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PELAZO

Oct 5, 2021   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
POR QUÉ EL CINE QUINQUI FUE TAN IMPORTANTE? - EL PALOMITRÓN

PUBLICADO EN RUBIO DE BOTE, COLABORACIÓN QUINCENAL PARA MAGAZINE ON (DIARIOS GRUPO NOTICIAS) 02/10/21

¿Te acuerdas? Cuando íbamos al instituto el curso comenzaba por estas fechas, en octubre, así que durante casi todo septiembre, cuando las vacaciones ya habían terminado para los demás, la ciudad, sus calles vacías y tristes, sus parques amarillos, sus estanques que comenzaban a cubrirse de hojas, nos pertenecían. Era una sensación extraña. Como si nadie se ocupara de nosotros. Nos sentíamos libres y melancólicos, disfrutando de aquellos días con extrañeza, pues nos parecían tan irreales y fugaces que ya entonces comenzábamos a añorarlos. Era como una metáfora de nuestra propia adolescencia, aunque entonces no nos diésemos cuenta.

Un año, sería en segundo o tercero de BUP, nos compramos unas chupas vaqueras para campar a nuestras anchas por la ciudad desierta, como un ejército invencible y despiadado, humillando con nuestra insolencia juvenil a los derrotados, a los sometidos por sus trabajos, sus rutinas, sus costumbres, que aceptaban con resignación, con sus trajes grises y sus rostros pálidos, en los que ya habían comenzado a borrarse la huella del verano sobre la piel…

Nosotros, a diferencia de ellos, todavía éramos inmortales, todavía conservábamos el calor del sol en el pecho, por eso atormentábamos con nuestras burlas a los calvos, creyendo que nuestras cabezas nunca clarearían o se cubrirían con la ceniza del tiempo, que en ellas resplandecería eternamente la llama y el pelazo de la juventud.

 ¿Te acuerdas? Aquellas chupas vaqueras nos quedaban grandes. Nuestros cuerpos todavía estaban sin acabar de hacer, cambiaban cada día, se llenaban de granos y vello, de olores y secreciones… Dentro de ellos arrastrábamos el cadáver todavía caliente de un niño, que se corrompía lenta y trágicamente. De aquello tampoco nos dábamos cuenta entonces, pero eso era la adolescencia, el duelo por la infancia perdida, el luto por todo los que nos era arrebatado: el juego, la inocencia, el sueño… Por eso nos comportábamos así, de esa manera tan errática. A veces jugábamos al hinque en los descampados y a otras nos fumábamos en ellos chinas de hachís. A veces robábamos en las tiendas de chuches caramelos y otras botellas de cerveza de los camiones de reparto. Queríamos ser mayores pero solo jugábamos a ser mayores. Y a veces el juego era peligroso. Tú no tardarías mucho en darte cuenta.

Yo, por el contrario,  nunca me encontré cómodo dentro de aquella chupa de navajero, siempre sentí que me quedaba grande, y sabía que en el fondo solo era un disfraz, que yo sólo era un impostor, un buen chico, responsable, temeroso, callado, obediente, incapaz de sacarle la faca al destino.  Era además un chico pensativo y con la cabeza llena de tormentas, de modo que creo que ya entonces comprendía que nosotros nos poníamos aquellas cazadoras vaqueras para aterrorizar a los demás, pero que en realidad solo era una manera de ahuyentar, de disimular nuestro miedo. 

Después pasó el tiempo y nos perdimos la pista. Tú continuaste jugando al hinque en los descampados, pero esta vez eran jeringuillas lo que clavabas en el barro de tus venas.

Una vez nos encontramos en la vieja estación de autobuses. ¿Te acuerdas?  Te acercaste a pedirme una moneda y no me reconociste, o simulaste no hacerlo. Fue apenas unos meses antes de tu muerte, de que tú mismo te matarás para no quedarte calvo, es decir, para continuar siendo inmortal. Yo también simulé no conocerte. Fui un mierda, lo sé. Pero te juro, que cada año, al llegar el otoño me acuerdo de ti, querido amigo, y de aquellas semanas de septiembre en las que éramos los reyes de la ciudad. Te lo juro por nuestras chupas vaqueras.

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