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PINTXOS

Jun 27, 2022   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
PUBLICADO EN «RUBIO DE BOTE», COLABORACIÓN PARA MAGAZINE ON (DIARIOS GRUPO NOTICIAS) 25/06/22

Siempre, cuando presento un libro o participo en algún sarao literario, cuento el mismo chiste: “A mí la literatura nunca me ha dado de comer”, digo, y a continuación añado: “Menos una semana que me invitaron de jurado al concurso de pintxos de la Txantrea”. Jajá. Lo que me callo es que a quienes lo hicieron se les escapó que lo habían hecho porque no habían encontrado a otro. Yo debía de ser para ellos una especie de segundo plato, un jurado de segunda división que fue además descendiendo de categoría hasta regional preferente a medida que pasaban los días y se daban cuenta de que mis papilas gustativas sufrían algún tipo de atrofia.

A mí mi incultura culinaria al principio me daba algo de vergüenza, pero esta se fue atemperando cuando comprobé que estábamos empates, pues en realidad allí nadie había leído ninguno de mis libros ni sabía muy bien quién era yo (recordé, de hecho, que cuando me llamaron por teléfono para proponerme participar dijeron también: “¿Tú eras escritor o algo, no?”).

Por otra parte, las degustaciones que hacíamos, unas ocho o diez cada tarde, venían siempre acompañadas de una copa de vino, con lo cual a mitad de las mismas todos estábamos trompas perdidos y ni siquiera el más experto gourmet entre quienes formábamos aquel jurado era capaz de distinguir un frito de pimiento de un cruasán.

A mí, de todos modos, aquello me provocaba un acusado sentimiento de culpa. Me parecía una desfachatez por mi parte haber aceptado participar. Me consideraba además un hipócrita, pues en otras ocasiones me había tocado ser miembro de algunos jurados literarios contra los que había despotricado porque mi voto tenía el mismo valor que el de alguien cuyo autor de cabecera era Alfonso Ussía o Dan Brown o que reconocía sin pudor que no solía leer habitualmente porque se cansaba y se le ponía enseguida el culo carpeta, pero que estaba allí porque era “famoso” o primo de alguien.

Quiero decir que, en general, estoy en contra de este tipo de jurados, y también, dicho sea de paso, de los jurados populares, que por lo visto solo son aplicables cuando se refieren a asuntos culturales. Nadie propone, por ejemplo, una votación popular para decidir, qué sé yo, dónde se pone una rotonda o qué juez debe llevar un caso en la Audiencia Nacional. 

Claro que, volviendo al concurso de pintxos, ¿quién podía negarse a pasarse gratis toda una semana comiendo croquetas de hongos y macerándose en vino crianza? Yo me apunté con todo mi morro, y eso que en una ocasión intenté comerme una navaja con su cáscara y todo (al principio me pareció que el nombre de este manjar era muy apropiado, pero después me di cuenta de lo poco acostumbrado que estaba a las mariscadas) o que otra vez, mientras cataba unos edamames tardé casi un cuarto de hora en darme cuenta de que lo que estaba zampándome eran las vainas que antes habían chuperreteado los otros comensales y dejado en un platito tras extraer de su interior lo que realmente había que comer, las habas.

En fin, supongo que confesar esto me cierra puertas y ya nunca podré volver a emular a Chicote o a Jordi Cruz, pero prefiero tomármelo por el lado bueno y seguir soñando y esforzándome para que algún día la literatura me dé de comer por sí misma, aunque para eso ustedes tendrán que comprar mis libros y no los que escriba un cocinero, una presentadora de la tele o un juez de la Audiencia Nacional.   

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