LA PIEL NUEVA
Aquí va una de las colaboraciones que desde hace unos años escribo mensualmente para la revista Guía del niño, y en la que «exploto» laboralmente a mis hijos, contando sus aventuras. Yo me lo paso muy bien, ellos no sé si dentro de unos años me lo perdonarán. Algún día me gustaría recopilarlas y publicarlas, si alguien se anima.
LA PIEL NUEVA
M es tan blancucha que para el próximo invierno le hemos comprado un anorak fosforito. Para que no se nos pierda los días de nieve. Aunque, pensándolo bien, igual no hace falta, y le vale solo con las ronchas esas rojas que le salen en la piel, que también se ven desde lejos. Sobre todo cuando se rasca. Se rasca mucho M, y entonces las pupas empeoran, y la llevamos al médico, y el médico nos receta una crema nueva, y la crema al principio parece que funciona, pero después la dermatitis vuelve a brotar, más furiosa, burlona, a M le salen una especie de lenguas rojas en los codos, las rodillas, los mofletes, y la crema acaba en la “caja de las cremas para la piel”, que está llena y todas son fabulosas, pero solo durante una semana y media, después M sigue rascándose, y le salen más pupas, rojas y brillantes, y a M le pica, y llora, buaaaaa, y parece un camión de bomberos, y se la ve y se la oye desde lejos, así que igual devolvemos el anorak.
A la pobre M, lo de la piel, pálida y birriosa, le viene de familia. Por ejemplo, mi madre, la superabuela, se llama Blanquita y la madre de mi madre era Nieves. Luego está lo de Malen, mi mujer, que es tan transparente que una vez la llevaron a la Facultad de Medicina para explicar en vivo el aparato circulatorio. Y H, que también tuvo una dermatitis atópica galopante, y que luego de repente un día desapareció, ese es el consuelo que nos queda.
Mientras tanto, hay que ver retorcerse a la niña, cada vez que –ahora que ya no lleva pañales- le ponemos una braguita. Es como si las etiquetas estuvieran hechas con ortigas. O cuando sale de la ducha, que parece la novia de Drácula, con sus corronchos rojos como chupetones por todo el cuerpo.
—Eso es que aún la piel tiene que curtírsele— nos intentamos dar ánimos nosotros.
Y pensándolo bien, una piel nueva, casi sin estrenar, es todo un chollo, es una piel a la que aún le quedan por recibir muchas caricias, y gotas de lluvia, y sol, y brisa de las montañas y de las montañas rusas…
¡Ah, quién fuera otra vez niño! Con dermatitis atópica y todo.