes que leerlo”, el Quijote me encuentre a mí y yo también experimente ese deslumbramiento que ellos sintieron y que perdieron para siempre. Vale.

PATXI IRURZUN

Este relato pertenece a la antología que realizó en 2005 Juan Francisco Ferré, «El Quijote: instrucciones de uso» (e.d.a.), y en la que autores de diferentes generaciones (desde Juan Goytisolo a Hernán Migoya.) daban diferentes interpretaciones sobre el Quijote en su cuarto centenario.

AJUSTE DE CUENTOS EN ZARAGOTA

Mar 2, 2009   //   by admin   //   Blog  //  1 Comment

Ilustración de Kalvellido para el relato Un demonio es un ángel caído

LOS RECUERDOS DEL ABISMO: MI VIDA EN LA PENUMBRA (VICENTE MUÑOZ) Y AJUSTE DE CUENTOS (PATXI IRURZUN)

Elijo hablar de los dos volúmenes a la vez. Es evidente que la obra de Vicente Muñoz Álvarez y la de Patxi Irurzun son capaces de generar un análisis individual suficientemente extenso para una revista completa, pero los distintos lazos que los unen-profesionales, generacionales y, sobre todo, editoriales- hacen que se imponga un cierto criterio emocional a la hora de hablar de sus últimas entregas. Ellos, la primera hornada definitiva de la literatura alternativa, ellos, que con sus cuentos-sobre todo, en mi caso, los publicados en el Monográfico-sirven de referencia a toda una pléyade de hambrientos consumidores, los que buscaban una voz propia para el narrador abrupto de lo contemporáneo, con Vicente Muñoz y Patxi Irurzun comenzó el despegue, el alejamiento de la pura imitación de clichés…por fin las voces eran españolas, consecuentes, reales… escapábamos de los tótems y por fin conocíamos los productos que se anunciaban en las autopistas.

Vicente Muñoz Álvarez, fundador de Vinalia Trippers, uno de los fanzines señeros de los noventa españoles-y darle una calificación así a una revista fotocopiada y grapada tiene que hacernos pensar- nos entrega una antología, Mi Vida en la Penumbra, que picotea entre lo mejor de su producción como cuentista para darnos una perspectiva muy completa de su imaginario cultural, sus obsesiones y su manera de percibir la existencia. Los cuentos de Vicente Muñoz son el tam-tam de la ametralladora, la que deja hueco entre los dientes por el que se escapa la sangre después del primer puñetazo, el mantra antiacadémico-el que escapa de las tres partes para dejar las emociones impregnando la silla cuando te levantas-, las carreteras peninsulares, tan distintas y tan cercanas al ontheroad americano, las del café con hielo, el carajillo a escondidas…volvemos al ritmo, si no puede ser copiando las baquetas de Sex Museum será tecleando la underwood hasta que las historias salgan de allí asustadas. El calor abrasante de los descampados en las afueras, las grandes urbes reducidas a una tarde de verano, inoportuna y sedienta de emociones, la adolescencia transformada en instantes…después, en menos de un segundo, pasadas un puñado de borracheras, otra vez despertarse e ir a trabajar, otra vez la monotonía de los días. En la intimidad de las casas baratas se escriben las tragedias más originales, en la complacencia de los bares de barrio aparecen los destellos más sucios del abismo. Llámalo pulp, realismo sucio…ponle el nombre que te dé la gana: lo importante son las historias, las que dicen algo, las que explican por qué deja de dolernos la lluvia a partir de la segunda semana, todos venimos de alguien, todos hemos tenido un camino, marcado por ediciones de bolsillo, por tiendas de vinilo de segunda mano, por revistas que amanecían en la mañana de la resaca aplastadas en un bolsillo de la chupa. Te estirabas en la cama, tan solo como diez horas antes y mucho más desilusionado…entonces llegaba el tiempo de los lagartos, el tiempo de Vicente Muñoz.

Patxi tiene la nicotina amarilla en los dedos, es la marca de la tinta postmoderna. Patxi habla de la gangrena emocional que traen los turnos imposibles y de nuevo la halitosis de los días sin nada que hacer. Aunque Irurzun no da el último paso, se deja atrapar demasiadas veces por el compromiso fácil, hasta edulcorar los ambientes cayendo en el tópico. Ajuste de cuentos exprime lo personal y para terminar dibujando un panorama narrativo desbocado, con las manos abiertas frente al delirio, encajando las piezas de un puzzle existencial que no se deja coartar por casi nada. Desde el cuento en el formato más clásico hasta ejercicios de literatura fragmentaria es un excelente sampler de la capacidad literaria del pamplonés.

Hay que darle las gracias a Eclipsados por reunir en estos dos volúmenes dos muestras imprescindibles de la narración española de los últimos veinticinco años, una narrativa que comienza dándole la espalda a lo establecido para terminar dejando en evidencia su condición de referencias ineludibles para entender-y permitidme escribirlo así-el andergraun patrio.

Octavio Gómez Milián

Enlace

Y un comentario de un lector:

Completamente en desacuerdo con tu opinión de los clichés fáciles de Patxi. Que cierta gente denomine a la literatura de Patxi «compromiso fácil» en algún momento sólo muestra el tipo de compromiso que ellos son capaces de tener…Joa

AJUSTE DE CUENTOS EN DIARIO DE NOTICIAS

Feb 15, 2009   //   by admin   //   Blog  //  1 Comment

Ahí va una conversación a tres bandas con Kutxi Romero y El Drogas para Diario de Noticias.La firma Fernando Garaioa y el enlace es este. La foto es mía, fusilando una buena foto de Javier Bergasa.

Música y literatura, de la mano

‘Ajuste de cuentos’ es la última publicación firmada por Patxi Irurzun que llega a las tiendas. Un libro prologado por Enrique Villarreal ‘El Drogas’ y Kutxi Romero, que hoy se presenta a las 12 del mediodía en la librería La hormiga atómica

AUNQUE Ajuste de cuentos ha sido editado recientemente, la realidad es que recopila varios relatos que Patxi Irurzun publicó por separado entre los años 1990 y 2000. Posteriormente, cuando decidió darles forma de libro, les propuso a Kutxi Romero (Marea) y Enrique Villarreal El Drogas que escribieran para el mismo un prólogo y un epílogo, a lo que ambos accedieron gustosamente.

Con la publicación en la mano, y dado que hoy se presenta oficialmente dentro de la iniciativa El barrio de los artistas, hemos juntado a los tres protagonistas en una particular mesa redonda en la que se disertó sobre literatura, música y, sobre todo, los sentimientos y la propia vida.

‘Ajuste de cuentos’

El Drogas: «Yo recuerdo que alguna de estas historias salieron en Gara, justo en el momento en que yo estaba dándole vueltas a mis escritos de Eva Zanroi. Así que el epílogo que escribí era una especie de historia relacionada con el cambio de personajes».

Kutxi: «Recuerdo que leímos los cuentos en unos folios que nos pasó; eso fue hace 8 ó 10 años, y yo había conocido a Patxi recientemente a través de Óscar Beorlegui. Aunque literariamente ya sabía de él, también a través de los artículos de Gara , que, como tengo el síndrome de Diógenes, incluso los recortaba y los guardaba».

Patxi: «Puede decirse que a raíz de Ajuste de cuentos es cuando realmente nos conocimos los tres. A Kutxi, como ya se ha dicho, me lo presentó Óscar Beorlegui, y al Drogas lo pillé un día en el escaparate de Xalbador mirando libros y directamente me presenté».

Referencias y profesión

El Drogas: «Literariamente, yo conocí a Patxi a través del Kutxi, ya que él fue quien me lo dio a conocer junto a David González, Sor Campana y muchos otros. Para mí fue el descubrimiento de un submundo muy interesante que se meneaba por aquí, ya que yo justamente conocía al Panero. A partir de leer a estos autores es cuando empiezo a escribir historias concretas».

Kutxi: «A mí los escritores sí que me dan envidia… No tienen que aguantar a pesaos … Es una carrera solitaria pero llena de satisfacciones que, además, te las pones tú solo. Es un mundo más bonito y más clandestino. A la gente que nos gusta la literatura de escritores que no son best sellers, esto hace que la sintamos más nuestra. Es como en la música; por ejemplo, yo a Fito le tengo mucho cariño, pero cuando llevas diez meses que te lo ponen hasta en el ascensor… Los libros, lo bueno que tienen es que sólo los lees si quieres leerlos».

Patxi: «Por contra, lo que sucede es que estos músicos pueden vivir de lo suyo, la música. Mientras que para los escritores está jodido y, por ejemplo, a mí es algo que me hubiera gustado».

Drogas: «Yo un día flipé mogollón cuando, paseando por Pamplona, me encontré al Patxi vestido de barrendero, justo cuando había terminado de leer por segunda vez Ciudad retrete. Un libro que, por otra parte, es perfecto, desde el título, para hacer un disco, porque tiene ese lenguaje musical. La verdad es que la situación me hizo reflexionar sobre mi propia historia y, en cierta manera, te hace cuidarla más porque te sientes un privilegiado al poder vivir haciendo lo que te gusta».

Literatura y música

Kutxi: «Lo de la literatura en la música creo que tiene muy poco tiento. Es decir, hay gente que es muy buena escritora de canciones, pero de éstos, sólo unos pocos superan el proceso de separar una letra de su música. Y los que lo superan, son para mí los que dan forma a lo que yo llamo la literatura de la música, ya que puedes hacer un libro de poemas o de prosa con sus letras. Por ejemplo, El Drogas, a partir del disco Bésame, empezó, desde mi punto de vista, a escribir así, formando parte de la literatura de la música; aunque antes ya era un gran escritor de canciones».

Soledad y pesimismo

Kutxi: «El Drogas y Patxi son más pesimistas que yo. Pero la soledad sí que es un nexo de unión entre los tres, ya que escribir implica un acto de soledad absoluto y define a todos los escritores. Escribir es una carrera solitaria, no hay más manos que las tuyas y no hay más lucha que la de uno contra sí mismo. Luego, lo de ser más pesimista o menos depende de cada cual, pero el transfondo solitario es común a todos».

Patxi: «En mi caso, además se suma el hecho de que son muy introvertido y la literatura me sirve para llegar a las cosas que no puedo alcanzar de otra manera. En este sentido, la escritura me ha ayudado mucho».

Drogas: «Para mí, la soledad es fundamental, es lo que te lleva a hacer lo que más te gusta, que en mi caso es escribir, bien sea una frase, la letra de una canción o un escrito que no sé si llegará alguna vez a ser poema. Es un acto de masturbación. Además, sentirme solo, para mí, es necesario, ya que tampoco tengo un círculo de amistades concretas, por lo tanto es una elección personal».

El estado de ánimo

Kutxi: «Yo sólo puedo escribir cuando estoy bien, porque cuando no eres tú, eres capaz de escribir cosas de las que te puedes arrepentir. En caliente puedes escribir muchas cosas… pero con el renglón torcido».

Patxi: «Yo, en caliente, sí puedo escribir sobre los sentimientos, pero luego tengo esperar a que se pase el tiempo y a estar frío para corregir o reelaborar, porque si dejo sólo lo que escribí en caliente es muy probable que no esté bien».

Drogas: «Sin embargo, yo creo que hay que escribir tanto cuando estás bien como cuando estás mal. A la vez, hay que saber escribir lo que a ti te pasa y lo que no te pasa; es decir, hacer que lo que no te pasa, te pase. A mí, este mundillo me permite contar mentiras que de otra manera sería imposible, quedarían en un simple estupidez sin justificación. Para mí, escribir siempre es una gran terapia».

Poesía y prosa

Patxi: «A mí la poesía no me sale, he intentado hacer poemas pero no me salen, tengo que desarrollar las historias».

Kutxi: «Nosotros, al estar acostumbrados a escribir canciones, terciamos más hacia la poesía, sólo que la métrica de la canciones esclaviza en cierta manera lo que escribes. Por eso, cuando sólo escribes, eres mucho más libre».

Drogas: «A mí, por contra, sí me gustaría ser más constante y poder escribir relatos más largos, pero se me hace más complicado. Yo hago canciones o escritos por comodidad, y por el mismo motivo leo más poesía, porque puedo dejar el poema cuando y donde quiera».

AJUSTE DE CUENTOS EN DIARIO DE NAVARRA

Feb 15, 2009   //   by admin   //   Blog  //  No Comments
Del Canto e Irurzun hablan de las historias cotidianas en sus nuevos libros
Íñigo del Canto leyó a los asistentes algunas de las poesías de su poemario «Clases y clases»- Patxi Irurzun comentó que su libro «Ajuste de cuentos»trata de saldar cuentas con sus relatos y consigo mismo

LEIRE ESCALADA . PAMPLONA Domingo, 15 de febrero de 2009 – 04:00 h.Poemas y relatos sobre la vida cotidiana. Esa es la apuesta que ayer hicieron Íñigo del Canto y Patxi Irurzun en la presentación de sus libros en la librería pamplonesa La hormiga atómica. El poemario Clases y clases, de Del Canto, y el libro de relatos breves Ajuste de cuentos, de Irurzun, fueron las obras presentadas, ambas de la editorial zaragozana Eclipsados.

El acto estaba enmarcado en la jornada de El barrio de los artistas, organizada por el colectivo El vértigo del trapecista, en la que se pudieron disfrutar de diferentes exposiciones, actuaciones y música que llenaron las calles del casco antiguo de Pamplona.

A la presentación de los libros, que comenzó a las doce de la mañana, asistieron amigos y familiares de los autores. Entre ellos, destacó la presencia de Kutxi Romero, cantante de Marea, y Uxue Arbe, de la editorial Eclipsados, que acompañaron en la presentación a Irurzun y Del Canto respectivamente. Además, también acudieron el editor Nacho Escuín y Enrique Villareal El Drogas, vocalista de Barricada.

En un ambiente acogedor y en tono desenfadado, empezó la presentación del libro de poemas Clases y clases, de Íñigo del Canto. A su lado se encontraba su amiga Uxue Arbe, que comenzó explicando que el poemario refleja «un montón de momentos congelados que inspiran tristeza, diversión… Pero sin artificios, lo que no significa que no haya una preparación». La obra «habla de la vida diaria, desde que los poemas están en servilletas hasta que están en el libro», comentó Arbe. Además, aseguró desearle al Del Canto «voluntad para no dejar de escribir».

«La poesía surge porque sí»

Íñigo del Canto agradeció a los presentes la asistencia y aseguró estar «emocionado de ver a la familia y amigos que han venido». En relación al poemario afirmó que «la poesía surge porque sí» y leyó algunos de los poemas de su obra. «De pie sobre la muralla de la vieja ciudad. Aprendiendo las opciones del funambulista», dictaba uno de ellos.

A continuación tomó la palabra Kutxi Romero, acompañando a Patxi Irurzun. El músico explicó que le gusta cómo escribe Irurzun porque «soy muy localista y Patxi es como de Berriozar. Me gusta que hable de lo que conozco». Además agregó que Irurzun «es un escritor buenísimo» y Ajuste de cuentos «un libro maravilloso» y denunció que «hay escritores muy buenos ocultos y silenciados». Asimismo, añadió que «hay que ver la vida desde la altura de la acera y no desde la ventana».

Patxi Irurzun agradeció a los asistentes su presencia y también la iniciativa de El Barrio de los artistas, ya que «permite reivindicar las calles, los bares y las casas como lugar cultural».

Cuentos desenfadados

Respecto a su obra, Ajuste de cuentos, el escritor comentó que «se trata de saldar cuentas con los cuentos y conmigo mismo». Asimismo aseguró que «a veces los miro y me cuesta reconocerlos como criaturas mías. Tienen cierta frescura que quizás ahora me cuesta más». Ajuste de cuentos está formado por un conjunto de relatos que Irurzun publicó durante los años 90. La obra está dividida en cuatro bloques temáticos: cuentos de amor, cuentos punkies, cuentos antimonárquicos y cuentos de curriquis, estos últimos ambientados en fábricas. «Son cuentos desenfadados, desnudos, algunos con un punto de humor. Me gusta que la gente se ría», afirmó el escritor.

La presentación fue breve y directa, ya que el propio Irurzun afirmó que «los libros están para leerlos más que para hablar sobre ellos».

link a Diario de Navarra

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