CLUB DE LECTURA DE VERANO DE 2023
EL CONTORNO DEL ABISMO, DE J. BENITO FERNÁNDEZ
“Malditos no, gracias”, titulaba un artículo en El País J. Benito Fernández, el autor de El contorno del abismo. Y continuaba: “En la distancia, los personajes marcados por el malditismo están muy bien, sobre el papel son muy atractivos, pero de cerca resultan del todo in-so-por-ta-bles”.
J. Benito Fernández sabe de primera mano de qué habla, pues El contorno del abismo lleva por subtítulo Vida y leyenda de Leopoldo María Panero y es una impresionante biografía de este poeta que transitó, entre sablazos, delirios y delirium tremens por hospitales, manicomios, pensiones de mala muerte −pero también palacetes de buena cuna− o pisos de amigos y familiares convertidos en “leopolderas”…, y al que el biógrafo tuvo que sufrir por partida doble, por una parte en el trato personal (tal y como señala en el prólogo a la reciente reedición ampliada del libro) y, por otra, cargando con él dentro de su cabeza durante los años en que trabajó en este libro que reconstruye de manera pormenorizada la biografía de quien fue también −algo que a menudo, velado por la densa niebla de su caótica peripecia vital, se olvida− uno de los más destacados y singulares nombres de la poesía española de la segunda mitad del siglo XX.
En la nueva edición de El contorno del abismo se incluyen los últimos tumbos antes de acabar en la tumba de Panero, a quien el autor dejó vivo y orinando por las esquinas y los platós de televisión en 1999, el año en que fue publicada por primera vez esta biografía, un clásico y una referencia ya dentro del género.
El último en morir que apague la luz
Hablando de las dos ediciones del libro, separadas por veinticuatro años, sobrecoge observar cómo en la página de agradecimientos que hace J. Benito Fernández el nombre de un alto porcentaje de las personas a las que entrevistó o le ayudaron en su trabajo viene acompañado de un paréntesis en el que se lee in memoriam. El propio Leopoldo María Panero, que murió el 5 de marzo de 2014, sobrevivió a muchos de ellos, por increíble que parezca, dada la excesiva vida que llevó; una vida entregada a la locura, la poesía y la autodestrucción, que lo emparenta con escritores de otras épocas, como Antonin Artaud, Edgar Allan Poe o Dylan Thomas (quizás, recientemente, solo podamos incluir en esa estirpe maldita y bohemia a David Gonzalez, de quien hablaremos la semana que viene, si bien es cierto que este no padeció enfermedad mental alguna; González, por cierto, incluyó a Panero en El último en morir que apague la luz, una antología de sus poetas favoritos).
En esas paginas introductorias de El contorno del abismo J. Benito Fernández explica también como el personaje de Leopoldo María Panero le atrapó tras ver la famosa película de Jaime Chávarri El desencanto, que se adentra de una manera inquietante en la intimidad de una familia a la que mantiene unida el odio que se profesan: la compuesta por Felicidad Blanc, viuda del poeta franquista Leopoldo Panero, y los tres hijos de ambos: Juan Luis, también poeta, Michi, escritor sin obra a quien sin embargo debemos una cita de carácter ya casi universal −“En esta vida se puede ser de todo menos un coñazo”−, y el príncipe sin trono de los infiernos de la poesía española, el propio Leopoldo María Panero.
Evangelistas del exceso
Admite también el autor en esas primeras páginas de la biografía que fue algo propio de su generación la absurda fascinación por la locura y por quienes la padecían, a los cuales se envolvía en un halo de romanticismo o se convertía en estandartes que agitar frente a lo establecido, lo normativo o los monstruos de la razón, pero lo cierto es que mirar al abismo, dejarse embriagar por el vértigo, escucharlo llamándonos por nuestro nombre desde las profundidades, es algo a lo que el ser humano ha sucumbido siempre, como demuestra que hasta el final de sus días a la sombra de Leopoldo María Panero fueron cobijándose una procesión de poetas, músicos, pintores, que acudían a visitarlo a los manicomios por los que recaló y que le proponían documentales, prólogos para sus libros, poemas para sus revistas, discos con sus letras… (entre esa peregrinación de artistas, encontramos por ejemplo a otro evangelista del exceso, Enrique Bunbury, quien cantó los alunados versos del poeta en el disco-libro Leopoldo María Panero, en el que también participó el director y productor de cine porno, José María Ponce).
Por la parte que nos toca, uno de los hospitales psiquiátricos en los que estuvo internado Panero fue el de Arrasate, convirtiéndose en el segundo huésped más ilustre de Santa Águeda, tras el presidente del gobierno Antonio Cánovas del Castillo, que se alojó allí cuando el establecimiento era todavía un balneario (acabaría convertido en un manicomio a raíz precisamente de su caída en desgracia tras el magnicidio en él del político). Allí, en Santa Águeda, escribió Panero sus Poemas del manicomio de Mondragón o participó activamente en la revista editada por internos del centro, Globo Rojo. Panero, además, desperdigó unos cuantos de sus poemas en otras revistas locales como Elgacena o Pamiela, mantuvo durante un tiempo una columna en el diario Egin (por la que aseguraba que le pagaban diez mil pesetas) o participó en unos encuentros literarios en Pamplona en los que también tomó parte Roberto Bolaño, quien, aunque no coincidió o no quiso coincidir con el poeta, lo convertiría en protagonista de algunos de sus libros.
El maldito de cerca
Evitar, como Bolaño, al poeta se convirtió en algo recurrente entre los conocidos y colegas de Panero, resabiados por sus habituales saqueos, okupaziones de casas y brotes violentos que daban la verdadera dimensión de un maldito visto o sufrido desde cerca.
El contorno del abismo nos da cuenta detalladamente de todo ello. A lo largo de sus páginas nos encontraremos con Leopoldo −que primero fue Leopoldito, niño prodigio que asombraba con sus poemas e improvisaciones a escritores como Dámaso Alonso, Claudio Rodríguez o Luis Cernuda− mojando cruasanes en los charcos de París, embarrando colchones ajenos con orina y ceniza, liando cigarrillos con sus propios excrementos, reclamando amor como un mendigo o negándolo como un príncipe a todo el mundo menos a él mismo. La biografía no es, sin embargo, solo un inventario de barbaridades y escatologías, a lo largo de la misma también se puede seguir la trayectoria literaria del poeta, leer sus cartas y algunos de sus poemas, conocer a quién frecuentó, quién lo admiró (Octavio Paz, por ejemplo) y quién lo consideró solo un señorito consentido (Jaime Gil de Biedma)…
Hay que destacar, por último, que el libro nos hace recorrer sus páginas en una suerte de hipnosis no solo por el morbo que despierta el biografiado o el deslumbramiento de su poesía, tocada a ratos por una extraña genialidad, sino, sobre todo, por el acierto, el tono, el rigor y la exhaustividad −que no merma en absoluto la entretenida lectura− del biógrafo, que en todo momento mantiene al lector con los pies firmes al borde de ese abismo y le permite asomarse a él sin riesgo, sosteniéndolo con el arnés de su brillante y eficaz literatura, y permitiéndole observar de cerca cada uno de los enloquecidos movimientos del poeta maldito, pero con la seguridad de que este no saldrá del ataúd y se masturbará delante de toda la familia en medio del cuarto de estar o intentará estrangularlo con sus propias manos mientras le susurra al oído versos surrealistas.