ALGUIEN VOLÓ SOBRE EL NIDO DEL CUCO (KEN KESEY)
CLUB DE LECTURA DE VERANO
Cualquiera que disfrute husmeando en las librerías de segunda mano se topará en ellas con este título una y otra vez, en diferentes ediciones. Debieron de venderse en su día millones de ejemplares de Alguien voló sobre el nido del cuco y a ello, sin duda, contribuyó la exitosa versión cinematográfica de Milos Forman, con Jack Nicholson interpretando al rebelde MacMurphy. Ken Kesey, sin embargo, el psicotrópico autor de la novela, abominaba de esa película. Quizás no al extremo de Boris Vian con la adaptación de Escupiré sobre vuestras tumbas, quien falleció de un infarto sentado en la butaca de un cine que la proyectaba. Pero casi.
Kesey consideraba que el director de Amadeus había traicionado el espíritu de su novela (y así era, aunque lo hiciera de un modo magistral), cargando el protagonismo de la misma en MacMurphy-Nicholson y dejando en un segundo plano al narrador de la historia, el Gran Jefe Brondem y a su mundo interior. De hecho, mientras la novela está contada con la voz del Gran Jefe, en la película este no pasa de ser un secundario, a quien solo se escucha pronunciar una reveladora frase, pues hasta entonces todos lo habían considerado sordomudo (en una clara metáfora de la situación de los naciones indias en Estados Unidos). También contribuyó, claro, al rechazo de la película por parte de Kesey el hecho de que los productores del film desestimaran el guión propuesto por él o que el escritor, de todos modos, vendiera los derechos de su libro sin demasiado margen de maniobra para intervenir.
Los experimentos, con LSD
Alguien voló sobre el nido del cuco, recordemos, nos cuenta la lucha de un grupo de enfermos psiquiátricos contra el despótico trato de su enfermera, la todopoderosa Gran Enfermera Ratched, lucha que se desatará con el ingreso de MacMurphy, un pequeño delincuente, exveterano de la guerra de Corea, que simula trastornos mentales para eludir la prisión y los trabajos forzados. MacMurphy alentará al enfrentamiento y la desobediencia a sus compañeros — a veces con consecuencias funestas— en una historia tras la que palpita el cuestionamiento de una sociedad, como la de los Estados Unidos de los años 60 (la novela se publicó en 1962), conservadora, uniformadora, castrante y controladora.
La idea para escribir Alguien voló sobre el nido del cuco, en la que una de las formas de sometimiento de los pacientes es la farmacología, se le ocurrió a Ken Kesey tras participar como cobaya humana en un experimento auspiciado por el gobierno de los Estados Unidos sobre los efectos de los psicotrópicos, en el transcurso del cual el escritor conoció el ácido lisérgico o LSD, de cuyas virtudes se convertiría en uno de los principales profetas, dándose la paradoja de que una de las herramientas de liberación de la contracultura, las drogas, se propagara desde la administración (recordemos, además, que la propia CIA experimentó con el ácido lisérgico como elemento de control mental, antes de que los beats primero y luego los hippies le dieran un uso recreativo).
Un viaje fluorescente al Más Allá
Ken Kesey, uno de los abanderados, precisamente, de la generación beat —aunque quizás no tan conocido como Jack Kerouac, Willian Burrougsh o Allen Ginsberg— estuvo al frente de los The Merry Pranksters, los Alegres Bromistas, un grupo de jóvenes que en 1964 (es decir dos años después de la publicación de Alguien voló sobre el nido del cuco) recorrieron los Estados Unidos de costa a costa a bordo de un fluorescente autobús, al que bautizaron como “Further”, es decir, “Más allá”, en un psicodélico viaje en el que ofrecían catas públicas de LSD. El conductor del “Más Allá” fue Neil Cassady, el espídico muso de la generación beat, inmortalizado en la novela En el camino de Jack Kerouac, y a la tripulación se sumó también el grupo de música Greateful Dead. Tom Wolfe, por su parte, el autor de La hoguera de las vanidades, hizo la crónica del accidentado viaje (tan solo doscientos metros después de iniciarse el autobús se quedó sin gasolina) en Ponche de ácido lisérgico, uno de los libros señeros del llamado periodismo gonzo, aquel que hacía crónicas desde dentro, en primera persona y sin eludir la experiencia propia.
No fue el de Wolfe el único testimonio del lisérgico itinerario de los Alegres Bromistas, ellos mismos llevaban consigo algunas cámaras, aunque a la postre estas sirvieron más bien como elemento disuasorio cada vez que la policía les daba el alto, alegando que su comportamiento se debía a que estaban rodando un documental, pues las imágenes del mismo acabarían perdidas en un desván, del que finalmente las rescatarían y restaurarían Alison Elwood y Alex Gibney, que estrenarían en 2011 Magic Trip, en donde podemos ver —no resulta difícil encontrarlo en internet— a Kesey, Cassady y compañía en pleno viaje, nunca mejor dicho.
¿El libro o la película o los dos?
Volviendo a Alguien voló sobre el nido del cuco, el libro contiene uno de los finales más hermosos y redentores de la literatura, que no vamos a contar aquí, y que quien quiera conocer tendrá que leer, tras buscar la novela en alguna de esas librerías o ferias del libro de segunda mano. La abundancia de ejemplares de la misma en esos lugares, por cierto, no deja de resultarnos en este club de lectura de verano sorprendente. Se supone que si están allí es porque alguien se los has quitado de encima. Quizás la explicación se deba a que quienes se desprenden de ellos ya han visto la película, cuando lo lógico, en la mayoría de los casos debería ser lo contrario: “No, ya he leído el libro”, no vaya a ser que nos pase lo mismo que a Boris Vian al ver la adaptación cinematográfica. En el caso de Alguien voló sobre el nido del cuco, de hecho, si bien la película de Milos Forman es notable, la novela de Ken Kesey resulta imprescindible.