Club de lectura de verano de 2023
ESTUPOR Y TEMBLORES,
de Amélie Nothomb
y SUPERSAURIO,
de Meryem El Mehdati
Una de las satisfacciones, entre otras muchas, que proporciona la lectura es la exploración: los libros a menudo contienen entre sus páginas sendas y señales que nos llevan a otros libros u autores. Yo, al menos, no puedo evitar la tentación, cuando un escritor que me gusta y al que estoy leyendo menciona a otro escritor que le gusta o al que está leyendo, de tomar ese atajo y dirigirme a su encuentro, anotar su nombre, buscar sus libros… Otras veces encontramos en algunas de nuestras lecturas reminiscencias, huellas de lecturas anteriores, o, sin que haya aparentemente premeditación, las lecturas que encadenamos comparten un mismo tema, escenario o preocupación. Y en ocasiones sucede que se producen casualidades cósmicas, como que dos libros emparentados entre sí caen entre nuestras manos al mismo tiempo, sin que tengamos constancia previa de esa relación (ya mencionamos en una entrega anterior cómo al terminar la lectura de Autokarabana, de Fermin Etxegoien, nos encontramos con la sorpresa de que en el libro que le sucedió en la mesilla de noche, Galdu arte, de Juan Luis Zabala, los personajes frecuentaban el mismo bar que los de Etxegoien).
Emperadores y Masterchef
Las dos novelas que comentamos hoy, Estupor y temblores, de Amélie Nothomb, y Supersaurio, de Meryem El Mehdati, son otro ejemplo de todo lo dicho hasta ahora. Leí ambas con apenas unas semanas de diferencia, lo cual me sirvió para establecer los puntos de conexión entre ellas (aunque tampoco había que ser muy sagaz, porque El Mehdati reconoce entre sus lecturas deudoras la obra de Nothomb, y creo incluso que llega a citar Estupor y temblores en Supersaurio).
La primera que cayó en mis manos fue la novela de la escritora belga. El título de la misma, Estupor y temblores, alude a la manera en que los súbditos nipones deben comportarse y mostrar su sumisión en presencia de su emperador, algo que se hace extensivo en la obra a los superiores de las empresas, convertidos en Japón en seres cuya autoridad es incuestionable, como si fueran jurados de Masterchef (bueno, esa autoridad es piramidal, es decir, el trabajador se convierte en súbdito de su encargado, pero este a su vez lo es de su jefe de sección, etc.).
Amélie Nothomb pasó sus primeros años de infancia en Japón, país por el que siempre ha sentido una deuda emocional, que intentó saldar regresando al mismo en busca de una oportunidad laboral que acabaría convirtiéndose en una pesadilla. Eso es lo que nos cuenta en esta deliciosa novelita de apenas ciento cincuenta páginas, como la mayoría de las que Nothomb publica, al ritmo de una por año, desde mediados de los 90, en buena parte gracias al éxito de Estupor y temblores, su obra más conocida.
Una pesadilla laboral
En la novela Nothomb es contratada en una empresa en calidad de intérprete, pero, tras una serie de humillaciones y degradaciones que se inician desde el primer minuto en que comienza a trabajar −y, al parecer, a convertirse en propiedad de dicha empresa−, acabará sirviendo cafés, haciendo fotocopias o limpiando retretes. Asistimos a un proceso de destrucción de la individualidad, de cualquier forma de autonomía o iniciativa personales, que en el caso de la protagonista llega al ensañamiento por su condición de mujer y extranjera que −esa parece ser la justificación del maltrato− desconoce los códigos y la cultura nipones y debe aprender mediante una férrea y sádica disciplina a someterse a los mismos.
Estupor y temblores es un retrato demoledor del mundo del trabajo y la autoalienación del trabajador japonés, que a veces hace preguntarse hasta qué punto cae en la hipérbole o la caricatura (al respecto hay que señalar, por una parte, que la lectura de la novela es ágil y divertida; y, por otra, que quizás necesitaríamos conocer la perspectiva de los propios japoneses; de hecho, Estupor y temblores no pareció hacerles mucha gracia y Nothomb fue declarada persona non grata en el país del sol naciente).
La cadena trófica
La historia que se nos cuenta en Supersaurio, por su parte, guarda varios paralelismos con Estupor y temblores, podríamos decir incluso que es un Estupor y temblores canario o una fan-fiction o fanfic de dicha novela (los fanfics son recreaciones o variaciones de obras de otros autores, y Meryem El Madhit, y la narradora de Supersaurio con la que comparte nombre, practicaron el género); podríamos decirlo si no fuera porque Supersaurio es una obra que despega y gana altura por sí misma, alentada por su poderosa voz propia, su particular humor y su fuerza narrativa. Pero es cierto que en Supersaurio, como en Estupor y temblores, nos encontramos con la historia de una joven que inicia su andadura en la jungla del mundo laboral (en su caso en las oficinas de una cadena de supermercados canarios) y que todo cuanto encuentra a su paso son trampas mortales, jefes y compañeros como fieras acechantes, sedientos de una sangre que consideran que les pertenece porque la víctima es una especie inferior en la cadena trófica (en el caso de Meryem esa inferioridad viene determinada por varias circunstancias: mujer, joven, de clase trabajadora e hija de inmigrantes); como es cierto, igualmente, que en ambas novelas las protagonistas deciden aguantar el pulso y soportar todas las degradaciones, finalizar su contrato como una muestra de dignidad y orgullo (en el caso de Nothomb reivindicándose a sí misma como japonesa; y en el de El Medhati desafiando a todos cuantos cuestionan que pueda desempeñar o tener derecho a desempeñar un puesto de trabajo que no le corresponde); o que las dos novelas desarrollan una historia de amor/odio/admiración/desprecio hacia un superior: la bella y fría como un cerezo congelado Fubuki Mori, en Estupor y temblores, y en Supersaurio el policía bueno del capitalismo Omar, por una parte, y, por otra, la pérfida Yolanda).
El ascensor social descacharrado
Supersaurio comparte además con la novela de Nothomb el recurso, como una tabla de salvación, del humor, y la fluidez de la historia, que se asienta sobre un tono desenfadado y peleón, como vemos en uno de sus párrafo iniciales:
«Crecer aquí es que la guagua se te vaya en la puta cara y se te venga el mundo abajo porque esto no es Madrid, donde el metro pasa cada cinco minutos. Aquí la 91 pasa una vez cada hora si tienes suerte. El trayecto desde Las Palmas (de Gran Canaria) a Puerto Rico (de Gran Canaria) son 73 kilómetros de ida y otros 73 kilómetros de vuelta que te toca comerte todos los días de lunes a viernes. C. Tangana llora en la limo, tú en los asientos delanteros de la guagua un viernes por la tarde».
Un tono, como vemos, en el que también late un mensaje de fondo contra las mentiras de la meritocracia y el ascensor social o una reivindicación de la conciencia de clase (reivindicación que, ya era hora, también reconocemos últimamente en más obras como La mala costumbre, de Alana S. Portero).
Hay, en realidad, muchos más matices y profundidades en la lectura de Supersaurio que podríamos destacar, más allá de una comparación con Estupor y temblores (Superaurio es, de hecho, a nuestro juicio, una de las mejores novelas que hemos leído últimamente), pero nos apetecía señalar esos vasos comunicantes y cómo la literatura en ocasiones crea recorridos y casualidades felices que nos ponen en contacto con otras lecturas, autores o géneros desconocidos. Meryem El Mehdati, por ejemplo, cita, para nuestra sorpresa, como su mayor influencia un fanfic de la escritora vasca, Irati Jiménez: Marauder! Crac. Y tampoco sería, en fin, descabellado pensar que alguno de los personajes de la autora de libros como Bat, bi, Manchester, frecuentara el mismo bar que los de las novelas antes citadas de Fermin Etxegoien o Juan Luis Zabala.
Publicado en magazine ON (diarios grupo Noticias) 20/08/23