SUPERHUMOR DIARIO
Más de una vez he usado alguna noticia de los periódicos para escribir un cuento, que luego ha acabado no pareciéndose en nada a la realidad – como debe ser-. Me pasó por ejemplo en Fiambre (Cuentos sanfermineros) y en los dos cuentos antimonárquicos de Ajuste de cuentos. Pues bien, estos últimos días han aparecido dos de esas noticias que me ponen los dientes y los dedos largos (lástima que los días no duren 48 horas) y que quiero compartir con vosotros.
La primera de ellas es la detención en un hotel de Pamplona de un ladrón de documentos históricos (mapas de los siglos XV y XVI, etc). El tipo era un húngaro con un carnet de investigador apañado con Photoshop y un cúter. Entraba en bibliotecas y archivos y, ¡zas!, se llevaba a casa un Ptolomeo, que luego nadie echaba de menos. Me imagino que el húngaro tendría cara de buena persona, y nadie se ponía a repasar los libros que había consultado y había roído con su cuchilla de inofensivo ratón de biblioteca. Desconozco qué valor pueden tener en el mercado negro este tipo de documentos, él aseguraba que los sustraía para su propia colección, como si sufriera una especie de bibliocleptomanía. Me lo imagino en su habitación de hotel con los mapamundis desplegados sobre la cama y mirándolos con la picha dura. El hotel , por cierto, es importante que sea modesto, quizás un hostal o pensión, con luz mortecina y mantas gordas. Y de provincias. Porque este tipo de robos suelen suceder en ciudades como Soria, Pamplona, Toledo… Como cuando Eric el belga andababa apandando santos y vígenes por todas las iglesias de los pueblicos y sacándolos a espuertas, en camiones, decían, para forrarse vendiéndoselo de estranjis a millonetis europeos. Pero el húngaro que no, que él los robaba para disfrute personal, para su propia colección. Lo más gracioso de todo que en el periódico en que lo leí, justo debajo de esta noticia, anunciaban para el próximo fin de semana una feria de coleccionismo en un centro comercial, y visto así, la cosa parecía más bien una convención de delincuentes.
La otra noticia aparecía el domingo pasada con portada y doble página en el Diario de Navarra, que parecía más que nunca el Superhumor. Tres chavales que se van a hacer supervivencia al Quinto Real, las estribaciones del Pirineo navarro, y se comen una gallina y dos limacos para no morir de inanición. Para mí que el redactor jefe estaba en Saloú o con gripe A, o quizás el que tenía la gripe A, y un proceso febril tan preocupante como productivo, era el que firmaba el reportaje; o eso o era un becario con un sentido del humor exquisito y se la ha colado a todos (o igual han sido los propios supervivientes). El cuento que a mí me inspira va por ahí, lo otro me importa menos, los rambos esos pueden comer saltamontes o lo que les de la gana y colgar cuantos vídeos quieran en youtube diciendo puta y hostia mientras se caen a un regacho o hacen vivac en el parque Yamaguchi (os recomiendo verlos, son de mucha risa -excepto cuando hacen fuego, arrancan de cuajo árboles… ¿eso se puede hacer?-).
Habrá que tomárselo a risa, sí, porque si rascas un poco la cosa da bastante asco, y miedo, y vergüenza ajena, es mejor no pensar en qué es la auténtica supervivencia, día a día, mes a mes, de las personas a las que han hecho fosfatina las ERES, o la pensión de jubilación, ni en qué pensará esa gente al ver a los boys-scout estos en titulares gordos, cuando a ellos no les ha tirado el Superhumor una triste foto en las huelgas o en las encarteladas…
Igual, esa gente, piensa que todo es solo una broma. O , para el caso, un cuento.
LOS CULPABLES. PAMPLONA 1936
Yo estudié la EGB en los Escolapios de Pamplona, y solo ahora, treinta años después me entero, gracias al estremecedor libro Los culpables de Galo Vierge, que mi colegio fue durante el golpe de estado de 1936 cuartel general y centro de detención de los requetés, quienes junto con las milicias falangistas asesinaron por cunetas y paredones de toda Navarra (donde, durante la guerra civil, no llegó a haber frente de guerra) a 3000 personas desarmadas, cuyo único delito fue pertenecer a partidos y sindicatos anarquistas, socialistas o nacionalistas. El mismo patio contra el que más de una vez, durante los recreos, estampé mi nariz en los partidos a cara de perro de una clase contra otra, se tiñó de otra sangre cuarenta años atrás, cuando los detenidos se arrojaban desde los ventanales de nuestras aulas, incapaces de soportar la idea de que les aguardaba una muerte segura, sin juicio, sin motivo, por dios, por España y por la puta cara. Las clases en las que los curas nos enseñaban a ser como Dios mandaba, fueron hacía no tanto tiempo calabozos siniestros en los que se torturaba salvajemente en el nombre de un hombre clavado en una cruz, es decir, también torturado.
Galo Vierge, obrero metalúrgico afiliado a la CNT, detenido tras el alzamiento militar y superviviente al mismo, escribió Los culpables en 1942, (jugándose para ello el pellejo; solo lo pudo publicar muchos años después, por primera vez en una edición semiclandestina de autor de 1988 y después -sus herederos- en la edición de Pamiela de 2006 que yo he leído). El libro es uno de los pocos testimonios directos de la represión fascista en la capital navarra, un grito aislado capaz de atravesar el manto de silencio que durante décadas cubrió una ciudad en la que no pasaba, no había pasado nada, en la que muchos de nosotros crecimos ignorando que un glacis de la Vuelta del Castillo, donde jugábamos al escondite después de clase de religión, pasaron por la piedra a cientos de hombres inocentes. A un vendedor de periódicos lo fusilaron por vender prensa socialista en el propio patio de la prisión. Era deficiente mental y probablemente no sabía leer, ni mucho menos distinguir los periódicos revolucionarios del Diario de Navarra.
Galo Vierge lo cuenta en Los culpables, anota los nombres de las víctimas y de los verdugos, habla (con el corazón ensangrentado en la mano, pero sin rencor) de los detenidos a los que dejaban en libertad para volver a detenerlos por la noche y darles el paseillo; de los fusilados reclamados meses después a sus viudas o padres en leva para la cruzada fascista; de los asesinos que cuneteaban a presos y volvían después a Pamplona para postrarse de rodillas ante lSanta María la Real, en procesión por el centro de la ciudad; de la caza humana -ni heridos ni supervivientes, era la consigna- tras la espectacular fuga (la mayor en la historia penal de España), del fuerte de San Cristobal, en la que fueron abatidos como perros por la laderas del monte Ezkaba cientos de prisioneros.
Nadie nos habló nunca a nosotros de eso. Mi propio abuelo militó en el bando nacional, nunca he sabido si reclutado a la fuerza o alistado voluntario, nunca le oí contar nada, nunca sabré si estuvo entre los que -como también cuenta Galo Vierge- cerraban los ojos y disparaban al cielo en el pelotón de fusilamiento, o la turba fanática que gritaba en la plaza del Castillo ¡a matar más rojos que Dios!
Aquí nunca pasó nada, el marchamo mojigato, cazurro, clasista y derechón de la ciudad venía impreso en su ADN, era la marca de fábrica de una capital de provincia tranquila y apacible, chiquita y apañada, en la que los trapos sucios se lavaban en casa.
Y sin embargo, Los culpables es un libro que debería ser aireado, de lectura obligatoria en todos los colegios de Pamplona, incluidos los Escolapios. Sobre todo ahora que -hace solo unos días- la alcaldesa de la ciudad, Yolanda Barcina (UPN), cuestionó una sentencia del Tribunal Administrativo de Navarra que obligaba a cambiar los nombres de 20 calles del barrio pamplonés de la Txantrea, en los que figuraban nombres de militares o políticos franquistas. El portavoz de la Plataforma que impulsa la iniciativa para renombrar esas calles se llama, por cierto, Gorka Vierge, y es nieto de Galo Vierge, autor de Los Culpables.
Patxi Irurzun, abril de 2008.
Los culpables, Galo Vierge. Editorial Pamiela (2006)
MARÍA LUISA ELÍO O REGRESAR ES IRSE
El caso es que María Luisa Elío, además de todo eso, escribió un libro titulado Tiempo de llorar, en el que cuenta su vuelta con Diego, uno de sus hijos, a Pamplona, la ciudad en la que nació y de la que partió al exilio -a México- siendo una niña. ‘Regresar es irse,’ menciona en el mismo, al encontrarse con una ciudad triste y gris y opresiva, como la Pamplona de los 60… Sobre todo cuando como en su caso, los recuerdos no pueden ser sino deprimentes. El padre de Maria Luisa, el juez Luis Elío -uno de los primeros en las listas negras de falangistas y requetés, por rojo y por ser consecuente con sus ideas: repartió algunas de sus tierras entre quienes la trabajaban- permaneció tres años encerrado en un cuchitril, una pequeña habitación en la capital navarra durante la guerra civil -desde la que cada mañana oía los disparos de los pelotones de fusilamiento- hasta poder huir a Francia, donde, tras pasar por un campo de prisioneros, se reunió con su familia y emigró a México. Luis Elío, por cierto, da también cuenta de su experiencia en un libro titulado Soledad de ausencia (un libro que, como algunos otros –Los culpables, de Galo Vierge, del que colgaré en breve una reseña-, Navarra, de la esperanza al terror, 1936, o el que editó y reedito Pamiela sobre la fuga del fuerte de San Cristóbal, deberían de ser de lectura obligatorio en los centros educativos navarros).
Tristemente nadie o casi nadie sabe en Pamplona quién fue María Luisa Elío (a pesar de que la hayan recordado a menudo escritores de la talla de Miguel Sánchez-Ostiz, a través del cual llegué yo a esta autora), no hay una calle con su nombre (al contrario, se usan triquiñuelas para que permanezcan las de otros, como el Conde de Rodezno, por culpa de quienes el padre de la escritora hubo de enterrarse vivo y exiliarse, y tuvo suerte) ni se han hecho actos conmemorativos (quizás, probablemente, gracias a dios). Aunque no deja de ser triste en una ciudad que aspira a ser capital cultural (ja, ja, ja…).
Maria Luisa Elío, y lo suyos, de todos modos, intuyo que tampoco serían partidarios de ese tipo de actos, de hecho la muerte de la escritora (quien conoció y fue amiga de artistas como Luis Buñuel, Octavio Paz, Álvaro Mutis,Eliseo Diego -que también le dedicó un libro, Cuatro de oros...), su muerte, decía, fue anunciada discretamente en una pequeña esquela de un periódico mexicano, firmada por su hijo Diego, quien, por lo demás, dirige la editorial mexicana DGE / Equilibrista y sigue en la brecha, trabajando para que las resmas de folios en blanco se conviertan en patrimonio de todos.
EL BLUES DEL ODIO ENAMORADO
Alfonso Xen Rabanal, en Crónicas para decorar un vacío