En esta foto un hombre solo con un palo puede más que toda una multitud armada con pancartas, con consignas y con grandes y nobles ideas. O eso es lo que parece. En realidad ese hombre, llamémoslo así, no está solo armado con un palo, en realidad en la espalda lleva una pistola, y más atrás, eso no se ve, tiene a otros cuantos hombres como él, armados con más palos y con más pistolas, y con botes de humo, y balas de goma, y esos hombres están respaldados por otros hombres y mujeres, llamémoslos así, y es a ellos a quien defienden y quienes les dan las órdenes, y esos hombres y mujeres tienen los escaños y las fábricas –algunas de ellas de pelotas de goma y balas- y al ejército en alerta amarilla y los periódicos y las televisiones en los que al día siguiente aparecerán felicitando al hombre del palo por su trabajo, o fumándose un puro y diciendo que todo lo que está pasando les parece fascinante, no sabemos si se refiere a, por ejemplo, la chica a la que el antidisturbios está golpeando y que al día siguiente se levantará con un latigazo púrpura en la pantorrilla (y que no figurará en el número de heridos) o en el muchacho que ha detenido unos minutos antes, metiéndole los dedos en los ojos, inmovilizándole la cabeza contra el suelo, y que ahora quizás estará cagando en un retrete sin puertas, en una celda, a la vista de todos, humillado, marcado, convertido de repente en un delincuente, un terrorista, un enemigo de su nación…
El hombre del palo pega por ello con fuerza, con saña, se siente impune y con las espaldas bien guardadas. Pero eso no quiere decir que ese hombre no tenga miedo. El hombre del palo en realidad es un hombre aterrorizado, mucho más que esa multitud que lo mira con cierto estoicismo, llamémoslo así, sin comprender muy bien que está pasando, tal vez descubriendo que hay cosas que no son como les habían contado, por ejemplo que esos policías no están ahí para defenderles a ellos. El hombre del palo tiene mucho más miedo que ellos, por eso tiene ese palo, por eso eligió ese trabajo. Él hombre del palo es un hombre asustado que necesita aferrarse a verdades incuestionables, como las mayorías silenciosas, que necesita creer que está defendiendo a quienes se han quedado en casa, a quienes no arman alborotos, y que no es el momento de armar alborotos sino de remar todos juntos (o si no de irse a Alemania, o hacerse emprendedor), el hombre del palo cree en la democracia, en las urnas, en la Constitución (bueno, todo esto último depende, el hombre del palo cree también en su familia, en su trabajo fijo y en que haya alguien, no importa quién, que le pague nómina cada fin de mes)… El hombre del palo cree firmemente en su porra y en el que se jodan.
El hombre del palo, en definitiva, no es un hombre, es un animal adiestrado, y eso —y probablemente todo lo demás—, solo cambiará el día que se plante delante de toda esa multitud a la que tiene que dar leña y punto, se quite el casco y lo arroje al suelo, y arroje también su palo lejos, y se quite el uniforme y se una a todos esos a los que tiene que pegar solo porque está asustado y porque alguien quiere fumarse un puro. Quizás no sirva de nada, porque a continuación vendrá otro hombre con un palo; o quizás sí, quizás lo que necesitamos sean gestos, gestos como esos, un poco teatrales y ridículos, románticos, imágenes como las de camareros crucificados delante de los bares, o la de chavales de quince años pidiendo la placa a quienes le han golpeado, como la de hombres resguardando entre sus brazos a otros hombres golpeados e indefensos mientras gritan ¡vergüenza, vergüenza!, quizás necesitamos que sean los héroes todavía vivos quienes enciendan la llama antes de que sea demasiado tarde y lo hagan los mártires y las víctimas.
(Hoy he abierto un nuevo blog, en un calentón, no sé si pasará de la fase beta, pero desde hacía unos días notaba que las fotos me hablaban, me contaban historias, ¿es grave, doctor? Veremos en qué queda la cosa)
Este jueves, día 27 de septiembre, estaré en la biblioteca de Zizur Mayor, hablando de mis criaturas, en especial de «Atrapados en el paraíso», mi libro de viajes sobre el basurero de Manila, que han leido en el Club de lectura de Zizur, pero también sobre ‘Dios nunca reza y sobre por qué empecé a escribir, quién me mandaría a mí meterme, etc.
CASA DE CULTURA / KULTUR ETXEA Parque Erreniega 25 ZIZUR MAYOR/ZIZUR NAGUSIA
JUEVES 27 19:00H
Y ahora un error de Facebook va a hacer públicos en este blog los comentarios que en esa red social se han hecho al respecto de esta convocatoria:
Patxi IrurzunAtrapados en el paraíso, finalista del Premio Desnivel y ganador del Premio a la creación del gobierno de Navarra, por cierto, busca una segunda oportunidad y es un libro libre
Sor KampanaGran libro «Atrapados en el paraíso», duro y tierno a la par, a mí me emocionó y me enganchó. Se lo recomiendo encarecidamente a todo el mundo
Aquí va la entrevista noctámbula que me hizo ayer Laura González en el programa «Todos somos sospechosos» (parece una canción de Kortatu) de Radio 3. Hablé de mis últimas criaturas (¡Oh, Janis! y Dios nunca reza, de porno y porno-rock radikal vasco, etc. Hoy han colgado el podcast y tras hacer una egoescucha me he sorprendido bailando el ‘You could be mine’ de los Guns,Roses con el que se ha cerrado la interviú. En principio era solo una gansada para hacer reír a mis hijos y que se comieran las lentejas, pero me he dejado llevar y de los pasos a los Axl Rose hemos pasado al robotcito discotequero, saltitos de un rap incipiente al estilo Negu Gorriak,Euskalduna naiz eta harro nago, e incluso algún guiño a Leonardo Dantés (estas cosas, que conste, solo las hago en mi casa o fuera una de cada treinta veces que consumo bebidas espirituosas). El caso es que la tontería me ha destensado un poco un malhumor que arrastro desde hace semanas y amenaza con convertirse en crónico, todo eso en un día extraño en el que me he preguntado cosas como qué hay de malo en perseguir quimeras, si acaso las quimeras de un rey serán subirse un día al metro y pasar desapercibido o tomarse una caña en un bar lleno de servilletas por el suelo; un día en el que he visto dos cuervos sobre una farola en la autopista, en el que he leído mal una noticia y me ha parecido que quien reclamaba los derechos de reproducción del ecce homo de Borja era la autora del desaguisado, en lugar de su autor original (y todo eso me ha hecho pensar en un cuento), en el el que he visto en una foto en a un banquero besando la mano de la presidenta de una comunidad autónoma como si fuera una reina (yo creo que estaba comprándola, la comunidad digo) y en el que he vuelto a pensar que ni a Eduardo Mendoza se le hubiera ocurrido poner el nombre de ese banquero, Botín, a uno de sus personajes, etc. Supongo que todo se debe a que he dormido poco, -tal vez sean solo escenas robadas al sueño-. Menos mal que existen los podcast. Os dejo con él.
Por fin he conseguido, vía Kike Turrón, un ejemplar del número 738 de Cuadernos Hispanoamericanos (Diciembre de 2011), en el que aparezco en un artículo titulado «Del underground al fiarmamento» , junto a otros autores como David Refoyo, Carlos Salem, Montero Glez, Hernán Migoya, Mario Crespo, Esteban Gutiérrez, Vicente Muñoz Alvarez, Ana Pérez Cañamares, Daniel Ruiz García o José Ángel Barrueco
Jacobo Rivero presentó en Iruñea y Donosti 13 historias sobre el baloncesto y la vida al ritmo rebelde del jazz
Patxi Irurzun. Iruñea.
El baloncesto y el jazz, The Wire y el primer disck-jockey negro de la Bahía de San Francisco, un taxi atravesando cuatro check-points entre Belén y Ramala y una cancha de basket en el instituto Ramiro Meztu de Madrid… Historias que aparentemente suenan sueltas e inconexas, pero que el periodista y entrenador de baloncesto Jacobo Rivero ha acompasado en “El ritmo de la cancha”, un libro sobre el baloncesto como herramienta de transformación social, sobre el baloncesto que no será televisado, pero tiene el poder revolucionario de la comunicación y la solidaridad. El baloncesto que se juega en las canchas de Manila, de Lavapiés, de Caracas, el basket que da la espalda a las banderas y los himnos, que tiene como única religión la diversión.
“El libro habla de baloncesto, pero podría hablar de cualquier otra cosa. El basket es un juego, y se juega para divertirse. Yo busco rascar en historias y circunstancias complejas de la vida, por ejemplo, ser mujer y jugar a baloncesto en Somalia, o lo que es lo mismo jugarse la vida, todo en busca de esa diversión.Además, es también una excusa para exponer las “patologías” que me afectan: el cine, la literatura, las drogas”, explicaba el pasado miércoles en la librería “La hormiga atómica” de Iruñea –el jueves hizo lo propio en la librería Kaxilda de Donostia- este globertrotterdel periodismo, curtido como periodista en medios como Diagonal y como entrenador en la cantera del Estudiantes.
El ritmo de la cancha es un libro sobre la vida, o como señala en uno de los prólogos el periodista pamplonés Angel Goñi, otro basketmaniaco, sobre “las pequeñas historias que componen la Historia”. La infrahistoria de las personas comunes, de los héroes de barrio, de las estrellas de las canchas sobre las que no se proyectan los focos pero que consiguen transformar las cosas, esas cosas que como indicaba el autor, no se ven en la CNN cuando sobre las imágenes de puntos calientes del planeta se sobreimpresiona el lema “Está pasando, lo estamos viendo”.
13 historias que abarcan cronológicamente desde 1936, con un jugador judío atrapado en las olimpiadas a mayor gloria del führer, hasta nuestros días. Historias como las de Toni Smith, jugadora que en 2003 en un gesto de afirmación y coherencia personales, daba la espalda a la bandera cuando le obligaban a escuchar el himno estadounidense antes de cada partido; o como la de Donald Angelo Barksdale, el primer disck-jockey negro de San Francisco y precursor de la presencia afroamericana en las canchas –fue el primer negro en jugar un All Star-, a quien David Simon homenajea en la serie The Wire, dando su nombre a uno de los personajes. Desde El Cairo a Sarajevo, pasando por Cisjordania o Bahía Blanca. 13 historias a ritmo de jazz. Porque el baloncesto y el jazz y también la escritura (“El ritmo de la cancha” busca además alejarse del periodismo deportivo infantil y fanático, acercándose más a la literatura)tienen mucho en común: la improvisación, el juego en equipo… Lo destacaba Carlos Pérez Cruz en la presentación de Pamplona, y lo corrobora el propio autor, citando a su admirado Wynton Marsalis, en la introducción de este maravilloso libro sobre el baloncesto y la vida: “La mejor improvisación con una pelota de baloncesto es cuando cada persona comprende la función de todo el grupo desde su propia perspectiva”.