Publicado en Rubio de bote (magazine ON ,Grupo Noticias) 5/12/15
En segundo de BUP en mi clase del instituto éramos 34 chicas y solo dos chicos.
Había elegido una asignatura optativa que se llamaba “Hogar”, en la que te enseñaban punto inglés o a pintar figuritas de porcelana y a la que –eso no yo no lo sabía— apenas solían apuntarse chicos.
—¡Vaya potra! —me decían los otros chavales, pero ellos se matriculaban en “Electricidad”, otra de las optativas, mucho más masculina.
Yo había elegido “Hogar” porque decían, y era cierto, que daban aprobados generales y apenas había que aparecer por clase.
Recuerdo que en una de las evaluaciones había que hacer una bufanda y yo solo fui capaz de tricotar una de poco más treinta centímetros. Y que cuando me llegó el turno de presentarla, me la puse al cuello y estiré con todas mis fuerzas de los dos extremos. Y que la profesora me miró con cara de “a quién quieres engañar”, pero luego me puso un suficiente (aunque aquella bufanda solo era suficiente para David el Gnomo).
La verdad era que conmigo aplicaban una especie de discriminación positiva, que también tenía sus inconvenientes, porque en el resto de asignaturas, cuando los profesores preguntaban resultaba mucho más difícil pasar desapercibido y siempre me tocaba salir a la pizarra a declinar algún genitivo latino o resumir El laberinto de las aceitunas.
Me pegué todo el curso en tensión, por ello, y por las chicas, que para mí eran poco menos que extraterrestres, pues yo provenía del apartheid sexual de los colegios de curas. Pasar de los escolapios al instituto supuso para mí un cambio brutal. En el instituto se fumaba en los pasillos, se faltaba alegremente a clase para ir a beber claretes al bar (¡que estaba dentro del propio instituto!), teníamos huelgas, asambleas, manifestaciones, broncas con la policía casi cada semana. ¡Y había chicas! Chicas con el pelo cardado y pantalones ajustados y chupas de cuero —con hombreras— y chapas antinucleares o de Barricada o de Kortatu. Chicas por todos los lados ¡Chicas en la clase de gimnasia!…
Aquellos días de instituto están grabados en mi memoria como si los hubiera escrito con los dedos sobre cemento fresco. Salir en los recreos a la panadería a por un bollo de pan y a la carnicería a por quince pesetas de chorizo. Comprar cigarrillos sueltos. O gorronearlos. Ir a clase hecho un zakarro, como decía mi madre, por ejemplo, con chupa vaquera, pantalones de mahón —o de arrantzale, como los llamábamos— y macuto militar (en el que, sin embargo, había escrito con boli Bic “MILI KK”); o con una carpeta forrada con pegatinas anti-OTAN o con fotos del monstruo de Iron Maiden o de Julius Erving o de Maki Navaja.
En el instituto empecé a sentirme adulto, dueño de mí mismo, libre y a saber que la libertad en realidad no consistía en tenerla, sino en perseguirla, en buscar respuestas a preguntas que nunca se resolvían y que bullían en mi cabeza, aquella cabecita confusa de quinceañero que era como un puchero de pisto hirviendo, o como una acera recién cimentada. Y eso a menudo solía suceder, además de en el bar del instituto o escapándose de los antidisturbios, en las clases de literatura o de filosofía, esa asignatura que ahora quieren cargarse, puede precisamente que para eso, para que seamos menos libres, para que no nos hagamos preguntas que no tienen respuesta, que no sirven para nada, para que nos convirtamos en ciudadanos prácticos, que votan y consumen y ven la tele y si se indignan ya tienen emoticonos con el ceño fruncido en el facebook y en el whatsapp. Para que, cuando volvamos a las cavernas, ya no nos quede el fuego ni las sombras, pero podamos optar entre “Hogar” o “Electricidad” (o entre ir al instituto o estudiar una FP para ser toreros).
Medalla de oro de Nafarroa a Jose María Jimeno Jurío
“En lo que hoy denominamos memoria histórica mi aita fue el auténtico pionero”
Roldán Jimeno
Historiador, etnógrafo, precursor en el campo de la memoria histórica y de la historia del euskera… Es difícil resumir con una sola palabra el vasto trabajo de José María Jimeno Jurío, sin duda una de las grandes personalidades de la cultura navarra, y sin embargo, no siempre justamente reconocida. Hoy, Día de Nafarroa y Día Internacional del Euskera, recibe por fin la Medalla de oro de la Comunidad, a título póstumo y de la mano de su hijo Roldán Jimeno, con quien GARA ha charlado sobre la figura imprescindible del historiador, pero también sobre sus aspectos más familiares.
Patxi Irurzun. Iruñea
Sus investigaciones sobre los crímenes de la guerra civil en Nafarroa y la posterior represión (por las que recibió amenazas) pusieron las bases para una obra referencial como es Navarra 1936, De la esperanza al terror. Sobre sus estudios sobre el euskera Txillardegi escribió que lo que Koldo Mitxelena había supuesto para la lingüística vasca, Jimeno Jurío lo supuso para la historia del euskera. .Recorrió todos los caminos de Nafarroa, habló, siempre de igual a igual, de manera humilde y afable, con los vecinos de cada pueblo, para recuperar su toponimia y su historia. Convirtió la Historia en algo cercano y humano, aproximándose a lo pequeño, a lo local. Roldán Jimeno, su hijo y alumno privilegiado, evoca en esta entrevista la figura del pequeño gran historiador de Artaxoa, de quien Eugenio Arraiza escribió: “Sin él, Nafarroa sería distinta, menos soberana, menos plena, menos hermosa”.
¿Cómo recibieron usted y su familia la noticia de este reconocimiento póstumo, hay sensaciones contradictorias o agridulces?
La concesión de la Medalla de Oro ha supuesto toda una sorpresa inesperada. Cuando falleció mi aita, en 2002, diversas entidades culturales y sociales le propusieron para el premio Príncipe de Viana de la Cultura. El Gobierno de Navarra de entonces, para evitar la polémica ante una no concesión, cambió las bases para que no se otorgase a título póstumo. Aquello nos dolió mucho. De alguna manera, este premio, aunque tardío, cicatriza aquella herida.
En su caso particular, además, supongo que es imposible separar a Jimeno Jurío como personalidad y como padre y maestro…
Yo he sido un gran afortunado, pues, en efecto, fue un lujo para mí tener un maestro doméstico, que me guió en mis primeros pasos y con el que trabajé codo con codo en mis primeras investigaciones. Además, después de fallecido, con la preparación de sus Obras completas, he seguido aprendiendo de él y lo sigo haciendo, pues todavía nos queda una docena de libros por sacar. Por suerte, también he heredado muchísimas de sus amistades, muchas de ellas del gremio de los historiadores, por lo que, no lo voy a negar, hacerme yo un hueco en este mundo me ha resultado mucho más fácil.
¿Qué recuerdos más tempranos tiene en cuanto al trabajo de su padre? ¿Despertaron su vocación o marcaron el camino que usted siguió?
Yo soy hijo único, y me tocaba ir con mis padres a todas partes. Formaban parte de mi cotidianeidad infantil las exhumaciones de fusilados del 36 o el trabajo de campo etnográfico, por no decir las fotocopias de documentos antiguos que mi aita podía tener desplegados por su mesa. Supongo que todo eso caló en mí. Durante mi adolescencia a mí me gustaba la Historia, pero tampoco me veía como historiador, quizás por esa edad rebelde en la que uno no quiere distanciarse de sus progenitores. Yo, más allá de creerme en aquellos años anarquista, no sabía muy bien hacia dónde iba a encaminar mi vida. Y cuando llegó el momento de escoger un camino, fue cuando afloró en mí esa vocación oculta, y, la verdad, acerté de lleno. Primero estudié la carrera de Historia, en la que los consejos de mi aita siempre fueron determinantes, y luego la de Derecho.
Su madre también fue un apoyo importante para Jimeno Jurío, trabajó a menudo con él… ¿Hay una parte de esta medalla de oro también para ella?
Qué duda cabe. Mi aita y ella se llevaban catorce años. Coincidió, además, que mi aita, que trabajaba de bibliotecario para la Caja de Ahorros Municipal, fue un pionero en las prejubilaciones de las cajas, en 1983. Tenía una edad fabulosa para seguir investigando, por lo que él era el que estaba entre casa y los archivos, y mi ama trabajando, trayendo la parte importante del jornal a casa. Pero también le echaba una mano en sus cosas, si era necesario, y, por supuesto, los fines de semana le solía acompañar a realizar entrevistas etnográficas o lo que fuera menester.
El método de trabajo de su padre estaba muy ligado al trabajo de campo, el contacto con la gente, escuchar a todos por igual, prestar atención a las pequeñas cosas… Algo que corre el riesgo de caer en desuso en una sociedad tan tecnológica y especializada como la actual.
Para el trabajo de campo, ya sea para la recogida de datos etnográficos, para los testimonios toponímicos o incluso para la recuperación de la memoria histórica, hace falta tener una sensibilidad especial, una empatía con tus entrevistados, un cariño inmenso hacia lo que haces, y un conocimiento profundo de lo que investigas.
Se destaca también en ese sentido, con respecto a ese modo de trabajar de José María Jimeno Jurío, su carácter afable y humilde, capaz de abrirle muchas puertas…
Son, en efecto, dos de los rasgos que caracterizaban su personalidad y que, en efecto, le abrían muchas puertas. Quizás por eso mi aita conectaba con todo el mundo desde el primer momento. Provenía de una familia de agricultores de Artajona, profundamente tradicionalista, y conocía muy bien la idiosincrasia de la Navarra rural, que era la suya. Igual le daba hablar con un pastor, con un cura viejo que con la persona más insigne. De todos aprendía y con todos conectaba bien, con cada cual en su registro, pero siempre desde ese carácter afable y humilde.
Jimeno Jurío, además, abarcó muchos campos (toponimia, folklore, memoria histórica, euskera…), y se convirtió en un referente en muchos de ellos, todo ello sin tener títulos universitarios (se le vetó, por ejemplo, el acceso a la Universidad de Navarra)…
Mi padre estudió Magisterio y fue maestro de primera enseñanza. Luego fue al Seminario y durante los años en los que estuvo de sacerdote, compaginó su labor pastoral con la docencia, ya fuera en el Puy de Estella, en el Instituto Laboral de Alsasua, donde fue jefe de estudios… en aquella época se matriculó en primero de Historia de la Universidad de Navarra y sacó, con buenas notas, varias de las asignaturas en las que se matriculó. Luego se hizo cura rojo, se secularizó, e intentó retomar sus estudios en ese centro, cuando ya había publicado varios libros y decenas de artículos. Entonces le pusieron el veto, so pretexto de que no tenía perfil de historiador. Aquello fue un escándalo que tuvo su reflejo en la prensa. Mi padre se quedó con la pena de no haber podido tener la carrera, pero, francamente, yo solo puedo decir que he aprendido más Historia de mi aita que en la propia carrera de Historia.
En el campo de la memoria histórica José María Jimeno Jurío abrió el camino en Navarra, aunque tuvo que enfrentarse también a muchas dificultades, amenazas, y dificultades… ¿Qué le debemos en ese apartado?
En lo que hoy denominamos memoria histórica mi aita fue el auténtico pionero, ya no solo en Euskal Herria, sino en todo el Estado. Comenzó con sus investigaciones en 1974, todavía en el franquismo, y desde luego en la clandestinidad más absoluta. Su objetivo en aquel momento fue realizar un listado identificando a los fusilados navarros a raíz del golpe de 1936, que fue completando con trabajos de mayor calado. Con los años fue rellenando miles de fichas, que convergieron finalmente en el proyecto de Altaffaylla. Actualmente esas fichas se han digitalizado por el Fondo documental UPNA-Parlamento de Navarra, y en los dos últimos años han servido como apoyatura documental para la exhumación, al menos, de una docena de cuerpos.
Y en lo que se refiere al euskera debía de ser una imagen impagable verlo a él, a Pablo Antoñana y a Jorge Cortés Izal recibiendo clases, ya mayores, de Asisko Urmeneta.
Aquellas clases de euskera eran increíbles. Y doy fe que, aunque Asisko lucía en aquel entonces ligera cresta y se evadían hablando de todo lo divino –para criticarlo, claro– y de todo lo humano, había un hueco para el euskera. En varias ocasiones me veía yo ayudando a mi padre con las etxerako-lanak del nor-nori-nork y demás con las que venía a casa. Aquel cuarteto de maestro y discípulos fueron, incluso, a un programa navideño de la ETB, a cantar con Oskorri. Nos organizaron un microbús y allá fuimos todas las familias. Fue una experiencia inolvidable.
Esta medalla de oro es importante, pero sin duda el mejor homenaje para su padre supongo que es la edición de sus Obras Completas (que además usted mismo dirige) y que lo será ahora y siempre leerlo…
Siempre digo que el mayor homenaje que se le ha tributado a mi padre ha sido este proyecto, del que ya hemos sacado 50 volúmenes y acabarán siendo alrededor de 65. Supone la reedición de todas sus publicaciones, pero también la publicación de infinidad de trabajos que dejó sin publicar, algunos tan importantes como la monografía de la represión del 36 en Sartaguda, el pueblo de las viudas. Ha sido un proyecto titánico, que ha podido ser una realidad gracias a la editorial Pamiela, que ha contado con la colaboración de Udalbide y Euskara Kultur Elkargoa.
Publicado en Gara 3/12/15