NIEVE Y TONTOLABAS
Ayer fue un gran día. Un día de fiesta, pero –en mi casa- solo para mí, mi mujer trabajaba y los niños tenían cole y guardería, respectivamente, así que después de llevarlos en coche a cumplir con sus obligaciones, yo regresé a casa, volví a acostarme, bien abrigado bajo las mantas, puse algunos discos, leí un poco, repasé algunas notas de una novela atascada…Hacía siglos que no tenía un momento así, y por si todo eso fuera poco, de repente al levantar la vista hacia la ventana, vi que había empezado a nevar, los copos caían con fuerza recortados sobre esa luz especial que tienen los días de nieve, y esa fascinación que esta siempre ejerce: ¡Ah, era ciertamente un placer ver esa estampa tumbado en la cama, sin otra obligación que la de estar ahí mirando! Me quedé incluso adormecido y nada fue capaz de arrebatarme el buen sabor de boca que me dejó ese momento. Ni siquiera el tontolaba de Orange -bueno, tontolabas sus jefes, él es un mandado-que me despertó con su voz enlatada y pronunció mal mi apellido y me hizo una oferta que me pareció ridícula y fea y fuera de lugar en una mañana tan perfecta como aquella, una mañana tan rara, en este momento de mi vida, como un gorila albino.