Hace solo unos minutos que mis cuates[1] vinieron a buscarme.
–Evita, ¿te venís con nosotros a la lucha libre? –me dijeron.
Y yo les contesté que no, que tenía que escribir la redacción que esta mañana nos mandó la maestra y que se tenía que titular “¿Qué querés ser de mayor?”.
Aunque, ahora que lo pienso, tal vez debiera haberme ido con ellos a la lucha libre, porque yo no sé muy bien qué voy a ser de mayor.
A mí me gusta la escuela, aunque casi nunca puedo ir porque la mayoría de los días tengo que laborar en el muelle, donde descargan los camiones de la basura, guajeando[2] cartón, o botellas… Mis papás dicen que la escuela es para los patojos[3] que tienen la panza llena y que yo puedo estudiar siempre que no deje de llevar pisto[4] a casa para comprar unas tortitas, un puñado de maíz…
Algunos días entre la basura encuentro un bote de colonia francesa o un tubo de Colgate y entonces se lo llevo a los señores que los rellenan y los venden como si fueran de verdad, y me gano unos buenos quetzales de más que les voy dando a poquitos a mis papás, y así puedo ir varios días seguidos a la escuela.
Un día, en el muelle, encontré la cabeza de una muñequita muy linda y gracias a la montonera de billetes que me dieron, aprendí a encontrar la Ciudad de Guatemala en el mapa que hay colgado junto al pizarrón, y que mi nombre, Evita, se escribía con la b baja en vez de con la alta, y así cada día una cosa nueva durante dos semanas enteras.
Pero también hay mañanas que en la escuela no aprendo nada, porque las letras están como bolitas[5], y empiezan a danzar en el cuaderno.
–La S es una bailarina de esas que se desnudan –digo.
–La P un señor al que le ha salido un grano muy gordo –contesta alguno de mis cuates, y cuando la maestra no mira me pasa la bolsa de pegamento, y respiro hasta que los pulmones queman, y después el calor se extiende por todo mi cuerpo y luego ese calor se va convirtiendo en una nube que se posa en mi cabeza, una nube como ese algodón rosa y azucarado que venden en los combates de lucha libre.
También hay otros días que no voy ni al muelle ni tampoco a la escuela, sino con mis cuates a la lucha libre.
El luchador que más me gusta es Superchavo. Algunos de mis cuates cuentan que Superchavo era un muchá[6] del basurero, y por eso su máscara es una bolsa de plástico, y lleva la gorra de los Bulls, y pegada a la capa tapones de cocacola, y los calzones con remiendos…
Me pregunto si debajo de esos calzones Superchavo será igual que esos porteros que me hacen encerrarme con ellos en el baño cuando me he gastado todo el pisto en pegamento y no puedo pagar la entrada. Yo entonces siempre me acuerdo de El Hombre-Rata, aquel que salió en Galavisión un día, el mismo día que hablaron del basurero, comiéndose una rata gorda y peluda, pero cierro los ojos y pienso en otras cosas mucho más feas que hacen los demás, como esos tenderos de la Zona Viva[7], que pegan y queman a los mendigos.
Un día cuando volvíamos de la lucha vimos cómo al Tristoso, un bolito del basurero, le había rodeado una de esas patrullas, y cómo él tenía en una mano unos zapatos blancos y en la otra un machete con el que se defendía, pero no puedo contar qué pasó porque tuvimos que salir corriendo cuando nos vieron también a nosotros y uno de esos tenderos dijo:
–¡A por los huelepegas[8], a por los huelepegas!
Después, en los combates, cuando sale Superchavo pienso en que les hace todas sus llaves a esos tenderos malos y grito ¡Vamos Superchavo, macho, sácale los hígados, rómpele las canillas[9], québratelo a ese hijo de la gran chucha! y entonces todo flota ahí dentro de la nube en mi cabecita, como lindos pajaritos de colores.
Otro día cuando volvíamos del combate encontramos en el basurero a un hombre muerto. Le habían cortado una mano y en la cabeza se veía el agujero que le había hecho una bala. Me dio mucho miedo porque aquel hombre tenía los ojos abiertos, como sartenes, y parecía que nos miraba y que quería decirnos algo, pero no podía, así que también salimos corriendo. Por eso ahora cuando voy a la lucha libre cada vez que Superchavo y los demás se pegan y gritan y se retuercen me acuerdo de aquel hombre y me parece que todo eso de los combates está amañado, que nunca sangran, ni se mueren de verdad.
Antes, cuando era más patoja, quería casarme con Superchavo. Vería los combates en el palco y ya no tendría que entrar al baño con los porteros, ni preocuparme todos los días de laborar en el muelle para llenarme la panza, porque Superchavo siempre gana a todos los malos y tiene muchos quetzales.
Pero ahora que sé que todo eso es de mentirijillas prefiero quedarme en casa escribiendo las redacciones que nos manda la maestra.
Y eso es lo que yo quiero hacer de grande: escribir todas las historias del basurero, porque seguro que nadie las ha escrito todavía, al menos nadie del basurero, y todavía menos una guajerita huelepega. Contaré la historia del hombre muerto y de sus ojos vivos, y la de Tristoso el bolito y sus lindos zapatos blancos, y otras muchas más que todavía ni siquiera conozco…
Algún día, cuando sea mayor.