• Subcribe to Our RSS Feed
Archive from marzo, 2013

EN ‘DIARIO DE NOTICIAS’ CON PELUCA PUNKI

Mar 24, 2013   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

Irurzun: «Del cuento deberíamos vivir los que escribimos, no la familia real»

EL ESCRITOR NAVARRO EDITA CON PAMIELA ‘LA TRISTEZA DE LAS TIENDAS DE PELUCAS’

Se trata de una colección de 13 relatos tragicómicos marcados por la transgresión

FERNANDO F. GARAYOA – Viernes, 22 de Marzo de 2013

PAMPLONA. El escritor navarro Patxi Irurzun, haciendo gala de esa timidez callejera, resabiada y siempre sonriente, presentó ayer en La Hormiga Atómica su nuevo libro, La tristeza de las tiendas de pelucas.Una colección de 13 cuentos con la que el autor ficha por la editorial Pamiela, cuyos responsables manifestaron sin disimulo la satisfacción de que el escritor por fin militara en su «familia».

David Mariezkurrena, de Pamiela, definió perfectamente a Irurzun al afirmar que se trata de una persona que «lo está dando todo para que la literatura sea su forma de vida. Tiene libros de viajes, novelas y de relatos, como el que ahora presentamos. Un género en el que se maneja con gran maestría creando un mundo imaginario en el que deja claro, como apuntaba David Benedicte, que humor y transgresión no está reñidos con la buena literatura».

Por su parte, Patxi Irurzun explicó que «la mayoría de los 13 relatos los he escrito en los dos últimos años, aunque hay cuatro que he recuperado, entre ellos el primer cuento que escribí, con ciertas pretensiones literarias, a los 16 años (El mundo es un autobús); y El cangrejo valiente, que se editó anteriormente en solitario y al que yo califico como mi pequeño beste seller, ya que tuvo tres ediciones. También hay algún cuento premiado. Y es que, de hecho, puede decirse que me he pegado toda la vida escribiendo cuentos, ya que si los cálculos no me fallan este es el quinto volumen de relatos que publico. «.

Una trayectoria contrastada que sirvió al autor para reivindicarse contundentemente, apoyado en una buena dosis de ironía, como «cuentista, ya que vivimos una época en la que hay mucho intrusismo; es decir, del cuento deberíamos vivir los que los escribimos y no los políticos, la familia real y ese largo etcétera que todos conocemos».

EQUILIBRIO «Aunque el libro recoge relatos tristes y de humor, creo que se han equilibrado muy bien entre ellos creando una especie de hilo que los une. De hecho, el título, La tristeza de las tiendas de pelucas, intenta dar ese matiz tragicómico, que es lo que el lector se encontrará en este volumen. Los cuentos más serios quizá sigan el tono de Dios nunca reza, solo que en esta ocasión, al margen de alguna experiencia propia, los he cubierto con escenarios ficticios pero, a la vez, muy reales, ya que mi intención, en el fondo, es que el lector tenga la sensación de que lo que se cuenta le podía haber pasado a él. En cierto modo es una literatura del yo, pero que acaba trascendiendo al nosotros». Respecto a la otra parte, los cuentos de humor, Patxi Irurzun desbrozó algunos de ellos como forma más «elocuente» para dar con su particular filosofía literaria. «Por ejemplo, se encontrarán con un Spiderman de pega, una persona a la que acaban de despedir de una caja de ahorros y que, vestido de súper héroe, se planta en la puerta de esa oficina a pedir dinero a sus compañeros de trabajo. También se encontrarán con Fray Spray, un cura grafitero que regenta un albergue y cuyo relato nace de la historia real de un cura que se dedicó a tapar con pintura los carteles de otros albergues, porque decía que le robaban los peregrinos». Y, cómo no, también se da cita un cuento sanferminero, «en el que debido a una enfermedad del ganado vacuno los toros del encierro son sustituidos por avestruces».

Las claves:

· El año de la lengua azul en la ciudad del mundo al revés.

Cuento sanferminero, con una ciudad más loca que nunca: encierros de avestruces y, en vez de toros, un Barça-Madrid con camisetas intercambiadas. Loco.

· El vértigo de Spiderman

Un hombre cabreado es capaz de todo, tiene más poderes que un superhéroe. Iracundo.

· Trigesimoquintacrisis. Un cuento sobre aquellos para los que la crisis no es algo nuevo. Precariedad, desolación y a pesar de todo esperanza.

· Reliquias y jorobas. Un On the road carpetovetónico, un relato que corta la respiración, un viaje desde el manicomio de Arrasate al Monasterio de Yuste. Psicotrópico.

· El mundo es un autobús. Mi primer cuento, que desgraciadamente no se ha hecho viejo. Han pasado casi 30 años y algunas cosas no cambian, quizás solo empeoran (para los de siempre). Gris y, sin embargo, luminoso.

· El censo del miedo. Los peligros de la homogeneización. Terrorífico.

· Superpop. Un capítulo apócrifo de Verano azul, con uno de sus personajes secundarios 30 años después. Tragicómico.

· Espejo de príncipes. Uno de mis subgéneros: el cuento antimonárquico, aunque esta vez también le hemos dejado explicarse al príncipe Felipe. Más que metafórico.

http://noticiasdenavarra.es/2013/03/22/ocio-y-cultura/cultura/irurzun-del-cuento-deberiamos-vivir-los-que-escribimos-no-la-familia-real

PRESENTACIÓN

Mar 24, 2013   //   by admin   //   Blog  //  No Comments


El pasado jueves, 21 de marzo, presentamos en la librería LA HORMIGA ATÓMICA de Pamplona mi libro de relatos LA TRISTEZA DE LAS TIENDAS DE PELUCAS. Por allí estuvieron entre otros amigos como Kutxi Romero, Oscar Beorlegui, Fernando Garaioa y acompañándome la gente de Pamiela, Txema Aranaz, Pello Elzaburu y David Mariezkurrena (conmigo en la foto) la familia, la gran Nuria Irisarrri, autora de la portada… Menudo día más loco. Ser escritor y padre de familia no es muy compatible, me lo pasé de un lado para otro (y luego el desagüe de la fregadera, que decidió liarla precisamente ese día, como un crítico literario con mala leche). En fin, necesito dos vidas para agradeceros personalmente a todos los que, de un modo u otro, en persona, por email, en Facebook, me acompañasteis y apoyasteis y os habéis pusisteis la peluca. Fue un día lleno de emociones. Por aquí iré poniendo lo que salga por ahí, en los papeles y en la interné. Un abrazo muy fuerte, amigos.

LA TRISTEZA DE LAS TIENDAS DE PELUCAS. La portada

Mar 11, 2013   //   by admin   //   Blog  //  3 Comments


Un hombre que empuja al príncipe de España; Spiderman en paro y con vértigo; un hongo nuclear creciendo entre los bloques de VPO de una Ecociudad; Fray Spray, el cura grafitero; el Barça y el Real Madrid enfrentándose con las camisetas de sus equipos intercambiadas; un western entre dos reyes magos negros, uno de ellos de pega…

Patxi Irurzun vuelve con una nueva colección de relatos, un género en el que sabe agitar como nadie un cóctel de incendiaria crítica social, humor descacharrante y las imprescindibles gotas de poesía y ternura (pero solo para quien se las merece).

“Patxi Irurzun deja claro al personal que humor y transgresión no están reñidos con la buena literatura”
David Benedicte (XL Semanal)

“Si la literatura fuera un circo (en cierto modo lo es), estoy completamente seguro de que Patxi sería el ragasables”.
Kutxi Romero (Marea)

LA TRISTEZA DE LAS TIENDAS DE PELUCAS

Patxi Irurzun

PATO BUENO PATO MUERTO

Mar 8, 2013   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

Esta es mi última colaboración para blogsanfermin.com, un viejo cuento sanferminero:
PATO BUENO PATO MUERTO
Patxi Irurzun
—O matas al puto pato o te matamos a ti —fue la última frase que me vino a la mente, antes de que a mi coche le fallaran los frenos y se estrellara, conduciéndome hasta esta galaxia extraña, poblada de hombrecitos verdes, en la que he permanecido perdido estos últimos días.
Yo volvía a Pamplona desde mi escondrijo de los últimos meses,  en un lugar que no había revelado a nadie: mi mujer, mis padres, mi camello habitual… Nunca, desde que era un adolescente, había dejado de sumergirme en la olla a presión que es la plaza consistorial el día 6 de julio a las 12 del mediodía (ni de cocerme hasta las trancas dentro de ella). Y este año tampoco iba a ser menos. Pensaba que ni siquiera esos cabronazos me iban a fastidiar el chupinazo. Pero ellos, como perros de presa, me habían encontrado.
Permítanme que me presente. Me llamo Dimas Otxoa y soy  fontanero. Aunque nunca en mi vida haya puesto el culo en pompa debajo de un lavabo. A lo que me dedico (a lo que me dedicaba, mejor dicho) era a desatascar otro tipo de cañerías. Mis compañeros del servicio de inteligencia me llamaban “Señor Lobo”, porque, al igual que aquel personaje de “Pulp fiction”, solucionaba problemas. Se los solucionaba a esa panda de forajidos que nos gobiernan. Eran cosas sencillas. Chapuzas. La última, por ejemplo, consistía en romperle el cuello a Fermintxo. Fermintxo, no se asusten, era uno de los patos del parque de la Taconera. Les explico: durante las últimas semanas habían arreciado las protestas por el funcionamiento de nuestros hospitales y centros de salud: listas de espera, falta de personal…Eso, por una parte. Por otra, la psicosis sobre el avance de la gripe aviaria se extendía como el fuego en la rastrojera y algún lumbreras del Gobierno había tenido la brillante idea de cargarse un pato para que al día siguiente la noticia apareciera en el periódico. Y junto a ella un detallado informe que explicaba cómo nuestra red de salud estaba sobradamente preparada para afrontar una posible epidemia. Una epidemia que, por supuesto,  nunca iba a tener lugar, porque Fermintxo era un pato que estaba hecho un toro. De ese modo, lo que quedaría de toda aquella esperpéntica historia serían algunos chistes de Oroz y la sensación de seguridad que proporcionaba saber que nuestra comunidad todavía se encontraba a la cabeza en materia de sanidad.
El caso es que yo nunca había rechazado hasta entonces una misión. Pero una cosa era hacerme pasar, en llamadas de los oyentes o cartas al director, por un experto en lenguas minoritarias bielorruso que avalaba la política lingüística del ejecutivo foral —por poner un ejemplo— y otra bien distinta convertirse en un asesino de patos inocentes. Más todavía cuando el único tablón al que se agarraba mi dignidad desde que había aceptado zambullirme en las cloacas era mi militancia en un grupo ecologista. Por otro lado, también era cierto que, si me negaba, me arriesgaba a perder un trabajo que me proporcionaba los ingresos necesarios para mantener una serie de vicios de lo más esclavos y que no me da puta la gana de detallarles porque yo con mi cuerpo hago lo que quiero.
Me encontraba, por tanto,  entre la espada y la pared y retrasé la solución a aquel  dilema hasta el último momento, cuando ya vestido de camuflaje en los fosos de la Taconera sostenía al pobre pato entre mis garras.
—Tienes que hacerlo, Señor Lobo, el periódico ya está impreso —me dijeron por el móvil, cuando finalmente comuniqué que no ejecutaría a Fermintxo.
—¿Y qué pasa si me niego? No podéis despedirme. Sé demasiadas cosas —jugué mis bazas.
—O matas al puto pato o te matamos a ti—contestaron. Y me colgaron. Pero yo pensé que no tendrían huevos. Así que dejé en libertad a Fermintxo, arrojé el móvil al estanque y me largué. Muy lejos. Aunque no les tenía miedo, durante una temporadita me convendría quitarme de en medio.
En cuanto a Fermintxo, no pudo eludir su condena a muerte. Algún otro fontanero con menos conciencia ecológica aceptó el encarguito y a la mañana la noticia apareció en portada, como estaba previsto.
Me dio mucha pena por el patito, pero en cierto modo me sentí liberado. Así sólo tendría que permanecer callado, dejar pasar el tiempo y esperar a que todo se olvidara.
Además esas semanas de retiro me vendrían muy bien. Aprovecharía para desintoxicarme y  después me limpiaría también por dentro. Dejaría de ser el “Señor Lobo” y qué sé yo, tal vez me embarcara en el Rainbow Warriors, el barco de Greenpeace, o montaría mi propia oenegé y me iría a darles de hostias a esos cabrones que matan bebés focas en Groenlandia…
Mi particular cuento de la lechera, vamos, porque lo cierto fue que en cuanto saqué la cabeza de mi agujero me hicieron añicos el jarrón. No sé cómo se enteraron mis excompañeros, pero me encontraron, manipularon los frenos del coche y en la primera curva que tomé aquel 6 de julio, me pegué contra un árbol una castaña de campeonato.
—Mierda, precisamente hoy, que me he puesto la tanga con trompa de elefante —recuerdo que me dio tiempo a pensar, en lugar de todas esas zarandajas “new age”: que si una luz blanca, que si la película de tu vida…A mi, por el contrario, en un momento como aquel me salió la madre que todos llevamos dentro, esa que te dice “tú siempre con mudas limpias, que nunca se sabe cuando puedes tener una accidente”.
Recuerdo también que me avergonzó pensar que aquel podía ser mi último pensamiento: una reflexión sobre un tanga rematado por delante con la cabecita de un elefantito de color rosa, en cuya trompa uno tenía que embutir la suya (me lo habían regalado en una estúpida despedida de soltero y sólo me lo calzaba —con bastantes dificultades, pues me tiraba de la sisa— para hacer el ganso en días como el del chupinazo). Intenté, por ello, buscar alguna otra explicación que no redujera la vida a un trance absurdo.  Fue entonces cuando estalló el fogonazo (“o matas al puto pato o te matamos a ti”). Y después, el coma, esa nebulosa blanca y roja como un océano de sangre y semen en el que mecí, haciéndome el muerto, durante varios días.
Cuando me desperté estaba en la UCI.
—¿Qué día es hoy?—fue lo primero que pregunté.
—10 de julio— me contestaron, y aunque lo hizo uno de los hombrecillos verdes sentí una sensación de alivio.
Nunca en mi vida me había perdido unos sanfermines y me alegró saber que, aunque fuera desde la cuneta de la fiesta, todavía podía participar de alguna manera de ella. Pronto supe, por ejemplo, que en la cama de mi izquierda yacía un torero al que un cebadagago había convertido en un colador y al que, en cuanto pude moverme un poco, yo solía torturar, desconectándole los goteros.
—Que aprenda lo que es sufrir, como los toros que se carga —me decía.
—Eso, eso —me alentaba el piesnegros de mi derecha, al que habían ingresado con un subidón terrible de anestésico para caballos y con el que por la noche, cuando las enfermeras daban alguna cabezada, solía tomarme unos chupitos en los vasitos de los análisis de orina (sus colegas solían traerle de estranjis güisqui, pacharán, kalimotxo y a veces una mezcla de todo ello).
Era divertido, nuestros pequeños sanfermines.  Pero también había momentos malos, recaídas. A veces me costaba pensar. No lograba recordar, por ejemplo,  cómo había caído tan bajo, quién me había ofrecido aquel trabajo como fontanero. Sólo sabía por qué lo había aceptado. Estaba harto de ver cómo los más bobos del colegio, los niños de papá, los putos “peteuve” que no sabían hacer la o con un canuto pero tenían un apellido,  eran los que acababan convertidos en jefazos, en esos forajidos que nos gobernaban. La sociedad era como un puzzle en el que las fichas se encajaban en los lugares que no correspondía y yo ya estaba harto de ser la última de esas fichas, la que se encajaba a la fuerza, a hostia limpia. Prefería ser un cabronazo. Pero no estaba orgulloso. De hecho, cada vez que pensaba en ello, allá en el hospital, me deprimía. Pero eso no era lo peor. Lo peor eran los hombrecillos verdes. Venían cada mañana, con el rostro tapado, se descolgaban vestidos de camuflaje del techo y trataban de taparme la boca, ahogarme, hacerme callar para siempre.
—¡Os conozco, sé quienes sois! —gritaba yo, y conseguía que las enfermeras se acercaran y los hicieran huir.
Hoy, día 14,  me han bajado a planta y hace ya varias horas que los hombrecillos verdes no intentan entrar a mi habitación. Los médicos dicen que sólo eran alucinaciones, como consecuencia de la medicación. Pero yo sé que mientras escribo estas líneas (para que alguien, ustedes sepan la verdad) ellos siguen  ahí fuera, al acecho. Como perros de presa.  Puedo incluso oír sus voces:
—O matas al puto pato o o te matamos a ti —dicen.
Y yo, por lo bajinis, entono el pobre de mí, con más pena y más resignación que nunca.
Patxi Irurzun
Páginas:«1234»
ga('create', 'UA-55942951-1', 'auto'); ga('send', 'pageview');