“La novela tiene mucho humor, algo que ha sorprendido en un thriller” Tadea Lizarbe, escritora
Tadea Lizarbe publica, tras ser finalista del Premio Planeta con su debut Comiendo sonrisas a solas, su segunda novela, La ordenada vida del doctor Alarcón, un thriller psicológico trufado de humor y amor, en el que a través del personaje de un maniático doctor se adentra en el mundo de la enfermedad mental en un intento por romper algunos estigmas.
Tadea Lizarbe es terapeuta ocupacional y se nutre para esta novela, que publica Harper Collins, de su propia experiencia en el campo de la salud mental para escribir una novela en la que el lector pueda llegar a empatizar con un personaje en principio incómodo y retorcido, como el doctor Alarcón. La novela es, además, una novela de intriga psicológica cuyo hilo se invita a desenredar al lector a través de una galería de sospechosos. Charlamos con la escritora iruindarra de todo ello y de otros temas, como el psicobasket (Tadea fue jugadora profesional de baloncesto y, como en una de las películas de moda, Campeones, entrena desde hace años a un equipo de jugadores con discapacidad intelectual).
¿Qué tipo de novela es La ordenada vida del doctor Alarcón? Porque comienza siendo una novela psicológica, luego se convierte en un thriller, hay también una historia de amor por medio…
En principio es una novela de suspense psicológico, es decir, mantiene la agilidad de un thriller en la trama, pero profundiza en temas psicológicos. Hay además, una historia de amor y contiene también mucho humor, algo que ha sorprendido en un thriller.
A veces el doctor recuerda a algunos doctores televisivos, como House. ¿Cómo ha sido meterse en la cabeza de un doctor tan metódico y tan ordenadito y que a la vez resulta tan retorcido?
Yo quería crear uno de esos personajes que en principio rechazas, que es lo que ocurre cuando ves a alguien con esas características, con esa dificultad para socializarse, con algunas signos de enfermedad mental (hablando de doctores de series de televisión, también está Sheldon de Big One Theory), pero al que después, al estar escrito en primera persona, el lector tuviera tiempo de ir conociendo. Aunque he debido equivocarme de estadística, porque ha resultado que la mayoría de la gente me dice que empatiza con el doctor Alarcón desde el principio, yo creo que porque expresa pensamientos que todo el mundo tiene pero nadie se atreve a decir en voz alta (ni él tampoco, en principio).
La novela, tras estas primeras páginas en la que podríamos decir que es una novela psicológica, se convierte después en una intriga policiaca, si bien antes ya se van anticipando una serie de sospechosos
Aunque la sinopsis del libro ya anticipa que va a haber algunos asesinatos, yo quise introducir a los sospechosos antes de que se supiese de qué eran sospechosos, en un intento porque el lector supiese que esos sospechosos también pudieran ser responsables de desordenar la vida del doctor, y antes de saber que también podían estar compinchados o involucrados en algún asesinato.
Luego está la tercera parte en la que ya la novela se adentra en la enfermedad mental…
Para una persona como el doctor Alarcón, que tiene esos pensamientos, que además es una persona de altas capacidades, que de hecho es lo único que tiene diagnosticado, pero al que ya le vamos viendo venir, en algunos tics y manías, para alguien que además intenta mantener sus emociones guardadas, o que cree que puede contenerlas, es muy difícil soportar todo eso, y en algún momento tienen que explotar esas emociones, que son a fin de cuentas las que desordenan su vida.
Usted es terapeuta ocupacional en el ámbito de la salud mental, algo que le habrá ayudado a armar personajes y situaciones
Yo siempre defiendo que la vocación viene primero. Es decir, si no hubiese trabajado en ese ámbito o no hubiera estudiado esa carrera, puede ser que también escribiera sobre este tipo de temas, pero esa misma vocación fue lo que me hizo trabajar en el campo de la salud mental y por supuesto eso me ha dado muchas experiencias y me ha enseñado muchísimo.
Entra esas experiencias está el psicobasket. Cuéntenos qué es
Yo he sido jugadora de baloncesto, y en aquel momento me pareció interesante crear un equipo con personas con discapacidades intelectuales (como el que ahora, precisamente, aparece en la película de Campeones), porque me parecía que el baloncesto en el que recibes inmediatamente estímulos, botas, recibes el balón, tiras a tablero y aunque no encestes el juego sigue… Y ha sido una experiencia muy bonita en la que he aprendido mucho más de lo que yo podía enseñar.
Uno de los objetivos de la novela era también quitar estigmas relacionados con la enfermedad mental
Sí, quería romper o disminuir algunos estigmas, por ejemplo, uno de los miedos a la enfermedad mental que tienen la gente suele estar relacionado con las agresiones, cuando no es cierto, yo nunca me he sentido atacada o en peligro. El doctor Alarcón en principio es alguien que, como hemos dicho, solo tiene diagnosticadas altas capacidades, pero que va mostrando una serie de síntomas, que quizás en algunos momentos podamos reconocer en nosotros mismos, y que nos pueden dar miedo, pues podemos pensar que se pueden convertir en un diagnóstico; por eso me gustaba que el lector pudiera sentirse identificado, porque en el binomio salud-enfermedad mental, hay muchos pasos, y cualquiera podemos caer en un momento dado, pasar una línea.
Publicado en «Rubio de bote», magazine ON (diarios Grupo Noticias) 19/05/2018
La farmacia de las dos estaciones hace chaflán. En Zarraluki es auténtica locura lo que tenemos por los chaflanes. Todas las tiendas quieren hacer chaflán. Solo porque nos gusta decirlo. Chaflán. Chaflán es una palabra bonita, como si tuvieras dentro de la boca a la banda municipal. Chaflán, chaflán. Nos gusta tanto la palabra chaflán que el ayuntamiento sacó una ordenanza regulando la obligación de decirla al menos dos veces al día. No vale desgastarla pronunciándola sin ton ni son. Si se tratara de otras como “¿Sabes cómo te digo?” o “Lo siguiente”, que son una birria de expresiones, aún. Pero chaflán hay que usarla con propiedad, cuando venga al caso.
—¿Cuánto es el café?
—Chaflán.
No vale, por ejemplo.
Pero me estoy despistando. Decía que la farmacia de las dos estaciones hace chaflán. Por cada lado de la tienda se desparraman, como dos vetas de piedra, dos calles y al inicio de cada una de ellas, a cada lado de la farmacia, hay sendos termómetros. Uno indica siempre quince grados más que el otro. Así que depende de qué camino cojas estarás en una estación o en otra, en verano o en primavera, en primavera o en otoño, en otoño o en invierno… Bueno, en invierno siempre es invierno, porque Zarraluki es un pueblo de montaña (aunque tengamos faro y trainera) y hace tanto frío que quince grados arriba o abajo no se notan.
Enfrente de la farmacia de las dos estaciones está la panadería de Txema, en la que desde hace algunos meses también se recarga la tarjeta para el autobús de línea, así que ahora cada vez que nos montamos en uno de ellos para ir a Donosti, Pamplona o Vladivostov, que son los tres trayectos que tenemos en Zarraluki con línea regular, le decimos al chófer: un chapata, un cuatro puntas, una barra-baguete…
La panadería de Txema, además, no hace chaflán, y es una gaita, porque eso frustra a nuestro panadero e influye en su carácter y como está siempre irritable a menudo discute con su novia, Elena Conache, que es la maestra del pueblo. Y cuando los dos discuten se deprimen y se encierran en sus casas y mientras les dura el enfado no hay pan ni colegio en Zarraluki, y entonces son ya dos gaitas. Cuando Txema y Elena Conache están bien, por el contrario, no hay pan más sabroso ni niños más listos que los nuestros de aquí a Raticulín.
Doroteo Teodoro, el del ultramarinos, por su parte, tiene un carácter tan afable y un verbo tan florido que en Zarraluki nos da igual que en su tienda, que está una calle más abajo que la panadería y la farmacia, no haya nunca de nada, porque vamos a no comprarle solo para escuchar sus excusas tan bonitas y bien argumentadas. Doroteo Teodoro, aunque es griego (nació en la ciudad de Patras, por eso su nombre se puede decir igual del derecho que del revés), es quien mejor dice chaflán en el pueblo. Te lo mete de repente en una frase sin que te des cuenta, de lo bien traído que lo hace. Casi siempre hay cola, de hecho, en su ultramarinos en el que nunca vende nada. Solo por oírle decir chaflán. Hasta le pagamos por ello. Y porque su tienda también hace chaflán, el chaflán más cuqui del pueblo.
En Zarraluki, en fin, es auténtica locura la que tenemos por los chaflanes. Y eso lo aplicamos a todos los órdenes de nuestra vida. Porque siempre es mucho mejor hacer chaflán que estar esquinado.
“Mi manera de escribir es algo que no puedo ni evitar ni impostar” Mikel Alvira, escritor
El escritor pamplonés cuenta en su última novela, El color de las mareas, las peripecias de una saga familiar anclada en San Telmo, una localidad imaginaria de la costa vasca. Un relato amable que atraviesa varias décadas, engarzado por el hilo de un thriller que recorre toda la obra, y en la que cobran especial protagonismo temas como la navegación o la pintura, además de las historias cotidianas de los personajes —amores, aspiraciones, decisiones, miradas—, que caracterizan la obra del autor.
“Se llamaba Beatriz Tussaud y no se casó con el amor de su vida”. Así comienza la última novela de Mikel Alvira. Y las más de quinientas páginas que vienen después glosan toda la historia contenida en esa frase. El color de las mareas, publicada por Txertoa, atraviesa varios siglos (desde finales del XIX en que arranca la historia hasta nuestros días) y varias épocas —convulsas, la mayoría de ellas— que Alvira retrata sin embargo con sello personal, un estilo amable, en el que sin embargo, el autor de El silencio de las hayas asegura que sus lectores apreciarán cierta evolución.
El color de las Mareas es una novela que circula sobre la frase que citamos. ¿Cómo surgió esta novela, a partir de ella?
Las novelas no surgen de grandes epifanías sino de momentos repentinos, de personas, de una mirada, de una experiencia… En este caso, de esa frase, sí. Me planteé qué sabemos realmente de nuestros antepasados. ¿Era feliz la abuela? ¿Qué temores tenía la bisabuela? ¿Qué sabemos de verdad de cómo sentía, de cuáles eran sus aspiraciones o ilusiones? ¿Vivió feliz la tatarabuela? ¿Se caso con el amor de su vida? Sería fascinante explorar en el atlas familiar y conocer la parte íntima de aquellos que nos han precedido. Es lo que hace Nuria, el personaje hilo-conductor, con su propia familia.
A la vez, es una novela sobre una saga familiar, que atraviesa varios siglos… ¿Le supuso un reto ser capaz de mantener la tensión de la novela a través de tantas historias y personajes?
Sin ser una novela coral, ya que considero que hay auténticos protagonistas, sí que es una historia compuesta de muchas historias cotidianas. Una suerte de puzzle que el lector no tendrá dificultad en completar, aunque con sorpresas de capítulo en capítulo. Es una novela compleja aunque no complicada.
¿Qué papel juega en ese caso la subtrama policial o de thriller? ¿Es quizás el hilo sobre el que se engarza todo lo demás?
Conocemos la vida de Beatriz Tussaud a partir de la voz narrativa de un autor, mi voz; además, a través de documentos que relatan sus años, escritos que no se sabrá hasta el final quién los escribió. Y también a partir de la investigación que lleva a cabo Nuria y que, en efecto, a veces tendrá tintes de thriller. Una estructura audaz que hace que esta novela no sea lineal sino llena de matices y giros.
Además, está esa voluntad de estilo, su manera de escribir, que usted ha dicho que es esta vez más Alvira que nunca…
Alvira tiene una voz narrativa reconocible. Pese a que cada novela mía es diferente y responde a distintos presupuestos formales, mi manera de escribir es algo que no puedo ni evitar ni impostar. Mis lectores reconocerán al escritor de detrás de otros títulos, pero apreciarán un cambio, una evolución respecto a, por ejemplo, En la tierra de los nombres propios, mi anterior novela bajo el sello Elkar.
En ese sentido, a pesar de hablar de épocas convulsas el libro mantiene cierto tono amable, sin caer tampoco en el folletín amoroso o la superficialidad. ¿Fue también algo premeditado?
Sí, sí, por supuesto. No quería caer en la cursilería. Creo que es amable sin ser ñoña. Relata una historia de amor, de encuentro y desencuentro, pero impregnada de los convulsos momentos históricos por los que transita, que se convierten en la escenografía perfecta para que esa historia de amor no sea rosa sino veraz.
Hay también algunas escenas en las que el humor está muy presente, y a veces tiene incluso un tono cinematográfico, de comedia de época (pienso por ejemplo en la primera y estrafalaria aparición de Hugarte)…
Como sucede en la vida real con las personas, los personajes son ambivalentes, llenos de caras, capaces de lo mejor y lo peor según el contexto, rozando lo patético a veces y lo dramático otras. Hugarte, por ejemplo, es egoísta, huidizo y solitario, tanto como entrañable y atractivo. Nada es absolutamente blanco o negro.
Para acabar, volvemos al principio, a esa frase con la que comienza y acaba todo: ¿El color de las mareas trata, sobre todo, de eso, de la importancia de algunas decisiones o incluso de ciertos momentos, una mirada, una palabra, en nuestras vidas?
La vida está hecha de decisiones. Incluso cuando las tomamos siguiendo un plan, es el destino quien nos dice si lo elegido es lo mejor o no. Esa idea ya la desarrollaba en El silencio de las hayas. En esta nueva novela, damos un giro de tuerca y nos entretenemos con un mosaico de historias que configuran la vida de una saga, muchas veces fuera de todo plan.
Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias) / 05/05/2018
Desde EDEMA, la asociación de Escritores de Mágico-Realismo y Amanescismo-Berlanguista, queremos una vez más mostrar nuestra más honda y yamaha preocupación por las cada vez más frecuentes e intolerables muestras de intrusismo profesional que amenazan nuestra supervivencia como creadores y también la de nuestras ingles.
Ya, maja.
Anteriormente tuvimos que denunciar la situación de precariedad a la que nos vemos abocados y a patadas en un país en el que gran parte de sus habitantes intenta y a menudo consigue vivir del cuento (familia real, consejeros de cultura, turismo y culturismo, jueces y fiscales de la Audiencia Nacional, coachs, youtubers, tertulianos e influencers…, todo el mundo menos quienes de verdad nos dedicamos a escribir cuentos), pero ahora la situación ha dado otra inverosímil vuelta de rosca con el golpe de estado ejecutado por la realidad contra la ficción.
La gota que ha colmado el vaso ha sido la reciente noticia que hemos conocido según la cual uno de nuestros más desleales y entrometidos competidores, la Guardia Civil, ha creado su propio territorio mítico, es decir, para los legos y playmobils en literatura, un lugar imaginario convertido en escenario de, a menudo, esperpénticos relatos. El Macondo de García Márquez, el Obaba de Atxaga, el Comala de Juan Rulfo, el Zarraluki de Patxi Irurzun, el condado Yoknapatawpha de Faulkner (¡por supuesto!), … y ahora el benemérito Sant Esteve de les Roures.
Pero pongámonos en antecedentes (penales): en un informe enviado por la Guardia Civil al juez Llanera sobre acciones contra cuerpos policiales tras el referéndum del 1 de Octubre en Catalunya se informaba de una aldea poblada por irreductibles payeses en la que se había registrado más de trescientos incidentes violentos. Una auténtica proeza, sobre todo teniendo en cuenta que este pueblo es tan pequeño que no se ve en los mapas (aunque bebiendo cava y pegando patadas en el culo a los picoletos lo conozca hasta el Papa). Que no existe, vamos. O que no existía hasta que la Guardia Civil se lo inventó, porque ahora, gracias al ingenio de miles de internautas, muchos de ellos, evidentemente, asociados a EDEMA, Sant Esteve de les Roures tiene sus propias redes sociales con miles de seguidores, universidad, metro o está hermanado con otros territorios míticos como Arralde, el pueblo ficticio en el que transcurría la serie Goenkale y al que otro juez, Baltasar Garzón, envió a la policía (a la de verdad) para prohibir una comida popular de apoyo a los presos de ETA.
Se ha producido un efecto rebote, además, en otros intrusos en la literatura surrealista como el perito en el juicio contra los jóvenes de Altsasu, presunto experto en el “tema vasco” e inventor del partido político “Jeroa bai” o el fiscal creador del movimiento “Seji”, aunque nada comparable a ese episodio relatado por un agente en el que cuenta como a uno de los acusados no pudieron detenerlo porque fueron a buscarlo a casa y su padre se lo impidió, “¿Está el chaval?”, “Sí, pero si es para irse con la guardia civil que no sale”, “Ah, vale, pues ya si eso venimos otro día”.
Si a todo esto le sumamos presidentas de comunidades autónomas a las que en un Eroski se les caen cremas antiedad al bolso (lo peor no nos parece el robo, si no que alguien con esa responsabilidad crea que esas cremas sirven para algo), directores de bancos que se dedican a asaltarlos, policías que obligan a desnudarse a quienes visten de amarillo… ¿qué nos queda a los escritores amanecista-berlanguianos y mágico-realistas y a nuestras ingles? ¿Tal vez dedicarnos al realismo sucio o social? ¿Opositar para jueces? ¿Presentarnos a las elecciones? No nos sigan dando ideas, no nos sigan dando ideas…