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UNA HABITACIÓN SIN VISTAS

Nov 15, 2009   //   by admin   //   Blog  //  3 Comments

Tengo una colaboración mensual llamada Mi papá me mima, desde hace más de tres años, en una revista de bebés, Guía del niño, y en ella voy narrando las cosillas de mis hijos, H y M. Son cosas como esta:

UNA HABITACIÓN SIN VISTAS

—Si alguna vez tengo un hijo, su cuarto nunca será como este—me decía hace muuuuuchos años, cuando todavía era un crápula que observaba con preocupación cómo a todos mis amigos les daba por reproducirse y, en lugar de invitarme los domingos a sus casas para curarnos la resaca con cerveza y discos de rocanrol, ponían videos de “primeras veces”: el primer eructito del niño, su primera papilla, el primer cambio de pañal de papá… A ellos todo aquello les parecía muy emotivo, pero no era lo más apropiado para el estómago de un trasnochador, así que siempre llegaba un momento en el que muy educadamente yo decía: —Voy a cambiar de agua al canario—, y salía al pasillo, donde a menudo acababa confundiendo la puerta del baño con la del cuarto de los horrores, uy, perdón, quiero decir con la habitación del niño.
—¿Estará dormido o es que no se atreve a abrir los ojos?— me preguntaba entonces alarmado, acercándome a la cuna, porque no me explicaba cómo la pobre criatura podía conciliar el sueño con todos aquellos peluches mirándole fijamente desde las estanterías — que más bien parecían las gradas del fondo sur de un estadio de fútbol—.
Yo, al menos, cuando volvía a casa tenía pesadillas en las que veía al monstruo de las galletas comiéndose a bocados mis discos preferidos. Y era entonces, al despertar, cuando me juraba muy digno que no, que si alguna vez tenía un hijo, su habitación sería de estilo minimalista, y que juguetes los justos, “porque luego los niños se vuelven caprichosos y no saben valorar lo que cuestan las cosas”.
¡Qué inocente era! Pensaba que los domingos iban a ser siempre ese día de la semana en que podías dormir hasta las tres del mediodía. Pero después llegó mi hijo H, y así supe que del mismo modo que los niños no distinguen los días de labor de los de fiesta, los padres de los niños no pintan demasiado en sus habitaciones, y estas se van convirtiendo casi sin que uno se de cuenta en pequeños almacenes, en los que se amontonan todos los juguetes con los que tíos, abuelos y amigos dejan constancia material de lo mucho que quieren a tu niño y de lo poco que saben los metros cuadrados que tiene tu piso. Malen y yo, de todos modos, tenemos suerte, le hemos enseñado a H a aparcar en batería sus correpasillos, bicis, minimotos, etc, y así justo delante de la ventana, queda un hueco en el que hemos podido apilar unas cajas en las que guardamos la mayoría de los trastos. Aunque también ayuda mucho que en realidad con lo que a H le gusta jugar es con un palito que el otro día cogió en el parque —bueno, él dice que es una varita mágica— y con el que consigue que todos los juguetes del mundo quepan en su cuarto.

3 Comments

  • ohhhhhhhh, que bonito patxi

  • Plenamente identificado con el texto, Patxi. No hay duda de que estamos en lo mismo.

    De los tres muñecos de arriba, mi hijo mayor tiene dos. Le falta Chebwaka.

    Un abrazo,

  • La vida de adulto tiene sus ¿queeeees? Patxi. Pero bueno, si ponemos en una balanza las satisfacciones del antes-de y del después-de, pues eso, que mejor ahora.
    Cuando te pones así de tierno, en la narración, me entran ganas de besarte en la frente como a un hijo.
    Jajaja. Que lo dicho, que el texto genial, Patxi, como siempre.
    Abrazos y see you soon!

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