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Archive from febrero, 2010

Neotremendismo

Feb 23, 2010   //   by admin   //   Blog  //  1 Comment

La primera novela de Josu Arteaga, Historia universal de los hombres-gato, para la que he tenido el honor de escribir el prólogo, la editará en breve Alberdania. Aquí tenéis la portada. Este libro es neotremendismo puro.

Miguel Sánchez-Ostiz (u ‘Otro recorte para mi egoteca’)

Feb 22, 2010   //   by admin   //   Blog  //  8 Comments

Ayer Miguel Sánchez-Ostiz, que es un escritor como la copa de un pino, me mencionó en su colaboración semanal de Diario de Noticias, Y tiro porque me toca, titulada El dichoso dedo de Aznar (Para quien no se haya enterado todavía MSO -lo pongo a la manera de Eduardo Laporte– fue Premio Nacional de literatura, ganó el Premio Herralde, le concedieron el Premio Príncipe de Viana de la Cultura…,los premios, el burro por delante, para quien no se haya enterado, para quienes necesitan que alguien sancione, les diga qué, cuándo, cómo deben interesarse por alguien, aunque bastaría con leer cualquiera de sus numerosos libros o artículos para reconocer su talento, y para darse cuenta de que la de Sánchez Ostiz es una voz libre y personal, que no escribe al dictado ni hace eco en la palangana de los paniaguados, una voz que podría haberse oído más alto si hubiera pasado por algunos aros, pero entonces sería otra…). Decía que MSO, así con siglas, como los cracks -también podría llamarle el puto amo, a la manera de El tío Goyo– me hizo una generosa alusión , en el artículo que reproduzco y que para mí, es muy importante (como la fue la del otro día de Jorge Nagore), por venir de quien viene y porque a veces uno necesita sentirse apoyado, encontrar un poco de sentido a algo, seguir adelante… Lo reproduzco aquí, en esta caja de recortes de periódico -que tal vez no interesen a nadie, eso es algo sobre lo que quizás me convendría reflexionar, aún un poco más-, en esta pequeña egoteca en que se convierte a veces este blog.

EL DICHOSO DEDO DE AZNAR. Miguel Sánchez-Ostiz.
21 de febrero de 2010. Diario de Noticias

Está visto que el ex presidente del Gobierno, José María Aznar, es un elegante redomado con afición a la expresión fálica, o eso. Marca tendencia. Es posible que la próxima temporada su gesto sublime de hombre de Estado se lleve mucho. Claro que si se lo haces a un magistrado o a un policía te empapelan, y si se lo haces a alguno de los matones que les rodean, te darán una paliza en el callejón trasero de este ruinoso cabaret La Nada en el que estamos todos, a ratos en el escenario, a ratos en el patio de butacas.

Hace un par de años, Aznar periodista le metió a una periodista un bolígrafo entre los pechos porque no le gustaron las preguntas que aquélla hacía. Muy elegante, sí señor, mucho. Si se lo hubiesen hecho a su botella, habría habido jarana, eso seguro. La nuestra es siempre una santa, intocable, por nuestra.

Ahora, a los estudiantes de Oviedo que montaron una protesta pacífica les sacó el dedo hecho nabo o el nabo hecho dedo. Estamos en días de Arco y estas sutilezas son muy de esas performances que los ayuntamientos de los pueblones compran a doblón en interés general de interesados… la pasa, siempre pasa. Un auténtico hombre de Estado, Aznar, auténtico.

Los estudiantes de la Universidad de Oviedo le organizaron al figurón una protesta sutil, cómica y efectiva, que no se está contando bien. La idea de disfrazarse de lobitos peperos para tocarle las narices, cada pocos minutos, al predicador es genial. Una vez disfrazados de lobitos peperos, convenientemente engominados, o de cazadores urbanos o de gentlemen farmer, perfumados, o de El Bigotes, que es de lo que van disfrazados casi todos, aunque muchos lo sean sin necesidad de bigotes o aspiren a serlo, no se puede distinguir quién lleva el pañuelo palestino o la chompa andina o nada, los harapos de fortuna… Gomina.

Estamos hablando de un estilo de vida que personifica en su conjunto la trama Gürtel, la que se ha empeñado en sacarle el dedo a la justicia, aunque no a la magistratura complaciente con el dedo dichoso. El que puede, exhibe su dedo, aunque no haya dedo que revuelva hasta el último nudo de esa espesa madeja.

El dedo inhiesto es un gesto de poderío torero, propio de los que están acostumbrados a torearse a todo el que pueden por principio, como se toreó el Partido Popular de Aznar al país mintiendo con la crisis del Prestige (de los toreros que tienen casas de putas en Andalucía y de los que no, pero que el Dalai Lama ha pedido licenciar, hablaremos otro día, si es que hablamos… hay demasiado de qué hablar, que se dice).

Lo malo de estos hechos es que resultan escandalosos cuando se producen, y que tres días después quedan reducidos a la categoría de anécdota, como dijo con desparpajo Mariano Rajoy después de haber perdido a los puntos, como gran fajador, el debate en el Congreso. Le dieron, aunque diga que no, y transforme la derrota en victoria. Hay que invertir los términos, de la misma manera que el agresor suele aparecer como agredido.

Para sus admiradores, admiradoras y correligionarios en general, Aznar es un campeón, y ese dedo inhiesto como un falo agresivo es símbolo también de la porra con la que con gusto golpearían a los reventadores de la función a la que convocaba el ex presidente de Gobierno, a función religiosa me refiero. Tamtum ergo y demás… que viene que ni al pelo. Sus palabras y personas son sagradas, al público la reverencia, el aplauso, la devoción. No entienden el sentido de la entrada libre y el espacio público o privado de uso público. La gente ya no está por la labor de ser adoctrinada de manera impune, y quien ha cometido pifias políticas que resultan inolvidables, debería saber que, salvo que emplee la fuerza, quien no la tiene, ni el dinero ni el poder de hacerlo con prensa, bancos, radios y televisiones, y cuyos votos no valen para los del dedo un cagarro (que diría el poeta con su voz inimitable), le pedirá si puede cuentas o le expresará su rechazo… La calle, ahí donde canta Albert Pla… La otra poesía, la otra escritura, la que aquí mismo cantan y escriben Kutxi Romero, El Drogas, Patxi Irurzun, ese magnífico escritor que, como los dos anteriores, no podría disfrazarse de lobito pepero porque les calarían, les verían con el escáner de las almas… muertas. ¡A por ésos! Los abatirían el primer día de la caza.

El ex presidente Aznar, que mintió con descaro al país en su calidad de lacayo de dos superpotencias, en cuya compañía no hacía nada, metió a España en una guerra ilegítima de agresión e invasión que no ha terminado, como permitió el gurtelismo, el bigotismo, el arrebuche del aznarato, la macización del ladrillo… De aquellos polvos, estos lodos. Las fechas cantan. Las hemerotecas también.

Está visto que lo que marca estilo, tendencia, es el arengar, el sermonear, el sentar cátedra, sin que los doctrinos, la feligresía o las prietas filas digan esta boca es mía. Cada vez se estilan más las ruedas de prensa sin preguntas, los aplausos incondicionales, las inquebrantables adhesiones, como las de los procuradores en cortes, incluidos los moros con chilaba, que quedaban dabute.

Lo que se lleva es hablar entre conjurados, para miembros de la fratria o de la confesión de que se trate. Todos están, o estamos, ya muy convencidos de todo, muy adoctrinados, muy seguros de estar en posesión de la verdad y de la razón de la historia; pero ellos necesitan cada vez más guardias de corps y más mordazas para silenciar al rasta y al pica y al disidente radical, ése que, por fortuna, vuelve a aparecer en las aulas universitarias y sus aledaños.

El bolígrafo de Aznar y el dedo, símbolos de lo que nos venga en gana; ese dedo en el que debería estar, haciendo molinetes, la medalla que, con dinero público, no logró comprarse, para satisfacción de su ego, en el carísimo mercado norteamericano, quien no pudo, lástima, irse a cantar el banderita tu eres roja por el desierto de Irak en dirección a la pura nada.

Jorge Nagore

Feb 17, 2010   //   by admin   //   Blog  //  2 Comments

Yo no era uno de esos que empezaban a leer el periódico por la última página hasta que conocí las columnas de Jorge Nagore en Diario de Noticias por eso que me cite hoy en una de ellas me hace sentirme muchísimo más importante que si alguien se volviera loco y me hiciera una reseña en Bobelia. A sus pies, maestro. Y hablando de maestros, ¿tiene usted el disco de ahí arriba? (menuda pregunta más tonta ¿no?)


El documento

Ayer me preguntó un conocido por la calle a ver si había leído “el documento”. Le dije que no, que no había leído “el documento”. Me dijo que si tenía previsto leérmelo más tarde “el documento” y le dije que no, que gracias, que tengo el último libro de Patxi Irurzun sobre la mesa mirándome desde la semana pasada y que hay millones de cosas más importantes en la vida que leerse “el documento”. Me miró con mala cara, antes de soltarme que “trabajando en lo que trabajas” debería ser “obligatorio” leerse “el documento”. Le contesté que “trabajando donde trabajo” lo único obligatorio es mandar por mail el artículo a ser posible antes de las ocho de la tarde para que lo maqueten, que todo lo demás es accesorio, incluido leerse “el documento”. No obstante, le pregunté que qué le parecía a él, ya que estábamos. Me dijo que me lo contaba por ser yo. Le dije que si era por eso que no hacía falta, pero insistió. “Es un paso hacia delante”, me explicó. Le pregunté que para quién. Me contestó que para todos. Le contesté que cómo lo sabía. “Eso no se sabe, se nota”, añadió. Le dije que yo lo único que noto es que cada vez hay más gente que, dando mucha importancia al tema del documento, pasa completamente de la forma que adopta, porque ya son muchos años y muchos documentos, que ya sólo haremos caso de verdad cuando se oiga el chasquido del cierre de la puerta. Me soltó que con esa actitud sólo estaba cooperando con los que niegan el “conflicto real que existe bajo el problema visible”. Le dije que igual era cierto, pero que milagros en Lourdes, que ya había llovido mucho desde el 87 y que cuando el problema desaparezca ya se verá, cuando se vaya la niebla, qué de real hay en todo y qué tamaño tiene. Me llamó frívolo. Le dije que sí, que alguna afición hay que tener.

ESE TOCHO (CAPÍTULO 9, Y ÚLTIMO)

Feb 16, 2010   //   by admin   //   Blog  //  3 Comments

Fue en uno de los partidos estelares de la temporada, contra el Real Madrid, a finales de temporada, y en el que nos jugábamos la clasificación para Europa —además del gustazo añadido de arrebatarle al Madrid la liga en favor del Eibar—. Habían pasado ya muchos y muy largos meses desde los sanfermines.
Era un sábado, con partido televisado, en plena jornada de reflexión electoral. Al día siguiente había comicios municipales y a Pichurri las encuestas le daban como clara favorita. A mí ya no me importaba, había decidido que en cuanto terminara la temporada dejaría Pamplona, me retiraría del fútbol y me ganaría la vida participando en “Hotel Glamour 2”. La única ilusión que me quedaba era, eso sí, una despedida a lo grande. Recé mucho para ello y, ¡oh milagro!, Diego Armando Maradona escuchó mis plegarias.
Fue en una internada de Beckhan, cuando nuestro portero se fue hacia el astro inglés y evitó el gol rompiéndole una rodilla. Penalti y tarjeta roja. A Godman no le quedó otra opción que sacarme. Me cambió por Burru, el capitán.
—Demuéstrales todo lo que se han perdido— me dijo.

Nos abrazábamos y mientras lo hacía recordé aquello que me dijo el día que nos conocimos. «Son todos unos moñas». Como la propia ciudad, pensé yo. Como su alcaldesa, la alcaldesa que se merecía aquella ciudad hipócrita, que se desmelenaba a golpe de calendario y luego hacía como que no había pasado nada.
Cuando me coloqué bajo la portería ya supe que pararía aquel penalti. A mis espaldas oí de nuevo mi grito de guerra: «¡Ese Tocho, ese Tocho, eh!”, al principio desde su lugar habitual, en el fondo sur, luego como una ola que iba anegando todo el estadio. Fue Ronaldo quien chutó. Intentó un «folha seca», al centro, suave. A un jugador de su categoría sólo le quedaba la gloria de ganar un campeonato de esa caprichosa manera, pero yo le calé e incluso tuve tiempo de dar un poco de espectáculo, de echarme a un lado y despejar el balón con una chilena. El Sadar no se vino abajo sólo porque aún necesitábamos un gol. Los minutos, sin embargo, pasaron sin que el marcador se moviera —en parte gracias a otros cuantos paradones míos— y, cuando ya estábamos en el descuento y el balón salió por la línea de fondo del Madrid, no me lo pensé. Salí corriendo en dirección al área contraria, a rematar el córner.

Hasta entonces yo había parado los goles. ¿Por qué no podía despedirme metiendo uno? ¿Por qué todo por una vez no podía ponerse del revés? ¿Por qué no iban a librarse las guerras a tartazos de nata? ¿Por qué el mundo no podía pertenecer por un día a los pobres, a los muertos de hambre con sombrero mejicano? Mientras corría iba pensando todo aquello y notaba cómo la idea y, todo hay que decirlo, el roce de mi descomunal miembro viril contra el muslo, me provocaban, me excitaban, volvían a engrandecerme. Creía incluso que podía volar y cuando vi el balón suspendido sobre el área pequeña cerré los ojos, me lancé de cabeza y… ¡AYYYYY!

De repente sentí algo que impactaba contra mis genitales. Un dolor horrible, que incluso me hizo perder el conocimiento. Pero sólo fueron unos segundos y cuando volví en mí no tardé en darme cuenta de que mis compañeros me abrazaban, me llevaban en volandas… Había metido gol, lo había metido de rebote y con la punta del pito, pero gol a fin de cuentas. Estábamos clasificados para la UEFA. Y el Madrid galáctico había perdido su vigesimotercera liga.
—¡Ese Tocho, ese Tocho, eh¡ —rugía El Sadar.
Pero yo no olvidaba quién era ni de dónde venía y, cuando finalizó el partido y me rodeó una nube de periodistas, sólo escuché una pregunta entre las muchas con que me abordaron.
—¿A quién le dedica ese gol? Tómese una copa en agradable compañía en Ben-Hur.
Era Txus Cuenco. Le miré a los ojos, después a todas las cámaras que me apuntaban, y dije:
—Se lo dedico a la alcaldesa. Para ti, Pichurri, con amor. Por echarme siempre que lo he necesitado una mano.
Y mientras hablaba, como quien no quiere la cosa, me rascaba la parte más sobresaliente de mi anatomía. Y no estoy hablando de las manos.

FIN

Sinceramente, no se puede decir que publicar «Ese Tocho» ni aquí ni en La txistorra digital, haya desatado pasiones, pero ahí quedan todos los capítulos por si alguna vez alguien quiere echar mano de ellos. Y como uno es más cabezón que un pan de pueblo, ya anuncio que un día de estos subiré otro cuento, titulado El cangrejo valiente, que publicó en 2004 La olla express en una edición de lo más cuca.

ESE TOCHO (CAPÍTULO 8)

Feb 16, 2010   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

Nunca llegué a ver publicado un titular tan pegajoso como aquel: «La alcaldesa intentó hacerme una paja». Lo más parecido fue: «A la alcaldesa no le tembló la mano con Tocho». Pero el artículo que venía debajo no era sino una sarta de mentiras que trataban de protegerla a ella. Decían que, puesto que a través de las urnas era imposible desalojarla de su puesto, todo había sido un burdo montaje para hacerlo por medios no democráticos; que la alcaldesa era un ejemplo de entereza y no había dudado en enfrentarse con un ídolo de masas —yo— con tal de que, tenía gracia, resplandeciera la verdad y el orden constitucional; decían incluso que yo era un subversivo que nunca había ocultado sus simpatías por grupos violentos como los Boixos Nois, en Barcelona, y como prueba irrefutable de ello aportaban una foto en la que tras mi portería ondeaba una bandera de los mismos. Pero lo más increíble de todo era que la opinión pública acabó tragándose todo aquel kalimotxo mediático en el que la alcaldesa ponía la chispa de la vida con su sonrisita de niña que nunca ha roto un plato y los periódicos aquel vino en polvo, más falso que un euro de cartón. Durante los primeros días me enervé sobremanera, llamé una y otra vez a Txus Cuenco, pero sólo me contestaba su buzón de voz: —En este momento me estoy tomando un… ¡pacharán Zoco, el que te vuelve loco!, deja tu mensaje después de la señal.
Traté, en fin, de no darle mayor importancia y disfruté del resto de las fiestas en la medida de lo posible, que era a su vez la medida exacta de mi sombrero de mejicano, gracias al cual pude tomar anónimamente por bares y peñas, sacarme un peluche en las barracas y mearme por la paredes, preferentemente en aquellas en las que había carteles electorales con fotos de la alcaldesa. Pensaba que en cuanto comenzara la temporada me centraría en el fútbol y pronto recuperaría el favor del público con mis despejes de puño a lo Mazinger Z. Pero no tardé en darme cuenta de que Godman, a pesar de que mi fichaje había sido idea suya, me evitaba en los entrenamientos, y cuando llegaron los primeros partidos me vi por primera vez en mi carrera calentando banquillo. Pronto comprendí que también a Godman lo tenían atrapado desde que gritó “¡Viva San Quintín!” en lugar de “¡Viva San Fermín!” y que no alinearme no era en realidad decisión suya. El público tampoco me echaba demasiado de menos, teníamos un buen equipo, encajábamos pocos goles y por primera vez en muchos años Osasuna estaba en puestos UEFA. Tan sólo un pequeño sector de Graderío Sur continuaba coreando aquello de “¡Ese Tocho, ese Tocho, eh!” y, aunque yo se lo agradecía, no me hacían un gran favor, pues eran precisamente aquellos a los que los periódicos siempre calificaban como «los de siempre»: gamberros, radicales, borrachos…
Incluso mis manos parecían haber perdido sus propiedades y la falta de Vitamina C — C de casquete— iba debilitándome. Mi único apoyo era Dios, es decir, Diego Armando Maradona. Todavía podía creer en él; en un Dios que tropieza, y que, como un gato callejero, cae de pie y se vuelve a levantar enrabietado; en un Dios que lleva al Ché Guevara tatuado en un hombro; en un Dios al que Andrés Calamaro le escribe canciones; en un Dios que no olvida que él también nació en el arroyo. Y Diego, gracias a Dios, es decir, a sí mismo, no me falló.

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