OSTINATO
169. Ese es el número de veces que se repite la misma secuencia rítmica en el famoso “Bolero” de Ravel. Lo contaban hace unos días los miembros de la compañía Lapso Producciones en su divertidísimo, didáctico y talentoso espectáculo “Ad libitum”, en el que también escenificaban una supuesta carta que el músico de Ziburu dirigía a la bailarina rusa Ida Rubinstein, quien fue la que le encargó dicha pieza musical. En esa carta apócrifa Maurice Ravel venía a decir que, teniendo en cuenta la raquítica compensación económica que iba a recibir por su trabajo, había decidido componer una breve secuencia, una célula rítmica, y ejecutar con ella un ostinato in crescendo, es decir, repetirla una y otra vez incrementando poco a poco la intensidad; en otras palabras: que para lo que le pagaba era todo lo que podía ofrecerle.
La historia en realidad no fue exactamente así, hay que entenderla en el contexto humorístico de “Ad libitum” (aunque sí es cierto que a Ravel le daba bastante pereza componer y el que a la postre resultaría genial “loop” de “Bolero” tuvo algo que ver con su vagancia), pero me hizo recordar algo que me sucedió hace unas semanas cuando desde un colegio de Sevilla se pusieron en contacto conmigo para invitarme a ofrecer una charla a sus alumnos, a cuenta de uno de mis libros, que habían leído y al parecer les había divertido bastante. Como en el mensaje no detallaban nada respecto a las condiciones económicas les advertí de que tendrían que cubrir al menos los gastos del viaje y el alojamiento, a lo que respondieron que habían pensado que podríamos realizar el acto por una videollamada, lo cual me pareció lógico. No tanto que añadieran que no podían pagarme nada por la charla, y que de lo que se trataba era de inculcar en los alumnos el valor de la cultura (lo cual es paradójico, porque el valor de la cultura debe de ser de acuerdo con esto, cero); o que, en cuanto a mí, los alumnos ya habían tenido que comprar mi libro previamente (otra paradoja, porque la editorial que lo publicó no acostumbra a pagarme los derechos de autor).
Esta es una situación a la que solemos enfrentarnos a menudo numerosos artistas, escritores, ilustradores, músicos, actores… quienes al parecer estamos obligados a ofrecer nuestro trabajo por amor al arte, nunca mejor dicho, algo que nunca se le exige a un carpintero o una empresa de catering cuando se trata de celebrar actos o jornadas de carácter solidario, educativo o sociocultural (¿se imaginan, por ejemplo, que ese colegio pidiera a su compañía de la luz no pagar las facturas, puesto que se dedican a alumbrar las mentes de sus alumnos?).
Fue algo parecido lo que le expuse educadamente en mi respuesta. Nunca más volví a saber de ellos, pero por curiosidad días después entré en su página web y me encontré con una cabecera en la que, bajo una foto en la que aparecían varios alumnos uniformados sosteniendo una gran bandera rojigualda, el colegio se describía a sí mismo como un centro de formación de futuros líderes con una metodología inspirada en valores culturales y humanísticos. Y eso, en fin, es lo que vienen aprendiendo e inculcando desde hace siglos, en un ostinato histórico, nuestras élites (y no solo ellas): a «respetar» la cultura sin respetar a sus creadores, algo ciertamente asombroso.
Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias), 05/01/2025