Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para ON, magazine de los periódicos de Grupo Noticias (27/08/16)
Cuando me desperté Pikachu todavía seguía ahí. Era de color amarillo correos, olía a torta del Casar y de vez en cuando me pedía, con una voz como de cantante de death metal, un gintonic con cardamomos.
Yo no tenía ni idea de cómo podía haber ido a parar al sofá de mi cuarto de estar. Intuía que tenía que ver algo con esa aplicación que hacía furor, Pokemon GO, de la que sin embargo yo solo tenía noticia por la tele y los periódicos, pues, con mi viejo móvil de concha, me había quedado anclado en la prehistoria de la telefonía.
El caso es que Pikachu llevaba ya una semana allí, frente a mi televisor, viendo las olimpiadas. Yo, por supuesto, no había contado nada a nadie, en el trabajo o en el bar, temiendo que me tomaran por loco. Y también porque estaba asustado, después de observar a todas aquellas manadas de adolescentes que merodeaban como lobos hambrientos por los parques de la ciudad, a la caza de Dragonites y Charmanders.
La primera vez que oí hablar de Pokemon GO pensé, sin embargo, que aquello no podía ser tan horrible como decían columnistas y tertulianos. “Hay miles de cosas peores”, me dije. “Por ejemplo, apalear mendigos o pasar toda una noche oyendo reggaeton o ser columnista o tertuliano”. Pero después de que Pikachu se atrincherara en mi sofá comencé a indagar un poco, a informarme sobre el juego o a frecuentar los lugares en los que hacían batidas sus usuarios y llegué a la conclusión de que el fin del mundo debía de asemejarse bastante a todo aquello, a todos esos zombis intentando capturar peluches orejudos y virtuales como si les fuera la vida en ello.
“¿Seré yo también un muerto viviente? ¿O estaré sufriendo un episodio de locura transitoria?”, me preguntaba. Y cada vez que regresaba a casa abría la puerta con la esperanza de que todo volviera a ser como antes. Pikachu, no obstante, seguía allí, viendo el descenso de aguas bravas o las series de clasificación de 3000 obstáculos. Al principio tengo que confesar que hasta me hacía gracia y sentía deseos de abrazarlo o de contarle cómo me había ido en el trabajo, y que le preparaba amorosamente sus gintonics (aunque, por si acaso, en vez de ginebra le ponía agua del grifo —no tenía ni idea de cómo podía reaccionar un Pokemon a las bebidas espirituosas— y en lugar de cardamomos uñas de mis pies), pero después comenzó a agotárseme la paciencia y la queratina. No lo soportaba. Me ponía malo aquel olor a torta del Casar, cada vez más intenso, abofeteándome desde que entraba al portal, y ver a aquel bicharraco sentado en mi sofá, con el culo al aire, haciendo el gandul, gordo como una nutria… Tenía que hacer algo. Comencé a buscar agujeros, grietas que conectaran mi casa con otra dimensión.
—Déjalo, tronco —fue el propio Pikachu quien me hizo desistir, con su voz de trueno y pólipos—. No te canses y ven a ver el lanzamiento de martillo, que lo único que tenemos que hacer es esperar a que nos llamen.
Comprendí entonces que yo ya estaba al otro lado de la grieta, dentro del agujero, en aquel mundo paralelo al que van a vivir los personajes de ficción olvidados, los actores secundarios, los concursantes de First Dates para quienes no hay segundas citas… Que yo también era un Pokemon esperando a ser cazado, la estúpida invención de un escritor de prensa, un Supermario Bross aguardando su turno y su game over… Y que aquello, si era la muerte, u otra vida, tampoco se diferenciaba tanto de esta, la verdad.
Lecturas estivales y recomendaciones literarias para afrontar el final de las vacaciones
¿Hay libros que, como las bicicletas, son para el verano? ¿Y lecturas terapéuticas que ayudan a sobrellevar el síndrome post-vacacional o la tristura del otoño? ¿Qué novelas metemos en la maleta cuando nos vamos a la playa? ¿Es conveniente incluir en el equipaje Crimen y castigo si vamos a facturar con Ryanair? Escritores, bibliotecarias, libreras, músicos, nos hablan de sus hábitos de lectura en estas fechas.
La escena transcurre durante la última sesión, antes del verano, de un club de lectura. Su coordinador reparte La broma infinita de David Wallace Foster. Mil doscientas páginas para alimentar el hambre literaria de los más “leones”. Entre algunos miembros del club, sin embargo, se cruzan miradas aterrorizadas que no pasan desapercibidas al coordinador. El año anterior seleccionó Sin noticias de Gurb, de Eduardo Mendoza, y algunos lectores se quejaron porque se la merendaron en una tarde. Nunca se sabe. Y, además, cada persona, cada lector es un mundo. Pero, en general: ¿Leemos más en verano? ¿Reservamos libros para estas fechas? ¿Y de qué tipo? ¿Preferimos novelas ligeras y sinsorgas que no perturben la plácida modorra? ¿O es tiempo de enfrentarse a libros cuya musculatura y peso nos ha acoquinado durante el resto del año?
Libros para por si acaso
La escritora y periodista bilbaína Goizalde Landabaso se arranca a responder estas dudas trascendentales con un alarde de sinceridad: “Me he traído tres libros de vacaciones. Txistu eta biok, de Juan Luis Zabala y uno de los últimos libros de poesía de Asier Serrano. Y luego una guía de la ciudad que he venido. No creo que me lea ninguno de los tres”, dice. “La guía porque siempre acabo dejando las guías de las ciudades que visito y perdiéndome en la ciudad. Y los otros libros, porque visitando la ciudad, yendo de cena, de copas, de conciertos, al final llego agotada a la habitación y me duermo. Pero sigo llevando libros cada vez que viajo, porque siempre he pensado que si no me gusta la ciudad un libro me salvará de la mala experiencia”.
Leer y releer Los ciclistas, por lo demás, no dejan de pedalear cuando llega el invierno y Landabaso reconoce que el verano, en realidad, no cambia sus hábitos de lectura, algo con lo que se muestra de acuerdo otro escritor, el gasteiztarra Txema Ariñas: “Por lo general, no distingo entre lecturas de verano o del resto del año, ni entre libros ligeros y tochos, es leyendo cuando descubro si lo que tengo entre manos es tocho o ligero”, dice el autor de En el país de los listos, y añade que quizás el único hábito que difiere en verano de los del resto del año es el de la relectura. Y así, junto a las novedades de Agosto, de Txani Rodríguez, Manguis de Paco Gómez Escribano o Gizajoen katalogoa de Joxean Agirre, Arinas ha aprovechado estas fechas para volver a las páginas de Perorata del insensato de Miguel Sánchez-Ostiz o Korapiloak de Jasone Osoro.
Javier Abasolo, el escritor bilbaíno, creador de la serie de novelas negras protagonizadas por el detective Goiko, coincide con sus dos colegas en que sus lecturas veraniegas, en general, no difieren de las del resto del año, aunque apunta una particularidad: “Como suelo acudir casi todos los primeros de julio a la Semana Negra de Gijón, aprovecho para adquirir allí las últimas novedades del género que se presentan, sobre todo de autores que no conozco o aún no he leído, lo que de algún modo condiciona mis lecturas veraniegas. Y también me gusta buscar, en la misma Semana Negra, libros editados hace años, en ocasiones descatalogados, difíciles de encontrar”.”. Y entres sus recomendaciones apunta a Jon Arretxe, Alberto Ladrón Arana, Noelia Lorenzo y, “para no caer en el corporativismo noir”, la trilogía El reino y la fe de Aingeru Epaltza.
Best-sellers troteros
Cada persona es, en efecto, un mundo, pero ¿qué opinan los que cada día ven pasar ante sus ojos toda una constelación de lectores? Villar Arellano, que dirige desde hace años la biblioteca de Civican, en Iruñea, constata que la mayor parte de los lectores elige en verano libros ligeros y entretenidos, obras de evasión. “Los best-seller suelen tener bastante demanda. La literatura de género (sobre todo novela negra, histórica o romántica) siempre se presta mucho, pero en verano de un modo especial”, dice. Y aclara que a veces lo de ligero es metafórico: “Los libros gordos y pesados gustan bastante, porque duran más, siempre y cuando no ofrezcan una lectura muy sesuda o densa. Pero siempre hay excepciones y lectores que esperan al verano para meterse un buen clásico entre pecho y espalda, un Madame Bovary o un Crimen y Castigo.
Para ponernos las cosas más fáciles, desde Civican han editado dos guías de lectura, una para adultos y otra juvenil, con recomendaciones para el verano, que se pueden descargar en su web.
Katixa Castellano, por su parte, que abrió hace unos meses la dinámica librería Deborahlibros en Iruñea, cree que se suele leer bastante “best-seller trotero”, novela negra, pero también que la gente aprovecha para leer lo que no ha podido durante la época laboral. “Y ahí ya puede entrar cualquier cosa. Lo importante, en mi opinión, es ofrecer de todo como libreros y abrirse a todo como lectores”.
Libros para combatir el otoño
Respecto a qué leer cuando el verano llega a su fin, o cuando comienza esa otra broma infinita que son los largos y oscuros meses de trabajo, Katixa recomienda no recurrir a lecturas deprimentes cuando empezamos a perder horas de luz. “Si queremos levantar el ánimo creo que los de Jardiel Poncela, que está reeditando –muy bien— Blackie Books hacen reír y levantan la moral al más desanimado”.
Txema Arinas también tiene su táctica para afrontar al otoño: “Para volver a casa de las vacaciones recomendaría sin lugar a duda releer un libro que te haya gustado mucho hace tiempo. De ese modo te garantizas pasar un buen rato y puede que hasta creas que el otoño es una buena ocasión para hacer algo de fuste que no sea estar todo el día fuera de farra o perdiendo el tiempo paseando con la familia”, dice.
Y la escritora de Okendo Inma Roiz, autora de Manuela y Oro verde, dice que a veces hay que dejarse llevar por lo desconocido. “A veces un autor del que no se ha leído ni oído nada nos puede descubrir un mundo totalmente nuevo. El otoño o la vuelta de las vacaciones es un buen momento para dejarse arrastrar por nuevas firmas literarias, y, en ese sentido, Euskal Herria está dando un amplio y variado número de nuevos autores. Animo a la gente a descubrirlos”, concluye.
La canción del verano ¿Y qué leen los músicos durante el verano? Más aún, ¿qué escuchan, hay discos que se oyen más en esta estación del año, existe vida más allá del reggaetón?… Aitor “Ibarretxe”, cantante de Lendakaris muertos y Aberri Txarrak, coincide con los escritores consultados: “Leo mucho durante todo el año, así que, durante el verano, la cosa cambia poco. Estas vacaciones he elegido lectura hardcore. Dos autobiografías: Una es de un escritor que me apasiona, Karl Ove Knausgård, noruego. Ha escrito su autobiografía en tiempo real, sin omitir nada. Este verano he elegido el cuarto y, por el momento, último tomo de su biografía: Bailando en la oscuridad. Por otro lado, también he leído Instrumental, autobiografía de James Rhodes, pianista clásico. Lo del piano es lo de menos. Cuenta, con pelos y señales, su infancia marcada por los abusos, y las consecuencias que le han deparado. También habla de música. Lo compré en Katakrak y me regalaron una bolsa muy chula”. Por lo demás, para afrontar la vuelta a casa y al trabajo Aitor Ibarretxe recomienda algo ligero. “Mi libro de cabecera es Escoria, de Irvine Welsh. En cuanto a la música, el frontman de Lendakaris muertos confiesa que aunque en verano no escucha mucha, un disco al que le ha dado unas cuantas vueltas y le encanta es «Ryan Adams» de Ryan Adams. “No confundir con Bryan Adams. También vi un documental sobre Nina Simone y estoy enganchado a un disco suyo, Diva, que le cogí a mi amatxo de su discoteca”, dice.
Con David González en el backstage de un concierto de Marea en León en 2002
Con Vicente Muñoz durante la presentación de Resaca /Hank over en 2008
Con Manuel Vilas, Vicente Muñoz, David González y Oscar Aibar, durante la presentación de «Golpes. Ficciones de la crueldad social»
MY GENERATION
En aquella época el buzón era nuestro cofre del tesoro. Nos asomábamos a él cada mediodía, cuando regresábamos de la universidad, de la fábrica, de la oficina del INEM, esperando ansiosos encontrarnos la respuesta de una editorial o uno de aquellos grandes sobres que llegaban desde León, desde Gijón, desde Punta Umbría, y que contenían el último fanzine en el que habíamos colaborado, o el poemario o libro de relatos que acababa de publicar algún “hermanito”, así nos llamábamos cómplice y cariñosamente en las cartas manuscritas que también nos escribíamos.
Contactábamos entre nosotros buscándonos en las últimas páginas del Ajoblanco, escribiendo a los apartados de correos que dejaban como santo y seña las revistas literarias. Nos leíamos primero, antes de conocernos, y queríamos conocernos porque nos gustaba lo que leíamos (al contrario, creo, que sucede ahora, que los escritores se hacen amigos por acumulación y por Facebook y no se leen unos a otros, les basta con darle al me gusta, que es más barato que un sello de correos)…
David González, Vicente Muñoz Álvarez, David Benedicte, Eva Vaz, Oscar Sipán… Esos eran los nombres. Mono Gráfico, Borraska, Vinalia Trippers, Kastelló, El Canto de la Tripulación… Esas las barricadas de papel en las que nos curtíamos, que a menudo nosotros mismos levantábamos. Soñábamos con vivir de la escritura, antes que con la fama, que nunca llegaba. Sabíamos que, a pesar de eso, escribiríamos siempre, que nos levantaríamos una y otra vez de la lona, ocurriera lo que ocurriera, aunque la suerte fuera esquiva y los golpes bajos. No teníamos padrinos ni éramos complacientes. La mayoría procedíamos de barrios obreros, de ciudades fuera de los mapas del telediario, y eso también contaba, claro que contaba (en contra).
David González estuvo en una cárcel de menores y arrastró durante años la condena —todavía hoy, con más de cincuenta, la arrastra—, aunque su poesía sea mucho más grande que su leyenda. Con él aprendí a leer y a entender y a amar la poesía. Es uno de los imprescindibles y sin embargo se siente, lo hacen sentirse a menudo despreciado, con ganas de quitarse de en medio, de autodestruirse y dejarnos huérfanos a los cientos de lectores que lo queremos y admiramos sus versos. Vicente Muñoz Álvarez, el narrador y poeta más brillante de la noche y la oscuridad, agitador cultural, editor de revistas y libros antológicos, ministro del “underground”… Recorre España durante medio año con una furgoneta cargada de muestrarios de zapatos y se siente agradecido por ello, porque así le queda el otro medio para escribir y para ensoñar, para conspirar contra Babilonia y merodear en los márgenes del arcoiris. Ellos son mis “hermanitos”. Mi generación. My generation, como cantaba The Who. Léanlos. Vicente acaba de reeditar su, a mi juicio, libro más logrado, El merodeador. David prepara una antología de sus mejores poemas, seleccionados por sus propios lectores. Lean las novelas de David Benedicte, los poemarios de Eva Vaz, los cuentos de Oscar Sipán…. No les resultará fácil encontrarlos, eso sí. No los verán reseñados en los suplementos culturales, ni se los encontrarán en los displays de las librerías. Hay que buscarlos. Como cofres del tesoro.
(Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para el suplemento ON de los diarios de Grupo Noticias 13/08/2016)