ME ACUERDO
Me acuerdo del sonido que hacían mis zapatillas bajando las escaleras y de que, escuchándolo, podía bajar con los ojos cerrados los cinco pisos del bloque en que vivíamos.
Me acuerdo del número de la matrícula del 127 de mi madre, NA-6580-B y del número de teléfono de casa: 226689.
Me acuerdo de que si querías llamar a otra provincia tenías que buscar el prefijo en la guía de teléfonos.
Me acuerdo de que mi madre siempre decía: yo para vosotros soy madre y padre.
Me acuerdo del día que llamó a la radio y de lo orgulloso que me sentí de ella.
Me acuerdo de los tickets de cuatro viajes de la villavesa, que se compraban antes de las 9 de la mañana, y de que la parte superior del billete estaba tres veces escrita la fecha. Me acuerdo que para cada viaje había que doblarlos para que el chófer arrancara uno de ellos y a veces había conductores con los dedos muy gordos y rompían más de uno de los números. Me acuerdo de lo difícil que era para un niño conservar a lo largo de un largo día el ticket sin perderlo.
Me acuerdo.
Me acuerdo del descampado, que hoy es una pista de futbito, debajo de casa y del barranco, que hoy es una carretera de circunvalación, detrás del descampado.
Me acuerdo de la vieja carretera hasta Donosti.
Me acuerdo de que al pasar junto a la papelera de Tolosa nos poníamos un pañuelo en la cara.
Me acuerdo, no se me olvidará nunca, de una tarde antes de entrar al colegio, unos hombres limpiando con una manguera un charco de sangre y los sesos de un hombre asesinado en un atentado a la entrada de un restaurante, en la Cuesta de Labrit.
Me acuerdo, años más tarde, los sábados en el casco viejo, del gesto automático de agacharse cada vez que al final de la calle se oía el disparo de una pelota de goma.
Me acuerdo de un hombre repartiendo pegatinas con el escudo de Navarra y la laureada en la puerta de la diputación.
Me acuerdo.
Me acuerdo del Rastro de la Txantrea y de que en él me compré mi primera cinta de caset, una de Tequila.
Me acuerdo de que desde el balcón de mi casa se veían los partidos de beisbol que jugaban en el colegio Irabia y de que eran interminables.
Me acuerdo de las pirámides junto al Eroski de la Txantrea
Me acuerdo de las películas de Tarzán los sábados por la tarde.
Me acuerdo de mi madre agachada fregando el suelo de la cocina mientras las veíamos y repitiendo: ¡qué higadazos!
Me acuerdo de que a los porteadores negros les gritaban: “Andagua, Patxi, Patxi”.
Me acuerdo de que un día los chicos poníamos y quitábamos la mesa y las chicas secaban la vajilla y al siguiente al revés.
Me acuerdo de la maraña de partidos de fútbol en el patio del colegio y de los balonazos que de vez en cuando recibías. Los peores eran los que te daban en el estómago.
Me acuerdo del juego del puntero y del sonido de la pelota golpeando el frontón.
Me acuerdo de que Iribas, el mejor pelotari de la clase, me dio una vez con la pelota en la cabeza y estuve mareado todo el día.
Me acuerdo de mi abuelo, haciendo de juez en los partidos de pelota durante las fiestas de Huarte.
Me acuerdo de la torta que El Mono, el profesor de pretecnología, le dio a Juangarcía y que lo tumbó en el suelo.
Me acuerdo de que se me rompían todos los pelos de la sierra de marquetería. Y de que solo muchos años más tarde supe que chapa ocúmen se escribía de esa manera y no chapacumen.
Me acuerdo de los viejos pupitres del colegio, con el hueco para el tintero, que nunca utilizamos.
Me acuerdo de cuando el boli escupía pequeñas gotas que emborronaban los cuadernos y de las manchas de tinta en la mano.
Me acuerdo de los bolis bic de cuatro colores y de Donan Pher vendiéndolos en el Paseo Sarasate y de su casco de explorador y de sus fotos con serpientes. Me acuerdo de cómo me decepcionó saber que Donan Pher era Fernando al revés.
Me acuerdo de que el Paseo Sarasate también se decía Paseo Valencia y la Avenida Baja Navarra Avenida General Franco.
Me acuerdo.
Me acuerdo de mi otro abuelo pegándole con el bastón a nuestro gato Pelusa.
Me acuerdo del día que mi hermano Santi trajo a Pelusa a casa y de que cabía dentro de una caja de galletas.
Me acuerdo también del día que mi hermano se torció el tobillo jugando en el Fuerte de San Cristóbal y de que yo me asusté porque mi madre ya se había ido a casa y salí corriendo detrás de ella y de que él tuvo que bajar el monte Ezkaba solo y cojeando.
Me acuerdo de que mi hermana Blanca se tocaba con la punta de los pies la nuca.
Me acuerdo de que mi hermana Marta se abrió tres veces la barbilla.
Me acuerdo de que mi tío Jose Luis, que era misionero en Japón, nos traía cada cuatro años sellos de colores y aparatos de radio y cámaras de fotos muy modernos.
Me acuerdo de la gente fumando en los autobuses. Y en los ambulatorios.
Me acuerdo de la brasa naranja de un cigarrillo en la oscuridad mientras entrenábamos en a minibasquet en el patio del colegio.
Me acuerdo de un entrenador que nos mandaba a correr para robarnos mientras tanto el dinero que dejábamos en el vestuario. Me acuerdo de que algunos años después lo encontraron muerto en los baños de la estación de autobuses, con una jeringuilla colgando del brazo, como una amapola de sangre.
Me acuerdo de que el vestuario olía a pis y de que el suelo de las duchas siempre se encharcaba.
Me acuerdo de que dentro del colegio había una tienda de chucherías y de que al señor que la atendía le llamábamos el Monsieur.
Me acuerdo de que dentro del instituto había bar y servían alcohol.
Me acuerdo
Me acuerdo de que me daba vergüenza ponerme en bañador en la piscina.
Me acuerdo de una vez que me tiré del cuarto trampolín del Club Natación con carrerilla y de otra del tercero de cabeza y de que entonces no me dio vergüenza ir en bañador.
Me acuerdo de un dibujo en un libro que se titulaba ¿Qué me está pasando? en el que un chaval tenía una erección en lo alto de un trampolín.
Me acuerdo de una chica que se tiró del primero de bomba y salpicó a toda la grada y que cuando salió todos le gritaban “¡Foca, foca!” y de que ella se quedó llorando en la esquina de la piscina, sin atreverse a salir. Me acuerdo de que nadie, yo tampoco, le ayudó y de que todos nos reíamos de ella. Me acuerdo de que esa chica años más tarde se hizo piragüista y fue a las olimpiadas.
Me acuerdo del juego de verdad o atrevimiento, durante los veranos, y de que yo siempre elegía verdad y de que siempre mentía.
Me acuerdo de que había que hacer la digestión antes de bañarse.
Me acuerdo.
Me acuerdo de las primeras John Smith rojas, y de otras con muchos colorines, y de otras bajas de color azul cielo.
Me acuerdo de cuando me eligieron mejor jugador en un torneo de minibasket de Navidad y de cuando me llevaron a la selección navarra juvenil, aunque ahora nadie me crea.
Me acuerdo de los patinetes naranjas Amaya y de un Sancheski al que mi madre le pegó una tira de lija en el centro.
Me acuerdo de la dinamo en la rueda trasera de la bici. Me acuerdo de que mi hermano le quitó a la suya los guardabarros y de que a mí nunca se me pasó por la cabeza cambiarle nada.
Me acuerdo de que Santi sabía pillar con la radio la frecuencia de la policía, los días que había broncas.
Me acuerdo de que durante los sanfermines del 78 un policía antidisturbios disparó cuando nos asomamos a la ventana. Y de que un manifestante quiso romper con una piedra la luna delantera del coche cuando intentamos atravesar con el 127 un hueco entre una barricada de fuego.
Me acuerdo.
Me acuerdo de mi madre estrechándome los bajos de los pantalones y que los vaqueros solo comenzaban a gustarnos cuando los desgastábamos.
Me acuerdo de que comprábamos macutos militares en una trapería para llevar los libros al instituto y de que en ellos escribíamos con boli “Mili KK”.
Me acuerdo de que salíamos durante el recreo a comprar un bollo de pan y quince pesetas de chorizo a la plaza del Abuelo.
Me acuerdo de que el instituto me presenté a un concurso de mates en una canasta de minibasquet.
Me acuerdo, no se me olvidará nunca, de cuando me subieron al equipo de los mayores y del día que vinieron a verme jugar todos y de que aquel fue el peor partido de mi vida.
Me acuerdo de la semana cultural de Irubide y de que un año trajeron a El Drogas y otro a José Luis San Pedro y otro echaron The Wall de Pink Floy.
Me acuerdo mucho de una canica de metal que me regaló mi abuelo y que me quitó un cura en el patio del colegio.
Me acuerdo de la nieve entrando en las katiuskas.
Me acuerdo de cuando la basura se dejaba amontonada en el suelo y de los gatos que rasgaban las bolsas.
Me acuerdo de los basureros arrojando esas bolsas al camión de la basura.
Me acuerdo de que tirábamos los papeles, los envoltorios, las cáscaras de pipas al suelo.
Me acuerdo de los balones Mikasa, los naranjas y los de tres colores, y cuando se les borraba de la piel los puntitos y los botabas de otra manera, peor.
Me acuerdo cuando se helaban las manos y no los podías botar de ninguna manera.
Me acuerdo de un compañero que siempre me daba una descarga de electricidad cuando se rozaba conmigo en los entrenamientos.
Me acuerdo.
Me acuerdo de los teleñecos y de un cocinero sueco que cantaba Buskibukibuski y del que nadie se acordaba.
Me acuerdo de la película que pusieron el día del golpe de estado, El chico de Brooklin, y de aquel boxeador patoso y pelirrojo golpeando al compás del Danubio Azul.
Me acuerdo de la primera persona que conocí que recordaba esa película y de que llevo junto a ella ya quince años y tenemos dos hijos y de que siempre decimos que algún día tenemos que ver todos juntos esa película.
Me acuerdo de un programa en el que entrevistaban juntos al cocinero sueco y el actor que interpretaba a aquel boxeador patoso.
Me acuerdo.
Me acuerdo de la primera vez que me emborraché en la fiesta del instituto, en primero de BUP, y que no me acuerdo de nada de lo que pasó después.
Me acuerdo de que a veces, muchos años después, soñaba que habían cambiado los planes de estudios y tenía que volver al instituto.
Me acuerdo de que antes de la selectividad unos cuantos nos fuimos de acampada al monte y que se nos acabó el tabaco y que nos fumamos las infusiones de menta y que nos bañábamos desnudos en un pantano y que nos untábamos al salir el cuerpo con barro y que hacía sol y que éramos felices y que todos aprobamos el examen.
Me acuerdo de que durante las fiestas de verano se cantaba una canción que decía “Voló, voló, Carrero voló y en un tejao se encaló, ¡eup!” y con el eup lanzábamos a lo alto los jerseys.
Me acuerdo de que cuando tenía seis años me operaron porque me apretaban los zapatos y me limaron un trozo del tobillo. Recuerdo que después de darme la anestesia me hablaban y me decían que quería ser de mayor y yo contestaba que cazador y misionero.
Me acuerdo de que el último día en el hospital me dejaron elegir el menú y yo elegí macarrones y albóndigas, pero me dieron el alta al mediodía y tuve que irme a comer a casa. Me acuerdo de que mi madre hizo lentejas.
Me acuerdo de los Don Mikis y del Manual del pequeño castor.
Me acuerdo de la noche que murió Charlot, de que fue en Nochebuena y esa misma noche, en casa de mis abuelos, oí a los mayores poniendo los regalos junto a nuestros zapatos.
Me acuerdo de que en Nochevieja decían que pasaba por la calle un hombre con 365 narices.
Me acuerdo.
Me acuerdo de que una vez la Vuelta Ciclista llegó a Pamplona, de que acabó junto a El Porrón y de que fuimos a verla y cuando acabó nos cruzamos con Vicente Belda. Me acuerdo de que, aunque éramos niños todavía, era más bajito que nosotros.
Me acuerdo de que cada año la canción que elegían para los resúmenes de las etapas era todo un hit.
Me acuerdo de “Me estoy volviendo loco”, de Azul y Negro.
Me acuerdo.
Me acuerdo de una película del Gordo y el Flaco en la que hacían de niños y todos los muebles eran gigantes.
Me acuerdo de los locos que se subían en la villavesa de las tres, cuando íbamos al cole. Me acuerdo de Chichi el amoroso, de Gloria, de Lola la loca. Me acuerdo de que Lola la loca se metía con los niños y de que empezamos a coger la villavesa de las tres menos cuarto.
Me acuerdo de un hombre que iba vestido de sheriff por Pamplona y de otro que de repente se quedaba parado durante diez o quince minutos. Me acuerdo de que los días de lluvia, sin embargo, nunca se paraba.
Me acuerdo del cuartito de la biblioteca general en el que estaban los cajones con las fichas de los libros, y de que cuando los pedías a la bibliotecaria se los traían en un pequeño ascensor.
Me acuerdo de que me propuse empezar a leer autores por orden alfabético y que llegué hasta la B, de Bukowski y que después todas mis lecturas se desordenaron.
Me acuerdo de los Me acuerdo de Joe Brainard, y del Je me souviens de Georges Perec y del Akordatzen de Joseba Sarrionandia.
Me acuerdo de que me arrepentí casi inmediatamente cuando empecé a anotar desordenadamente mis propios Me acuerdo, porque se convirtió en una peligrosa obsesión.
Me acuerdo.