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¿QUÉ HA SIDO DE TI , JOCELYNE?

Ago 23, 2009   //   by admin   //   Blog  //  1 Comment
foto: nana buxcani

ESCRIBO este artículo por obligación. Por compromiso. Por moroso. Lo escribo aunque cada vez me cuesta más creer que escribir sirva para cambiar el mundo, al contrario que las personas con las que estoy en deuda (como el padre Julio Cuesta, que dirige el cotolengo de Montalbán, en Manila), personas que saben mucho mejor que yo cuánto hace falta que el mundo cambie y las recetas para ello.
Hace algunos meses un reportero del programa Callejeros (Cuatro ) me envió un e-mail. Había leído Atrapados en el paraíso , el libro que escribí sobre mi experiencia en el vertedero de Payatas (60.000 personas viviendo y trabajando en una auténtica ciudad basura, levantada alrededor de dos humeantes montañas de desperdicios de más de 25 metros de altura) y quería que le proporcionara algún contacto que le permitiera entrar a ese basurero, u otros como el de Tondo, en la capital filipina. Así lo hice y de paso sirvió para recordarme a mí mismo que desde que volví de Manila, en 2002, no había vuelto a saber nada de las personas que conocí en Payatas.
Como Jocelyne, la niña más lista del mundo, que debe de ser ya una jovencita. Hace siete años, Jocelyne atendía una pequeña tienda junto a uno de los puestos de control de entrada al vertedero. Vendía biscotes y bolsas de pop-cola a los soldados del check-point y también a los scavengers o trabajadores de la basura que rebuscaban entre esta cartón, plástico e incluso oro. Jocelyne era sólo una mocosa pero sumaba y restaba a una velocidad de vértigo y nos corregía a Joseba, el fotógrafo que me acompañó en el viaje, y a mí, cada vez que le dábamos una patada a nuestro escurrido diccionario de inglés. A Jocelyne le gustaba estar con nosotros, los extranjeros blancuchos y ricos, casi tanto como ver Betty, la fea en su pequeño televisor o ir a la escuela algunas horas a la semana. Yo creo que soñaba con trabajar, como Betty, en una oficina, una de las que se veían desde Payatas, en grandes rascacielos desde los que, por el contrario, nadie veía Payatas; pero Jocelyne debía pasar la mayor parte del tiempo en su tiendita: su padre trabaja de sol a sol conduciendo una de las bulldozer que compactaban las toneladas de basura de la montaña; y su madre murió sepultada por éstas en el año 2000, en el alud que enterró a más de doscientas personas.
No sé qué ha sido tampoco de Asunción, nuestra guía en el basurero, que siempre nos dejaba atrás cuando teníamos que ascender por las lomas y terrazas de basura, no importaba que tuviera 60 años, a ella todavía le quedaba energía, cuando nos despedíamos cada tarde, para echar una mano en el sindicato de scavengers , o en la guardería, el rudimentario hospital (en el que cada día morían dos o tres niños, por causa de la tuberculosis, o una simple diarrea…). No sé tampoco qué ha sido del Padre Joel Bernardo, un doble filipino de John Lennon, que nos consiguió los permisos para entrar a Payatas, en un pulso con el Capitán Jaymalin, la autoridad militar…
El e-mail del reportero de Callejeros era, por eso, una manera de recuperar el contacto con la gente de Payatas, con la que también me sentía en deuda (tenía cierta inquietud por saber qué les había deparado la vida, pero tampoco había hecho demasiado por averiguarlo).
Por supuesto, el reportero no habló con Jocelyne o Asunción…, ellos sólo estuvieron una semana en Manila, pero me proporcionó la dirección de dos personas que aparecieron en el programa y a las que escribí. Una de ellas era la madrileña Alicia Gimeno, quien me respondió algo sorprendida por la repercusión que había tenido su intervención en el reportaje: al parecer, lo que más había llamado la atención a muchos de quienes la vieron no fueron las condiciones de vida de los scavengers , o ver a los niños trabajando (una de esas niñas, por cierto, podía ser la propia Jocelyne: cuando le preguntaban en el programa qué quería ser de mayor, contestaba que profesora, y después se giraba y se perdía entre el humo de la montaña de basura); no, lo que a mucha gente le preocupó fue que Alicia caminara calzada sólo con unas chanclas por el vertedero.
La otra persona a la que escribí fue al sacerdote burgalés Julio Cuesta (a quien, por cierto, unen lazos con Navarra, pues vivió durante 17 años en Dicastillo, en el seminario menor que su congregación tenía en el Palacio de la Condesa de la Vega del Pozo) y quien tras tres años de trabajo en Payatas ahora dirige un cotolengo u orfanato a diez kilómetros del basurero. Tardó algo en responder, pero esto fue lo que, entre otras cosas, me contó: «Llevo dos semanas pendiente de uno de nuestros niños, ingresado en un hospital público; es un niño tetrapléjico, con problemas de epilepsia… Llegó a nuestro centro hace ocho años, le pusieron el nombre de K. Plaza porque apareció abandonado en esa plaza de la ciudad de Cebú… En el hospital le han tenido que someter a una doble operación (traqueotomía y gastrostomía)… Todo ha ido bien y hoy le darán de alta (mañana organizaremos una pequeña fiesta para celebrar su vuelta al cotolengo). Es tremendo el espectáculo de un hospital de niños donde muchas familias se ven en la imposibilidad de hacer algo por sus hijos enfermos porque no tienen dinero… Tienes que estar pendiente de las enfermeras que en cada momento te dicen la pastilla o medicina que necesitan para el enfermo… Antes de una operación te pasan la lista, con su precio correspondiente… y la operación no se hace si no has comprado las sondas, válvulas… y pagado hasta los últimos detalles (alcohol, guantes, cuchillas, agujas, uso del ventilador, esparadrapo, algodón, mascarillas, anestesia…)».
A ello añadía Julio, y también lo decía Alicia, que si yo realmente quería hacer algo por esos niños, y por Payatas, por Jocelyne, por Asunción… podía contar todo esto en algún periódico. Así que eso es lo que hago. Es sólo una ínfima parte de la deuda, y sigo sin creer que en realidad sirva para mucho, pero debo hacer caso a quien sabe realmente qué es necesario para que las niñas más listas del mundo no se extravíen entre el humo de una montaña de basura.
Patxi Irurzun. Diario de Noticias, 22-8-09
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