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¿LUCHA DE CLASES?

Ene 10, 2011   //   by admin   //   Blog  //  1 Comment

Esta mañana he estado en el INEM. Había mucha gente. Nunca había visto tanta gente, en realidad. Hasta me he asustado. Y yo soy un veterano, ya estaba ahí antes, en el 92, cuando los grandes fastos y el despiporre, mientras nosotros empezábamos a hacer cola con un título bajo el brazo que no valía una mierda; en el 2000, después de recorrerme todas las ETT, de chuparme todos los trabajos basura; ahora en el 2010 cuando comprobamos que los contratos indefinidos y los trabajos chachis eran una puta bola, que aún cobrabas menos que con la basura,y encima tenías que estar agradecido y sentirte un privilegiado; y antes del 92, también estaba ahí, cuando teníamos que trabajar para poder estudiar, durante las vacaciones, mientras otros se follaban a las chicas pijas y se bebían las botellas de vino bueno. Igualdad de oportunidades, otra puta bola. Algunos no dejamos nunca de hacer cola, una cola que no lleva a ningún sitio, algunos estamos siempre encadenados a la precariedad, a vivir en los barrios de bloques de las afueras, a montarnos en autobuses urbanos que parecen camiones de ganado…

Sigue habiendo, sí, clases, lo que ya no hay es lucha de clases, en la oficina del INEM todos nos comportábamos ya como veteranos, sabíamos qué cola hay que guardar, a que ventanilla dirigirnos, qué botón pulsar… No ha aparecido nadie con una botella de gasolina, ni mucho menos con un cigarrillo, tampoco nadie con octavillas llamando a la huelga revolucionaria… ¿Qué vamos a hacer ahora, cómo vamos a salir de esta?

Os dejo este fragmento de mi primera novela, Cuestión de supervivencia/La virgen puta, en el que hablo de todo esto. El de arriba es un video de los Rage Againts the machine versionando a los Rolling Stones y su Street fighting man: Londres no es un buen sitio para la lucha callejera, tío. Y parece que ya ningún otro.


Me gustaba andar. Sobre todo cuando estaba borracho. Era como hacer el muerto sobre el mar, permitir que las olas me acunaran, me arrastraran hasta dejarme varado en la playa. La única diferencia era que en lugar de alzar la mirada y encontrame con el azul luminoso del cielo veía los bloques de vivendas de los barrios trabajadores -en los que ya casi nadie trabajaba- inclinándose hacia mí, hablándome al oido, recordándome los viejos tiempos, pero a la vez ensuciándome la oreja con su saliva maloliente.

Yo había crecido en uno de esos barrios, no importaba cual, porque aunque entonces nos parecía a cada uno que el nuestro era singular -el barrio sin ley, el barrio conflictivo, EL BARRIO- en realidad eran todos iguales. Los edificios gemelos, cuarteados en bloques de cemento, sus fachadas descascarilladas, sudando sangre gris, los chandals limpios colgando en las ventanas, el ruido de los tubos de escape trucados de las motocicletas robadas, los gritos de los chavales en los portales, sin otra cosa que hacer y sin ganas de hacer otra cosa, las mierdas de perros en las aceras (últimamente, por cierto, todas las familias tenían un perro, y era el padre quien lo sacaba a pasear)…

Aquello era lo que me diferenciaba de Lorea. Raices que crecían en las tripas y te las revolvían.

Me pregunté cuanto tardaría en regresar al barrio. Todo aquel que no hacía de tripas, de aquellas tripas de madera, corazón, terminaba regresando. Las fronteras también existían, quizás eran las únicas que existían de verdad, en cada ciudad, en cada pais, y la única manera de atravesarlas era la traición, el olvido, la delación… Eso o la guerra. La guerra en los barrios se llamaba revolución, pero ya nadie lo recordaba. Sólo recordaban el nombre de sus perros.
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