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OLÉ OLÉ

Ene 31, 2013   //   by admin   //   Blog  //  No Comments


Una nueva peripecia preadolescente y sanferminera para mi colaboración en blogsanfermin.com, con la aparición estelar de Vicky Larraz, Las Vulpess, Mayor Oreja, pastores alemanes como Diplodocus y dobermans majaretas y colmilludos:

OLÉ OLÉ 

En una de las últimas apariciones estelares de Estafetakoa en el blog hablaba de aquel episodio sanferminero en que a Los Pecos casi los tiran al pilón los mozos de este pueblo grande, y eso me recordó un lance sanferminero preadolescente y por tanto algo ridículo que permanecía sepultado en mi memoria y que paso a relatar: fue hace muchos años, cuando Vicky Larraz cantaba en Olé Olé y en las piscinas privadas de Pamplona traían a los grupos y artistas que salían por la tele en Aplauso (una vez los del Anaitasuna, creo recordar, fueron más lanzados y recurrieron a otro programas más modennos, como La Bola de Cristal, y se animaron a organizar un concierto de Las Vulpess; total, que vendieron 43 entradas).
El caso es que aquel año en el Club Natación iban a actuar los susodichos Olé Olé, con Vicky Larraz al frente, y yo no sé por qué, pues a ninguno de la cuadrilla nos iba aquella música, decidimos colarnos. Y eso que de tres, dos éramos en aquella época socios de la piscina (dato, que por otra parte revela que de cuadrilla nada). Sin embargo, todavía no teníamos la edad necesaria para entrar, así que optamos por saltar la valla de la piscina que había al otro lado de las pasarelas, por donde los caballos de Goñi. Mi relación con las pasarelas nunca había sido nada buena. Siendo niño y todavía sin acabar las clases de perfeccionamiento de natación, un día vi venir por ellas, de frente, un pastor alemán que parecía un Diplodocus y no se me ocurrió mejor idea que tirarme al río. Prefería ser devorado por las fauces del Arga antes que por las de aquel animal. Por suerte era verano y el agua solo llegaba hasta los tobillos. En invierno, por el contrario, a causa del caudal, solían retirar las tablas de madera y solo quedaban los pilones de piedra, que teníamos que pasar saltando de uno en uno cuando el Pisahuevos, el cura que nos daba gimnasia, nos mandaba a hacer el cross. Yo iba a uno de aquellos centros de apartheid sexual, los Escolapios, y las clases de gimnasia consistían invariablemente en hacer La Beloso, o sea recorrer al trote y en este orden: Media Luna, cuesta de Beloso, serrería de La Txantrea, Magdalena, pasarelas y Media Luna otra vez. Para cuando llegabas a las pasarelas ibas follado (hablando figurativamente, claro) y mientras dabas saltitos de un pilón a otro el Arga bajo tus pies rugía llamándote por tu nombre.
Pero creo que nos hemos despistado un poco. La cosa es que tras atravesar las pasarelas decidimos saltar la valla del Club Natación. Había una leyenda que decía que durante la noche en las zonas verdes que quedaban tras ella soltaban unos dobermans a los que no daban de comer (Mayor Oreja y el negocio de la seguridad privada, todavía no habían hecho su agosto), lo cual acrecenta todavía más mis dudas: ¿Éramos jóvenes temerarios y sedientos de aventuras? ¿Llevamos aquel día algún chuletón al que previamente habíamos inyectado cloroformo? ¿Vicky Larraz era para tanto? Supongo que los tiros iban por ahí. Por aquellos años, recordemos, todos nos apiñábamos frente al televisor para ver si a Sabrina se le salía la teta durante la Gala de Nochevieja. Por una teta éramos capaces de todo, incluso de ser devorados por unos perros locos (otra leyenda decía que a los dobermans les iba creciendo el cerebro dentro de sus cabezas chiquiticas hasta que se convertían en asesinos en serie).
Una vez que saltamos la valla, sin embargo, por allí no se veía ningún perro majareta y colmilludo  y, por el contrario, sí alguien apostado en el puente que llevaba hasta el otro lado del río, donde actuaba el grupo. “No controles, mis vestidos. No controles, mi forma de bailar porque soy total y a todo el mundo gusto”. Nos escondimos detrás de un bloque de piedra sobre el que había plantada una torre de luz. De vez en cuando alguno de nosotros se asomaba y el vigilante siempre estaba allí. Hasta que en una de esas nos vio. Y se acercó. Y nos descubrió. “¿Pero qué cojones hacéis ahí?”, dijo.  “No controles, lalailolailola”, cantamos nosotros, pero no coló, el tipo nos echó, yo creo que conteniendo la risa. Así que saltamos la valla de nuevo y regresamos por donde habíamos venido, o sea, por las pasarelas, y luego por la Media Luna, y lo hicimos también a ritmo de cross, porque aquello estaba lleno de navajeros, y de gente borracha, o follando (esta vez sin el sentido figurativo), y después nos fuimos a casa, donde ya estarían algo tardados…
Fue, ya digo, un episodio preadolescente y ridículo, al que sigo sin encontrarle sentido. Sobre todo cuando busco en el Google: Olé Olé+Vicky Larraz, y me aparece una con el pelo cardado, y con hombreras y con más ropas estrafalarias, de las que no parece que vaya a escapársele ninguna teta.  

WILLY URIBE

Dic 30, 2012   //   by admin   //   Blog  //  1 Comment

Mientras se descongelan las gulas, el champán se enfría y un cuñado dice Zaragoza con un polvorón en la boca, el escritor Willy Uribe lleva ya tres semanas en huelga de hambre. Ha dejado de comer para reclamar un indulto para David Reboredo, un extoxicómano gallego que ha ingresado en prisión después de haberse rehabilitado y al que se le acusa de haber vendido dos papelinas en el año 2006. La protesta de Uribe no es una cuestión personal (y a la vez lo es, en un su sentido más radical). El escritor vasco no conoce al extoxicómano gallego, pero a la vez podía haber sido él (los dos pertenecen a una generación en la que miles de jóvenes cayeron como moscas por culpa de la heroína, un pequeño y silencioso holocausto que nunca se ha investigado, ni ha habido interés en investigar). Uribe tomó la decisión de solidarizarse con Reboredo por eso, pero sobre todo por un agravio comparativo, al saber que cuatro mossos d’ escuadra eran indultados y reindultados después de haber sido condenados por un caso de torturas (otro pozal de mierda, el de la tortura, que tampoco conviene remover). La huelga de hambre de Willy Uribe  va por ello mucho más allá del  caso Reboredo. Es una huelga de hambre que denuncia situaciones que se repiten y perpetúan en un país en el que ante la justicia todos no somos iguales, ni siquiera aunque lo diga un rey (en realidad un rey, sancionado además por un sanguinario dictador, no es la persona más adecuada para hablar de igualdad). Ante un juez o ante un ministro de justicia no cuenta lo mismo ser pobre –una especie de pecado original e imborrable- u honrado, que rico o asalariado con un hueso (un uniforme, un cargo político…) al servicio del mal, o sea del capital.  Una desigualdad sobre la que en realidad se basan todos los pilares sobre los que se sostiene un sistema de castas al que algunos llaman con desfachatez democracia (“Nosotros, los demócratas”, es de hecho una de sus frases favoritas).
La huelga de hambre de Willy Uribe es por tanto una protesta en favor de Reboredo, pero también de cualquiera de todos nosotros (porque cualquiera de nosotros, en realidad, podríamos también ser Reboredo, cualquiera de nosotros podríamos perder, estamos perdiendo el trabajo, la casa, la igualdad de oportunidades para estudiar o acceder a los servicios sanitarios y quizás por ello la esperanza, o los nervios, lo cual también nos convierte en sospechosos y potenciales “delincuentes”); y es sobre todo, esta huelga de hambre -y esa es la cuestión personal- una protesta en favor del propio Willy Uribe, una cuestión de dignidad personal y profesional (Uribe, con modestia,  ha dicho que su huelga de hambre no es la de un escritor, sino la de una persona normal, pero no es cierto, en realidad un escritor es alguien que sabe contar mejor que el resto lo que está pasando y para un escritor hoy en día mirar a su alrededor y contar es algo que está poco menos que obligado a hacer); una protesta que contagia además esa dignidad y transmite la esperanza de saber que no todo está perdido cuando hay personas que están dispuestas a sacrificar su propia salud, su propia vida, por otras personas, y por una sociedad civil, por una auténtica democracia en la que la igualdad y la justicia no sean solo un polvorón que se deshace en la boca y cae hecho migajas sobre la mesa entre risas. 

EN LA BIBLIOTECA DE OLAZAGUTIA Y CON JOAQUÍN CARBONELL

Dic 23, 2012   //   by admin   //   Blog  //  No Comments



El pasado día 19 estuve en la biblioteca de Olazti/Olazagutía hablando de ‘Atrapados en el paraíso’ y ‘Dios nunca reza’. En charlas como esa casi siempre me suelo encontrar con personas mayores, algunos muy mayores, cerca de los noventa, de los que las bibliotecarias me cuentan que son unos de los mejores y más activos usuarios de las bibliotecas; casi siempre son también personas sin estudios, que se han formado a sí mismas, leyendo todo cuanto caía en sus manos, y que te impresionan por su cultura y a menudo por sus vidas llenas de peripecias no menos librescas. Es algo admirable y dice mucho del papel y la importancia de las bibliotecas públicas.

Un día antes acompañé a Joaquín Carbonell en la presentación de su biografía de José Antonio Labordeta, ‘Querido Labordeta’, que lleva varias semanas siendo número uno en ventas en Aragón. Quien no conozca a Joaquín Carbonell será porque no es maño. Es prácticamente imposible que alguien en Aragón no sepa quién es este cantautor, periodista y escritor, una auténtica institución con quien yo, durante un paseo por las calles y bares de Zaragoza,  más que nunca he podido saber de cerca qué es más que la fama, la popularidad, porque la gente se acercaba a Joaquín a sacarse fotos, a conversar, pero lo hacía con familiaridad, rompiendo las distancias, como si lo sintiera uno de los suyos. 

Joaquín Carbonell, como reza su página web (bueno, reza igual no), como no reza en su página web canta y escribe. Es autor de una decena de discos, como Clásicas y modernas, La tos del trompetista, Tabaco y cariño (qué grandes títulos)… Participó, o podríamos decir que fundó el movimiento de la Nueva Canción aragonesa, junto con La Bullonera y el propio Labordeta. Ha compartido escenarios, mesa y carretera con artistas como Sabina, Aute, Paco Ibañez… Como escritor ha publicado también un buen puñado de libros, y entre ellos varias biografías. Sus dos últimas obras lo han sido, ‘Pongamos que hablo de Joaquín’, sobre Sabina, y esta última ‘Querido Labordeta’, y ambas se han convertido en superventas  por la talla de las biografiados, pero sobre todo por la maestría del biógrafo y su manera de contar. Además Joaquín es periodista (lleva ya un montón de años escribiendo en El Periódico de Aragón, donde realiza una entrevista diaria), agitador cultural… Un culo de mal asiento, en definitiva.

Probablemente haya sido también la persona que más tiempo ha pasado junto a Labordeta, a quien conoció siendo alumno suyo en un instituto de Teruel (en el que compartió pupitres, entre otros, con Federico Jiménez Losantos, que entonces era otro Federico Jiménez Losantos), y después como compañero y amigo a lo largo de toda su vida. Nadie mejor que Joaquín, pues, podía haber escrito una biografía de Labordeta, y de haberlo escrito de ese modo, con ese tono que utiliza  y que nos hace a quien los leemos convertirnos también en compañeros de viaje. En mi caso, por ejemplo, tengo que reconocer que mi relación con Labordeta había sido de algún modo muy colateral (y sin embargo con cierta importancia para mí: Labordeta formó parte del jurado de un premio literario que me concedieron hace años  -el de El Viajero, de El País, gracias al cual pude irme a Manila,  escribir ‘Atrapados en el paraíso’, etc.- y sobre todo Labordeta forma parte de mi imaginario, y yo creo que del imaginario colectivo, con aquella escena en la que mandó a la mierda y llamó gilipollas a algunos diputados del PP, y a muchos de nosotros nos hizo relamernos de gusto y de envidia). Por lo demás, reconozco que tampoco sabía demasiado, ni sobre sus canciones, ni sobre su poesía, que no había profundizado más allá de la imagen del Labordeta de la mochila o del autor del ‘Canto a la Libertad’. Pero todo eso, lo ha solucionado Joaquín, con esta magnífica biografía, en la que nos presenta al músico, al poeta, al viajero, al político, y también al amigo, a la persona, y que se lee con esa sensación de placidez, de sobremesa, ese tono directo, suelto, socarrón a menudo que tiene la prosa de Joaquín. 

La presentación fue algo desangelada, pero se compensó de sobras con una tertulia con Patxo Abarzuza (Elkar), el escritor Carlos Erice y el propio Joaquín, con quien además luego nos fuimos de vinos (con él y con su guitarra)  y pudimos oírle contar anécdotas tan jugosas como los pinchos que nos zampamos (por ejemplo sus encuentros con Leonard Cohen, con quien comparte guitarrista, etc.). Carbonell es otra de esas personas de vida intensa, llena de peripecias, que cada vez que abre la boca te enseña algo. Casi como una biblioteca pública. 



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