MUERTOS GRATIS
Publicado en Rubio de bote (suplemento ON de los diarios de Grupo Noticias 22/10/2016)
Como decíamos ayer, o sea, en el anterior Rubio de bote, que no pare la música. Y la canción que a viene sonando en la jukebox de mi cabeza es en los últimos días esa de Extremoduro que dice “Y muere a todas horas gente dentro de mi televisor”. A todas horas no sé, pero por la noche al mando el mando a distancia se convierte en un arma de repetición, en el disparo de salida para una masacre, en un arrebuche de balas y muertos gratis.
Desde hace algún tiempo, cada vez que por la noche intento encontrar alguna película que me tranquilice, que sintonice con ese momento de calma y recompensa que debería ser el final del día, inevitablemente todas comienzan con tiroteos, persecuciones de coches, brucewillis repartiendo zartakos o convertidos en héroes anónimos que se toman la justicia por su mano…
Vivimos en un mundo violento, es cierto, pero creo que tras la apocalipsis que acabe con la raza humana, cuando un alienígena encuentre en alguna cápsula del tiempo alguna de esas películas que dejamos como testimonio de lo que era la vida en la tierra, esta no tendrá mucho que ver con la realidad, ni hablará de cuáles fueron las auténticas aspiraciones, sentimientos, sueños de los terrícolas de a pie. Ni siquiera con la violencia real que padecieron la mayoría de ellos.
La violencia explícita es, creativamente, un recurso fácil, en el que todos los que nos dedicamos a contar historias caemos de vez en cuando. Es mucho más sencillo poner a un tipo desesperado entrando en un supermercado con una media en la cara y disparando a todo lo que se mueve que a alguien comparando las etiquetas de los precios de la carne y eligiendo la bandeja más barata, la de peor calidad, la que semana a semana irá matándolo, obstruyendo sus arterias, porque no puede pagar nada mejor, más saludable; o una escena de violaciones, palizas a mujeres, que una conversación entre hombres en la que alguien hace un comentario machista y los demás se ríen o callan.
La mayoría de las películas de hoy en día se trufan de cadáveres, explosiones, asesinos descorazonados que matan fríamente, sin ninguna muestra de arrepentimiento posterior. Si se trata de contar que en el corazón del ser humano anida el mal, ya ha quedado claro, lo que cada vez parece menos claro es que junto a él hay otros polluelos mucho más simpáticos, que aman, ríen, se protegen, juegan y hacen, en definitiva, de las personas algo más complejo y humano, valga la redundancia.
Esa saturación de violencia ha acabado por convertirse en una especie de exaltación del mal y por necrosar gran parte de los procesos creativos o artísticos. Resultan casi inconcebibles, aburridos, un videojuego, una película, un comic sin acción, sin muertos, sin sangre. Ahora mismo, por ejemplo, mientras escribo esto, junto al ordenador hay una pistola de cartón que mi hijo ha fabricado descargando de internet un recortable y en uno de cuyos laterales se puede leer un inquietante: “Proyecta tu mente”.
Reivindicar para la literatura, el cine, la ficción otros valores y sentimientos como la piedad, la solidaridad, la bondad corre el riesgo de acabar identificándose con otro tipo de películas, como los telefilmes lacrimógenos y ñoños de sobremesa de domingo, pero creo que hay espacios intermedios que como creadores (o como espectadores o lectores que buscan otro tipo de arte) tenemos la obligación de buscar para contrarrestar toda esa tormenta de sangre que no solo no da la verdadera dimensión de los que somos sino que además parece encaminada a convertirnos en ello, en humanos que aceptan sin inmutarse toda esta violencia gratuita y ese mundo incierto de brucewillis.