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Club de lectura de verano: Karmele Saint-Martin

Jul 10, 2021   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Patxi Irurzun

Los rayos paralelos, y otros cuentos
KARMELE SAINT-MARTIN

Karmele Saint-Martin, Carmen San Martin, Carmela V. de San Martin, Carmela V. de Saint-Martin, Carmela Saint-Martin… Con todos esos nombres firmó sus obras la escritora pamplonesa. Como si no acabara de encontrar acomodo, de sentir el reconocimiento que merecía una obra literaria que hasta el día de hoy sigue siendo en buena medida desconocida a pesar de sus méritos literarios y la contundencia y actualidad de buena parte de, sobre todo, sus relatos, con los que bien podría girar hoy en día por semanas y festivales de literatura negra, por ejemplo.

(Karmele Saint-Martin fue el último de los nombres literarios que adoptó y por eso es el que mantenemos aquí, aunque quizás con el que más se prodigara o al que haya que recurrir para encontrar muchos de sus libros sea Carmela Saint-Martin).

Vínculos familiares
Su nombre real era María del Carmen Navaz Sanz. Nacida en Pamplona en 1895, era hija de María Ana Sanz, directora durante años de la Escuela Normal de Maestras de Navarra y pionera pedagoga, que reivindicó la promoción de la cultura y la lectura como fuente de aprendizaje, fuente de la que Karmele bebió desde su más tierna infancia. Uno de los hermanos de Karmele fue José María Navaz Sanz, amigo de Federico García Lorca o Luis Buñuel (a quienes conoció en la Residencia de Estudiantes) y actor de La Barraca, además de prestigioso oceanógrafo y jugador y entrenador de Osasuna en la década de los 20 del pasado siglo. La figura de José María Navaz ha sido rehabilitada y reivindicada recientemente en libros como Tras la pista de Federico García Lorca, de Joseba Eceolaza (en la que se sigue el rastro del poeta en una visita a Navarra) o Rojos. Fútbol, política y represión en Osasuna de Mikel Huarte, aunque curiosamente en ninguno de los dos se establece el vínculo familiar con la escritora.

José María Navaz Sanz (izqda.) con Federico García Lorca.

Un toque ligeramente negro
Karmele, no obstante, publicó nueve libros de relatos, dos novelas y algunas obras de literatura infantil, y ganó o fue finalista de prestigiosos premios literarios como el Leopoldo Alas para libros de cuentos, el Premio Doncel o el Premio Sésamo.

Y eso a pesar de que comenzó a escribir, o al menos a publicar, de manera tardía, con casi cincuenta años, tras la muerte de su marido Rufino San Martín,  de quien tomó y afrancesó su apellido literario y junto al que se instaló primero en Madrid y posteriormente en Donosti, donde hoy una de sus calles homenajea a la escritora, distinción de la que carece en su ciudad natal (al menos su madre, María Ana Sanz, nombra desde hace décadas un centro educativo público en el barrio de la Txantrea).

Karmele Saint-Martin publicó su primera colección de relatos en 1959, con un título que es una declaración de intenciones: Ligeramente negro. Muchos de los cuentos de Saint-Martin tienen, efectivamente, un toque que los aproximan a la literatura negra, son cuentos poblados por personajes marginales o grotescos, con episodios truculentos, revanchas, arrebatos violentos, asesinatos, suicidios, estallidos de locura… Formalmente, sus relatos se caracterizan por sus finales sorprendentes y cerrados, giros que dan un sentido inesperado o resuelven la tensión creada, y que en ocasiones recuerdan a los de algunos autores del siglo XIX, maestros del género como Edgar Allan Poe o especialmente Guy de Maupassant. Y, en ellos, como en los de Maupassant, también late en ocasiones cierto tono zumbón, en el que el desasosiego y la burla revolotean junto a nuestra oreja.

Los rayos paralelos
En el libro que nos ocupa, Los rayos paralelos, publicado cuando la autora ya tenía más de ochenta años, esta recupera algunos relatos que ya habían aparecido —aunque no todos— en otras de sus colecciones, por eso, por su carácter compilatorio, lo hemos elegido (del mismo modo podríamos haber elegido otra antología, Cruel Venecia, publicada por el Gobierno de Navarra y con edición de J. L. Martín Nogales, que incluye un estupendo y completo estudio sobre la autora y su obra).

Y así, podemos encontrar en Los rayos paralelos cuentos afilados como navajas, es el caso de Celos, una historia en la que ese sentimiento de posesión se enquista durante años y en la que, en apenas unas intensas páginas, aparecen muchos de los elementos antes mencionados: la violencia, el suicidio, la locura…

O Tablas, uno de los relatos sobre los que sobrevuela la influencia de Maupassant, en concreto la de sus cuentos de guerra. En él se nos narra el encuentro entre un pelotón de soldados liberales y una partida de carlistas, que los oficiales al mando, cansados de los horrores y la crueldad de la contienda,  saldan de manera amistosa, simulando que ese encuentro nunca se ha producido.

No faltan tampoco cuentos con elementos fantásticos, como La exposición, que bien podría haber servido de inspiración para una película como Noche en el museo, pues en él nos topamos con el vigilante nocturno de un museo que ve cómo las piezas de la exposición Oro del Perú cobran vida y él mismo se convierte en un ídolo inca.

Y hay, además, cuentos de aventuras, misterio, terror (especialmente reseñable Mi santa madre, en el que aparecen en una cámara frigorífica colgados de unos ganchos varios cadáveres), u otros protagonizados por enanos, gordas — orgullosas de serlo—, niños en sillas de ruedas…

El ciclo vasco
En sus últimas colecciones de cuentos Karmele Saint-Martin se interesó por temas relacionados con la cultura, la historia y el folklore vascos. Por ejemplo, con Las seroras vascas (no es una errata, la seroras eran sacristanas que se dedicaban a cuidar iglesias y ermitas) o con el que tal vez sea su libro más conocido, Nosotras, las brujas vascas, que prologó Julio Caro Baroja y algunos de cuyos relatos recuerdan, por cierto, a otros, como La dama de Urtubi, que el tío de este, Pío Baroja, incluyó en el que fuera su primer libro, Vidas sombrías.

Karmele Saint-Martin es, en fin, una autora injustamente olvidada o no lo suficientemente reconocida y que merece, sí, una calle en su ciudad natal —aunque ya me veo que entonces surgiría un enconado debate sobre qué nombre elegir para la placa, ¿Karmele, Carmela?, algo que podría solucionarse utilizando el título de alguno de sus cuentos: Calle las Gordas, Calle Dos navajazos, Calle Mi santa madre… creo que a ella le haría cierta gracia eso—; y es también y, sobre todo, una autora que merece la pena ser leída.  Que es, a fin de cuentas, de lo que se trata aquí.

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