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UNA CABRA CON GORRO

Oct 26, 2015   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
tanque MOC

Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal en ON, semanario de Diario de Noticias (Navarra, Gipuzkoa y Álava) y Deia. 24/10/2015

Sacar a pasear a Pablo, la cabra de la legión, para que a su paso se cuadre un tipo con el pecho lleno de chatarra y cruzado por una banda de Miss (un tipo que, además de jefe de estado, es jefe de las fuerzas armadas y rey, menuda estampa para una democracia) nos sale más caro que la mortaja. 800.000 euros fue el presupuesto asignado a la parada militar del pasado Día de la Hispanidad. 800.000  monedas con el rostro del monarca cupro-niquelado. Una cagarruta, en todo caso, comparado con los presupuestos para el desfile de hace solo unos años, que triplicaba esa asignación (¿qué hicieron, les pagaron una noche en el Ritz a cada legionario?) y una ristra de cagarrutas, como las que la cabra transexual Pablo fue sembrando en el Paseo del Prado, comparado con las montañas de bosta y de dinero que mueve el Ministerio de Defensa, las empresas armamentística, la industria de la muerte, en definitiva.

España es el séptimo vendedor de armas en el mundo, y entre sus clientes se cuentan la pérfida Venezuela (a la que sin embargo, se vende, entre otras cosas, material antidisturbios) o Israel (si bien el suministro de armamento durante una ofensiva militar de este país contra la franja de Gaza, el pasado año, fue suspendido; se ve que antes de eso pensaban que los misiles los iban a utilizar para una fiesta de cumpleaños).

Por otra parte, según el colectivo antimilitarista Utopía Contagiosa, el presupuesto real destinado a Defensa en España (real porque los gastos militares se disimulan derramándolos por doce de los trece ministerios restantes), supone 500 euros por habitante al año, 700 euros volatilizados cada segundo, todo para calzarle un gorro a una cabra o para que miles de novios de la muerte maten las horas en los cuarteles sacando lustre a fusiles y sables.

Nunca se sabe, dirán, no hay que descartar que una guerra estalle en cualquier momento (para ello, de hecho, trabaja la industria armamentística). Como tampoco hay que descartar que en algún momento una pandemia se extienda por todo el país, y sin embargo no tenemos acantonados a miles de enfermeros y médicos, vacunando monos o montando y desmontando jeringuillas.

Por si eso fuera poco, en España al frente del Ministerio de Defensa está, sin ningún disimulo, uno de los más destacados representantes de esa industria militar, Pedro Morenés, que trabajó para Instalanza hasta solo un mes antes de ser nombrado ministro. Instalanza, entre otras lindezas, fabricaba bombas de racimo y cuando España suscribió un tratado internacional que prohibía el uso de estos explosivos, diseñados para multiplicar el daño, pidió al gobierno una indemnización de 40 millones de euros. Morenés, además, ha firmado durante su cargo de ministro contratos por valor de 28 millones de euros con esa misma empresa. Puertas giratorias, pues, en las que el aire envenenado se estanca con la densidad de la sangre.

Cuando alguien menta este tipo de datos corre el riesgo de que lo fusilen al alba, tras retratarlo como un jipi ridículo y trasnochado que pone flores en los cañones de las ametralladoras, o de que califiquen sus argumentos de pueriles, acertadamente, por otra parte, pues cualquier niño de primaria se da cuenta de que algo funciona mal cuando el gasto militar rebasa de una manera tan obscena los de educación o sanidad y de que con ese dinero se podrían hacer muchas cosas verdaderamente útiles (quizás por ello, para arrebatarles esa aplastante lógica,  las fuerzas armadas hacen “didácticas” exhibiciones en los patios de los colegios). Se mire por donde se mire,  es evidente, en fin,  que las armas son artefactos diseñados para matar y, por tanto, que quien se lucra con ellas, y quien saluda esa industria de la muerte, es de la misma familia que la cabra Pablo y con aumentativo.

 

 

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