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Club de lectura de verano 2022

Jul 3, 2022   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

LOS ENANOS, DE CONCHA ALÓS

Libros de segunda mano: Los Enanos. Concha Alós. Libros Reno. Ediciones G.P. 1ª edición 1968, - Foto 1 - 38575035

No lo puedo evitar. Cada cierto tiempo tengo un arrebato de nostalgia y —como me sucedió recientemente con Los enanos de Concha Alós— compro un libro Reno, una de aquellas novelas que se publicaban en los años sesenta, setenta u ochenta y que venían a ser la versión celtibérica de la literatura pulp, es decir, libros baratos, cuyas páginas amarilleaban pronto, al tiempo que las cubiertas (magníficas, por otra parte: parecían carteles de cine) se arrugaban y hacían jirones. Pulp alude, de hecho, a la pulpa de celulosa con que se editaban, que solía ser de muy baja calidad. Los libros Reno, sin embargo, no eran propiamente lo que conocemos como literatura de quiosco (novelas de género, policiacas, del oeste, románticas, escritas como churros y firmadas por autores como Marcial Lafuente Estefanía, Corín Tellado o Silver Kane); no, los libros Reno pretendían “difundir por medio de ediciones económicas los éxitos más señalados de la literatura contemporánea y la obra de los autores más famosos. El precio de venta de cada una de estas colecciones las convierte en las más asequibles de cuantas se publican en idioma castellano; y si se considera la extensión media resulta evidente que son igualmente baratas, sin que lo barato sea, en este caso, sinónimo de inferior calidad”.

Y tanto, porque en la colección de libros Reno uno podía encontrarse con títulos como Trampa 22 de Joseph Heller, Hambre de Knut Hamsun, El enamorado de la osa mayor de Sergiusz Piasecki… o Los enanos de Concha Alós.

¡Escándalo!
El recorrido literario y vital de esta escritora valenciana, su auge y caída y auge de nuevo, podría asemejarse al devenir de un libro Reno, a esas páginas que tras gozar de gran popularidad acaban otoñándose en librerías de segunda mano, sepultadas por la esplendorosa irrupción cada año de miríadas de obras maestras y autores que, si hacemos caso a las fajas promocionales de sus novelas, subirán en cohete al Olimpo literario.

La hasta hace bien poco olvidada Concha Alós ganó el Premio Planeta en dos ocasiones, una en 1962, con el libro que hoy comentamos —galardón del que, no obstante, fue despojada, pues al parecer había comprometido los derechos del libro anteriormente con una editorial rival— y otra dos años más tarde, con Las hogueras. Se le auguraba, pues, una carrera prometedora, finalmente truncada, que acabó conduciéndola a una injusta desmemoria como consecuencia de un cúmulo de circunstancias. Por una parte, su propia peripecia vital. Tras casarse con Eliseo Feijoó, director del diario mallorquín Baleares, se enamoró de un por entonces joven tipógrafo —once años más joven que ella, ¡escándalo!— con el que acabaría dejando la isla para establecerse en Barcelona, donde él se convertiría en un laureado escritor, en buena medida gracias a Concha Alós, que sacrificó * su propia carrera para ejercer de agente de Baltasar Porcel, ese era el nombre del tipógrafo. Por otra parte, los temas que abordaba Alós en sus novelas no eran nada complacientes con la moral de la época: prostitución, aborto, homosexualidad… Y mucho menos si quien se ocupaba de ellos era una mujer. La fama de Concha Alós se desvanecería así poco a poco. Incluso ella se olvidó de sí misma. Murió enferma de alzhéimer,  y a su funeral, cuenta la necrológica de El País, titulada Concha Alós, escritora del lado oscuro de la sociedad, los únicos nombres de la cultura que acudieron fueron la cantante María del Mar Bonet y el fotógrafo Toni Catany.

Una novela enorme
Sin embargo, del mismo modo que los libros Reno no han resultado en realidad de una calidad tan ínfima (de hecho, todavía sesenta años después, aunque con la camisa desgarrada y la ictericia en la piel de sus páginas, se conservan en relativo buen estado), Los enanos resucita en una reciente reedición de La navaja suiza que vuelve a poner de actualidad y reivindica la importancia de la autora en la literatura española.

Los enanos es, efectivamente, una novela enorme. En ella se retratan, en una serie de estampas que pueden adscribirse al realismo social, las vidas de varios huéspedes de una humilde pensión barcelonesa: una antigua artista de variedades, la prostituta Sabina, Mohatá, el boxeador marroquí que pierde todos los combates… Novela coral, las historias de todos ellos se entrecruzan en un destino común patético y desesperanzado, del mismo modo que en las pensiones las conversaciones, los gemidos de los colchones, las toses y ventosidades, atraviesan las paredes. En la pensión Eloísa todos saben todo de todos y se comparten, además del retrete, las mezquindades y los pequeños sueños (como por ejemplo tener piso propio, incluso cuarto propio).

Las páginas de Los enanos huelen a puchero y orinal y se acercan a veces al tremendismo (en ellas nos vamos a encontrar, por ejemplo, con un niño al que dan de beber vino, con ratas que trepan por las paredes del patio o con una patrona que enseña un cuarto a posibles nuevos clientes durante el velatorio del anterior huésped). Pero a la vez, junto a toda la sordidez que rezuman esas páginas, se trufan otras escritas por una de las inquilinas de la pensión con un tono más luminoso, más poético, y en las que la autora desliza algunas experiencias autobiográficas, como la antes referida: su fuga por amor, por un amor proscrito para la mentalidad de la época, desde Mallorca a Barcelona. Estos capítulos alternativos de la novela dan a la misma cierto hilo argumental que en las escenas referidas a la vida cotidiana de la pensión es deslavazado, casi costumbrista, y se compone de fotogramas robados a la vida de puertas adentro en la España de mediados del siglo XX, la España de los sabañones, la botella de anís escondida en la alacena o el hueso de jamón zambullido en la sopa.

Los enanos - Concha Alos - La Navaja Suiza Editores

La literatura de las cosas pequeñas y feas
En Los enanos, además de todo eso, también es posible encontrarnos con frases tan desasosegantes y hermosas como esta: “Junto a la carne fofa sintió un rítmico latido, como si estuviera apretada contra un buey muerto que se hubiera tragado un reloj”; o con pequeños mecanismos literarios a los que se da cuerda de una manera casi imperceptible en un capítulo y se ponen en marcha en otro, muchas páginas más adelante, cuando ya nos habíamos olvidado de ellos (el niño al que emborrachan con vino, por ejemplo, empuja y olvida un pequeño taburete por toda la casa, y es con ese taburete con el que más adelante tropieza y se descalabra el huésped del cuál ofrecen la habitación estando todavía este de cuerpo presente).

Concha Alós narra con maestría, pero su principal virtud es la de conseguir hacer literatura de las cosas pequeñas y feas, de los personajes insignificantes, los desheredados y los torpes, los vapuleados por la vida, como Mohatá, el boxeador marroquí, flaco y desnutrido, que pierde todos los combates, y que funciona como metáfora de los perdedores, de esos enanos a los que hace alusión el título.  “Somos enanos rodeados de enanos, y los gigantes se esconden para reírse”, encabeza la novela la autora (antes, al menos —apostillamos nosotros—  los gigantes tenían cierta vergüenza, ahora se ríen de nosotros sin disimulo, de manera ostentosa).

Toda la novela tiene, en definitiva, una luz tenue, triste, de bombilla desnuda y titilante, pero también entra de vez en cuando el sol por las ventanas del patio, espantando a las ratas, y Concha Alós no arrebata por completo a sus personajes la oportunidad de levantarse de la lona, de modo que al final el boxeador Mohatá, o Sabina, la prostituta, también podrán huir de la pensión Eloísa, burlar al destino, del mismo modo que lo hacen, sesenta años después, la propia autora y su novela, Los enanos, una novela enorme que ha pasado demasiado tiempo malviviendo olvidada en una pensión de mala muerte.

*Sobre esto, al contrario de lo que señalan otros artículos y necrológicas, el periodista y escritor Sergio Vila-San Juán, autor de la biografía de Baltasar Porcel El joven Porcel nos matiza que si bien Concha Alós tradujo algunas obras del escritor ni fue su agente ni sacrificó su carrera por él. Al contrario, dice, le ayudó a ganar el Planeta en dos ocasiones.

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