¿LUCHA DE CLASES?
Sigue habiendo, sí, clases, lo que ya no hay es lucha de clases, en la oficina del INEM todos nos comportábamos ya como veteranos, sabíamos qué cola hay que guardar, a que ventanilla dirigirnos, qué botón pulsar… No ha aparecido nadie con una botella de gasolina, ni mucho menos con un cigarrillo, tampoco nadie con octavillas llamando a la huelga revolucionaria… ¿Qué vamos a hacer ahora, cómo vamos a salir de esta?
Os dejo este fragmento de mi primera novela, Cuestión de supervivencia/La virgen puta, en el que hablo de todo esto. El de arriba es un video de los Rage Againts the machine versionando a los Rolling Stones y su Street fighting man: Londres no es un buen sitio para la lucha callejera, tío. Y parece que ya ningún otro.
Me gustaba andar. Sobre todo cuando estaba borracho. Era como hacer el muerto sobre el mar, permitir que las olas me acunaran, me arrastraran hasta dejarme varado en la playa. La única diferencia era que en lugar de alzar la mirada y encontrame con el azul luminoso del cielo veía los bloques de vivendas de los barrios trabajadores -en los que ya casi nadie trabajaba- inclinándose hacia mí, hablándome al oido, recordándome los viejos tiempos, pero a la vez ensuciándome la oreja con su saliva maloliente.
Yo había crecido en uno de esos barrios, no importaba cual, porque aunque entonces nos parecía a cada uno que el nuestro era singular -el barrio sin ley, el barrio conflictivo, EL BARRIO- en realidad eran todos iguales. Los edificios gemelos, cuarteados en bloques de cemento, sus fachadas descascarilladas, sudando sangre gris, los chandals limpios colgando en las ventanas, el ruido de los tubos de escape trucados de las motocicletas robadas, los gritos de los chavales en los portales, sin otra cosa que hacer y sin ganas de hacer otra cosa, las mierdas de perros en las aceras (últimamente, por cierto, todas las familias tenían un perro, y era el padre quien lo sacaba a pasear)…
Aquello era lo que me diferenciaba de Lorea. Raices que crecían en las tripas y te las revolvían.