‘Dios nunca reza’ , según Eduardo Laporte
El escritor tímido en medio, a su derecha el editor del escritor tímido, y a su izquierda Eduardo Laporte
Dios nunca reza (1/2)
Lo dije en la presentación del libro, hace unas semanas en Tipos Infames de Madrid. Lo único que no me gusta de este libro (y tampoco es que me disguste mucho) es el título. Me suena demasiado asertivo, impositivo, y Patxi Irurzun es todo menos eso. Un escritor tímido, se autodenomina él, cosa que a mí me parece maravillosa. En esa simple etiqueta hay ya algo del Patxi Irurzun de los diarios, una cierta confesión, un vivir sin querer molestar, elevar el tono, despertar a nadie de la siesta. El paradigma del tipo C más puro, porque Patxi Irurzun es un tipo C de libro, y los tipos C suelen ser aptos para esto de la creación, porque absorben el mundo, lo ven en su integridad, sin anteojeras, preocupándose por los demás más que por sí mismos. Por eso son tímidos, porque están pensando en si molestará lo que uno diga, en dejar al otro hablar, en si el otro tiene aún más ganas de soltar su rollo, y eso. El tipo B no pierde el tiempo en esas menudeces y va a saco por la vida. Ejemplos ilustres de tipos B y C: Baltasar Garzón (tipo B); Woody Allen (tipo C). Los tipos A son demasiados raros para entrar en un grupo.
Esta clasificación, en la que buenamente uno puede meter a toda la humanidad, me la enseñó maese Holzer, de profesión psiquiatra y sin embargo amigo, ya que en ese gremio la emplean para ubicar, de un plumazo, a los distintos pacientes, esos locos altitos. «Buah, tengo a un tipo B en la tercera planta que es de traca».
Me gustan los tipos C en la literatura. Me gustan la gente pacífica, me gusta la gente que tiene conciencia, la gente que siente cosas para algunos tan nimias como el abandono de un barrio (Rochapea) por la mudanza a otro (Sarrigurren) y que en ese trance nos muestran toda una gama cromática de nostalgias, de texturas del alma, digamos, y nos hemos puesto estupendos. La gente que sufre en pequeñas situaciones, los que se ahogan en agua, los que titubean, los que a menudo se sienten pequeñitos.
Yo, que soy un suertudo, leí el libro, ‘Dios nunca reza’, Dietario, Alberdania, septiembre de 2011, en agosto. Me zampé casi entero en un trayecto Madrid – Logroño, como dos horas leyendo. Hay gente que me dice «es que tú lees mucho», y puede que lo haga, en comparación a la siniestra media nacional. Pero rara vez me pego más de dos horas con un libro entre los ojos. Me ha pasado, en cambio, con los libros de Patxi Irurzun. Me pasó con ‘Atrapados en el paraíso’, del que me jalé la mitad una tarde en el café Ajenjo de Madrid, y también con ‘Dios nunca reza’. No me suele suceder. Me pasó también con ‘La casa del rojo, Gorritxenea, Diarios 1995-1998’, de Miguel Sánchez-Ostiz, que devoré de una tacada y media en el invierno de 2003 y que, junto con ‘Liquidación por derribo’, publicado este en Alberdania, me trastornaron, en el buen sentido, creo, bastante.
Nunca se lo he contado a nadie, porque supongo que a nadie interesa, pero ese librito, ‘Liquidación por derribo’, me influyó mucho. Lo leí en Bilbao, en otoño de 2004, antes de dar un golpetazo de timón a mi vida, un golpe hacia mi vida, hacia mi vida verdadera, la que creía auténtica. Algunas veces sentí el vértigo, e incluso el arañazo de la duda, para aceptar después la certeza del acierto, aunque eso implicara a veces soledad y tribulaciones varias.
A veces me pregunto si la avidez al leer ciertos diarios tiene que ver con nosotros. Leemos al otro, nos metemos en la vida del otro, a veces como a través de un agujerito, pero en el fondo hay algo de espejo. De espejo y de guía para cambiar y para no cambiar. Para hacer esto que hace, para no hacer esto que hace. Los diarios, a menudo tan denostados, nos hablan de las peripecias vitales de ese ser que no somos nosotros, con sus triunfos y sus derrotas, y hay en todo eso una referencia, un aprendizaje para el que lo recibe. Los diarios, además, los suelen escribir escritores, así que para aquellos quieren ser escritores resultan una lectura altamente adictiva. Me atrevo a decir que Irurzun consigo, en ‘Dios nunca reza’, es una intuición que tengo, que sus páginas interesen a todo el mundo, sean escritores o conductores de la villabesa, y ese es el mejor halago que se le puede hacer a un libro.
Patxi es generoso, como lo suelen ser los tipos C, a menudo machacados, por cierto, por un sistema, el Sistema, gobernado por mucho hijodeputa del tipo B. Nos cuenta sus pequeñas conquistas, pero también nos muestra sus sombras más agudas.
Al final, cuando me pongo a escribir, son las diez y media o las once y ya estoy cansado, tengo sueño yo también. No disponer de tiempo para escribir es una de las cosas que más me frustran de mi vida familiar. Es como si tuviera dos vidas, una real en las que los acontecimientos me van superando, venciendo, borrando, y otra, cuando escribo, en la que resisto, me mantengo firme, me reconozco a mí mismo. A veces, esas dos vidas se conectan por túneles subterráneos, como el amor que siento por mi hijo y mi mujer, que se filtra como oxígeno hasta mis libros y artículos; otras veces esos túneles se han cegado, se han llenado de porquería, como cuando tengo que escribir para el banco.
Etiquetas: dios nunca reza
Estoy totalmente de acuerdo contigo. El libro me ha encantado, enganchado, inspirado… lo recomiendo 100% y a partir de ahora seguiré a Patxi. Un saludo