SOLO GILIPOLLAS

Yo estoy a favor del rearme: con todo ese chorro de millones que, digan lo que digan, tendrán que recortar, o al menos no destinar a otros gastos como la sanidad o la educación públicas, estoy seguro de que es posible inventar una bomba que mate solo gilipollas, como decía UGE en aquella canción (o Eskorbuto en esta otra: “¡Venga la guerra, sobran estúpidos!”).
Quién nos iba a decir que, después de tantos años, tendríamos que desempolvar del baúl de los recuerdos la chapita de Mili KK… En realidad nunca deberíamos habérnosla quitado, pues ese vampiro que es la industria armamentística ha estado siempre amorrado a la yugular del dinero público, chupándole la sangre a los presupuestos generales, debilitándolos, engordando el monstruo del militarismo, al que de cuando en cuando sacan a pasear para aterrorizarnos y para justificar su siniestro negocio.
Hace unos días un periodista se paseaba por la calle preguntando a los transeúntes su opinión sobre el rearme (o sobre los eufemismos que se usan para referirse a él, como el “doble uso”, que viene a ser algo así como “fabricamos tanques pero en un momento dado también los podemos usar como autobuses urbanos”). Pues bien, buena parte de los encuestados se encogían de hombros y contestaban resignados “Si es necesario…”, e incluso algunos de los más jóvenes se mostraban favorables al regreso de aquel secuestro legal que era el servicio militar obligatorio, ignorando sin duda que muchos de quienes lo padecieron salieron de los cuarteles trastornados y algunos con los pies por delante.
El miedo, aventado con fantasmas como el del kit de las setenta y dos horas (¿y por qué setenta y dos, qué misterio es ese, quién no tiene en casa un paquete de pasta o unas latas de atún con las que apañarse durante tres días?), nos absorbe también la sangre de la cabeza. Y así, anémicos, zombis perdidos, aceptamos que nuestros gobernantes hablen con naturalidad de “atraer industria militar” a nuestras comunidades o que en los últimos veinte años las fábricas de armas en Euskadi se hayan triplicado, según informa el colectivo antimilitarista Gasteizkoak (por cierto, uno de los mejores clientes de estas fábricas es Israel, cada cual que saque las conclusiones que quiera, yo solo apunto aquí otra canción, en este caso de La Polla Records: “Los hombres trabajan pa poder vivir en fábricas de armas que los matarán” −o que matarán a otros, podríamos apostillar−).
El miedo, en fin, no hace olvidar cuáles son nuestras verdaderas guerras, nuestras batallas de cada día: conseguir una cita en el médico o una plaza para nuestros hijos en la escuela infantil. En realidad, la industria militar ya inventó hace mucho tiempo las bombas que matan solo gilipollas. El problema es que igual los gilipollas somos nosotros.