MEA CULPA
Colaboración para Rubio de bote, en ON, suplemento del Grupo Noticias (Deia, Diario de Noticias de Navarra, Álava y Gipuzkoa)
MEA CULPA
El escritor mexicano Heriberto Yépez escribía en un relato titulado Tesis sobre las presentaciones de libros: “Los escritores, salvo contadísimas excepciones, son antipáticos. Observarlos en vivo decepciona a sus lectores. Y desalienta a los que pudieron haberlo sido. (…) Sé de muchas personas que asisten a las presentaciones de libros para confirmar que el escritor es un ególatra, un torpe o un mamón”.
Bueno, al menos a las presentaciones de las que habla Yépez asistía alguien. Por lo general, no hay nada más desangelado que una presentación de un libro. Cuando alguien suele preguntarnos a los escritores qué tal fue la nuestra —para a continuación añadir que no pudieron ir por tal o cual motivo— la respuesta automática es “Muy bien, muy bien”; o quizás, si el escritor es un poco más humilde, “Muy bien, estuvimos en familia, pero lo pasamos muy bien”, aunque en realidad lo que al escritor le está pasando por la cabeza sea “Una mierda, la presentación fue una puta mierda y es la última vez que hago una”, porque lo de estar en familia suele ser literal, y el público lo componen la madre o la mujer del autor, a quienes como mucho suele sumarse algún amigo o algún escritor que está presente porque al cabo de una semana también él presenta libro y espera que le devuelvan el favor.
Lo cierto es que, por lo general, una presentación de un libro no suele ser de por sí el plan más arrebatador para pasar la tarde de un viernes. Pero en realidad ese no es el problema, el problema es que leer un libro —que es lo que realmente hay que hacer con los libros, más que hablar sobre ellos—, tampoco suele ser, cada vez lo es menos, el mejor plan para pasar la tarde un viernes ni ninguna otra. Cada vez se venden menos libros, excepción hecha de autores de la talla o el tirón de Belén Esteban, o los libros que se venden son siempre los mismos, aquellos que antes de ser publicados y por tanto leídos ya son un éxito y tienen sus derechos vendidos en varios países y a una superproductora de cine. El 99% de los escritores restantes tenemos la sensación, probablemente falsa, de ser los últimos de un oficio en vías de extinción (falsa porque inventar, contar y escuchar historias es y será siempre algo inherente al género humano), y nos vemos abocados por ello para sobrevivir a hacer todo ese tipo de cosas ridículas, como presentar libros o subir fotos de los mismos a nuestro Facebook cuando milagrosamente los vemos en el escaparate de una librería, entre recetarios de cocina y novelas firmadas por famosos de todo pelaje y condición que, paradójicamente, adornan o tratan de dignificar su trayectoria con la publicación de un libro.
El factor Belén Esteban es determinante en todo este asunto, en el que en realidad de lo que se trata es de que una navajada trapera ha separado lo que es la literatura del entretenimiento o del espectáculo (con todos los matices y jirones que quedan colgando en una afirmación de ese tipo), y de que la sangre está llegando al río. Otro escritor, Patricio Pron, señalaba hace poco en un artículo que en los últimos años 72 bibliotecas públicas habían sido quemadas en las banlieus, los barrios periféricos franceses, porque, según argumentaba un joven, “las bibliotecas están allí para adormecernos. No necesitamos libros, sino trabajo”. Tal vez ese joven piense eso, o desconozca que los libros en realidad sirven para despertar o para alimentar el fuego de otra manera, porque le han hecho creer que los únicos libros que existen son los que escribe la Belén Esteban francesa. Claro que no todo es culpa de una industria editorial autodestructiva, y Patricio Pron también entonaba un mea culpa, al que me adhiero, cuando señalaba que tampoco los escritores hemos sido capaces de escribir una literatura relevante, capaz de abordar la vida y transformarla, y que a menudo nuestros libros están escritos de espaldas a la vida. Lo cual, de ser cierto, vendría a avalar la teoría de Heriberto Yépez sobre las presentaciones de libros y sobre nuestra egolatría, torpeza y mamonez.