Foto: Leticia Ruifernández
El dibujante bilbaíno Javier de Isusi cuenta en la novela gráfica “He visto ballenas /Baleak ikusi ditut” (Astiberri) una historia que busca caminos para la reconciliación, a través del encuentro entre un preso de ETA y otro del GAL en una prisión francesa.
Patxi Irurzun. Iruñea
Parece una perogrullada, pero para creer lo que se cuenta en esta novela gráfica hay que leerla. Hay que confiar en quien cuenta que ha visto ballenas, y escuchar su historia. No basta con resumir de forma apresurada su argumento: dos jóvenes amigos que toman caminos opuestos y que aparentemente nunca pueden volver a encontrarse: uno de ellos, Antón, perderá a su padre en un atentado de ETA; el otro, Josu, se convertirá en militante de la organización armada y conocerá, más tarde, en prisión a Emmanuel, un preso del GAL, con quien establece una relación personal, y que es además el asesino del asesino del padre de su amigo Antón… Sí, todo parece a priori enrevesado, efectista, forzado. Hasta que se empieza a leer el libro y la historia no solo se sostiene, se convierte en verosímil (porque lo es, en parte está basada en una historia real; y sobre todo, por el magnífico trabajo del autor, Javier de Isusi), sino además en un relato que contiene claves para la reconciliación en un conflicto como el que ha sufrido durante las últimas décadas Euskal Herria.
La historia del encuentro entre los presos de ETA y el GAL se la contó a Isusi su hermano, e inmediatamente el autor bilbaíno tuvo por una parte el pinchazo creativo, la necesidad urgente de contarla y por otra la conciencia de que se metía en terreno resbaladizo y desconocido para él. Tal y como reconoce a Javier Zalbidegoitia en una entrevista en la web de Astiberri, la editorial que ha publicado en euskera y castellano He visto ballenas / Baleak ikusi ditut “la realidad de la violencia en Euskadi me ha tocado vivirla desde pequeño porque soy vasco pero la verdad es que mi contacto real con ella ha sido muy tangencial, nunca he sentido en mi entorno más cercano la opresión policial ni la de ETA. Jamás sentí esa generalización que tanto gusta en ciertos medios de comunicación de que en Euskadi se vivía con miedo, que no podías decir libremente tus opiniones… Con esto no quiero decir que eso no haya existido (o exista aún en algunos ambientes) ni pretendo minimizar la tragedia que tantos han vivido y en algunos casos siguen viviendo en Euskadi, simplemente digo que yo no la he vivido en mi propia carne ni en la de mis conocidos, y por tanto, no necesitaba sacar una historia sobre este tema a modo de catarsis; más bien cuando la historia me llega, automáticamente siento y pienso que precisamente por esa lejanía relativa puedo servir de vehículo para sacarla a la luz, aun siendo consciente de todas mis limitaciones”.
Limitaciones que creativamente Isusi convierte en virtudes, tanto en el tono o el modo de abordar la historia, como en el tratamiento formal. Isusi ha escrito una historia llena de matices que convierte a los personajes en personas. En cada una de ellas, incluso en aquellas de las que cada cual pueda sentirse más lejana ideológicamente, resultan reconocibles como propios sus contradicciones, sus dudas, sus temores… El autor ha huido del maximalismo, tan común a la hora de hablar del “tema vasco”, y, de hecho, ha dibujado con acuarelas en grises y amarillos, huyendo del blanco y negro (al que recurrió inicialmente empujado por la urgencia de contar la historia) y buscando la intimidad y a la vez la frialdad de los dormitorios, de la luz mortecina de los calabozos o de las salas de espera de las cárceles…
Para retratar todos esos espacios y para encarnar a sus personajes se documentó y habló con personas que han vivido en primera persona historias como la que él cuenta, víctimas de la violencia o presos, y tuvo también claro que no publicaría el comic sin la aprobación de ellos. El resultado es una obra en la que consigue ponernos en la perspectiva del otro, romper con los prejuicios y sobre todo que convierte el arte, la ficción en una herramienta necesaria para contarnos a nosotros mismos quienes somos o hemos sido y para que exista una oportunidad en la que los caminos vuelvan a encontrarse y en la que la escena final, como sucede en “He visto ballenas”, quede abierta.
Artículo publicado en Gara