UNA RESEÑA DE JANIS DE ESTEBAN GUTIÉRREZ
Con ¡Oh, Janis, mi dulce y sucia Janis! Memorias de una estrella del porno (amateur) estamos ante El Quijote del siglo XXI. Al igual que hace más de cuatrocientos años Cervantes escribía la primera novela moderna, las historias del hidalgo Alonso Quijano, un hombre enloquecido por la lectura de libros de caballerías, nos encontramos ahora con Dick Grande, un personaje creado por Patxi que se vuelve tarambana por la visualización y el consiguiente ejercicio onanista frente a vídeos pornográficos.
Al igual que Cervantes inventa un personaje enajenado que se dedica a luchar contra la sociedad del momento, y del que se sirve para mostrar su maestría en la ironía, su saber reírse de todo y de todos ( el hacer sabio al tonto e imbécil al ilustrado), pues de la misma manera Patxi se sirve de Dick Grande (el barrendero heavy pamplonés, el soñador, el justiciero, el que quiere cambiar el mundo a golpes de cachiporra, el borracomplejos) para dar hostias a todo lo que se menea y no le gusta, al conformismo social, a la hipocresía establecida, al chanchulleo político. Pero no sólo eso, no sólo quiere reírse de todo, también quiere provocar y busca las mayores irreverencias con su personaje, que lo mismo se zumba a una mulata en el museo de La Habana, frente a la foto del Che, que se la casca en la fila de acceso a Notre Damm en París; lo mismo pervierte a menores, que pone a curas y monjas a jugar a hacer hijos, eso sí, las monjas con el cepillo depilado en forma de cruz o ellos dejando su leche sobre el cáliz de la comunión. Pero la hostia en la mesa dolerá mucho más a los pamploneses, cuando descubran la propuesta de cambio de su santo, San Fermín, por otro más bien armado al que reverenciar de verdad. Los meneos a la sociedad mojigata e inactiva, tanto de los extremos al centro, serán un terremoto. Así, pasarán ante nuestros ojos desde una dama de la derecha que tiene la fantasía de que se lo hace con un terrorista a un insatisfecho que derrama su líquido de vida sobre los pamploneses en las fiestas de San Fermín disfrazado del cabezudo Verrugas.
Dick Grande que lo mismo quema banderas (de España, de EEUU, la ikurriña) o se limpia el pito con ellas; que canta el “a san Fermín venimos” con la cachiporra en la mano en vez del Diario de Navarra enrrollado, cuando no ofreciéndole una lluvia dorada al Santo o haciendo amigos en Cintruénigo o Fustiñara a raíz de lo bien que la succionan sus mozas.
Caña al mono, a los proetarras y a los españolistas, a los peteuves (pamploneses de toda la vida) y a los guiris sanfermineros, a los políticos y a los meapilas.
Quizá la ironía utilizada sea más explicita que la que utilizó Cervantes, pero se compone de los mismos materiales: una escritura perfecta, dibujada con maestría en los tiempos, una escritura intensa y emotiva, aparentemente irreflexiva, pero muy meditada. El ritmo narrativo es mantenido desde el primer párrafo y no nos encontraremos con momentos valle, en los que poder respirar. Eso sí, las paradas se producirán cuando la sonrisa aflore a sus labios o, en más de una ocasión, la carcajada les haga cerrar el libro por un momento.
Dick Grande, un tirillas e iluso barrendero de Pamplona, cantante de un grupo heavy, con la melena hasta el culo y una polla como una botella de coca-cola de dos litros, anda suelto por este libro. No le pierdan la pista