Miguel Sánchez-Ostiz (u ‘Otro recorte para mi egoteca’)
21 de febrero de 2010. Diario de Noticias
Está visto que el ex presidente del Gobierno, José María Aznar, es un elegante redomado con afición a la expresión fálica, o eso. Marca tendencia. Es posible que la próxima temporada su gesto sublime de hombre de Estado se lleve mucho. Claro que si se lo haces a un magistrado o a un policía te empapelan, y si se lo haces a alguno de los matones que les rodean, te darán una paliza en el callejón trasero de este ruinoso cabaret La Nada en el que estamos todos, a ratos en el escenario, a ratos en el patio de butacas.
Hace un par de años, Aznar periodista le metió a una periodista un bolígrafo entre los pechos porque no le gustaron las preguntas que aquélla hacía. Muy elegante, sí señor, mucho. Si se lo hubiesen hecho a su botella, habría habido jarana, eso seguro. La nuestra es siempre una santa, intocable, por nuestra.
Ahora, a los estudiantes de Oviedo que montaron una protesta pacífica les sacó el dedo hecho nabo o el nabo hecho dedo. Estamos en días de Arco y estas sutilezas son muy de esas performances que los ayuntamientos de los pueblones compran a doblón en interés general de interesados… la pasa, siempre pasa. Un auténtico hombre de Estado, Aznar, auténtico.
Los estudiantes de la Universidad de Oviedo le organizaron al figurón una protesta sutil, cómica y efectiva, que no se está contando bien. La idea de disfrazarse de lobitos peperos para tocarle las narices, cada pocos minutos, al predicador es genial. Una vez disfrazados de lobitos peperos, convenientemente engominados, o de cazadores urbanos o de gentlemen farmer, perfumados, o de El Bigotes, que es de lo que van disfrazados casi todos, aunque muchos lo sean sin necesidad de bigotes o aspiren a serlo, no se puede distinguir quién lleva el pañuelo palestino o la chompa andina o nada, los harapos de fortuna… Gomina.
Estamos hablando de un estilo de vida que personifica en su conjunto la trama Gürtel, la que se ha empeñado en sacarle el dedo a la justicia, aunque no a la magistratura complaciente con el dedo dichoso. El que puede, exhibe su dedo, aunque no haya dedo que revuelva hasta el último nudo de esa espesa madeja.
El dedo inhiesto es un gesto de poderío torero, propio de los que están acostumbrados a torearse a todo el que pueden por principio, como se toreó el Partido Popular de Aznar al país mintiendo con la crisis del Prestige (de los toreros que tienen casas de putas en Andalucía y de los que no, pero que el Dalai Lama ha pedido licenciar, hablaremos otro día, si es que hablamos… hay demasiado de qué hablar, que se dice).
Lo malo de estos hechos es que resultan escandalosos cuando se producen, y que tres días después quedan reducidos a la categoría de anécdota, como dijo con desparpajo Mariano Rajoy después de haber perdido a los puntos, como gran fajador, el debate en el Congreso. Le dieron, aunque diga que no, y transforme la derrota en victoria. Hay que invertir los términos, de la misma manera que el agresor suele aparecer como agredido.
Para sus admiradores, admiradoras y correligionarios en general, Aznar es un campeón, y ese dedo inhiesto como un falo agresivo es símbolo también de la porra con la que con gusto golpearían a los reventadores de la función a la que convocaba el ex presidente de Gobierno, a función religiosa me refiero. Tamtum ergo y demás… que viene que ni al pelo. Sus palabras y personas son sagradas, al público la reverencia, el aplauso, la devoción. No entienden el sentido de la entrada libre y el espacio público o privado de uso público. La gente ya no está por la labor de ser adoctrinada de manera impune, y quien ha cometido pifias políticas que resultan inolvidables, debería saber que, salvo que emplee la fuerza, quien no la tiene, ni el dinero ni el poder de hacerlo con prensa, bancos, radios y televisiones, y cuyos votos no valen para los del dedo un cagarro (que diría el poeta con su voz inimitable), le pedirá si puede cuentas o le expresará su rechazo… La calle, ahí donde canta Albert Pla… La otra poesía, la otra escritura, la que aquí mismo cantan y escriben Kutxi Romero, El Drogas, Patxi Irurzun, ese magnífico escritor que, como los dos anteriores, no podría disfrazarse de lobito pepero porque les calarían, les verían con el escáner de las almas… muertas. ¡A por ésos! Los abatirían el primer día de la caza.
El ex presidente Aznar, que mintió con descaro al país en su calidad de lacayo de dos superpotencias, en cuya compañía no hacía nada, metió a España en una guerra ilegítima de agresión e invasión que no ha terminado, como permitió el gurtelismo, el bigotismo, el arrebuche del aznarato, la macización del ladrillo… De aquellos polvos, estos lodos. Las fechas cantan. Las hemerotecas también.
Está visto que lo que marca estilo, tendencia, es el arengar, el sermonear, el sentar cátedra, sin que los doctrinos, la feligresía o las prietas filas digan esta boca es mía. Cada vez se estilan más las ruedas de prensa sin preguntas, los aplausos incondicionales, las inquebrantables adhesiones, como las de los procuradores en cortes, incluidos los moros con chilaba, que quedaban dabute.
Lo que se lleva es hablar entre conjurados, para miembros de la fratria o de la confesión de que se trate. Todos están, o estamos, ya muy convencidos de todo, muy adoctrinados, muy seguros de estar en posesión de la verdad y de la razón de la historia; pero ellos necesitan cada vez más guardias de corps y más mordazas para silenciar al rasta y al pica y al disidente radical, ése que, por fortuna, vuelve a aparecer en las aulas universitarias y sus aledaños.
El bolígrafo de Aznar y el dedo, símbolos de lo que nos venga en gana; ese dedo en el que debería estar, haciendo molinetes, la medalla que, con dinero público, no logró comprarse, para satisfacción de su ego, en el carísimo mercado norteamericano, quien no pudo, lástima, irse a cantar el banderita tu eres roja por el desierto de Irak en dirección a la pura nada.
Jorge Nagore
El documento
ESE TOCHO (CAPÍTULO 9, Y ÚLTIMO)
—¡Ese Tocho, ese Tocho, eh¡ —rugía El Sadar.
—¿A quién le dedica ese gol? Tómese una copa en agradable compañía en Ben-Hur.
—Se lo dedico a la alcaldesa. Para ti, Pichurri, con amor. Por echarme siempre que lo he necesitado una mano.
ESE TOCHO (CAPÍTULO 8)
Nunca llegué a ver publicado un titular tan pegajoso como aquel: «La alcaldesa intentó hacerme una paja». Lo más parecido fue: «A la alcaldesa no le tembló la mano con Tocho». Pero el artículo que venía debajo no era sino una sarta de mentiras que trataban de protegerla a ella. Decían que, puesto que a través de las urnas era imposible desalojarla de su puesto, todo había sido un burdo montaje para hacerlo por medios no democráticos; que la alcaldesa era un ejemplo de entereza y no había dudado en enfrentarse con un ídolo de masas —yo— con tal de que, tenía gracia, resplandeciera la verdad y el orden constitucional; decían incluso que yo era un subversivo que nunca había ocultado sus simpatías por grupos violentos como los Boixos Nois, en Barcelona, y como prueba irrefutable de ello aportaban una foto en la que tras mi portería ondeaba una bandera de los mismos. Pero lo más increíble de todo era que la opinión pública acabó tragándose todo aquel kalimotxo mediático en el que la alcaldesa ponía la chispa de la vida con su sonrisita de niña que nunca ha roto un plato y los periódicos aquel vino en polvo, más falso que un euro de cartón. Durante los primeros días me enervé sobremanera, llamé una y otra vez a Txus Cuenco, pero sólo me contestaba su buzón de voz: —En este momento me estoy tomando un… ¡pacharán Zoco, el que te vuelve loco!, deja tu mensaje después de la señal.
Traté, en fin, de no darle mayor importancia y disfruté del resto de las fiestas en la medida de lo posible, que era a su vez la medida exacta de mi sombrero de mejicano, gracias al cual pude tomar anónimamente por bares y peñas, sacarme un peluche en las barracas y mearme por la paredes, preferentemente en aquellas en las que había carteles electorales con fotos de la alcaldesa. Pensaba que en cuanto comenzara la temporada me centraría en el fútbol y pronto recuperaría el favor del público con mis despejes de puño a lo Mazinger Z. Pero no tardé en darme cuenta de que Godman, a pesar de que mi fichaje había sido idea suya, me evitaba en los entrenamientos, y cuando llegaron los primeros partidos me vi por primera vez en mi carrera calentando banquillo. Pronto comprendí que también a Godman lo tenían atrapado desde que gritó “¡Viva San Quintín!” en lugar de “¡Viva San Fermín!” y que no alinearme no era en realidad decisión suya. El público tampoco me echaba demasiado de menos, teníamos un buen equipo, encajábamos pocos goles y por primera vez en muchos años Osasuna estaba en puestos UEFA. Tan sólo un pequeño sector de Graderío Sur continuaba coreando aquello de “¡Ese Tocho, ese Tocho, eh!” y, aunque yo se lo agradecía, no me hacían un gran favor, pues eran precisamente aquellos a los que los periódicos siempre calificaban como «los de siempre»: gamberros, radicales, borrachos…
Incluso mis manos parecían haber perdido sus propiedades y la falta de Vitamina C — C de casquete— iba debilitándome. Mi único apoyo era Dios, es decir, Diego Armando Maradona. Todavía podía creer en él; en un Dios que tropieza, y que, como un gato callejero, cae de pie y se vuelve a levantar enrabietado; en un Dios que lleva al Ché Guevara tatuado en un hombro; en un Dios al que Andrés Calamaro le escribe canciones; en un Dios que no olvida que él también nació en el arroyo. Y Diego, gracias a Dios, es decir, a sí mismo, no me falló.