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MENSAJES PARA UN ESPÍA RUSO DESDE EL EDIFICIO MÁS FEO DEL MUNDO

Feb 16, 2015   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
Otar Iosseliani

Foto: Punto de vista

(Crónica publicada en Gara)

El cineasta georgiano Otar Iosseliani impartió ayer una master class durante el Festival Punto de Vista

Patxi Irurzun. 

“Esta película es una muestra de respeto a los pastores y campesinos vascos, a los hombre honestos, las mujeres dignas y los niños tranquilos, a este pueblo fiero y valiente que durante toda su historia ha defendido su independencia y ha conseguido salvaguardar su cultura y su lengua, las más antigua de Europa”. Esta es la dedicatoria que el cineasta georgiano Otar Iosseliani incluyó en su documental Euzkadi, été 1982 (1983) que se ha proyectado dentro del ciclo Chez les basques durante el festival Punto de Vista, celebrado a lo largo de toda la semana en Iruñea y que hoy dará a conocer su palmarés.

Ioselliani, a quien además se dedicaron dos sesiones  sobre su obra documental, llegó el viernes a Iruñea desde París (donde vive desde hace años, tras exiliarse de su Georgia natal) vía Biarritz, y aprovechó el viaje para revisitar los escenarios de aquel documental, en el que filmó la celebración del Corpus Christi en Heleta y de la pastoral Pete Basubürü en Pagola. Fue una mañana de emotivos reencuentros, como el que mantuvo con el pastor Mixel Etxeber y su mujer Maddi, a quienes Iosselliani filmó hace más de treinta años ordeñando a mano sus 200 ovejas burugorriak en su establo de Pagola. Por la tarde, el cineasta participó en un coloquio con los espectadores y ayer sábado impartió unas master class en Baluarte.

En la misma, que él prefirió llamar coloquio (en honor a la verdad lo denominó un “bla, bla, bla”), Iosseliani reflexionó sobre matemáticas, religión, política… y, aparentemente, muy poco sobre cine. Iosseliani, que tiene ya más de ochenta años y lleva casi cincuenta rodando películas, dio muestra de su espíritu libre (decidió, por ejemplo, hacer un alto en mitad de la charla para salir a fumar fuera de Baluarte, sede del festival, al que calificó como el “edificio más feo del mundo”) y la confianza en el género humano que impregna su obra… a no ser que el humano en cuestión sea Vladimir Putin, el presidente ruso a quien envió varias andanadas a través del espía ruso que, bromeó Iosseliani, “hay en todas las reuniones tomando notas”.

Iosseliani comenzó reivindicando las matemáticas como imprescindibles en cualquier proceso creativo. “Las matemáticas son la musculatura del pensamiento”, dijo, con voz grave y pausada, en medio de un silencio reverencial por parte del público; y ello le sirvió de preámbulo para lo que al final se convirtió en un monólogo a ratos deslumbrante, otros algo inquietante,  en el que citó a Dante, García Lorca, Homero, Aristóteles, y en el que cada frase se convertía en una sentencia. “No se puede hacer el bien sin hacer el mal”; “Los escritores y cineastas son la mayor catástrofe para las mentes”; “Otelo es un cretino”…  No faltaron, a pesar de la gravedad, momentos de humor, como cuando dio a probar su vaso de agua a un espectador de la primera fila: “En mi país en vez de un vaso de agua me habrían puesto uno de vodka. Yo soy georgiano, y en Georgia alguien que no bebe es un desgraciado, y alguien que no beba ni cante alguien doblemente desgraciado”.

Iosseliani tampoco eludió reflexiones sobre la actualidad política, como las referidas al atentado contra Charlie Hebdo. Dudó de que sus autores lograran con su inmolación alcanzar el paraíso, pues “este es debe ser un lugar en el que la vida transcurra dulce, el que hayan espacio y tiempo para la reflexión, la calma, la paz”; o calificó de indigna la interpretación que algunos hacen del islam, e incluso fue más allá y negó la posibilidad, salvo excepciones, de un cine islamista, de entroncar en él una “anticultura” que teme ver el cabello de una mujer, que rehuye la convivencia, que niega esa visión humanista que para él es imprescindible en el cine.

“Alguien que no entienda todo esto que he contado”, dijo el cineasta georgiano, “no podrá ser un cineasta, solo un hacedor de cine”. De eso era de lo que, en realidad, había estado hablando en todo momento: de cine, un oficio que comparó con el amor: “Para ejercer cine hay que darlo todo, sin esperar nada a cambio”, concluyó Otar Iosseliani, antes de levantarse y salir de la sala a fumar otro cigarro.

 

NIEVE

Feb 16, 2015   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
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El muñeco de nieve más feo del mundo

(Artículo publicado en ‘Rubio de bote’, 2015 (ON, suplemento de los diarios del Grupo Noticias)

La nieve, oh, la nieve. A mí me da asco, pero qué bonita la nieve. La nieve es para los poetas. Yo soy columnista y tengo que estar permanentemente enfadado. Como el protagonista de aquella novela de Nick Hornby, Cómo ser buenos, quien firmaba sus artículos como “El hombre más enojado de Holloway”. Un poeta está para escribir que cada vez que nieva todos somos niños de seis años, pero a mí, el hombre más enojado de Sarriguren, me sucede justo lo contrario, la nieve me convierte en un viejo cascarrabias.

La nieve, oh, la nieve. Hacer muñecos, ponerles su zanahoria, cambiar la zanahoria de sitio y transformarla en un nabo… Qué divertida la nieve. Tirarse bolas, abrirse la crisma al día siguiente, cuando algún gracioso sigue tirándote bolas, que ahora son piedras de hielo… Y los retrasos en los autobuses, los coches cruzados en la cuesta del garaje, y los pueblos incomunicados y sin luz, las cañerías reventadas… Oh, la nieve. Y los resbalones. A mí la nieve me da asco por culpa de un resbalón. Bueno, de dos. Con el primero de ellos, con el que anduve con un petirrojo picoteándome en el hueso de la cadera durante un mes, me convertí en un licenciado vidriera, aquel personaje monomaniaco de una de las novelas ejemplares de Cervantes que se creía de cristal y tenía miedo a romperse en pedazos. Siento pánico al hielo. Existe incluso un síndrome, frecuente en personas de avanzada edad, llamado STCA (Síndrome del Temor a Caerse), que además es una metáfora perfecta y capicúa de la condición humana: cuando más vulnerable es una persona más miedo siente y a su vez el miedo la vuelve aún más vulnerable, más insegura, con más posibilidades de volver a caer. Todos tenemos pánico a caer, de una u otra forma.

El segundo resbalón fue con la niña, de camino a la guardería. La llevaba en brazos y nos fuimos los dos al suelo. A mí esta vez no me vino a picotear los huesos de la cadera un petirrojo, sino un pájaro carpintero; y la niña se dio un buen coscorrón. Creo que por eso a ella tampoco le hace mucha gracia la nieve. Lo lleva grabado a fuego y hielo en las meninges. La de esta vez ha sido su primera gran nevada, la primera de varios días, y el segundo de ellos me dijo, mientras veíamos en el telediario varios coches atrapados en una autovía: “Yo pensaba que la nieve era guay, pero es más como el demonio ¿no?”. Ya me la imagino conmigo de la mano, cuando llegue el deshielo, pisando juntos el aguachirri,  chapoteando felices sobre los muñecos de nieve desangrados…

En Cómo ser buenos, la novela de Hornby, el hombre más enojado de Holloway acaba rebajando progresivamente su ira hasta reconsiderar su trabajo de columnista gruñón, así que para cerrar este parte meterológico-doméstico yo también diré que en realidad no se puede negar que la nieve despierta algo mágico y puro en nosotros, sobre todo esos primeros copos revoloteando nerviosos como mariposas blancas cegadas por su propia luz, y que además este año estos cayeron durante el que las estadísticas califican como el día más triste del año, tirando por tierra esa estúpida manía de catalogar y uniformar todo, pues la nieve, oh, la nieve hizo feliz ese día a mucha gente, incluido a mí mismo, durante por lo menos uno o dos minutos.

 

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