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Archive from agosto, 2021

Ago 7, 2021   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

CUENTO DE VERANO

EL ULTIMO “INSTA” DE KOKOTXO

Bob Esponja Borracho - YouTube
Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias) 07/08/21

“Lo que pasa en Basque Abentura se queda en Basque Abentura”. Esa era la consigna entre los trabajadores del conocido parque temático. Hasta que uno de ellos rompió el pacto de silencio y destapó la verdad: bajo la amable apariencia de Txuletontxo, Txakolina o Txistorrón, las mascotas de Basque Abentura, se escondía un mundo subterráneo de alcohol, drogas, orgías… y una siniestra trama de delincuencia organizada y economía sumergida.

Aimar Ahmed Gonzalvo, ese era el nombre del “txibato”; también conocido como Kokotxo, el personaje al que daba vida en el parque, uno de los preferidos de los niños. Fue él quien subió a Instagram el vídeo en que dos de las mascotas más emblemáticas de Basque Abentura aparecían practicando sexo oral, mientras varios de sus compañeros las jaleaban.

La escena tenía lugar en uno de los túneles que atraviesan el subsuelo del parque, una auténtica ciudad subterránea diseñada para albergar los conductos de ventilación o el intrincado cableado de las atracciones (como el Patxaranazo, la interminable caída libre con forma de botella, o el Txalaparta Speed, la vertiginosa montaña rusa); túneles que los trabajadores de Basque Abentura utilizaban como refugio donde tomar un respiro durante sus maratonianas jornadas de trabajo.

Un testimonio anónimo
“Metíamos muchas horas y nos pagaban muy poco”, declara uno de dichos trabajadores, que prefiere ocultar su identidad, “pero la empresa nos compensaba haciendo la vista gorda con las drogas. A veces eran ellos mismos quienes  nos las ofrecían. Era una manera de aguantar el ritmo. En verano, por ejemplo, empezábamos a currar a las once de la mañana y no acabábamos hasta pasada la medianoche”, explica.

Tal vez por eso Basque Abentura también miró para otro lado cuando algunos de sus trabajadores comenzaron a pernoctar en los túneles, o no hizo demasiadas preguntas sobre el pasado de estos (después de todo, no resultaba tan sencillo encontrar a personal dispuesto a pasar jornadas de catorce horas bajo un disfraz en el que la temperatura se acerca a los 45 grados). Algunos de esos trabajadores, de hecho, según se supo después, eran delincuentes buscados en varios países, los cuales encontraron en Basque Abentura una especie de legión extranjera en la que alistarse para borrar sus crímenes. ¿Quién podía sospechar que bajo la entrañable apariencia de Txuletontxo se ocultaba un asesino en serie?

Txakolina fumando crack
El joven Aimar Ahmed Gonzalvo, Kokotxo,  por el contrario, no soñaba como sus compañeros con convertirse en un gran jefe del narco o un traficante internacional de armas. Él aspiraba a ser actor. Todavía no está muy claro si compartió en Instagram su vídeo de una manera inocente, o fue una venganza. “A veces se mostraba irritable”, revela nuestro confidente. “Lo habían sancionado en varias ocasiones por su comportamiento. Una vez le dio una  colleja a un niño que mordió su disfraz de kokotxa, y también había tenido trifulcas con varios compañeros, a los que reprochaba su falta de vocación artística”.

Sea como fuere, su vídeo se convirtió rápidamente en viral. Y tras él aparecieron más. Txakolina fumando una pipa de crack. Txistorrón trazando eses… En uno de ellos, tras la imagen de un grupo de trabajadores haciendo desnudos el trenecito, se aprecia una pintada en la pared: “Kokotxo, txibato, los días que te quedan son una cuenta atrás”. Solo una semana después, cuando la policía irrumpió en uno de los túneles de Basque Abentura, encontraron el cadáver del joven actor Aimar Ahmed Gonzalvo flotando en una caldera de agua hirviendo. Todavía quedaban pegados a él restos de su traje. Su traje de Kokotxo.

CLUB DE LECTURA DE VERANO: MAKINAVAJA

Ago 7, 2021   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

MAKINAVAJA, EL ÚLTIMO CHORISO
de Ramón Tosas, IVÀ

Makinavaja", el último "choriso", cumple 25 'tacos' - Diario de Noticias de  Navarra
Publicado en magazine ON (diarios grupo Noticias) 07/08/21

“¡Hala, y ahora tebeos!”, eso fue lo que dijo alguien la primera vez que llevé un cómic (creo recordar que era Maus, de Art Spiegelman) a una sesión de otro club de lectura. Sucedió hace ya mucho tiempo, cuando los tebeos o los cómics todavía no se llamaban novelas gráficas. Fueron rebautizados de ese modo en un intento por reivindicarse a sí mismos como una disciplina artística con entidad propia, orientada también a un público adulto y en la que el peso literario tiene tanta importancia o más que el de las imágenes.

Asocial, marginado, libre y anarquista
En el caso que nos ocupa, las historietas de Makinavaja, que el genial dibujante catalán Ramón Tosas IVÀ publicó en El Jueves —y que fueron recopiladas en varios tomos, publicados primero por la propia revista satírica con títulos como Quien pelea no está muerto, Somos peligrosos, etc. y posteriormente por la editorial Dolmen siguiendo un orden cronológico—, basta con abrir cualquier página para comprobar cómo los bocadillos con el texto de los personajes  se imponen abrumadoramente sobre los dibujos, los cuales tienen un carácter meramente auxiliar y que además se trazan con un estilo sencillo y feísta (el tupé del Maki es apenas un garabato), como si no quisieran despistarnos del hilo narrativo sostenido por los descacharrantes diálogos que mantienen este delincuente “asocial, marginado, libre y anarquista”, como lo definió Tijuana in Blue en una canción, y sus compinches: Popeye, El Pirata, La Maru, el Moromielda, el Pitufo…

Por si eso fuera poco, el origen del alias de Maki tiene raíz literaria, pues nos lleva hasta Bertolt Brecht y La ópera de los tres centavos, que se iniciaba con una canción a la que el propio Brecht escribió la letra y en la que narraba las peripecias de un asesino de los bajos fondos llamado Mackie Messer (Mackie el Cuchillo); canción que se popularizó rápidamente y tuvo múltiples versiones: Louis Amstrong, Frank Sinatra… o en español el Mackie el Navaja del cantante melódico José Guardiola, que es de donde “el choriso más grande que ha parido madre” toma su nombre (Miguel Ríos también versionó la canción).

IVÀ, Intento de Variación Artística
El creador de Makinavaja, Ramón Tosas, más conocido como IVÀ (un acrónimo de “Intento de Variación Artística”, nombre que intentó dar a un proyecto colectivo que no prosperó y acabó asumiendo y firmando de manera unipersonal), nació en Manresa en 1941 y murió en La Rioja en un accidente de tráfico en 1993, sin dejar por medio apenas una triste entrevista (algo ciertamente sorprendente, tratándose del padre de personajes tan icónicos e inmortales, auténticas cumbres de la cultura pop –por popular—,  como el Maki o el sargento Arensivia de las Historias de la puta mili).

Tras foguearse en revistas como Hermano Lobo o El Papus, de la que llegó a ser director, IVÀ comenzó a colaborar en El Jueves con las historietas de Maki, de las que se nutrió de primera mano, tras vivir una temporada en el barrio chino de Barcelona.

Uy lo que ma disho
IVÀ desde luego tenía buen oído, pero además de eso crea el personaje con un fuerte componente político y social, altas dosis de filosofía y, sobre todo, agitando ese cóctel y convirtiéndolo en molotov con la mecha infalible del humor, de un humor bestia, políticamente incorrecto, irrenunciable, pues rebajarlo o blanquearlo sería matar a Maki (algo que en cierto modo sucedió con las adaptaciones televisivas y cinematográficas). Maki es un romántico, el último choriso, un delincuente que atraca bancos más que por necesidad por filosofía, en defensa propia… Y es también un poeta, capaz de intercalar en su discurso barriobajero auténticas perlas líricas y profundas reflexiones de carácter existencialista o tan contundentes como incendiarias proclamas políticas, siempre próximas a la acracia, junto a los “cagontó” (así, Cagontó,  se tituló también un libro compilatorio sobre el autor, hoy inencontrable) y los “uy lo que ma disho” (las historietas de Makinavaja beben de la oralidad y la jerga del barrio chino pero se regurgitan sobre el papel con un lenguaje propio, inconfundible, que acaba haciendo sus propias aportaciones al vocabulario común con expresiones como “Po fueno, po fale, po malegro”).

Por no hablar de que son, esas historietas, un fresco de aquella España de finales de los 80 y principios de los 90, de sus villameonas, su Barcelona 92, su Quinto centenario, sus pelotazos inmobiliarios y otras universales y olímpicas desfachateces al lado de las cuales ladronzuelos como Makinavaja eran ciudadanos ejemplares.

Maki en el cine
Las aventuras de Makinavaja, como decíamos antes, fueron llevadas al teatro, la televisión y el cine, en adaptaciones que necesariamente resultaban descafeinadas, en las que resultaba complicado —y más en aquella época—encajar lances del cómic como el Maki tirando de recortada contra todo guardia civil o policía que se le pusiera por delante, o su madre, La Maru, una vieja prostituta del Raval, ganándose la vida con sus pajas alegres, es decir, masturbando a sus clientes con cascabeles en las muñecas. A pesar de lo cual, dichas adaptaciones tenían cierta gracia.

Maki fue interpretado por Ferrán Rañé en el teatro (con música de Pata Negra), en el cine por Andrés Pajares (hubo dos películas: Makinavaja, el último choriso y Semos peligrosos, uséase, Makinavaja 2) y en la televisión por el gran Pepe Rubianes.

Aunque El Maki que todos recordaremos siempre será el de IVÀ, el del flequillo como un garabato y los abigarrados bocadillos con sus diálogos afilados y desternillantes, convertido en un clásico de la historieta, el tebeo, el cómic, la novela gráfica, como queramos llamarlo.

Por cierto, y para acabar, después de aquella primera vez que llevé un “tebeo” a un club de lectura, vinieron otras muchas (Arrugas de Paco Roca, Persépolis de Marjane Satrapi, Píldoras azules, de Frederik Peeters… etc.) y ahora son los propios lectores, la mayoría de los cuales antes no habían tenido contacto con el género, los que reclaman más, lo cual resulta emocionante, iba a decir, conteniendo las lágrimas, pero no, será solo “el humo el sigarrillo, que se ma metío en los ojo”.

Crónica sobre «Fragmentario» de Oskar Alegría

Ago 7, 2021   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

EL FABULOSO ALGÓMETRO DE OSKAR ALEGRIA

En Fragmentario Oskar Alegria, el cineasta, fotógrafo y escritor navarro, recopila desde su siempre sorprendente mirada una colección de detalles, historias, secretos… de diferentes obras de arte y del propio edificio del Museo de Navarra para conmemorar su 65 aniversario

Patxi Irurzun / Gara

Mientras transcribo esta charla, que mantuve con Oskar Alegria en una posada de Ultzama,  se cuelan en la grabación voces de los otros comensales o del camarero —“pochas, mollejas, cordero al chilindrón”, declama este en un endecasílabo el menú— y a través de ellas soy capaz de recordar no solo los rostros de aquellos comensales sino también de recrear la terraza en la que hicimos la entrevista, la climatología de aquel día, extrañamente soleado en este verano con panza de burro, o retazos de nuestra conversación off the record (por ejemplo, recuerdo que nos citamos en Ultzama, donde yo trabajo como bibliotecario, porque Oskar decidió acercarse al valle convertido, para otro de sus proyectos, en un cazador, un entomólogo de algunas palabras que revolotean como mariposas raras en el euskara de la zona).

Del mismo modo, en su último trabajo (que no es una película, como cabría esperar tras el éxito de Zumiriki, sino un libro, una guía o, mejor dicho, una antiguía —aunque a Alegria no le guste mucho el palabro—), el cineasta, escritor y fotógrafo iruindarra ha compilado una colección de fragmentos, voces, detalles (una pequeña lavandera de tres centímetros, por ejemplo, en la esquina de un cuadro) de diferentes obras de arte del Museo de Navarra a partir de los cuales es posible reconstruirlas desde otra perspectiva o de los que él articula un relato literario, con su lenguaje siempre particular, poético y evocador.

Fragmentario, se titula de hecho la obra, de la cual se han editado  mil quinientos ejemplares, quinientos de ellos en euskera, y que se pueden adquirir en el propio Museo de Navarra o en el Fondo de Publicaciones del Gobierno de Navarra. 

Carta blanca
“Me cerraron el paso a la salida de una proyección de Zumiriki”, recuerda el cineasta cuando le pregunto cómo se embarcó en este proyecto. “Y me pareció una buena señal. Dijeron que para el 65 aniversario del museo querían que hiciera “algo”, lo cual me pareció muy bonito. Algo. Con el tiempo he desarrollado un “algómetro” que me sirve para detectar cuándo esos “algo” son un marrón o una carta blanca”.

Y esta lo era, desde luego que sí, porque en Fragmentario Oskar Alegria deambula y nos hace deambular con absoluta libertad por el museo, conocer los secretos de sus obras más emblemáticas o reparar en los detalles y los encantos de aquellas ante las que solemos pasar de largo. Alegria lo mismo compone una orquesta con diferentes músicos de varios cuadros del museo y pregunta a los premios Príncipe de Viana de la Cultura Ramón Andrés y Teresa Catalán qué música imaginan que interpretaría esa agrupación musical imposible, que consigue mostrarnos el interior de una de las joyas de del museo, la arqueta de Leire. “La arqueta por dentro es lo contrario de los que se ve por fuera, de esa suntuosidad, las escenas de la vida del sultán esculpidas en marfil… Por dentro, por el contrario, ves la belleza del marfil, sin tocar, y eso tiene también un relato, un momento expositivo”, dice.

Lo mismo voltea Alegria el retrato del Marqués de San Adrián y reconstruye el periplo de este cuadro de Goya a través de las etiquetas que encontramos en su reverso, que fija su mirada en las ventanas del museo, consiguiendo que estas se transformen también en cuadros (lo cual, por otra parte, me hace recordar algunos de mis recorridos por el museo, con mis hijos, quienes inevitablemente acababan asomándose a esas ventanas, atraídos antes por ellas que por los cuadros de santos martirizados, batallas y entierros).

Lo mismo construye, en fin, Alegria un museo imaginario con obras que no están en el Museo de Navarra pero deberían estar, porque pertenecen sentimentalmente a nuestro patrimonio, que pone a conversar o intercambiar miradas a protagonistas de diferentes obras (a la escultura Irten ezin de Oteiza, por ejemplo, con los fugados del Fuerte del monte Ezkaba, cuya silueta se recorta al noroeste desde una de las ventanas).

Y así podríamos seguir, porque la imaginación y la originalidad de Oskar Alegria son torrenciales y consiguen, además, el milagro de arrastrarnos con ellas.

¿Quién sepulta al sepulturero?
Fragmentario por si fuera poco no solo nos lleva por los recovecos de las obras del museo sino también por los del propio edificio que lo alberga, que antes fue el Hospital de Navarra, y que, como nos cuenta el artista iruindarra, tenía hasta su propio sepulturero.  “Se llamaba Martín Iriarte y lo llamaban Malacría. En la guerra de independencia la ciudad estaba cercada por los franceses y Malacría era el único que podía salir de ella, con su carro de los muertos, en el que ocultaba armas, fusiles… Hasta que alguien lo delató y Martín Iriarte fue ahorcado. Y aquí surge una pregunta, con la cual se cierra el relato: ¿Quién sepulta al sepulturero”.

 “Cuajada, tarta de queso o fruta del tiempo”, se cuela en este punto, ahora en alejandrinos, de nuevo la voz del camarero en la grabación, y aunque esta se detiene aquí, a los postres, la charla sigue mientras alrededor revolotean un par de mariposas, trazando estelas en el aire, de mismo modo que hacen en nuestra cabeza todas las historias —como la de Malacría— y preguntas que propone este maravilloso Fragmentario, una guía, en definitiva, escrita para desorientarse, para perderse y para volar alegres y libres.   

Club de lectura de verano: María Luisa Elío

Ago 1, 2021   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

TIEMPO DE LLORAR Y OTROS RELATOS,
de María Luisa Elío

Así se hizo 'Cien años de soledad' / LOS ECOS DE UN CLÁSICO DE LA  LITERATURA LATINOAMERICANA, por Xavi Ayén – Ideas de Babel
Publicado en magazine On (diarios Grupo Noticias) 30/07/21

Yo tenía ya más de treinta años cuando supe que los Escolapios, el colegio en el que estudié de niño, fue durante el golpe de estado de 1936 cuartel general y centro de detención de los requetés, quienes junto con las milicias falangistas asesinaron en cunetas y paredones de todo Navarra, donde no hubo frente de guerra, a más de tres mil personas. El mismo patio contra el que más de una vez, durante los recreos, estampé mi nariz en los partidos a cara de perro de una clase contra otra, se tiñó de otra sangre cuarenta años atrás, cuando los detenidos se arrojaban desde los ventanales de nuestras aulas, incapaces de soportar la idea de que les aguardaba una muerte segura, sin juicio, sin razón, por Cristo, por España y por la puta cara. Las clases en las que los curas nos enseñaban a ser como Dios mandaba, fueron hacía no tanto tiempo calabozos siniestros en los que se torturaba salvajemente en el nombre de un hombre —el hijo de ese dios— clavado en una cruz, es decir, torturado también.

Balas y churros
Lo cuenta Galo Vierge en Los culpables uno de los escasos testimonios directos de la represión fascista en Pamplona, un grito aislado capaz de atravesar el manto de silencio que durante décadas cubrió una ciudad en la que no pasaba, no había pasado nada, en la que muchos de nosotros crecimos ignorando que en los glacis de la Vuelta del Castillo, donde jugábamos al escondite después de la catequesis, pasaron por la piedra a cientos de hombres inocentes.

Galo Vierge, obrero metalúrgico afiliado a la CNT, anota en Los culpables los nombres de las víctimas y de los verdugos, habla (con el corazón ensangrentado en la mano, pero sin rencor) de los detenidos a los que dejaban en libertad para volver a detenerlos por la noche y darles el paseíllo; de los fusilados reclamados meses después a sus viudas o padres, en leva para la cruzada fascista; de los asesinos que cuneteaban a presos y volvían después a Pamplona para postrarse de rodillas ante Santa María la Real, en procesión por el centro de la ciudad; de la caza humana —ni heridos ni supervivientes, era la consigna— tras la espectacular fuga (la mayor en la historia penal de España) del fuerte de San Cristóbal y los cientos de prisioneros que tras huir fueron abatidos como conejos por la laderas del monte Ezkaba.

Los culpables no es el único libro testimonial que nos habla de aquel horror. En Soledad de ausencia, del juez Luis Elío, probablemente el primer detenido en Pamplona tras el golpe militar, cuenta su peripecia personal, cuando tras ser rescatado y ocultado por amigos del bando insurgente, pasó tres años enterrado vivo entre dos paredes, en un cubículo a solo doscientos metros de aquel paredón de la Ciudadela contra el que los pelotones de fusilamiento ejecutaban a decenas de detenidos mientras algunos pamploneses de bien asistían al espectáculo comiendo churros.

Los culpables - Galo Vierge -5% en libros | FNAC

María Luisa Elío y Gabriel García Márquez
Elío conseguiría finalmente huir a Francia y, tras pasar por el campo de prisioneros de Gurs, reunirse con su familia, junto a la cual se exiliaría a México.

Allí crecieron sus tres hijas, una de las cuales es María Luisa Elío, autora de Tiempo de llorar, el libro que nos ocupa hoy, y pamplonesa universal, pues su nombre no solo figura en la dedicatoria de los millones de ejemplares de una de las novelas más importantes de la literatura del siglo XX, Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, sino que además su aportación a la misma fue determinante.

En México María Luisa Elío frecuentó, junto con su marido el cineasta Jomí García Ascot, ambientes artísticos y conoció a intelectuales como Juan Rulfo, Álvaro Mutis, Octavio Paz… o García Márquez, con quien el matrimonio entabló amistad.

Fue, de hecho, María Luisa una de las primeras personas a la que el escritor colombiano contaría, de viva voz, las aventuras de la saga de los Buendía, y también una de las primeras a las que confiaría su manuscrito (una de las primeras personas por tanto que se deslumbraría al leer aquello de: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”). De ella y de su marido recibió García Márquez no solo el aliento, la confianza que todo escritor necesita tras pasar meses, a veces años a solas frente a su obra, sin otro juicio que su propio instinto literario, sino también apoyo económico durante años de penuria, soledad y anonimato.  

Tal vez, quién sabe, si ellos no hubieran estado allí, García Márquez habría desfallecido y nunca habría escrito Cien años de soledad.

María Luisa Elío y la vida propia como fabulación
La familia Elío

Regresar es irse
En cuanto a la obra de la propia María Luisa Elío, Tiempo de llorar, la autora narra el viaje que hizo a su infancia y a su ciudad natal, en 1970, tal vez en un intento de reconciliarse con ambas, y que resulta fallido, pues lo que se encuentra en su regreso a Pamplona, junto a uno de sus hijos, es una ciudad triste, gris, opresiva, un pueblón amurallado, mojigato, santurrón y cazurro, que no le invita a otra cosa que a largarse cuanto antes por donde ha venido (de hecho, Elío arranca su novela con la famosa frase “Y ahora me doy cuenta de que regresar es irse”). El relato transpira esa sensación de vacío, da incluso la impresión al lector de ser un libro fallido, inacabado, que se va desvaneciendo, pero esto a la vez es el mejor reflejo de la herida que dejó en la autora aquella ciudad y aquella niñez arrebatadas por la fuerza de las armas. La herida es, de hecho, tan dolorosa que tal y como cuenta Eduardo Mateo, biógrafo de la autora, esta tuvo que internarse a su vuelta a México en un psiquiátrico y solo así consiguió “curarse de Pamplona”, de aquella Pamplona convertida en una enorme y silenciosa tumba en cuya lápida solo era posible leer los nombres de los caídos de un bando, y en la que todavía cuarenta, sesenta años después, muchos crecimos si saber, sin que nadie nos contara que el colegio en el que nos educamos o las faldas del monte que todos los días veíamos desde nuestra ventana fueron tiempo atrás mataderos, algo que —me refiero a nuestra ignorancia—, por fortuna y una vez más, subsanó la literatura, gracias a libros como Los culpables, Soledad de ausencia, Tiempo de llorar o algunos más recientes como Sin piedad, de Fernando Mikelarena, Agerre y Garcilaso, de Iván Giménez, El escarmiento y El botín, de Miguel Sánchez-Ostiz, Los promotores del 36 en Navarra, de Aitor Pescador, Matones, de Bingen Amadoz, Entre rejas, de Hedy Herrero, Fuerte de San Cristóbal, 1938 de Félix Sierra e Iñaki Alforja, El cementerio de las botellas (Francisco Etxeberria, Koldo Pla…) , Navarra 1936, de la esperanza al terror, de Mari Jose Ruiz, Juan Carlos Berrio y Jose Mari Esparza… y al infatigable trabajo de editoriales como Pamiela o Altafaylla kultur taldea y de historiadores como José María Jurío que los hicieron posibles.

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