Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para el magazine ON (diarios de Grupo Noticias) 28/11/2020
A menudo a quienes llevaban las tiendas de chuches no
parecían gustarles mucho los niños. Uno no sabía si eran ya así antes de
dedicarse a ello, lo cual parecía una contradicción, o si había sido el transcurso de los años lo
que los había convertido en personas desconfiadas e impacientes, después de ver
a legiones de niños y niñas ejerciendo sus primeras prácticas de economía
doméstica y recorriendo vacilantes y nerviositos perdidos el mostrador de una
esquina a otra: “Uno de estos… otro de aquellos…”. A algunos de aquellos tenderos
la amargura hasta les había esculpido el rictus y eran conocidos entre la
chavalería con apodos como la Bulldog o el Herodes.
En un escalón superior estaban ya los encargados de las
salas de juegos, a los cuales la aspereza del carácter se les presuponía ya
asociada al cargo (yo, de todos modos, no frecuenté mucho aquellas salas, que las
recuerdo algo sórdidas, tal vez porque la única a la que fui alguna vez era una
catacumba a la que se accedía por unas escaleras estrechas, al final de las
cuales te esperaba un mundo nuevo y peligroso: chicos con cara de malotes y
ademanes machirulos jugando al billar o al futbolín; humo de cigarrillos
Fortuna —cuál si no— flotando en el ambiente; marcianitos que hacían bip-bip y
se multiplicaban exponencialmente; duros que las ranuras de las máquinas de
petaco se tragaban insaciables mientras sonreían como hienas, enseñando sus
dientes de neón; y, por supuesto, aquellos encargados que parecían más bien
boquis, funcionarios de prisiones de alta seguridad y que detrás del mostrador
guardaban siempre una barra de hierro).
Y estaban también, en el mismo gremio, los vigilantes de
jardines, a los que llamábamos los japis,
otra contradicción, porque sus días eran de lo más infelices, los pasaban
persiguiendo a los chavales que tirábamos bolas de nieve a los autobuses desde
las murallas o nos arrojábamos de cabeza sobre los túmulos de hojas muertas que
los barrenderos amontonaban en otoño, desarbolándolas. “¡Qué viene el japi!”, gritábamos cuando los veíamos llegar con la vara en alto.
Con el tiempo los japis y sus boinas
verdes, como de guardia civil para niños, desaparecieron, seguramente porque
alguien se dio cuenta de que si no había japis
a los niños ya no nos hacía gracia romper las farolas a pilongazos.
Pero también había vendedores de chucherías joviales,
dicharacheros, vocacionales, como el Mesié, que tenía su tiendita en el
mismísimo patio del colegio, en un agujero que se abría milagrosamente en la
pared de un frontón y desde el que canturreaba canciones francesas mientras
despachaba chicles Cosmos (los que sabían a regaliz negro, al menos durante los
primeros diez segundos) o Cheiw (“¿Tiene chicles?” “¿Cheiw?”, “No, deme
chinco”), plutones (aquellos sobre sorpresa, una especie de lotería infantil,
de iniciación en la ludopatía) o pastas de canela y azúcar glass (que a mí me
parecían deliciosas hasta que alguien me dijo que los tenderos meaban en una botella
por no salir de sus kioskos, y entonces yo cada vez que cogían una de aquellas
pastas me imaginaba que segundos antes habían sostenido su pajarito, el canario
al que acababan de cambiar de agua, con los mismos dedos).
O como El Moreno, que desde su kiosko junto a la Plaza de
Toros tiraba al arrebuche cada viernes caramelos u organiza carreras y premiaba
a quienes las ganaba con alguna bolsa de pipas. El Moreno era un adelantado, un
intuitivo y potencial experto en marketing. Y, tal vez sin pretenderlo, ayudaba
con sus métodos a subsistir a la competencia, porque también había chavales que
nunca ganaban las carreras o que preferían, antes que revolcarse por el suelo
mojado y pelear con los demás para llevarse gratis al bolsillo un caramelo,
pagarlo en la Bulldog o en Chucherías Herodes.
Las tiendas de chuches eran, en fin, un mundo, o el mundo mismo, el mundo que nos aguardaba.
“La creación poética ha de ser siempre una revolución permanente”
El poeta iruindarra Alfredo Rodríguez compila en una antología ficticia
la obra de seis poetas navarros apócrifos de los siglos XV y XVI, la que pudo
ser la edad de oro de Nafarroa, en un brillante juego literario, al que también
contribuye el prólogo de Mikel Zuza.
Advierte
de antemano el poeta de que los autores de esta antología, Urre Aroa, Seis
poetas de Tierra Naba, reeditada por
Pamiela, nunca existieron, pero también de que es probable que con el tiempo se
tomen por reales, y de hecho en algunas catalogaciones bibliográficas ya
aparece el propio Rodríguez como compilador y la obra como colectiva. El juego
literario, de ese modo, daría una nueva vuelta de rosca y quién sabe, tal vez
de aquí a algún tiempo serviría para reivindicar la sólida obra del autor
navarro a partir de sus heterónimos. En “Urre Aroa” Alfredo Rodríguez
habla como un ventrílocuo a través de ellos, con sus diferentes voces (la
poesía épica de Xabier de Zuriquoain , el eukera roncalés de Fermín de Arrax,
los poemas amorosos de Vicente Racais de Yuso…), pero conserva al mismo
tiempo en todas ellas la suya propia, su profundidad existencialista. Por si
fuera poco, el también escritor navarro Mikel Zuza, quién mejor que él, se suma
a la fiesta con un estupendo prólogo para esta nueva edición (la anterior es de
2013) que da carta de naturaleza a estos
seis poetas navarros que puede que nunca existieran, pero que aquí adquieren
vida literaria propia.
¿De dónde surgió la idea de hacer esta
antología ficticia, este juego literario?
Hay un libro muy bueno, y que siempre me fascinó, de mi maestro más directo, el poeta novísimo José María Álvarez, que él tituló precisamente La edad de oro, compuesto de poetas apócrifos de su tierra, Cartagena. Así que me he limitado a reproducir su idea, y donde había poetas cartagineses, fenicios o romanos, yo he puesto poetas vasconavarros. ¿Por qué no íbamos a tener aquí grandes poetas como aquellos? Si ocurrió con Shakespeare y la Inglaterra isabelina de hace más de quinientos años, o con Rilke protegido por la nobleza del Imperio Austro-Húngaro en el siglo XIX, ¿por qué no habría de ocurrir aquí, en el viejo reino de Navarra, algo parecido? Existieron los trovadores medievales como aquel Teobaldo I, que fue rey. O existió Bernat Etxepare, primer poeta en lengua vasca que se conoce, navarro de Ultrapuertos. Y aquí vivió y murió César Borgia, príncipe del Renacimiento, batallando por una de nuestras causas perdidas. Así que ¿quién dice que no podrían haber existido perfectamente estos viejos poetas entre nosotros?
-¿Se le pasó por la cabeza en algún momento
no desvelar la verdad?
Pues sí,
muchas veces. Hubiera sido muy divertido. Pero quizá habría incurrido en algún
tipo de irregularidad ética. De todas formas en la base de datos de la
Biblioteca Nacional este libro consta ahora mismo como una recopilación de
diferentes autores. Y yo como recopilador. Puede comprobarse. Y en cuanto pase
un tiempo, no muy largo, así quedará para siempre, para cualquiera que se
acerque a él. Nadie recordará que todo había sido inventado. Pues son muy pocos
los que se percatan de ello ahora mismo, si yo no se lo advierto de antemano.
Es tal la ignorancia sobre nuestro propio pasado que es posible inventarse
cosas y nadie se daría cuenta.
-En el prólogo de Mikel Zuza se inventa
además una serie de datos biográficos para los poetas de Tierra Naba ¿fue algo
a posteriori, o al revés, él los ideó a partir de los poemas, cómo se relaciona
una cosa y otra?
En
realidad los poemas de cada apócrifo vienen precedidos en el libro por unas
sucintas biografías tan precisas como falsas, que inventé para que el tono
resultara así más creíble, más verosímil. Mikel Zuza, que ha hecho un prólogo
espléndido y divertidísimo, realza aún más esa pretendida verosimilitud
haciendo coincidir datos y fechas, y alimentando aún más el mito de estos
poetas, con más detalles e ideas muy bien traídas que surgen de su cabeza. Al
final, es como si entre los dos estuviéramos creando, con mil pedazos
imaginarios, un pequeño monstruo de Frankenstein sobre la antigua poesía
navarra.
-Por cierto, esa afortunada expresión, la Tierra
Naba, ¿de dónde surge?
Pues
además de ser un bonito juego de palabras, Nabarra-Tierra Naba, creo que la
idea la rescaté de una de las posibles e infinitas teorías sobre el origen
etimológico de Navarra. La expresión nava
sería una tierra llana rodeada de montañas, que debió ser lo que vieron los
soldados de Pompeyo al llegar a la Cuenca de Pamplona. O así lo quise imaginar.
-¿Ha sido complicado establecer para cada
uno de los poetas su propio tono, los temas que abordan, etc.?
Los
poemas existían ya antes que los poetas. Durante un periodo muy productivo de
diez años fui publicando varios libros de poemas, pero a la vez había una serie
de poemas que iba escribiendo por otro lado y que veía que no tenían cabida en
esos libros, que no pertenecían a ellos, sino a una especie de vía alternativa
de mi poesía que aún no sabía muy bien cuál era. Y me junté, al final de ese
periodo, con unos sesenta poemas acabados y muy trabajados. Y llegó un momento
en que advertí ahí, con el paso del tiempo, que en esos poemas se distinguían o
se daban diferentes voces mías, diferentes temáticas, diferentes miradas de
poeta, diferentes formas de entender la poesía. Y se me ocurrió entonces
reconducir todos esos poemas hacia esta idea de un libro de apócrifos e ir
asignándoselos a cada uno de ellos.
-¿Qué destacaría de cada uno, o de alguno de ellos?
Pues
encontramos desde un laureado poeta, recompensado al parecer con el favor real
y que escribía poemas de enjundia o con mucha altura de vuelo (Henrique de
Ariztarai); u otro que escribía sus versos en su lengua vernácula, el eusquera
antiguo del Roncal, la vieja y misteriosa lengua (Fermín Arrax); pasando por
alguien que tuvo que exiliarse por misteriosos motivos que no se nos dicen, y
cuyos poemas se adscriben claramente al género de la poesía épica o de combate
(Xavier de Zuriquoain); o un hidalgo, un caballero que nos ofrece poemas de
hidalguía o de ideal caballeresco (Miguel de Unzit); o un poeta muy enamorado
que nos entrega poemas de amor, pero no de un amor convencional, sino de un
amor extraño, atípico (Vicente Racais de Yuso); hasta un judío navarro, un
sefardí, cuyos poemas contienen un fondo sagrado o trascendente (Inaxio de Huvilzieta).
-Supongo que también habrá sido muy exigente
para usted acomodar su poesía a la de esa edad dorada en que se ubica la
antología. ¿Manejó algún referente, le interesa especialmente esa época,
literaria e históricamente?
Siempre me he sentido atraído por la
poesía de corte antiguo pero hecha desde el presente por autores
contemporáneos, por la poesía épica que puedo reconocer en poetas como Julio
Martínez Mesanza y su libro Europa,
por el que siempre me dejé fascinar. No he podido ocultar algunas de mis
inquietudes personales tras las máscaras de estos apócrifos, pero es de eso
mismo de lo que se trata, de que el poeta encuentre nuevos medios para
explorarse a sí mismo. He buscado, además, cierta nobleza antigua en la
expresión, que hiciera más creíbles a los poetas incorporados a esta antología.
Finalmente, siempre se trata de poesía, ya se presente ésta bajo el disfraz que
más le plazca, y en ese sentido podría decirse que el libro está cumplido.
Porque la creación poética ha de ser siempre una revolución permanente. O no
será nada o muy poca cosa.
-Me parece encontrar, por cierto, en el
libro algo en lo que coincide con su prologuista, Mikel Zuza, de lo que ha
hablado en otros libros, una reivindicación o añoranza de esa Navarra, antes de
la conquista, o de lo que pudo haber sido esta sin conquista, esa especie de
república ideal de las letras…
Sí, eso
es algo en lo que hemos coincidido los dos plenamente, como si fuéramos almas
gemelas. En realidad no nos conocíamos pero sí que había leído asombrado sus
libros históricos. Y sí, esa época anterior a
la conquista de Navarra siempre la he imaginado, o la he querido imaginar, como
una época de esplendor artístico, una fase intensa de desarrollo económico y
cultural que pudo facilitar el florecimiento en las artes, en literatura, y
principalmente en poesía. Y que trajo consigo una
época mítica o de esplendor de la poesía navarra, una edad de oro.
-¿Habrá más libros siguiendo esta senda,
aparecen nuevos autores navarros desconocidos?
Pues tengo ya casi terminado un libro a nombre de uno de estos apócrifos, Henrique de Ariztarai, y ambientado también en la época de la conquista, pero situando la acción en el territorio de la frontera sur, la Hego muga con Al-Andalus, el desierto de las Bardenas, un territorio que imagino como una línea de castillos semiderruidos y azotados por el viento. La idea surgió en un viaje allí el año pasado. Llevaba tres años sin escribir un solo verso y, de repente, un día de sol y viento en las Bardenas ‒donde no había estado nunca‒ los poemas empezaron a brotar de nuevo ante aquella belleza inefable. Anduve todo el día por allí como alucinado con la cabeza bullendo de versos nuevos que iban naciendo. Me hablaban y estaba como traspuesto, como zombi. La poesía me estaba llamando otra vez, cuando parecía que me había abandonado, como en una vocación irremediable.
Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal para magazine ON (diarios de Grupo Noticias) 14/11/20
El otro día me mordió un perro el culo. La sangre no llegó a
la acera porque como soy de complexión tirillas y tengo el culocarpeta el
hijoperra no pilló chicha. Me quedé, de todos modos, dolido. Psicológicamente
hablando. Yo me había fijado en el chucho desde unos cuantos metros antes de
llegar a él. Parecía un perro muy salado. Una mezcla de labrador y pastor
vasco. Al pasar a su lado le miré a los ojos con simpatía. Y seguí caminando.
Fue entonces cuando él me atacó. Por la espalda y ladrando estrepitosamente,
como si además de herirme quisiera humillarme, que todo el mundo lo supiera. El
perro, por suerte, era un poco lelo o el día que explicaron en la escuela de
adiestramiento lo de perro ladrador poco mordedor no fue a clase, de modo que
solo noté sus dientes rozándome la escurrida nalga y su hocico poniéndome el
pantalón hecho un asco de babas. Además,
aunque no tenía el preceptivo bozal, su dueño al menos llevaba a la fiera atada
y pudo retirarla de un tirón antes de que encontrara otras partes blandas.
—Uy, perdón, no suele hacer esto —se excusó, tan azorado que
a mí hasta me dio pena.
—Nada, nada, que no me ha hecho nada —dije, como si la
víctima fuera él, sin darme cuenta de que ese “suele” en realidad quería decir
que, por lo menos alguna otra vez, sí debía de haber mordido o intentado morder
a alguien.
Todo eso lo pensé después. Siempre se nos ocurren después
las cosas que debíamos haber hecho o dicho. También pensé después, y eso fue lo
que me afectó psicológicamente, qué fue lo que llevó a ese perro a atacarme.
Era injusto. Yo no le había hecho nada. ¿Qué vio en mí para sentirse amenazado?
¿En el mundo de los perros soy un tío chungo? (La relación con ellos, a lo
largo de mi vida, ha sido de hecho complicada. Una vez, de niño, un perro lobo
vino corriendo hacia mí por las pasarelas de Pamplona y yo aterrorizado decidí
tirarme de cabeza al río. Para más inri, era verano y apenas corría un palmo de
agua. Otra vez un uno de esos dogos enormes intentó violarme en Salou. Y otra,
hablando de daños psicológicos, fue Miguel Bosé quien lo intentó; en un sueño, eso
sí, es decir, en una pesadilla, aunque aquellos a quien se lo contaba me decían
“¿Miguel Bosé? Qué suerte” —eran otros tiempos— y yo no entendía nada).
El caso es que, volviendo al primer ataque perruno y tratando de buscarle una explicación elaboré
la siguiente hipótesis: yo iba aquel día vestido de negro, con gorra y con mi
también preceptivo bozal, es decir, mi mascarilla. Me imaginé, retomando la
idea anterior, que a aquel perro
efectivamente lo habían llevado a una escuela de adiestramiento. A alguna para
proteger tu casa de los ladrones y de los okupas. Hay una preocupación terrible
últimamente con los okupas (que es inversamente proporcional a la que hay por
los desahucios). Hablan a todas horas en la tele de los okupas (y después ponen
los anuncios de Securitas). Ya no puedes bajar tranquilo a comprar el pan
porque cuando vuelvas a casa habrá un okupa comiéndose un bocata de mortadela en
tu sofá—aunque sea con pan duro—… Total que, pensé, no debe de ser extraño
que en las academias de adiestramiento canino enseñen a los chuchos a
convertirse en asesinos de okupas. “¡Ataca, Tobi, ataca!”, y el muñeco que hace
de okupa va vestido de negro, con gorra, enmascarado y con una camiseta de Lendakaris
Muertos.
El perro, en definitiva, había intentado morderme el culo de acuerdo con un reflejo pavloviano. Lo cual, por otra parte, en cierto modo lo excusaba. Lo terrible de toda esta historia, y a lo que yo quería llegar, es que entonces a quien convertía en culpable era a su dueño. El perro era una prolongación de su dueño. Y a su vez a este había otros intentando ponerle la cadena, adiestrándolo para lanzar mordiscos indiscriminadamente a todo el que se mueva, a todo el que lleve una camiseta negra, a todo el que te mire a los ojos. Cada vez hay más perros guardianes en las calles, y en los telediarios, en el Telegram, incluso en las barricadas… Adiestrados para morder, para morderse entre ellos o a sí mismos. De momento no han pillado chicha, pero ya empiezan a dejar todo lleno de babas. Eso fue lo que pensé, mientras me rascaba dolorido mi culocarpeta.
Albert Pla publica su segunda novela “España en guerra”, una tan descacharrante como turbadora comedia bélica que tiene como punto de partida la independencia de Catalunya y una declaración de guerra de España para impedirla, con los americanos de por medio estableciendo el orden, o sea, el caos y la destrucción.
Patxi Irurzun
Un presidente de Catalunya al que descerraja un tiro en la boca el soldado norteamericano más guapo para que dé bien en la tele, una botella de Coca-Cola convertida en el santo grial, las obras de la Sagrada Familia finalizadas por la vía rápida (un zambombazo lanzado desde un portaviones yanqui), la presidencia del F.C. Barcelona en manos de VOX… Son solo algunos de los pasajes que podemos encontrar en “España en guerra” la segunda novela de Albert Pla, después de “España de mierda”. En “España en guerra” el cantante catalán parece ponerse a jugar con soldaditos de plástico, imaginar los lances más rocambolescos y sangrientos, en una comedia bélica, como él mismo la ha definido, que sin embargo recuerda sospechosamente a la realidad o bebe hasta el delirium tremens de ella. Después de todo, los soldaditos americanos a menudo —en Irak, en Vietnam, en Afganistán, en Somalia… — no son de plástico sino de carne y hueso y de metanfetamina esnifada a través de un billete de dólar o de papel de biblia, que para el caso, in god we trust, es lo mismo. En esta novela, escrita en castellano pero aparecida primero en catalán porque nadie se atrevió a publicar la edición original (y que ahora, por fin, ve la luz de la mano de Desacorde Ediciones) Albert Pla se plantea qué sucedería si esos americanos desembarcaran sobre la piel de toro a poner orden y restablecer la paz, ja, ja, ja, tras una declaración de independencia de Catalunya y otra de guerra por parte de España. Pueden ustedes imaginarse las consecuencias si quien lo narra es Albert Pla, con ese tono inocente-cabrón que a menudo nos susurran sus canciones y que recuerda al de un niño — en concreto al de aquel niño que gritó que el emperador iba desnudo—. De “España en guerra” hablamos a través de una videollamada con este artista singular que, no obstante, se considera un intruso, un disimulador profesional, y a quien de paso, le preguntamos también por algunas de sus últimas ocurrencias, como “Albert te llama”, una iniciativa gracias a la cual sus seguidores pueden disfrutar de una actuación exclusiva, también a través de una videollamada de whatsApp, o por “España de Borbón”, la serie histórica que está contando sobre esta simpática dinastía real a través de una serie de capítulos en youtube. Ah, y si hay a quien todo eso no le resulta suficiente, Albert Pla se subirá también al escenario de Jimmi Jazz, en Gasteiz, el 20 de noviembre y al día siguiente, el 21, al de Zentral, en Iruña, pandemia mediante (los conciertos han sido finalmente suspendidos)
En España en
guerra aparecen episodios de corrupción, un rey que se autoexilia,
inmatriculaciones de la iglesia, un incidente con militares en un bar de
Altsasu… ¿Podemos aplicar eso que se suele decir: “Cualquier parecido con la
realidad es pura coincidencia”?
Es una
coincidencia menor.
Pero sí que
parece haberse inspirado en ese tipo de sucesos.
Sí, claro, me he
quedado corto.
La trama de
la novela es una declaración de independencia de Catalunya, a partir de la cual
España le declara la guerra. ¿Cree que puede suceder algo así, más allá de la
ficción?
Yo creo que sí,
que España estaría dispuesta a ir a la guerra contra Catalunya o el País Vasco
si declararan su independencia, estoy convencido.
La verdad es
que para esta novela, que usted ha calificado de comedia bélica, no le ha faltado materia prima: el barco de
los piolines, aquellos antidisturbios acantonados en un hotel de Calella,
gritando a coro, o como si fueran un coro, o un grupo de teatro: “¡Que nos
dejen actuar!…
Claro, era una
novela que ya estaba escrita, tanto por parte de lo que pasa en este país, como
por parte de los americanos, es la misma historia de siempre lo único que he
hecho es situar en España lo que hacen los americanos habitualmente, porque
cuando pasa en otros sitios es muy divertido y hacen películas y les dan Oscars
y todo, mira Apocalypse Now, que llevan diciendo toda la vida que es muy
buena, pues pregúntaselo a los hijos de los que mataron los americanos, si es
buena la película; pero claro, cuando te lo imaginas en tu propio país ya no es
tan divertido sino que resulta chocante.
El tema de la
guerra es recurrente en algunos de sus trabajos, por ejemplo en su obra de
teatro “Miedo”. ¿Es la guerra uno de sus miedos?
La guerra está
presente siempre, estamos abocados a ella, somos depredadores por naturaleza,
de hecho nosotros hemos participado en guerras, ¿no? Bombardeamos Irán,
Afganistán, nuestras bombas, las que pagamos con nuestros impuestos, cayeron
allí.
Hemos
mencionado “Miedo”, la obra de teatro. Usted también ha hecho cine, por
supuesto están sus discos… ¿Cómo distingue cuál es el formato en qué quiere
contar cada idea?
Es como me lo pide el cuerpo. Lo más difícil es siempre encontrar el formato, sí, pero, bah, te los vas inventando, ahora mismo con la “España de Borbón”, me dije: “Lo voy a hacer en vídeo”…No sé, siempre buscas el sistema que te resulte más sencillo, para explicar una situación o una sensación, no es algo premeditado, sale como sale…
“España de
Borbón” son unos pequeños vídeos en youtube en los que va contando a su modo
cómo ha sido la historia de esta dinastía… No es la primera vez que arremete
contra la monarquía. ¿Cuánto creen que durará esa institución?
Ah, a mí me da
igual que dure, si no mandaran los borbones, mandaría otro mamón, la pirámide
está construida y alguien tiene que estar ahí, no es una cuestión de este país,
es una cosa de la propia humanidad.
Los videos
borbónicos están muy documentados ¿Le gusta la historia?
Sí, hay mucho
rigor, y de hecho ahora estoy haciendo un programa en la radio de historia. La
verdad es que siempre me ha gustado la historia, sí.
Su faceta más
conocida es indudablemente la de músico. ¿Se acuerda de cómo empezó, de cómo
compuso su primera canción, por ejemplo?
Sí, claro, me acuerdo de que empecé a cantar un día en Jaén, y me dieron un premio y que al día siguiente era profesional, y así empecé a disimular, haciéndome pasar por un profesional, y hasta hoy.
Su primer
disco fue publicado en 1989, es decir, han pasado ya más de treinta años. ¿Qué
piensa cuando mira atrás?
No pienso nada,
pienso que es muy fácil hacer canciones, y que al revés que a todo los demás
cantantes me encantan mis primeras canciones, de hecho me gustan más que las
últimas…
Durante todo
este tiempo, además de sus trabajos propios ha colaborado con un montón de
gente, Fermín Muguruza, Pascal Comelade, Robe Iniesta…
Es la suerte de
este oficio, que conoces gente a la que admiras y que puedes trabajar con
ellos, eso es genial.
¿Hay alguien con
quien le gustaría particularmente trabajar?
No, no quiero
trabajar con nadie, mi intención no es ninguna, de repente se me cruza por el
camino una oportunidad, pero no tengo ningún deseo particular de colaborar con
nadie.
Ha hablado
antes de que usted es poco menos que un intruso, supongo que ahora como
novelista también lo sentirá o se lo habrán hecho sentir.
Yo siempre seré
un intruso, lo fui cuando empecé como cantautor catalán, luego en el flamenco,
luego en el rock, en el teatro, en la televisión, y ahora en la novela, claro,
faltaría más.
Pero en todo caso es un territorio, el de la escritura, en el que se siente cómodo…
Sí, me resulta
fácil, si no, no lo haría.
Con esta
novela suya ha habido una especie de recorrido al revés, usted la escribió en
castellano y como no encontró a nadie que quisiera publicarla la tradujo al
catalán, en cuya lengua apareció publicada por vez primera.
Las dos novelas
que he escrito las he escrito en castellano, sí, por suerte tengo a Martí
Sales, que me hace las traducciones al
catalán y como sabe mucho al final los míos parecen libros de verdad. Pero sí,
ha sido un camino al revés, no encontré a nadie que quisiera trabajar conmigo.
¿Y cómo llega
a hasta la editorial Desacorde para publicarla finalmente en castellano?
Me habló Fermín
Muguruza de ellos, les llamé y ya está, todos encantados.
No sé si le
parece extraño tener que hablar de los libros, o los discos en las entrevistas,
tener que explicarlos, en lugar de que estos lo hagan por sí mismos. ¿Le gustan
las entrevistas?
Me explico mejor
en los libros y en las canciones que en las entrevistas, pero últimamente en
las entrevistas el nivel es tan bajo que me conformo con que los periodistas
hayan leído el libro.
Nosotros lo
hemos leído, claro, y nos hemos divertido mucho. El humor es otra de sus marcas
de la casa. ¿Es a veces necesario el humor para hablar de cosas serias?
No sé, de repente a mí me gusta hacer cosas con humor, se me ocurren cosas, y si alguna me hace gracia la uso, me gustan las tonterías, me gusta acordarme de ellas, retenerlas, me he hecho un profesional de la tontería, o sea, entonces soy también un intruso de la tontería ¿no?
¿Y lleva esas
tonterías a sus novelas o sus canciones para que no se le olviden?
Sí, bueno, en el
momento que escribí “España en guerra” yo tenía claro que tenía que ser una
comedia bélica, y que me hiciera reír mucho, yo me reí mucho escribiéndola,
porque si son los americanos los que hacen todo esto, está disculpado, un
soldado americano puede cagarse en la puta que parió al presidente español y
desearle la muerte más horrenda, y cortarle los cojones y ponérselos en su puta
boca, y eso me encanta. Aunque supongo que algún día a los americanos se les
juzgará por sus crímenes de guerra.
Pero tendrá
que pasar bastante tiempo
Va a haber otros
imperios
¿Está cayendo
el americano?
Oye, pues yo
pienso que el mundo empieza a no ser tan americano, está cayendo el mito, la
gente que no es americana cada vez se da más cuenta, ya no tienen ese glamur
ser americano, o igual soy yo que me estoy haciendo viejo. Pero yo creo que
ahora Estados Unidos no tendría huevos de declararle la guerra a Rusia o China.
Cambiando de
tema, otro de sus últimos proyectos es “Albert te canta” en el que ofrece
canciones por videollamadas de whatsApp de modo privado, para dos o tres
personas… Dos canciones por 70 euros. Hay gente que se quejaba, a la que le
parecía caro…
Hay gente a la que le parece caro y otra a la que le parece barato, yo creo que 70 euros porque te canten un par de canciones está bien, es el precio de un gramo de cocaína, sí, está bien, aunque no sé, porque es un experimento, y no sé si voy a subir o bajar el precio, pero de momento todas las que he hecho, que han sido bastantes, están bien, me gusta y a la gente también, es un momento chulo, bonito y me lo estoy pasando pipa.
¿La idea se
le ocurrió por la pandemia, la falta de conciertos?
Sí, el hambre
agudiza el ingenio. Pero hace quince años ya lo hice, entonces no salió
bien, la tecnología no era tan ágil como
ahora, los wifis no eran tan potentes, hicimos dos actuaciones, pero lo tuvimos
que dejar. Pero ahora con la pandemia se me ocurrió que podía recuperar esta idea de las canciones
susurradas, para una o dos personas…
¿Cómo le está
afectando a usted la pandemia?
Todos los
conciertos que tenía se fueron a tomar por culo, tampoco podemos contratar con
seguridad para el año que viene, porque no sabemos cómo estará la cosa… Pero
bueno, tampoco voy a llorar, me está afectando como a todo el mundo, ni más ni
menos.
¿Y una situación tan rara como esta le da juego para escribir algo, hacer canciones?
No lo sé, estamos haciendo el espectáculo de “Miedo” y evidentemente lo hemos adaptado un poquito, no puedes ignorar lo que pasa, también hice la canción de “¿Os acordáis?”, que me pareció buena para escuchar en este momento, pero no sé… Lo de la pandemia, a fin de cuentas, es un input exterior, e igual precisamente lo que nos ha enseñado la pandemia es a no tener tantos inputs exteriores. Hay muchas otras cosas además de la pandemia.
“Mi forma de agarrarme a la vida tiene que ver mucho con lo carnal”
“Monjas,
putas y locas” es el título del libro con el que Fátima Frutos
ganó hace unos meses el XXV Certamen de Poesía María del Villar.
Una colección de poemas que homenajean las figuras de mujeres
silenciadas a lo largo de la historia y a las que la donostiarra
rehabilita con sus textos -marca de la casa- empoderados y carnales.
Patxi
Irurzun/ Iruñea
“Me
niego a que los atardeceres de mis bragas sean tumbas”, escribe
Fátima Frutos en “Menopausia a los 50”, uno de los poemas
quizás, es cierto, más heterodoxos del libro, más cercano a la
experiencia personal y a la prosa poética, a diferencia del grueso
de ese “Monjas, putas y locas”, compuesto por una serie de textos
dedicados a figuras femeninas como la Güera Rodríguez, heroina de
la independencia mexicana, Madame de Pompadour o la escritora
italiana Goliarda Sapienza, y en los que además de las referencias
históricas también laten la la poesía sensual, culta y terrenal a
un tiempo, las figuras literarias e imágenes deslumbrantes (“Ya
parpadea tu semen”, escribe en el poema que abre el libro), la voz
propia y firme, en fin, de esta poeta donostiarra afincada en
Nafarroa desde hace años.
“Monjas,
putas y locas” ganó el premio de la Fundación María del Villar,
en su 25 aniversario, algo que creo que le hace especial ilusión…
En el
momento en que me lo concedieron estaba en Hamburgo, viviendo y
estudiando en alemán. Al escuchar al otro lado del teléfono a Iosu
Kabarbaien, a Marina Aoiz, a Tomás Yerro felicitándome, teniendo en
cuenta que era mi primer libro escrito fuera de Nafarroa, hizo que se
me saltasen las lágrimas, sí. He tenido varios premios a lo largo
de mi trayectoria literaria, pero todo lo que viene de Tafalla me
resulta entrañable y especial. Quiero mucho a ese pueblo y más a
sus gentes.
-¿Qué criterios siguió para elegir las mujeres a las que les dedica los poemas?
Me las
fui encontrando en el camino. Como sabes yo soy de formación y de
profesión agente de igualdad y, aunque ahora estoy dedicada a la
literatura en exclusiva, siempre habita en mí esa profesional del
ámbito de las políticas de igualdad… De ahí que constantemente
investigue sobre figuras femeninas señeras y haga genealogías
feministas. Es algo que aprendí de Marcela Lagarde, la gran
antropóloga feminista, en cuya tesis doctoral está inspirado el
libro.
–Detras
de cada uno de esos poemas se aprecia un trabajo intenso de
documentación, un gusto y estudio detallado de la Historia…¿El
libro en ese sentido podría ser un libro de Historia, o un modo
distinto de contar esta y a las mujeres que suelen hacerse
desaparecer de la misma?
A mí
me gusta aunar saberes. La historia, la filosofía, la poesía, etc.,
pueden confluir en un libro. No soy autora que se queda en
compartimentos estancos, sino que me gusta la conjunción de
disciplinas en los versos. La historia de las mujeres me interesa
desde siempre, aunque más desde que conocí a Ana Díez de Ure y su
obra. Hemos sido las grandes olvidadas y, sin embargo, como decía
Petra Kelly, sobre nosotras descansa la sostenibilidad de la vida…
Si te fijas en el ecofeminismo y las corrientes vanguardistas
actuales que hablan de decrecimiento o de alternativas novedosas al
neoliberalismo y al novofascismo que arrecia, muchas están
sustentadas por mujeres. Yayo Herrero es alguien a seguir, por
ejemplo.
-Pero
además de las referencias histórica es evidente que este es sobre
todo un inspiradísimo libro de poesía, porque a lo largo del mismo
despliega todo un ramillete de recursos, figuras, vocabulario, que va
desde la alta cultura a lo más terrenal… ¿Cómo ha armado todo
eso?
A lo
largo de una vida. Para tener vocabulario, figuras estilísticas,
recursos literarios no hay más truco que el de ser una lectora
voraz, a poder ser en varios idiomas. Soy seguidora de grandes
maestras de la palabra poética… de Delmira Agustini, de Juana de
Ibarbourou, de Jacqueline Assaël, de Rafeef Ziadah, de Amaia Lasa,
etc.
–La
sensualidad, el erotismo, también está muy presente, es marca de la
casa. Da la sensación de que es capaz de retratar la condición
humana y su trayectoria histórica desde las alcobas, la piel, los
fluidos…
Bueno,
será que me gusta ese espacio. De siempre se ha dicho que el Eros es
el impulso de la vida. Mi forma de agarrarme a la vida tiene mucho
que ver con lo carnal, lo pasional, la belleza heterogénea, la
búsqueda implacable del sentir… Pero vamos, que desde Colette a
Erika Lust hay un hueco por el que orgasmarse a gusto en prosa o en
verso. Y luego está que me encanta escandalizar para dar en el
hocico a todos esos carcas que proliferan por las redes sociales.
Desde posiciones ultras se me ha atizado mucho como autora que
verbalizaba bien su placer bien su compromiso político bien su
empoderamiento. Ten en cuenta que a mí se me llegó a poner en
agosto del 2017 ante la Guardia Civil estando gravemente enferma.
Ahora me río de toda esa gentuza a la cara por misóginos y
putrefactos. Menos mal que ya no van a tocar poder, ni en Berriozar
ni en ningún sitio de Nafarroa; sólo les quedan migajas.
-¿Hay
alguna entre todas estas monjas, putas y locas a la que destacaría
especialmente?
A mí
me gusta mucho la figura histórica de la Güera Rodríguez, heroína
de la independencia de México. Que después de haber probado
placeres con varones de calado como Simón Bolívar, Agustín de
Iturbide o Alexander von Humboldt… va la moza y acaba ante un
tribunal de Inquisición. Pero lejos de salir mal parada les pone a
todos más firmes que un cirio, valga la redundancia, y acaba
saliéndose con la suya: liberada y más poderosa que antes de
plantarse ante el Santo Oficio. Lo que se dice una fuera de serie.
-Hay
algún poema como “Himno al cuerpo” o “Menopausia a los
cincuenta”, más próximo a la prosa poética, y que también
parecen distinguirse respecto a los demás, arrimarse más a lo
personal…
Siempre
aparecen en mis libros escenas de la vida personal. A veces están
más encubiertas, otras son más evidentes. Pero, ¿qué poeta no se
inspira en lo que nos rodea y nos acontece? “Himno al cuerpo amado”
es eso, un monólogo en verso dirigido al hombre al que se ama.
“Menopausia a los cincuenta” es un homenaje a Anne Sexton y a su
menstruación a los cuarenta… Y bueno, también hay un poco de
desmitificación de la menopausia, cosa de la que convendría más
hablar.
–Hemos hablado a lo largo de la entrevista de Historia… Para acabar, ¿en qué anda Fátima Frutos ahora metida, creo que estaba acabando o rematando una novela histórica, precisamente?
La
novela que tengo entre manos es sobre Centroamérica en los años
ochenta y el mundo de las corresponsales de guerra. Está en fase de
corrección y tengo ganas de terminar de darla a luz porque es mi
debut como novelista y cuento cosas que creo son importantes para los
desafíos que tenemos ahora mismo delante. También ando con un libro
de placeres de la cocina, escrito a dúo… Lo dicho, el Eros siempre
rondándome.