Vale, entonces esta de prueba para el sonido y luego ya grabamos la buena ¿no?… Probando, probando, uno, dos, uno, dos, es-pa-ña, tracatá… Queridos súbditos, yo soy rey y vosotros no, esa es la cuestión, that is the question, por eso yo estoy aquí, y vosotros ahí, mirándome, da igual qué canal pongáis porque en todos salgo yo. Me dirijo a todos vosotros ustedes desde este Palacio Real que es la casa de todos los españoles pero en la que solo podemos vivir la reina, las infantas y yo (bueno y luego ya todas nuestras chachas, chóferes, seguratas, jardineros, chefs… pero nadie más, porque si no esto no sería el Palacio Real sino la casa de Tócame Roque, me entendéis ¿no?)
Quiero desearos a todos y todas un felizaño-urteberrion-feliçany-felizanonovo, lo digo así para que nadie se moleste y porque España es un crisol de culturas: qué bien se come en el País Vasco y los catalanes qué emprendedores que son y los gallegos qué jodidos, siempre contestan con una pregunta, pero pesados también, pesados son todos un rato, la verdad, con sus lenguas autonómicas, con lo fácil que sería entendernos todos con el inglés, mirad a mí qué bien me ha ido. Y es que sin inglés no eres nadie, ni en la Universidad de Georgewton ni cuando vas a la ONU ni a esquiar a Aspen ni nada. Más inglés y menos filosofía en los colegios, ah, no, que eso ya lo estamos haciendo…
Bien, ahora venía lo de ponerse solidario. Esta parte me gusta mucho porque yo, lógicamente, de todo esto no tengo ni puñetera idea, ya sería la monda, un rey que no puede ponerse la calefacción ni comprarse unos entrecots, me entendéis ¿no? Lo único lo de los desahucios, eso sí que me afecta de verdad, más que a nadie, porque, a ver, si un día vienen a echarme a mí no va ser la policía ni los del banco, van a venir con una guillotina, y eso quién te lo valora, eh, quién… Pero bueno, al grano, el caso es que esta parte solidaria me gusta mucho porque yo transmito muy bien, mirad: “No podemos olvidarnos en estas fechas de quienes peor lo están pasando”, diré, por ejemplo, y me morderé los carrillos y los ojos se me pondrán brillantitos y moveré muy enérgico las manos, “los parados, ese 34% de niños en riesgo de exclusión social y ese 17% en situación de pobreza severa” (¿Qué? ¿Que mejor que no de datos? Vale, vale…).
Tampoco —seguiré luego— quiero olvidarme de aquellos que están sirviendo al país lejos de nuestras fronteras en misiones de paz, con sus tanques y sus armas, y contra los tanques y las armas que les vendemos a nuestros enemigos, pero en misión de paz… Y luego, ya para acabar, un clásico, la lacra del terrorismo: condenamos enérgicamente, blablabá, o se está con nosotros o se está con ellos, blablablá; y lo de que la justicia y aparcar en el carril bus es igual para todos, ay qué risa; y lo de la corrupción, muy mal, está todo lleno de corruptos, este es un país de corruptos y de cuñados… En fin, lo de todos los años. Menudo rollo, menudo país me ha tocado, dan ganas de irse y no volver a pisarlo. O de ponerse algún día aquí delante y decir alguna barbaridad, que abdico, o que me cambio de sexo, o hacer una peineta, o un “lo siento mucho, no volverá a pasar”. Me entendéis ¿no? Pero no, claro, no puedo, yo soy un rey moderno, demócrata de toda la vida, franco, responsable, preparado, guapo, alto, solidario, multicultural, con barbita, soy un rey de puta madre, ya lo sé yo, no hace falta que os lo pregunte, probando, probando, uno, dos, uno, dos, es-pa-ña, tracatá….
Publicado en «Rubio de bote», magazine semanal On de diarios de Grupo Noticias 30/12/16
Aquí abajo va el cameo del gran bandolero Kutxi Romero en «Los dueños del viento». Un lujo poder poner en boca del protagonista de la novela Joanes de Sagarmin, músico y pirata, este poema de Kutxi que aparece, si no me equivoco, en su libro «El carretero cosaco». La traducción es de otro bandido, Josu Arteaga.
(En la foto con el bandolero y con el pirata de La Txantrea, El Drogas, que también se cuela en el libro, junto a otros poetas y músicos como David González, Vicente Muñoz, Eva Vaz, Sor Kampana, Mikel Laboa, Kirmen Uribe, Antonio Orihuela o Dani Sancet)
Urrunetik itsasertzeraino
oinez etorri
eta harean,
olatuak desegiten diren lekuan bertan,
nire izena
idazten duena
nire hiltzailea
izango da.
Mi asesino
ha de ser aquel
que camine
desde lejos hasta la orilla
del mar
y escriba
mi nombre
en la arena
justo en el sitio
en el que
rompen
las olas.
Hacía muchísimo tiempo que una historia de aventuras no me atrapaba tanto, me ha recordado muchísimo a La leyenda del ladrón, en otros momentos a El mar de los hombres libres, y de la mitad de la historia al final a la trilogía de Martin ojo de plata.
Si os gustaron algunas de estas historias ésta la superara con creces, intensa, entretenida, una lectura sencilla pero no exenta de emociones.
Joanes de Sagarmin, nos relata su lucha por su vida y la libertad.
Corre el año 1610. Comenzará por una niñez sencilla, la dulzura de sus padres, la sabiduría y esencia de su abuelo, gran amante de la música. Juntos viven en la aldea Navarra de Zugarramurdi, gente sencilla, amistosa y trabajadora, pero un día aparece en el pueblo una mujer que sacudirá en mayor o menor medida la vida de todos ellos. Comienza la famosa caza de brujas de Zugarramurdi y con ella el caos, la desolación y la locura. Muchísima gente cayó en las redes de la Inquisición de las que nunca salieron, esto llevó a un gran aumento de huérfanos, desprotegidos y señalados por sus propios vecinos y la justicia.
Joanes se une a otros huérfanos que huían al igual que él de la justicia o más bien las injusticias de la vida. Huyen al sur de Francia junto a los corsarios vascos intentando buscar serenidad y sentido a sus vidas. Años después ponen rumbo al Nuevo Mundo, donde intentarán comenzar una vida donde nadie los catalogue y puedan vivir en paz y con libertad.
Joanes vivirá con piratas, corsarios, bucaneros, filibusteros … tendrá una vida ajetreada e imparable, pero hay algo que siempre lo mantiene con vida, la música.
Una extraordinaria aventura, que atrapa, que por momentos te corta la respiración y no puedes parar de leer, donde a pesar de la crudeza y dureza de la historia, también vivirá momentos inolvidables de felicidad, momentos poéticos, de amor por la familia, por la amistad, por su tierra, por el mar, pero sobre todo por la música con ella se siente siempre vivo y con ella mantiene vivo el recuerdo y la ternura de la infancia y siente que mientras haya música existirán el recuerdo y amor por sus padres y por su abuelo.
El hombre-pez de Liérganes, según cuenta el Padre Benito Jerónimo Feijoo en su Teatro crítico universal, desapareció un día del año del señor de 1674 mientras nadaba en la ría de Bilbao y cinco años más tarde fue atrapado en la bahía de Cádiz. Los pescadores que lo atrajeron hasta sus redes lanzándole trozos de pan lo tomaron por un tritón, un ser mitológico mitad humano-mitad pez, pues tenía el cuerpo cubierto de escamas, hasta que pronunció balbuceante una sola palabra: el nombre de su pueblo natal, Liérganes. Llevado hasta esta localidad cántabra, el hombre-pez se dirigió por su propio pie hasta su casa, donde su madre y sus hermanos, que lo daban por muerto, lo reconocieron alborozados y entre ellos vivió apáticamente, sin mostrar interés por nada humano y terrestre, nueve años más, al cabo de los cuales volvió a desaparecer, sumergido en las aguas del misterio, pues nunca volvió a saberse de él.
¿Qué sucedió durante esos cinco años en que Francisco de la Vega Casar, que así se llamaba este portentoso nadador, permaneció desaparecido? ¿Se convirtió en un habitante de la Atlántida, el misterioso continente sumergido, del que durante siglos no hemos sabido nada hasta que dibujaron a Bob Esponja? ¿Regresó a él al cabo de esos otros nueve años?… La respuesta quizás sea más mundana y, seguramente, el hombre-pez estuvo vagabundeando por toda la península durante años, durmiendo a la intemperie y comiendo a salto de mata, gracias a la caridad y los pequeños hurtos. Las escamas de su piel serían consecuencia de una enfermedad cutánea, fruto de la mala alimentación y la falta de higiene y casi con toda certeza, como sucede a menudo con quienes viven en la calle, sufriría alguna enfermedad mental. De su vida anterior lo único que habría salvado sería el hábito y el gusto por la natación y practicándolo habría sido como cayera en las redes de los arrantzales gaditanos.
Las leyendas tienden a embellecer o maquillar los granos de la realidad (por ejemplo, ¿de verdad a Fidel Castro lo intentó matar la CIA seiscientas veces? Pues entonces o el comandante era el supercomandante o menudos paquetes los de la CIA…) y del mismo modo tampoco hoy existe una Atlántida neoliberal habitada por felices parados de larga duración que se mueven durante lustros como peces bajo el agua de las ayudas sociales o por sintechos que se alimentan con platos precocinados que cuelgan de las ramas de árboles submarinos.
La realidad es mucho más hiriente y palpable y existe, efectivamente, ese continente sumergido, pero es bien distinto; un continente oculto pero real en el que, tal y como relataba en su Facebook hace poco el periodista Emilio Silva, algunos chavales almuerzan “bocadillos solidarios”: bocatas que recogen, discreta y gratuitamente, en cafeterías de institutos y que se sufragan con aportaciones de profesores y asociaciones; chavales que solo se duchan con agua caliente después de las clases de gimnasia; una “generación plato único” —como la bautizamos aquí hace tiempo—que tiene que hacer sus deberes con forros polares y a la que solo hace visible las llamas de los contenedores. Modernos tritones, lamias chapoteantes en la charca cenagosa de la precariedad, que durante estas vacaciones navideñas se van a quedar sin almuerzo y tendrán que buscar trozos de pan mojado en un mar de incertidumbre y desigualdad.
Publicado en Rubio de bote, ON, suplemento de Grupo Noticias 17/12/16