SORTEO POLÍTICO (RUBIO DE BOTE)
Y ahora vamos a proceder al sorteo. ¡Silencio, por favor! Vamos a ver, aquí está la primera bolita. Mariano Rajoy. Este mes al señor presidente le ha tocado ser zapatero. Por favor, señorías. No me hagan chistes. Zapatero con minúscula. A ver la siguiente bolita. La ministra de empleo. Anda, qué casualidad, a ella le ha tocado parada. ¡Señora Fabra! ¡Como vuelva a escucharle otro “¡Que se joda!”, la expulso de la sala! Pues eso, la ministra de empleo, parada. Y sin subsidio. No, no ha habido pucherazo, señora Báñez, lo que pasa es que para parado hay muchos boletos. El 26%, concretamente. Sigamos. El señor Wert, a limpiar los baños portátiles del Viña Rock. ¡Orden, orden! ¡Compórtense como adultos responsables, señorías!…
¿Se lo imaginan? Sí, es cierto, imaginarlo sí, pero poco más. La oligarquía política no pisa el mismo suelo que el resto de los mortales, no viaja nunca en metro ni en autobús, no sabe nada sobre aquellos a quienes desgobierna… Y no parece que eso vaya a cambiar (excepto durante las campañas electorales y si hay algún fotógrafo cerca). Por ello, resulta mucho más sencillo plantear la situación al revés: un sorteo que convierta en gobernantes a ciudadanos corrientes. De hecho, no se trata ya solo de imaginarlo, sino que hay antecedentes y plataformas que promueven el sorteo político como alternativa o complemento a un sistema democrático en quiebra. Por ejemplo, www.sorteopolitico.wordpress.com —con un grupo de trabajo en Bilbao— o el Partido del azar. No, no es una broma. Una broma es hablar de democracia representativa cuando los partidos incumplen sistemáticamente sus programas, cuando la abstención es una de las opciones mayoritarias o cuando existe la convicción generalizada de que no se gobierna pensando en los ciudadanos de a pie sino en los de jet privado: los banqueros, las grandes multinacionales, la industria de la muerte…
“Pues a mí si me toca la china no quiero saber nada”, dice mi amigo Juantxo el jipi cuando se lo cuento. “No pasa nada. Se puede objetar”. “¿Y si los que salen son unos desgarramantas?”, sigue objetando. Le explico entonces que se formaría a los elegidos, que el cargo de estos duraría poco para evitar la corrupción, le hablo de los jurados populares, y de que si hay millones de personas capacitadas para ser seleccionadores nacionales o tuitertulianos por qué no las va a haber para ser políticos, pero lo que acaba de convencerle es cuando remato: “Peor que los que están ahora no lo iban a hacer”.
El sorteo político en realidad no es nada nuevo: en la antigua Grecia funcionó durante 200 años (parcialmente y con los parámetros de la época: a un esclavo, incluso a una mujer libre ateniense la democracia se la sudaba olímpicamente —y viceversa—). Además, hay diferentes opciones. Un sistema mixto, por ejemplo, con candidatos elegidos en las urnas y una asamblea de ciudadanos (que llenara el hueco abstencionista). “No sé, igual es un desastre, pero igual no. Se trata de probar, y de tener un plan B para cuando esto pete. Porque va a petar”, pronostico, acariciando mi barbilla como si fuera una bola de cristal. Después, me pongo las gafas al revés y veo al rey de España fregando suelos, y a un general fabricando tartas de nata, y a un arzobispo de gogó…
Patxi Irurzun para ON
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