Publicado en Rubio de bote, magazine ON (diarios de grupo Noticias) 30/03/2018
Un mes antes de que Nirvana publicara Nevermind, de que yo ni siquiera supiera que ese grupo existía ni qué era el grunge, me compré por fin la camisa de leñador. Aquella camisa de leñador fucsia. Solía verla cada vez que pasaba por delante de Ortega, una tienda en la Calle Mayor de Pamplona en la que vendían ropa de trabajo. Me preguntaba quién llevaría aquellas camisas. Quizás alguna brigada nocturna de tala, en los arcenes de una autopista de montaña. Me daba lo mismo. A mí me encantaba. Pero me daba vergüenza entrar a pedirla, primero, y una vez que la compré, salir con ella a la calle. Todo me daba vergüenza y miedo en aquella época: las chicas, el trabajo, el paro, la policía, la gente, el teléfono, las drogas, yo mismo… A veces me pasaba semanas enteras sin salir de casa, encerrado en mi habitación, escribiendo y oyendo discos, con el pelo sucio y aquella camisa de leñador que ni siquiera me quitaba para dormir. La camisa era mi armadura. Con ella puesta podía hacer astillas todos mis problemas, mi timidez, convertir en leña mis complejos y levantar con ella refugios de palabras, cabañas en el bosque, bajo los que me resguardaba de la intemperie de la soledad.
En aquella época, comenzaron a verse los primeros canales de televisión de otros países. En casa solíamos poner la MTV en alemán. Había un presentador con el pelo largo y aros en las orejas que se llamaba Nino y que ponía videos de Aerosmith, Europe, Bon Jovi… Yo salía de vez en cuando de mi habitación para verlos junto a mis hermanas. Ninguno de nosotros entendíamos nada de lo que decían, pero a ellas les gustaba Nino y a mí el AOR. Y el hard rock. Y el punk. El reggae. El heavy metal. El blues… Tenía más de quinientas cintas, la mayoría de ellas grabadas, de grupos como Eskorbuto, Leño, Iron Maiden, Led Zeppelin, Barricada, Gari Moore, Hertzainak, Dire Straits, Bob Marley… Pensaba que lo había escuchado ya todo y que todo estaba inventado. Y de repente un día, Nino puso aquel video: un gimnasio lleno de humo, unas animadoras vestidas de negro, moviendo desganadamente los pompones, un barrendero viejo y rijoso cabeceando al ritmo de la música, aquella música, sobre todo aquella música, como una válvula de escape, la espoleta de una bomba de mano a punto de estallar, un mantra de guitarras sucias, como mi pelo, y atormentadas, como yo… No sé cuantas veces oí ese año aquella canción, aquel disco. Muchas. Como se escuchaban entonces los discos. Aprendiéndolos de memoria. Recitando cada estrofa, cada rasgueo de guitarra como una oración. Nosotros que no creíamos en nada… Recuerdo las navidades de aquel año, cuando Nino hizo un resumen de los mejores discos del año y volvió a poner Smells like teen spirit. Mis hermanas y yo cabeceando en el cuarto de estar. La mente llenándose de niebla y sangre al compás de la canción, del mantra, de la oración de los descreídos… Yo con mi camisa de leñador, talando de cuajo los nudos que crecían en mi estómago muerto de hambre, en mi corazón en piel de gallina, cercenando las ramas podridas, arrancando las raíces, despejando la espesura que me separaba del mundo, al otro lado de la puerta de mi habitación y de casa, degollando los monstruos del miedo y la introversión.
No convertí, sin embargo, a Nirvana, ni al grunge en mi religión… No lloré, ni sentí que mi corazón se abrasaba cuando Kurt Cobain se extinguió como una llama. No me compré todos sus discos. No me masturbé pensando en Courtney Love. Nunca tuve curiosidad por saber en qué se convirtió el niño desnudo nadando detrás del billete. Pero siempre supe, cuando escuché por primera vez aquella canción, que jamás había escuchado nada parecido. Y que era la primera vez que me sucedía algo así. Y, sobre todo, a partir de entonces comencé a salir a la calle, alguna que otra vez, con mi camisa de leñador. Mi armadura. Mi camisa de leñador fucsia.
Publicado en «Rubio de bote», magazine ON (con diarios de Grupo Noticias) 24/03/2018
¿Hay algún truchimán en la sala? No, un truchimán no es lo que parece indicar su nombre, no es un tritón u hombre-pez, ni un Pokemon, sino un hombre-lengua, un intérprete al que los conquistadores españoles abandonaban durante algún tiempo con una tribu indígena para que aprendiera su idioma y después les sirviera como intérprete y así poder cambiar mejor espejitos por oro.
En mi caso lo que necesito es algún abducido, alguien con el C1 de alienígena.
No, no, tampoco estoy intentando descifrar el último trabalenguas de M. Rajoy. Lo que pasa es que me han contactado los marcianos. Otra vez. Fue hace unos días, a través de mi blog. Colgué en él una entrevista que hice a la directora de un conocido festival de cine experimental y de vanguardia y en los comentarios alguien escribió lo siguiente:
“Parece ser una traducción entre dimensión de Littlestone y rango-2 de Shelah (y claro, de ahí, estabilidad equivale a pequeña dim. de Littlestone o sea “online learnability”)”.
Y así varias líneas más. Al principio pensé que se trataba de algún error, una broma, el guión de alguna de las películas del festival, un desvarío de un estudiante de álgebra, pero apenas unas horas después alguien contestó: “Gracias, Paco, tienes razón. Lo corrijo”. Con lo cual, aparte de saber que el primer marciano tenía un nombre bastante terrenal, Paco, descubrí que alguien encontraba sentido a aquel galimatías. Y, claro, me acojoné. ¿Quién y por qué estaba utilizando como buzón para sus crípticos mensajes mi humilde bitácora? Igual no eran marcianos, sino hackers sin escrúpulos, o los servicios secretos.
Como digo, no era la primera vez que me contactaban los extraterrestres. Ni el CNI. Hace años —esto ya lo he contado alguna vez— me presenté a una oferta de trabajo en la que, a través de un anuncio del periódico, pedían colaboradores para un estudio sociológico. Me recibieron en un despacho oscuro en lo alto del último piso de un edificio singular, y tras una tensa conversación con un tipo de lo más siniestro, este acabó preguntándome si yo podía infiltrarme en grupos radicales, al tiempo que deslizaba un billete de cincuenta euros por la mesa. Todo eso mientras mi espalda se convertía en el mapa de Groenlandia.
En cuanto a los marcianos lo han intentado varias veces, a través de las facturas de la luz, en la catequesis, en otras ofertas de trabajo, estas piramidales, en un mitin de Ciudadanos… Pero siempre había sido algo más de tú a tú. Esta vez los marcianos me ignoraban, solo me estaban utilizando. Así que, del mismo modo que acostumbro a responder a las despampanantes jóvenes rusas y a las desconsoladas millonarias nigerianas que me envían emails proponiéndome matrimonio o compartir su fortuna (suelo enviarles una foto de Copito de nieve con mi rostro, para ver si su amor es de verdad desinteresado), decidí también terciar en la conversación entre los dos marcianos: “Hola, Paco, y compañía. Siento interrumpir vuestra conversación. Pero puesto que la mantenéis en mi blog y parece algo privado os pediría que o bien habléis en otro lugar o bien me hagáis partícipe de la misma”.
Desde entonces no duermo bien. Miro por la ventana y en cualquier momento me parece que va a aparecer un chorro de luz succionador, un platillo volante, un holograma de Albert Rivera… ¡Malditos marcianos!
GARBIÑE ORTEGA
Directora artística de Punto de Vista
“Nos falta distancia para apreciarlo, pero Punto de vista es un referente internacional”
Este lunes 5 de marzo arranca en Iruñea una edición más del Festival internacional de cine documental de Navarra Punto de Vista. Su nueva directora artística, la gasteiztarra Garbiñe Ortega, afronta tranquila e ilusionada su primera edición al frente de la programación, en la que destacan nombres como José Antonio Sistiaga o la vietnamita Trinh T. Minh-ha
Apenas faltan unas horas para que arranque Punto de Vista y Garbiñe Ortega transmite a la vez una calma y una ilusión envidiables. Ni ella ni su equipo quieren que los nervios les impidan disfrutar del proyecto que durante unos años va a ser el centro de su vida, al menos profesional. Para ello, han sido cuidadosos con el proceso. El resultado es una programación extensa y variada, tejida con palabras como colaboración, colectividad o correspondencias, que pretenden convertirse en señas de identidad de Punto de Vista y sumarse a la modélica trayectoria de un festival que es una referencia internacional del cine documental y que busca ahora abrirse a nuevos públicos y a artistas locales.
Tras la edición anterior de Punto de Vista entrevistábamos a Oskar Alegria, su último director, y nos decía que para él había sido muy emocionante haber llegado a dirigir Punto de Vista desde la butaca, después de haber sido espectador del festival. ¿Usted sigue el mismo recorrido?
Sí, he sido espectadora de Punto de Vista desde los primeros años de Carlos Muguiro y le debo mucho a esa visión, a esa manera de mostrar la obra. Allí conocí además a muchos autores que he programado después. Así que, sí, mi trayectoria ha sido similar: ser espectadora, marcharme fuera, escuchar hablar mucho de Punta de Vista a mis compañeros, volver, y ahora… ¡me ha tocado a mí!
¿Y qué se siente pilotando la nave?
Mucha emoción. Siento que es un festival especial por muchos motivos, por la trayectoria que tiene, por su tamaño… A mí particularmente no me interesan los festivales grandes, aunque creo que tienen muchas cosas atractivas; pero Punto de Vista me parece una joyita para un programador, porque dispones de mucha libertad para plantear ciertas líneas de programación, porque no tienes presiones de ningún tipo… El reto es estar a la altura de esa trayectoria del festival.
Con el festival a punto de comenzar se le ve serena, ilusionada…
Sí, es una sensación extraña, porque hay muchas cosas que hacer, pero a la vez estamos muy contentos no solo con la programación sino también con los procesos, que creo que es algo muy importante trabajar, no solo en este proyecto, sino en todos. El otro día hablábamos en el equipo sobre cómo feminizar los procesos, y también tiene que ver con eso, con no sentir que llegamos agotados y sin poder disfrutar a algo en lo que hemos puesto tanta ilusión.
Supongo que será difícil guardar un equilibrio entre las cosas que en un festival asentado como Punto de Vista funcionan y entre las aportaciones o ideas con las que usted llega
Yo creo que hay que respetar la esencia de todos los proyectos, que es lo que he intentado hacer al armar la programación, impulsando a la vez ciertas cosas que a mí me interesan, como son los públicos infantiles y juveniles, la comunidad de artistas locales… En ese sentido hemos abierto algunas líneas: los talleres que va a haber para centros educativos, sobre cómo construir el punto de vista desde una perspectiva de género; también vamos a tener sesiones familiares; o los laboratorios para la creación colectiva, en los que conviven artistas de fuera con artistas locales para crear algo juntos durante el propio festival.
Otra de las secciones, Dokbizia, pretende crear sinergias entre artistas de diferentes disciplinas. La hibridación, lo interdisciplinar ¿quiere ser también una de las señas de identidad de Punto de Vista?
Sí, es algo en lo que yo he venido trabajando mucho en los últimos años y me interesa mucho, el cruce de disciplinas, porque yo creo que es algo con lo que podemos encontrar nuevos estímulos, nuevas formas de mirar. Creo que todas las artes y círculos son en el fondo pequeños y pueden resultar endogámicos, y una de las formas que tenemos para romper ciertos discursos y líneas de trabajo es conviviendo con artistas que están trabajando con los mismos intereses pero desde sus respectivos lenguajes, y por eso definimos Dokbizia como un encuentro, en el que convivan artistas escénicos, visuales, sonoros, performers durante varios días. Es algo que me hace mucha ilusión.
La colaboración está también muy presente en otras secciones, como los laboratorios de artistas…
Sí, dentro de esas palabras clave que hemos utilizado para articular toda la programación las palabras comunidad, colaboración, colectividad, están muy presentes, desde la apertura de X films a colectivos, en lugar de solo artistas en solitario, a estos trabajos que se van a hacer durante los laboratorios…
Y están también las correspondencias, por ejemplo en el libro que como cada año editan, o en el encuentro entre José Antonio Sistiaga y P. Adams Sitney…
Sí, todas estas palabras transitan por toda la programación, no están solo en apartamentos estancos. Las correspondencias están en el libro que publicamos este año (que se dedica al intercambio de cartas entre cineastas), en los laboratorios, y están también en la sesión sobre el cine pintado a mano, en un encuentro entre la obra dos grandes del cine pictórico, Sistiaga y Stam Brackhage, con la presencia de Sistiaga y de P. Adams Sitney, una de las visitas más esperadas, escritor, historiador, experto en el cine de Brackhage —además de ser su amigo más cercano—, y que además sé que conoció también a Sistiaga en el 68, en Donosti, con lo cual será un reencuentro muy bonito.
En el ciclo dedicado a José Antonio Sistiaga se proyectará su película sobre los Encuentros del 72 en Iruñea. ¿Se puede decir que el espíritu vanguardista de aquellos encuentros llega hasta Punto de Vista, que hay algo que ha permanecido latente en la ciudad?
Los encuentros del 72 me parece todavía algo para estudiar, una locura maravillosa, y me apetecía mucho trasladar o traer al festival algo de lo que fue aquello. Cuando vi la película de Sistiaga pensé que esta podía ser una especie de fin de fiesta para este año. No fue algo premeditado, porque la conexión surgió a posteriori, no estaba en mi cabeza de manera consciente, pero claramente hay un interés común. Y esta película, en concreto, tener a Sistiaga comentando cómo fueron aquellos días, cómo lo vivió y qué era el arte en ese momento, va a ser una experiencia muy bonita, no solo a nivel artístico sino para la ciudad, porque esa película más allá de su valor artístico tiene un valor histórico, ver, por ejemplo, como de repente pasaba John Cage por un jardín lleno de gente tomado el sol, los niños jugando con esculturas… No podemos ser tan ambiciosos como para emular aquellos encuentros, cada proyecto tiene su momento, pero me encantaría que hubiera ese nivel de participación ciudadana, y por eso queremos expandir el festival a otros públicos, otros círculos y que la ciudad se apropie del festival.
En ese sentido, a pesar de que Punto de Vista es un festival asentado en la ciudad, y una referencia internacional dentro del mundo del cine, ¿cree que se lo valora como se merece o que es un desconocido en su propia casa?
Yo creo que hay mucho trabajo por hacer, sobre todo desde el propio festival, para hacerlo accesible el trabajo que mostramos. Es cierto que no es un festival para todos los gustos, que el trabajo que se muestra es a menudo exigente, pero esa es nuestra labor: nuestro trabajo no es solo seleccionar películas que nos gustan o nos parecen interesantes, sino crear el contexto adecuado para que esa obras se vean, se disfruten, tengan mayor alcance… Es una carrera de fondo en la que creo que hay muchas cosas que explorar. Y se tienen que aportar desde las dos partes, desde un lado nuestro trabajo y desde el otro tener una actitud abierta, dispuesta a dejarse sorprender. Por lo demás, siempre nos cuesta valorar lo de casa, por una serie de motivos. Nos falta distancia, por ejemplo, pero —yo lo puedo decir ahora, porque no habla de mi trabajo, sino del de directores anteriores— Punto de vista es un referente internacional, sin duda.
Respecto a la programación, supongo que es difícil, sobre todo para usted, resaltar algo de ella, pero ¿qué le gustaría destacar?
Va a haber varias visitas que yo creo que pueden atraer no solo al público cinéfilo, por ejemplo la vietnamista Trinh T. Minh-ha, cineasta, compositora musical, poeta, profesora de retórica y estudios de género en Berkeley, que tiene un trabajo sobre pensamiento post-colonial muy importante… Es una visita muy esperada, a la que me ya consta que va a venir público, solo por verla a ella. Trinh T. Minh-ha va a mostrar su trabajo, presentar su último libro, dar una conferencia titulada “El intervalo cotidiano de resistencia”… Ya que hablo de resistencia, es otra de las palabras claves de esta edición: hay un ciclo que se titula “Nuevas resistencias post-68”, que no pretende ser algo celebratorio sino crítico, que revise mayo del 68 y sobre todo que nos libere de esa carga histórica, a todos los niveles, político, formal y que plantee una serie de nombre contemporáneos muy comprometidos, que están innovando, como belit sağ , una cineasta turca, Hiwa K, un artista kurdo que vive ahora refugiado en Alemania, nombres que para mí son importantísimos en el panorama internacional y que vienen a demostrar nuevos lenguajes de protesta. Se puede decir, en definitiva, que la programación es extensa y variada.
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Garbiñe Ortega (Gasteiz, 1981) es licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad del País Vasco, y especializada en cine experimental y de no- ficción. Su trabajo se ha mostrado internacionalmente en distintos festivales de Estados Unidos y Europa. Ha sido programadora de espacios como el Centro Cultural Montehermoso en Vitoria-Gasteiz, directora del proyecto sobre Bruce Baillie (padre de la vanguardia cinematográfica en EEUU) y jurado en festivales como Ann Arbor Film Festival en EEUU o FICUNAM en México. Se ha formado específicamente en el género documental con José Luis Guerín, Antonio Weinrichter o Antoni Muntadas. Produjo el último largometraje del director vasco Luiso Berdejo, “Violet” (2013), y la película de transficción “Casa Roshell (2016), de la cineasta chilena Camila J. Donoso, estrenada en la Berlinale 2017.
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Los acústicos de Punto de Vista
“Ha sido como un deseo pedido al aire que se ha cumplido”, dice Garbiñe Ortega, sobre la presencia de Niño de Elche en los conciertos acústicos que de la mano de Radio 3 complementan la programación de Punto de Vista. “Niño de Elche representa en la música todo lo que queremos traer a este festival en otras disciplinas”, añade. Además de este heterodoxo cantaor (miércoles 7, 20:00h), la cantina de Katakrak acogerá las actuaciones de Doctor Deseo (lunes 5), Las Kasetes (martes 6) y Monte del Oso (jueves 8). No será la única presencia musical, pues Punto de Vista se clausurará con la proyección de una película rodada durante el propio festival, de la mano del colectivo de Los Angeles Echo Park center, en la que colaboran el grupo Musergo y el escritor Harkaitz Cano.