Archive from septiembre, 2015
Hoy ha empezado el cole. Y ha empezado mal. Bronca con los niños, prisas… Yo he perdido los nervios y les he gritado y me he sentido fatal. Después, al volver de la escuela, he bajado al trastero. Dentro de unos días me voy de viaje, uno de esos viajes como los que conseguía hace años, gracias a la escritura y los premios literarios. Voy a África. Visitaré los proyectos de una ONG en Costa de Marfil y a la vuelta escribiré sobre ello e intentaré publicar algún reportaje, por el que me ofrecerán una miseria pero con el que tal vez pueda pagar el dentista o alguna extraescolar.
En Costa de Marfil es ahora la época de lluvias, así que he bajado al trastero a buscar el impermeable que utilizaba cuando trabajaba de barrendero. Soy un tipo apañado, uno de esos que usan el traje de su boda para las de los demás.
El impermeable no aparecía entre las cajas con ropa de los niños que se ha quedado pequeña, las bicicletas y los ordenadores moribundos, los apuntes de la universidad y de cursos que nunca acabé o que no me sirvieron para nada… Pero en otra caja he encontrado mis cuadernos de redacciones del colegio y el primer cuento que escribí, con cinco años, y que creía perdido… Los he estado ojeando y he sentido ganas de llorar. Llevo casi cuarenta años escribiendo y tengo la misma sensación que con esos apuntes: que hay algo que he dejado a medias y que escribir no me ha servido para mucho. Pero no he sentido pena y dolor por mí mismo —yo no necesito mucho, solo un poco, un poquito más—, sino por aquellos a quienes he arrastrado en este camino, con esta obsesión, esta enfermedad que es la literatura; pena y dolor y también admiración y agradecimiento por sus sacrificios y sus estrecheces…
Junto a la caja con los cuadernos he visto también otra con mis viejas cintas de casete. Heavy metal. Punk. Rock radikal vasco. Me he acordado también de mi juventud. De los empujones para entrar a los bares o llegar a las primera filas de los conciertos. De las cervezas y el humo. De los jerseis de lana y las botas que conocían cómo olía el suelo. De las broncas con la policía y los gatos callejeros, que salían corriendo entre los montones de basura cuando volvía a casa, borracho y solo… No siento nostalgia por aquella época. La recuerdo triste, violenta y atormentada; soportada solo a costa de una diversión autodestructiva; sin perspectivas de futuro… Esto último no ha cambiado mucho. La precariedad, las oficinas del INEM… Me angustia esta falta de estabilidad, los gastos —el dentista, las extraescolares…—, las prisas para llegar a sitios que no llevan a ninguna parte… Yo nunca imaginé, por ejemplo, que llegaría a ser un padre que grita y pierde la paciencia con sus hijos.
Por un momento, he pensado que mi vida es también un trastero, en el que he ido acumulando recuerdos inservibles, trozos de vida como cacharros rotos. Pero cuando estaba ya a punto de subir a casa, a escribir un rato y curarme las heridas, he visto el impermeable, en una esquina. Y he comprendido que dentro de mí también había algo —la fe inquebrantable en la imaginación, el anhelo de libertad, la lucha empecinada por cumplir los sueños— que permanecía intacto, que salvaguardé, que salvaguardamos mientras fuimos dejando pasar nuestra alegre juventud, algo que nunca se borraría de los cuadernos de redacciones infantiles. Algo que enseñar a mis hijos y que nos protegerá siempre de la tormenta.
Publicado en suplemento ON (26/09/2015), con diarios del Grupo Noticias)
“Detrás de este libro hay mucho dolor, y no es fácil permanecer al margen de él”
Miguel Sánchez-Ostiz. Escritor.
En El Botín, la esperada continuación de El escarmiento, el escritor navarro consigue retratar el clima de arbitrariedad, crueldad y rapiña que establecieron los vencedores tras el golpe militar de 1936. Un saqueo, económico e histórico, cuya sombra se ha alargado hasta nuestros días.
Patxi Irurzun. Iruñea
Publicado en Gara (15/09/2015)
Miguel Sánchez-Ostiz presentó el pasado viernes 11 de septiembre su última obra, El Botín, la continuación de El Escarmiento, “una obra magna, y una valiosísima aportación para avanzar en el conocimiento y en la socialización del mismo y para hacer conocer lo que realmente pasó y divulgarlo”, tal y como señaló el historiador Josu Chueca, quien acompañó al escritor en el Koldo Mitxelena Kulturenea de Donostia, donde tuvo lugar el acto.
La elección de Donostia no fue casual. “La idea de El Escarmiento surgió en esta ciudad, en el despacho de un escritor al que yo admiro mucho: José de Arteche”, explicó Sánchez-Ostiz. Arteche—contó a continuación el autor— mantuvo durante el verano de 1967 un encuentro con el también escritor navarro José María Iribarren, que fue secretario del general Mola durante los primeros meses del golpe militar de 1936. Hablando de sus respectivas memorias de guerra Iribarren se lamenta de que él no puede relatar lo que realmente quisiera, porque todavía viven muchos de los hijos y los nietos de los vencedores, que son tratados además como dioses. Y en un momento dado, al referirse a Mola, Iribarren cuenta que aquel hombre, que “no pensaba más que en matar”, decía que a los vascos había que hacerles un buen escarmiento. “De ahí, de ese momento recogido por Arteche en su magnífico libro Un vasco en la postguerra surge la idea de El Escarmiento, y por tanto de El Botín que no es más que una continuación de aquel”, señaló Sánchez Ostiz.
En efecto, si en El escarmiento Sánchez-Ostiz hablaba de la feroz represión desatada en Navarra tras el golpe militar, y en La sombra del Escarmiento de cómo las consecuencias del mismo se alargaron siniestramente hasta nuestros días, El Botín detalla el saqueo económico al que fueron sometidos los vencidos. “Allí el que no robó fue porque no quiso, no porque no pudo. Tras la caída de Irún, de un Irún en llamas en el que sin embargo no se quemó todo, la carretera del Bidasoa se convirtió en un rosario de hormigas. Se robó de todo, desde las gallinas de los caseríos guipuzcoanos, que acabaron comiéndoselas los frailes capuchinos de Pamplona, hasta barcos. Todo lo que pudieron cayó en manos de una gente que, como se decía, salió bien de la guerra”, explicó el escritor navarro durante la presentación, en la que añadió que en realidad lo que haría falta para determinar qué sucedió y saber quién se benefició de ese saqueo sería un trabajo exhaustivo de investigación en los registros de la propiedad. “Yo me daría por satisfecho si con El botín hubiera conseguido dibujar un poco el clima de miedo, represión, injusticia, crueldad y arbitrariedad”.
Arbitrariedad (“Lo mismo acababas en la cuneta que en Francia con un pasaporte firmado por el jefe de la Junta de Guerra Carlista”) y chocarrería, como demuestra otros pasaje con tintes berlanguianos, pero tristemente real, que también relató el autor: el del casino clandestino que montaron los requetés en las oficinas de la Junta de Guerra Carlista de Iruñea y en el que, cuando fue descubierto por su propia policía, la preocupación no consistió en investigar de donde procedía el dinero del juego sino en saber si los participantes blasfemaban o no. Aquel dinero, con toda seguridad, procedía de las multas abusivas y de la rapiña generalizada e institucionalizada, que se cebó especialmente con las clases más desfavorecidas: campesinos, pequeños propietarios, profesionales liberales… “Gente que con la desaparición del padre, la madre o el abuelo se quedó radicalmente en la miseria y con la supervivencia comprometida. Eso lo urdieron con un sistema legal, hicieron legar aplastar al otro”, dijo Sánchez-Ostiz. “Hay, por ejemplo, una cosa que no está apenas investigada: a dónde fueron a vivir los hijos y las viudas de los asesinados, a los que se echó de sus pueblos con una mano delante y otra detrás, después de quitarles todo”.
Un saqueo que, por otra parte, no solo fue económico, sino también histórico: “Los vencedores desde el primer momento dictaron la realidad, se convirtieron en dueños de ella. Lo que la gente recibía, no solo a través de la prensa, sino también en la calle eran consignas… El bombardeo de Gernika no fue obra de los alemanes; las matanzas en Málaga y Badajoz no pasaron nunca… Y eso se trasladó hasta los años sesenta, setenta…”.
Escribir El Botín no ha sido fácil para Miguel Sánchez-Ostiz. “Detrás de este libro hay mucho dolor y no es fácil permanecer al margen de él, acabas muchas veces tocado por esa brutalidad… Estás tratando además con dramas de los que conoces los escenarios, la tierra, la gente… Contar esto desde Manhattan, o desde una buena casa en Madrid y apoyado por un gran medio de comunicación o una buena universidad está muy bien, pero cuando escribes desde Pamplona, los nombres que aparecen son los de tu familia, tus amigos, tus compañeros de colegio, tus vecinos… Y como le dijo un campesino a la rapera La Chula Potra: todavía hay mucho fuego”.
Foto Daniel Etter
Publicado en el suplemento ON de los diarios de Grupo Noticias (Rubio de bote)
Era el más punk de todo el paseo marítimo. A contracorriente de las oleadas de chavales con sus camisetas con dedos corazones tiesos o en las que se leía Fuck you; remontando la marea de carne quemada por el sol y por la sangría; enfrentándose a los torsos tatuados con tigres y las sonrisas esbozadas con la comisura de las nalgas; desafiando la vulgaridad de las bermudas chorreantes y las chanclas sucias de arena. Caminaba, erguido y orgulloso, entre el humo de las cachimbas y el tundatunda del reggaeton, inmune al olor de las ventosidades que se le escapaban a los clientes de hoteles con pensión completa y a los berridos asilvestrados de los hooligans que abrevaban en barras libres y meaban como perros en las farolas.
Todos ellos, que creían llevar el mundo por montera, lo señalaban, se daban codazos, y se reían de él, al verlo pasar, pero no había nadie más punk, vivalavida y a la vez más digno en todo el paseo marítimo que aquel hombre, aquel dandi con su americana entallada, la raya de sus pantalones afilada como una cuchilla y sus zapatos de inmaculado terciopelo rojo.
Yo decidí seguirle durante un rato. Quizás un disidente como él podría conducirme hasta algún lugar en el que vendieran periódicos. Llevaba ya tres días en aquella ciudad de vacaciones y todavía no había sido capaz de encontrar un kiosko, una librería, ni mucho menos de ver a nadie leyendo otra cosa que los anuncios en ruso de las inmobiliarias o los menús de comida basura. Y eso a pesar de que la mayoría se pasaban las horas muertas tumbados al sol como lagartos. Me sentía angustiado. ¿Cuál era el futuro de la literatura? ¿Y el mío? ¿A quién podían interesarle, para qué servían entonces las bobadas que yo escribía en columnas como esta?
Y, mientras tanto, mientras allí la vida era un bufet continuo, fuera el mundo se convertía en algo cada vez más miserable, en un enorme ataúd redondo, con millones de personas enterradas vivas y otras tantas echándoles paletadas de tierra con su indiferencia. Quizás por eso nadie leía periódicos, ni veía los telediarios. Durante sus vacaciones no querían saber que había otras playas en las que la marea varaba cadáveres de inocentes, ni que estos se amontonaban en camiones frigoríficos, como los que transportaban el hielo para sus mojitos. Yo mismo era incapaz de escribir sobre ello. ¿Qué podía decir, que no hubieran dicho ya todas las fotografías publicadas? ¿Qué, que no fuera algo parecido a ponerse una camiseta con algún lema provocativo y contundente, echar la culpa a los políticos, al capitalismo, a enemigos invisibles y abstractos, y seguir paseando por el paseo marítimo con la conciencia tranquila?
Puede que en el fondo lo que me atenazaba, lo que nos convertía a la mayoría en ciegos, sordos e insensibles, era el hecho de que nuestros miedos, nuestros recelos, apuntalan también las vallas y los muros, los convierten en infranqueables, rizan las serpentinas de alambre y arman a los guardias de frontera. Tenemos miedo a los inmigrantes, a los refugiados, a que si llegan no haya sitio para todos. A que se cuelen en el bufet y nos roben el último plato de paella. Nos sentimos cómodos con las sandalias y las bermudas impregnadas de cloro y salitre, con nuestras camisetas y comportamientos de adolescentes perpetuos y egocéntricos, pero, aunque no queramos darnos cuenta, el final del verano ha llegado, y con él de una vez el momento de ponerse el pantalón largo y de caminar con la dignidad de seres humanos, en lugar de haciendo sonar las chanclas, como si nos aplaudiéramos a nosotros mismos.
Publicado en Gara, 07/08/2015
Foto: Patricio Crooker
“Siempre me ha gustado llegar a las grandes historias a través de los pequeños detalles”
Alex Ayala, periodista
El periodista gasteiztarra-boliviano Alex Ayala, acaba de publicar La vida de las cosas, una recopilación de historias en la que los objetos —un pijama de Spiderman, una colección de latas de cerveza, el cinturón de campeona de una cholita voladora… — revelan las increíbles vidas de la gente común.
Patxi Irurzun, Iruñea
Alex Ayala (Gasteiz, 1979) vive habitualmente en La Paz, donde trabaja como periodista para diferentes medios. En 2008 ganó el Premio Nacional de Periodismo de Bolivia y acaba de recibir la prestigiosa beca de periodismo de viajes Michael Jacobs. Fue director del dominical de La Razón de Bolivia, donde se publicaron originalmente las cincuenta historias que se compilan en La vida de las cosas. Durante este verano ha estado de vacaciones en Vitoria, con su familia boliviana, y aprovechó para presentar el libro, publicado por Libros del K.O. La vida de las cosas es un magnífico ejercicio de periodismo doméstico en el que a través de los objetos y las anécdotas de quienes los conservan, los coleccionan o los arrastran consigo en mudanzas de un continente a otro, Ayala (“uno de los cronistas más originales y agudos que hay hoy en América latina”, han dicho de él) nos habla de sentimientos universales, como el dolor, la pérdida o la supervivencia.
La vida de las cosas habla de historias cotidianas, que a menudo revelan muchas más cosas que las «grandes» historias o reportajes ¿Partió con esa premisa o surgió de modo casual?
Siempre me ha gustado llegar a las grandes historias a través de los pequeños detalles que te lo cuentan todo. Por lo tanto, no es algo casual. Y siempre he pensado que los grandes protagonistas de nuestro tiempo son aquellas personas sencillas con las que podemos identificarnos, y no los políticos, los artistas o los futbolistas.
Y son sus objetos los que le dan las claves para contar sus vidas… ¿Por qué nos aferramos a veces con tanta fuerza a algunas cosas u objetos?
Durante la etapa de investigación, los objetos fueron una excusa para conocer gente. Y creo que nos aferramos a ellos porque son custodios de nuestra memoria, una parte importante de nuestra biografía. Los objetos nos ayudan a recordar.
En una de las historias, El cuarto oscuro, uno de los protagonistas dice además que las cosas tienen a menudo muchos significados…
Los objetos pueden contarnos muchísimas cosas. A través de una cartera extraviada y luego recuperada podemos hablar de los objetos perdidos. A través de algo tan sencillo como un llamador de pájaros podemos conocer la infancia de alguien, sus orígenes. A través de unas simples estampitas de santos podemos conocer el poder de la devoción en ciertas familias. Y no siempre los objetos son lo que parecer ser a primera vista.
Es algo que además se ve en sus textos, y en la forma en que los estructura, una primera parte en la que cuenta la historia particular de un objeto y otra en la que eleva la historia a otro escalón…
Sí, no me quería quedar en la anécdota. Quería que los objetos me sirvieran para hablar de temas más grandes y universales, como el duelo, la supervivencia, las creencias, la itinerancia, el apego, etc.
Y aunque son historias en las que usted como narrador no intenta molestar ni despistarnos, también aparece, en una de ellas, como una pequeña perla y casi sin querer, una historia personal muy emotiva…
Mis padres murieron más o menos jóvenes. Ambos de cáncer. Y en su momento me quedé con varios objetos que hacen que me sienta más cerca de ellos. Algunos de esos objetos que me unen a mi historia familiar los menciono en ese texto.
Volviendo a lo de antes, no es frecuente en la prensa escrita encontrarse con historias de gente común.
Es una pena y creo que vamos por muy mal camino. Si queremos ganarnos a la gente como periodistas, deberíamos empezar a hablar de la gente. Quizás así no perderíamos a tantos lectores. Entre otras cosas, la gente está dejando de leer medios escritos porque somos predecibles y aburridos.
Y aún es menos frecuente encontrar historias bien contadas, que cuiden el estilo, o que, como en su caso, sean capaces de contar tanto en tan poco, a veces en una sola frase, o con una anécdota aparentemente sin importancia. ¿ Cuál es su sistema de trabajo?
Soy bien instintivo. Leer me parece la base de todo, el principio. Luego me dejó guiar por lo que me sorprende o me llama la atención. Y finalmente trato de captar el interés del lector desconocido al que nunca veré la cara. Por otro lado, trabajo casi siempre con libreta y suelo intentar tener siempre los ojos bien abiertos.
En qué anda metido ahora, en qué va a emplear la beca Michael Jacobs para periodismo de viajes.
Bueno, la beca Michael Jacobs es para escribir un libro de no ficción y en eso estoy trabajando ahora. En el libro hablaré sobre la muerte a través de 23 historias, 12 largas y 11 cortas. Por otro lado, como freelance escribo perfiles y crónicas habitualmente para medios de América Latina. Y con eso seguiré.
Entrevista de Patxi Irurzun. Foto: Luter Publicada en Gara (3/09/15)
«Yo soy lo que soy, un cantante de rocanrol y un escritor de canciones»
El cantante de Marea publica El carretero cosaco. Es su cuarto poemario y todavía no ha dejado de sentirse un intruso en el mundo de la literatura. “Si a un cerdo le pones un traje de torero no es torero, es un cerdo, con traje de torero, sí, pero un cerdo, y yo soy lo que soy, un cantante de rocanrol y un escritor de canciones”, dice. Pero su libro le desmiente. Kutxi es poeta, y de los buenos. Que diga lo contrario quien quiera que lea sus versos. Y que lo diga en Berriozar, si se atreve. Hasta allí, a su Kutxitril, nos fuimos a hablar con él.
Patxi Irurzun. Iruñea
A la puerta del Kutxitril, la cueva en Berriozar de Kutxi Romero —de profesión bandolero, como suele firmar a menudo—, hay pintados unos grafitis con las imágenes de Rockberto Tabletom y de Silvio, el legendario y maldito rockero sevillano. Algo más lejos se ve otro mural con Evaristo micrófono en ristre. Son algunos de sus ídolos. A otros los lleva tatuados en la piel: Bukowski, en una pantorilla, Camarón, en un hombro, Maki Navaja sirlándole un brazo… Y dentro, en la bajera, donde nos recibe buscando pájaros con los dedos entre las cuerdas de una guitarra, hay más: Rosendo, El Cabrero, El Drogas… Están en posters dedicados o en fotos con un Kutxi todavía adolescente que los mira con los ojos, incluido el chungo, echando chiribitas. Pero Kutxi, en realidad, ya no tiene nada que envidiarles. Ya es uno de ellos. Una leyenda del rocanrol. Con toda la barba. Kutxi cumplió cuarenta años el pasado ocho de julio y para celebrarlo se regaló a sí mismo el libro del que hemos venido a hablar, El carretero cosaco. “Bebo como un cosaco y fumo como un carretero, el título no tiene más misterio”, dice.
El carretero cosaco es su cuarto poemario y aunque contiene versos como estos:
“Pues va a resultar verdad
lo que decía
aquel tipo,
lo de que
toda vida
es un proceso
de demolición;
todavía
no las veo,
pero ya
escucho
acercarse
a las
excavadoras”
; a pesar de esa simple y hermosa contundencia, Kutxi todavía se tiene por un intruso en el mundo de la literatura. Las páginas del libro, de hecho, de las que más orgulloso se siente no son las de sus poemas sino el prólogo que le dedica Miguel Sánchez-Ostiz o las semblanzas con las que en las páginas finales, en una sección titulada Es hora de chuparse las pollas, lo retratan algunos de sus escritores y músicos preferidos.
Pero empecemos por el principio. A El carretero cosaco lo parió un desastre informático: “El ordenador petó y lo perdí todo”, empieza a contar Kutxi. “La movida fue que Kb( Enrique Cabezón, poeta, músico de la banda riojana En Blanco y editor ) me pidió algunos poemas para el número cien de su colección de poesía Planeta Clandestino, de la que también escribí el número uno. Le pasé treinta poemitas y con ellos sacó un librito que se titulaba Bruce Willis es zurdo. A raíz de eso me di cuenta de que tenía por ahí más cosas parecidas e intenté juntarlas. Pero el ordenador me petó. Lo envié a una empresa de recuperación de datos de Barcelona y solo faltó que me lo devolvieran con una carta en la que pusiera: ¡JA, JA; JA! Perdí fotos del niño, letras de canciones…Todo. Pero también pensé que aquello era una señal divina, como en la película de los Blues Brothers, así que me puse a escribir más poemas. Total, que poco tiempo ya tenía otros cien”, explica, y añade que desde que salió el libro ya ha escrito otros cien más “por si alguien quiere gastarse el dinero conmigo en otro libro”.
Todo lo anterior sucedía además aproximadamente cuarenta años después de que Doña Inés Lorente trajera al mundo a su primogénito José Carlos Romero Lorente, más conocido como Kutxi Romero, de modo que este decidió celebrar la efeméride: “Que la publicación coincidiera con los cuarenta años fue premeditado, pensé en hacerme un regalo a mí mismo. Y llamé a toda la gente que me gusta cómo escribe y con los que he tenido relación, con los que he hecho trabajos durante muchos años. Todos ellos respondieron, con lo cual el regalo fue completo, y además con el prólogo del gran Sánchez-Ostiz, algo que podré contar a los nietos”, se congratula Kutxi. Y Miguel Sánchez-Ostiz, el escritor navarro, devuelve los lametones, en una entrada de su Facebook: “Una cosa es que al Kutxi le tenga admiración y otra que hacía ya mucho tiempo que no leía un libro de poemas tan bueno… Ha sido para mí un verdadero gusto escribirle un par de folios que frente a sus poemas se quedan cortos. Ese libro tiene emoción y riesgo, inteligencia y dolor, ese ver lo que los demás no vemos porque no ponemos suficiente atención, humor zumbón y humor vagabundo, vitriolo y ternura, un tomarse a sí mismo a pitorreo que equivale a tomarse en serio lo que de verdad lo merece”.
Para muestra un botón:
“Hasta hace un minuto
no era consciente
de lo trágico
que es
hacerse viejo:
de todas las tetas
que se pasean
por esta playa,
las más caídas
son
las mías”.
En el libro, en efecto, está muy presente el humor, algo que hasta ahora no era frecuente ni en los poemas ni en las canciones de Kutxi. “Se va haciendo uno mayor y o te vuelves un viejo gruñón o te partes el ojete, en mi caso ha sido lo segundo, ahora me hace todo como gracia, nada me parece trascendental, me la suda completamente el devenir de las humanidad”, dice. En El carretero cosaco Kutxi escribe además con un tono más directo que en sus anteriores obras. “He desadjetivizado. Hacerlo complicado era lo fácil”. O como señala Sánchez-Ostiz: “Los poemas están escritos con palabras de este mundo”, algo con lo que está de acuerdo otro de los que participan en la sección de felaciones y semblanzas, el periodista musical y activista literario J. Oscar Beorlegui: “Kutxi escribe como ya decía Juan de Valdés en el siglo XVI: Escribo como hablo”. Y a la orgía de letras y saliva se suman también, primero, el escritor de Arrasate Josu Arteaga: “Kutxi escribe bien porque lee mejor. Rumia las palabras. Le gustan y tiene esa cualidad de todos los poetas, una osamenta de polvo de estrella prensado. Si fuese de este planeta seria contribuyente o incluso votante, pero el Kutxi viene de otro mundo y no es ni quiere ser otra cosa que poeta. Mejor así”. Y después el también escritor y cantante madrileño Kike Suárez: “Me ha gustado mucho cómo se ha expuesto Kutxi en su nuevo libro, cómo enseña las heridas, cómo se las lame con ron, admiro esa descriptiva sin contemplaciones de un mundo cotidiano que defiende, o ataca, con un raro equilibrio entre la emocionalidad y la socarronería”.
Pero a pesar de los halagos, El carretero cosaco es más que probable que no sea tomado en cuenta en los círculos literarios, lastrado por el hecho de que su autor proceda del mundo del rock, de la cultura popular. Cuando debería suceder lo contrario. Lo explica mucho mejor Enrique Cabezón, Kb: “La obra de Kutxi es uno de los eslabones necesarios que completan la cadena de la —despreciada muchas veces—cultura popular con la —sobredimensionada muchas más— alta cultura. Sirve de enlace y camino de acceso y, además, en demasiadas ocasiones resulta más rigurosa y arriesgada y siempre mucho menos pretenciosa”.
Y eso que al final el libro no ha aparecido en formato disco-libro, como quería Kutxi, incluyendo algunas de las canciones que ha compuesto últimamente y que viene interpretando por bares en formato acústico (hay dos de ellas grabadas en el disco benéfico Concierto por el Dravet, junto con Boni y Aurora Beltrán). Probablemente se publiquen en invierno, aunque Kutxi no tiene ninguna intención de iniciar una carrera en solitario: “Con las canciones yo ya he vendimiado, me voy encontrando de frente a la gente que va a la meta corriendo, y les voy saludando, mientras yo vuelvo andando a la línea de salida, tranquilamente, parándome donde me da la gana…”, dice.
La seguridad y el punto de chulería —porque puede— que Kutxi muestra al hablar de su carrera como músico, al frente de Marea, es inversamente proporcional a la importancia que, de forma injusta, se quita como escritor. “Yo en la poesía me siento como un intruso. A mí, por ejemplo, me llama García Montero para hacer un dúo y le meto una paliza. Pues al revés también debería suceder, lo que pasa que a mí no me pegan porque soy grande y agresivo. Bueno, y porque todos estos escritores que me han chupado el rabo en el libro son gente condescendiente con un desequilibrado como yo. Pero yo soy solo eso, un intruso. Es una de mis contradicciones. Odio a los intrusos. Me odio a mí mismo. Me odio y me celebro”, concluye. Genio y figura, Kutxi Romero. Y poeta, a su pesar:
“Los veo regresar
por el paseo marítimo,
compungidos
con las hamacas sin desplegar
y las sombrillas doblegadas
vencidos por el viento.
Yo camino ente ellos
triunfante
con mi cometa
debajo del brazo”.
Es hora de chuparse las pollas
El carretero cosaco es el último libro de Desacorde Ediciones, editorial vallecana, al frente de la cual están Bego Loza y Jorge Jiménez, que se ha convertido en un referente a la hora de publicar obras literarias escritas por rockeros. Con ellos han aparecido, por ejemplo, Cuatro estaciones hacia la locura, de Evaristo, León manso come mierda, del propio Kutxi, o Tres puntadas de El Drogas. El Drogas es precisamente uno de los escritores y músicos que han escrito semblanzas para la sección Es hora de chuparse las pollas del poemario de Kutxi. Además de él en sus páginas aparecen textos de Luter (que también ha incluido varias fotos), Kike Turrón, Josu Arteaga, J. Oscar Beorlegui, Fernando F. Garayoa, Patxi Irurzun, Kike Suarez, Sor Kampana, Alfredo Domeño, Txema Benítez, Enrique Cabezón Kb, y Antonio Suárez Lulu. Ángel Petisme ha escrito la contra del libro y las ilustraciones del interior son de Mikel Poza.