BALONCESTO Y LITERATURA
BASKET-FICCIÓN
El All Star de las obras literarias inspiradas en el mundo del baloncesto
Un balón rodando por al aire, trazando una parábola perfecta. Todos los ojos clavados en la canasta. El luminoso marcando una diferencia de un punto entre un equipo y otro. La respiración contenida de todo el pabellón, como un gran animal. El balón que toca el aro, gira dentro de él, una, dos veces, decidiendo caprichosamente cómo repartirá la suerte…
Podría ser un buen arranque para una novela, o el final de un cuento. El baloncesto reúne todas las condiciones para ser un deporte literario: las emociones llevadas al límite, su plasticidad (qué grandes poemas habrían escrito Marinetti o Apollinaire con un mate de Jordan, una asistencia de Magic Johnson, una bandeja de Julius Erving… o con una bomba de Navarro). Sin embargo, a diferencia de otros deportes como el fútbol o el ciclismo, que han inspirado cientos de novelas y relatos, o como el boxeo, que constituye casi un subgénero literario, apenas se conocen obras de ficción sobre baloncesto.
The basketball diaries parece la referencia obligada. Novela autobiográfica del poeta y músico punk neoyorkino Jim Carroll, narra el proceso autodestructivo de un estudiante católico y heroinómano, al que interpretó en la película Diario de un rebelde un increíble (al menos como jugador de baloncesto) Leo Di Caprio. El baloncesto y las drogas o el alcohol como válvulas de escape adolescente, la misma combinación que aparece en algunos de los libros de Sherman Alexie, como El indio más fuerte del mundo o Diez pequeños indios. Alexie relata en ellos la vida cotidiana de los indios spokane, tribu a la que él mismo pertenece. En sus páginas Jesucristo nace y crece en una reserva india, hay grupos de blues formados por pieles rojas o estos sueñan con escapar a su destino, al racismo y al alcoholismo, convirtiéndose en estrellas de la NBA, mientras en las canchas, y en la vida real, los jugadores a los que se acercan los humillan con frases como “¿Por qué vienes detrás de mí? No tengo tu cheque de la seguridad social”.
El baloncesto, en la ficción literaria, va frecuentemente unido al fracaso, a perdedores como el caótico Conejo, de John Upidke, vieja gloria del baloncesto que ahora se gana la vida vendiendo la peladora de patatas MagiPeels; a jugadores que sienten amenazada su estrella, como Jayjay Johanssen (sí, casi como el músico sueco), el único blanco titular en el equipo de la Universidad de Dupont, en Soy Charlotte Simmons de Tom Wolfe; o a deportistas retirados por culpa de fatídicas lesiones, como Myron Bolitan, el detective de las novelas negras de Harlan Coben.
La novela negra y el baloncesto se cruzan también en La bicicleta de Leonardo, de Paco Ignacio Taibo II, en donde el protagonista investiga el secuestro y robo de un riñón de una aguerrida jugadora de baloncesto norteamericana; o en la novela juvenil Muerte a seis veinticinco, de Joan Cervera, Premio Edebé 2009, en cuyas páginas se investiga el asesinato de la mujer y el hijo de un jugador del Joventut de Badalona.
Son estos libros, no obstante, “rara avis” en nuestras letras, al igual que Quinta personal, de Montserrat Torrecilla, obra que ganara en su día (1985) el premio de literatura deportiva Don Balón. En la literatura en castellano cuesta tanto encontrarse con baloncestistas o aficionados al deporte de la canasta casi tanto como con barrenderos o dependientas. Sin embargo, si el baloncesto como materia literaria no es aparentemente muy fructífero, sí ha nutrido a la literatura desde sus filas de un buen puñado de autores: jugadores, entrenadores, periodistas, incluso árbitros han escrito libros de ficción, después de colgar las botas. Francisco Gallardo, médico sevillano especializado en medicina deportiva (fue médico en la selección absoluta con Antonio Díaz Miguel) es autor de El rock de la calle Feria, novela de carretera e iniciación (un viaje a Amsterdam para ver un concierto de Bob Marley); Gallardo, además, fue compañero en la selección juvenil de Epi, Romay o Iturriaga, y precisamente “Itu”, el hoy comentarista televisivo y otro viejo rockero del baloncesto ibérico, Corbalán, participaron con sendos cuentos en la antología Relatos del deporte; Aitor Zárate, ex de varios equipos ACB, publicó un thriller de abogados y representantes de deportistas en La trampa del oso (además es autor de varios best-seller de libros de autoayuda); Julián Sánchez Romero escribió una novela de intriga, El anticuario, en la primera de sus diez temporadas como árbitro; el periodista Paco Rengel, especializado en baloncesto, firmó ADN, una novela con tramas sobre la memoria histórica y el periodismo deportivo; Joan Plaza, actual entrenador del Cajasol, publicó siendo técnico del Real Madrid Las mantas de Angelina (y “obligó” en la presentación del libro a algunos de sus pupilos, como Felipe Reyes, a bloquearle el rebote ante la prensa)… Y Phil Jackson, el legendario entrenador de los Lakers, no escribe novelas, pero las “recomienda” como motivación a sus jugadores. A Pau Gasol le tocó 2666, de Bolaño. Y el propio Bolaño, narra en Los sinsabores del verdadero policía un onírico Barça-Real Madrid, con los jugadores de su equipo con las extremidades desdibujadas y Arvidas Sabonis, en el conjunto rival, como único baloncestista visible y reconocible, amo y señor de la pista. Parece ser que, respecto a ese apabullante dominio lituano, en esta ocasión Bolaño no fue un visionario.
Publicado hoy en Diario de Noticias:
http://noticiasdenavarra.com/2011/09/17/deportes/otros-deportes/un-deporte-inspirador-de-obras-literarias