A menudo la pantalla del televisor se cubría de niebla y hormigas y para sacudírselas había que levantarse y pegarle un bofetón en un lado de la caja tonta y entonces volvía a aparecer Naranjito o el inspector Gadget o Afrodita, la novia de Mazinger Z, disparando un tetazo.
—¡Pechos fuera! —decíamos todos que decía, pero en realidad nunca pronunció esa frase y su auténtico grito de guerra era ¡Fuego de pecho!
Una audacia, en todo caso, para la época, en la que un pezón podía mantener pegados a la pantalla a millones de espectadores, como sucedió en la Nochevieja de 1987, cuando la cantante italiana Sabrina Salerno interpretó Boys, boys, boys, y con cada boy la expectación y otras cosas crecían porque la teta estaba cada vez más suelta. Éramos unos cutres y unos muertos de hambre. Mi tío solía tumbarse en el suelo debajo de la tele, cuando echaban patinaje artístico y nos decía que desde allí se les veían las bragas a las chicas, por ejemplo.
Pero nosotros, mis hermanos y yo, ya no le hacíamos caso. Nos daba pereza levantarnos del sofá. Nos daba tanta pereza que teníamos unos pequeños cubos de gomaespuma que tirábamos con fuerza contra el televisor cuando queríamos disipar la niebla. A veces, incluso, si atinábamos la puntería, conseguíamos cambiar de canal. Pero eso pasaba poco, porque solo había dos canales, la primera y el UHF, que casi nadie veía. De hecho, cuando te atragantabas decías: “Se me ha ido por el UHF”.
A mí me gustaban Starsky y Hutch. Starsky más que Hutch. Mi madre me hizo una chaqueta Starsky, que se pusieron de moda. Una chaqueta de lana gorda, como las que llevaba el protagonista, con cinturón y una franja con zetas o rombos en el pecho y en las mangas. Por entonces eran las madres las que nos hacían los jerseys. Jerseys a punto inglés o con ochos. Jerseys que picaban, o que quedaban raros pero no quedaban raros porque todos eran iguales, o sea distintos. Yo no me compré un jersey en una tienda hasta segundo de BUP. Era un jersey precioso, muy jipi, de algodón y de color lila. La chica que me gustaba llevaba uno igual. Yo me ponía rojo cada vez que la veía, y también estaba muy rígido, entre otras cosas porque en aquella época sudaba mucho, sudaba a todas horas, sudaba hasta en invierno, y si me movía los brazos se me veían los corronchos. Aquello con los jerseys de lana no pasaba.
Además de Starsky y Hutch me gustaba Pippi Calzaslargas. Pippi Lansgtrump tenía un mono chiquitico, y un padre pirata y un caballo grande con pintas, que levantaba a pulso. También tenía dos amigos rubios y sositos, que en realidad éramos todos nosotros. Y una casa entera para ella sola. Yo también soñaba con tener una casa entera para mí solo, pero, en lugar de con un jardín para que ramoneara Pequeño Tío (que así era como se llamaba el caballo de Pippi; del nombre del mono no me acuerdo muy bien, tal vez porque no tenía canción, como Amedio), en lugar de con un jardín, decía, con una pista de baloncesto, porque por entonces estaba convencido de que iba a jugar en la NBA y hacerme rico y mis planes eran, además de comprarme una casa para mí solo, regalarle otra al lado a mi madre y pasarle un sueldo mensual vitalicio de quinientas pesetas. Cada vez que se lo decía ella se reía mucho, pero quinientas pesetas para mí eran toda una fortuna. Después, en vez de baloncestista me hice escritor, y claro.
Por lo demás, Sabrina Salerno era bizca, aunque nadie le mirara a los ojos, y el mono de Pippi Lansgtrump se llamaba Señor Nilsson, ahora me acuerdo, bueno lo he mirado en Google, que es lo que vino más tarde, cuando internet mató a la estrella de la tele, mucho tiempo después de las Mama Chico, y el porno si descodificar de Canal Plus y los culebrones venezolanos y de Ramón Trecet diciendo dindón cada vez que un jugador metía un triple. Mucho tiempo después de aquella época en la que ya teníamos mando a distancia y un montón de canales pero la pantalla, como ahora, seguía llenándose a menudo de hormigas y niebla.
“Es curioso, cuando pasas de todo es cuando más gustas a la gente”
Cabezafuego. Músico
Iñigo Cabezafuego lleva más de 25 años tocando en grupos como Atom Rhumba o Bizardunak, entre otros muchos. Desde 2014 este músico volcánico y disparatado camina en solitario, aunque siempre muy bien rodeado. Como Cabezafuego ha publicado dos discos, Camina conmigo y el disco-tebeo Somos droga y, recién retirado por un tiempo de los escenarios, regresa con 7díasKawaitbat, otro de sus proyectos chiflados, siempre diferentes a todo lo demás.
Patxi Irurzun. Publicado en magazine ON 24/02/18
Nadie tiene mejor elegido el nombre artístico que él. La cabeza de Íñigo Garcés, alias Cabezafuego, es un volcán ardiente, incluso cuando está dormido. Las canciones que salen de él escupen lava, atragantan la garganta con el humo negro de una carcajada o dejan la ceniza de una frase en la que resplandece la emoción de lo cotidiano. O todo a la vez. En sus letras lo mismo aparecen tambores hechos con la piel de Cristo que alguien que pintaba las pancartas en las fiesta de instituto (e inició a sus amigos en las drogas y en los hurtos). Solo él es capaz de aburrirse en mitad de una canción y transformarla, siendo la misma, en otra distinta, como hace en Busco título, uno de los temas de su penúltimo trabajo, el aclamado Somos droga. Es su segundo disco en solitario, después de Camina conmigo y de más de 25 años tocando en grupos, y todos buenos, o al menos nada convencionales: Mermaid, Bizardunak, Atom Rhumba… Cabezafuego tiene hasta su propio cabezudo, que construyó para un videoclip, y que es lo primero que vemos cuando nos recibe en el taller de serigrafía que tiene en Villava. En él trabaja felizmente todas las mañanas, y mientras lo hace su cabeza sigue en ebullición, lo mismo que cuando duerme y se despierta sobresaltado por un raca-raca o sale a pasear al perro al monte y se cruza con un runner vestido de extraterrestre y decide escribir una canción sobre eso. Y es que Cabezafuego es un gran tipo, pero también algo cabroncete. Por suerte para todos nosotros.
Usted lleva más de 25 años tocando, ha estado en un montón de grupos, la música ha sido su pasión desde pequeño, pero… ¿cómo empezó todo?
Mis padres nos apuntaron a solfeo a mi hermano y a mí a la vez, siendo muy pequeños. Nos metieron obligados, siempre fuimos obligados a las clases de acordeón, solfeo… Pero en realidad siempre he agradecido a mis padres esa imposición; estoy seguro, me apuesto el cuello, a que no hay nadie que con el tiempo guarde rencor a sus padres por haberles obligado a aprender música. Yo, de hecho, fui cogiéndole el gusto ya de chaval, durante los últimos años de solfeo. Y luego, empecé ya a tocar en la fanfarre del Muthiko, que me metí para ligar, aunque no me comí nada, y más tarde, a montar grupos con los colegas. Y así hasta hoy.
Hay un episodio de su infancia del que usted ha hablado alguna vez y que fue determinante: una imitación de Demis Roussos en una fiesta del colegio
Sí, sí, es verdad, no me acordaba, eso fue la espoleta, sí, fue en séptimo. Aquel era el único single que había en casa, fue una actuación en el colegio, un play back… Por cierto, en el comienzo del disco Somos droga, la batería es sampleada de esa canción…
El episodio Demis Roussos explica también sus conciertos, que no son nada usuales
Bueno, mis conciertos me salen como me salen. A mí me gusta mucho rondar ese peligro que supone la posibilidad de hacer conciertos buenísimos u otros que son una basura, en los que consigues enfadar incluso a tu propio grupo… Yo, por ejemplo, soy muy de observar mientras estoy tocando, miro lo que hace la gente, no estoy metido solo en mi burbuja, y entonces a veces se me olvida la letra, o digo alguna tontería…
Volviendo a sus años de infancia, en sus canciones aparecen a menudo referencias a la niñez o adolescencia: usted era el que pintaba las pancartas en las fiestas de instituto, o el que estaba en mitad de la lista de clase.
Sí, hay algunas referencias a la niñez, que, sin embargo, no tiene por qué ser a la mía, hay pequeñas cosas que sí, otras no, son cosas de algunos amigos o compañeros… No recuerdo muy bien sobre todo mi primera infancia, pero sí que era creativo a la hora de hacer gamberradillas, y también que siempre, desde muy pequeño, leía mucho, desde los cuatro a los catorce años, algo que te hace desarrollar la imaginación y que no veo ahora en los chavales. Nada te podía hacer flipar tanto en aquella época como leer La isla del tesoro. Pero bueno, no nos pongamos llorones.
Hablando de creatividad, es raro que alguien como usted haya tardado tanto tiempo en grabar sus propios proyectos, en caminar solo, como Cabezafuego.
Bueno, en realidad grabar solo fue una imposición de la vida, yo siempre había tenido bandas y al final me encontré solo, porque yo y los que estaban conmigo no éramos músicos profesionales, y por una parte no nos ataba esa obligación de seguir manteniendo las bandas para comer, y por otra parte, o por eso mismo, la gente tiene otras prioridades, la vida les lleva por otros caminos. En este país los grupos se disuelven y por eso lo que a mí me quedaba era esto: estaba cansado de montar bandas y de que se disolvieran enseguida (a veces era yo mismo el primero que las disolvía, que conste) y como de mí mismo no me puedo echar… Y estoy seguro de que así seguiré, como Cabezafuego, hasta que me muera, aunque también estoy seguro de que volveré a tocar en grupos. Tengo la gran suerte de que con todos los grupos que he tocado me llevo muy bien, y aunque no soy nada partidario de las reunificaciones, sé que podría hacer cosas puntuales con grupos en los que he estado, o hacer bandas nuevas, conocer gente. Me apetece, en definitiva, hacer una carrera larga, con discos de todo tipo, estilos, que igual no venden mucho, pero hacer tus cosas, poco a poco, sin preocuparte por buscar ni dinero, ni fama…
¿Quitarse esa presión da libertad?
Sí, y ahora es cuando más libre me siento, no tengo esa presión de tener que hacer discos al uso, ni tampoco tengo nada que demostrar… Y al final, es curioso, cuando pasas de todo, es cuando más gustas a la gente.
Esa libertad para hacer lo que le da la gana supongo que estuvo también presente a la hora de formar grupos como Bizardunak, hace años, los The pogues navarros…
Bizardunak fue una cosa muy guapa, éramos todos cuadrilla, y había gente que ni siquiera sabía tocar instrumentos, pero salió la carambola, porque había mucho talento en aquel grupo. Yo siempre digo que mi grupo preferido son The Pogues, esa música la tengo bajo la piel desde los trece años, he ido a ver a Shane Mcgowan en Londres, estuve cuando vino en el año 91 en el Teatro Gayarre, que por entonces ya decían que se iba a morir al año siguiente…
Somos droga, su último (o penúltimo, en realidad) disco, es también un disco que tiene ese espíritu gamberro y libre. Por de pronto es un disco-tebeo.
Sí, en él han colaborado dibujantes como Paco Alcázar, ATA, Mauro Entrialgo, Molina, que fue el que lío todo, porque es fan mío. Me llamó para tocar en una fiesta de cumpleaños en casa de su madre y conocí a más komikilaris. Yo estaba harto de estar por las noches en los bares y conciertos con gente que solo hablaba de rock y de tontadas. Y me encontré con esta gente, que estaban todos chalados y por eso mismo decían unas cosas muy cuerdas sobre todo, sobre la vida, y que me dejaron flipado. Y así, enredando, se fue gestando Somos droga.
En cuanto a las canciones están repletas de diferentes capas, giros inesperados… ¿Cómo es el proceso para componerlas?
El proceso es no tomarme en serio. Me tomo en serio muchas cosas, pero no a mí mismo. Y este es un disco a base de probar cosas y dejar que ellas me lleven a donde quieran llegar, sin cortapisas de ningún tipo, que quiero meter bacalao, pues bacalao… Y disfrutar de las canciones, siempre contando con que estas tengan algo de miga, claro.
También es un disco con bastantes colaboraciones. ¿Determinan estas también el rumbo de algunas canciones?
Casi todas las colaboraciones estaban pensadas ya antes, pero después ha habido sorpresas… Por ejemplo, los hermanos Cubero, que les mandé la letra y cuando ellos me devolvieron la música me quedé flipado, porque además son gente que admiro, me gusta mucho lo que hacen. Y así con todos. Para mí, por ejemplo, tener en el disco al lendakari Ibarretxe (a Aitor, de Lendakaris muertos) es un lujo. Todos los colaboradores han engrandecido el disco. Además, yo no he tocado nada en ese trabajo, ni una nota. Porque así es como más disfruto, sin la presión de tener que tocar, porque yo siempre he sido muy mal músico. De hecho, estoy pensando en el que siguiente disco yo ni siquiera cante, que lo canten todo colegas.
Las letras son otro de su punto fuerte, su ironía, por ejemplo. Usted ha dicho, en ese sentido, que es un poco cabroncete.
Sí, lo soy, lo soy, para escribir letras hay que serlo un poco. Pero a partir de ahora voy a intentar no fijarme tanto en los demás y hacerlo más en mí mismo. Se puede ser cabroncete y hacer otras cosas. Tampoco se trata de hacer de repente letras superpoéticas y retorcidas. Por ejemplo, adoro las letras de Tamu, de Exnovios, Los Jambos…, que hace siempre letras de amor y siempre encuentran la frase perfecta, lo cual para mí es un talentazo. Por otra parte, es difícil decir qué es una letra buena, ¿quién lo decide? Para mí las letras buenas son las que me transmiten algo, no me gustan esas letras herméticas, que solo entiende el que las escribe.
Las suyas, respecto a eso, son también letras con su punto de cotidianeidad, con algunas frases muy directas y con las que resulta inevitable identificarse
Me alegra que digas eso, porque sí que busco el costumbrismo en las letras, y que las cosas que diga se entiendan a la primera. Hacer una letra en la que diga una chorrada graciosa o en la que me meta con alguien me salen muy rápido, pero las que me gustan y que a la vez son las que más me cuestan son esas, las que cuentas algo cotidiano, algo que llegue muy directo, que quien lo escuche piense, qué cabrón, eso es lo que me pasa a mí también. Les doy muchas vueltas, las limo mientras paseo con el perro, las canto mientras voy por el monte, que los que me vean pensarán que estoy loco, por ejemplo, esos runners que me encuentro y que van disfrazados como extraterrestres, que, por otra parte está bien, porque cuando los veo pienso “Vaya, pensaba que yo era el loco”. Por cierto, estoy haciendo una canción sobre runners…
¿No serán, además de runners, indies? Porque usted da bastante caña a algunos estereotipos del mundillo, la industria musical… ¿Está muy quemado de algunas cosas?
Muy quemado. De hecho, he dejado de tocar en directo. Yo esperaba que este disco, Somos droga, tuviera más repercusión, no tanto en cuanto a ventas, porque he vendido todas las copias, el disco se ha agotado en muy poco tiempo, y he visto muchas cosas de gente que me han dicho cosas que me han alegrado el día, en días además que he tenido de bajón, y en los medios también me han sacado, por ejemplo, salí a doble página en el Tentaciones de El País (que en el siguiente número, por cierto, lo cerraron, o dejaron de sacarlo en papel), pero yo esperaba más respuesta de la industria musical, más gente que me llamara para tocar… Me llaman ahora, que he parado, pero ahora que les den. Me voy a tomar un descanso largo, sé que voy a volver, pero ahora necesito un descanso, también de mí mismo. Nunca me he gustado mucho a mí mismo, me manda por ejemplo algún fan un video de un concierto y me veo y me doy asco, me digo, qué feo soy, qué mal canto… Necesitaba dejarlo y de hecho lo he hecho y me doy cuenta de que estoy mucho mejor. Ya he hecho un disco, otro disco, por ejemplo. Yo llevaba 25 años sin parar, no iba a reuniones familiares, no quedaba nunca con mis colegas del pueblo…
¿Y cómo es ahora un día en su vida?
Levantarme pronto, sacar a pasear al perro, venir al taller y ponerme a currar como un loco y por las tardes, desde que he decidido abrir solo por las mañanas, cocinar, que me encanta, hacer canciones… Estoy soltero, por si lo quieres decir también.
A pesar de esa tranquilidad me imagino que la cabeza no le dejará de echar fuego, que le siguen viniendo ideas…
Son etapas, yo me puedo pegar meses sin hacer nada, no suelo estar siempre con la guitarra, de hecho no la toco casi nunca, pero luego hay veces que me vienen ideas a borbotones, apenas duermo, me despierto a las tres de la mañana, grabo algo en el móvil, luego igual no puedo volver a dormirme… Me gusta esa dinámica de montañas y valles, disfruto también de esos momentos de cansancio, en los que estás como drogado, con la cabeza alterada, que te lleva a veces a sitios muy guais.
Hay mucha gente a la que le sorprende que músicos como usted no puedan vivir de la música, que Cabezafuego con su trayectoria, en grupos como Atom Rhumba, tenga que ganarse la vida en un taller
Sí, aunque yo también digo siempre que la vida de los músicos profesionales es muy dura, y es algo que yo no quiero hacer, yo soy mucho más feliz en mi taller que dando tumbos por ahí. Lo sé porque lo he vivido, estuve dos años de pipa con “El columpio asesino”. La gente se piensa que es todo sexo, droga y rocanrol, y aunque de eso también hay, es una vida muy dura y solo puedo decir chapeau por quienes la eligen. Para mí este es un tema muy peliagudo, porque la música ha sido y es la mayor pasión que tengo y pensar que puedes llegar a pervertirla con renuncias que tienes que hacer, con putadas que tienes que aguantar en el día a día, como sucede con cualquier otro curro… Los que hemos currado en fábricas sabemos cómo es eso, todo lo que te toca aguantar, pero de una fábrica sales y te olvidas, con la música no, con la música estás todo el día, y si encima te están puteando… Yo le diría a la gente que estudie. Bueno, estudiar tampoco suele servir para mucho. No, les diría que si quieren vivir de la música que adelante, pero se preparen para poner el culo… Bueno, yo no soy nadie para decir nada a nadie, ¡que hagan lo que les guste!
Usted no será nadie pero tiene su propio cabezudo.
En realidad no sabemos qué hacer con él, porque es muy grande, no sé si quemarlo o dejarlo para cuando me haga muy famoso y que mis hijos lo vendan por mucho dinero. Pero como no eso creo que pase, me imagino que cuando me muera alguien lo tirará a la basura y ya está.
Todavía no hemos hablado de su nuevo disco, que ha compuesto en siete días con un teclado
Es un teclado hortera que tenían mis padres en casa, y un día estaba mi sobrino tocándolo y me dije: “Qué sonido más chulo”. Sin más. Y de repente otro día de esos de paseo canino se me ocurrió hacer con él una canción por día y que cada una hablara de ese día de la semana, lunes, martes o el que fuera… Lo hice del 1 al 7 de enero. Cada una de esas canciones debía hacerse ese día, hacerle la letra y grabarla ese mismo día. Es decir, yo me levantaba cada mañana sin saber qué iba a hacer, escuchaba la canción original, porque son versiones, de Rolling Stones, The Doors, etc. y me metía con el teclado a intentar emularla y sacarle una letra. El disco se llama 7díasKawaibat, que es el nombre del teclado. Y no sé, no tengo claro qué hacer con él, lo saco en digital, pero luego no sé si venderé las copias físicas, porque no son canciones mías, y no me parece bien aprovecharse del trabajo que han hecho otros —no te voy a hablar ya de lo que pienso de los grupos tributo—, por mucho que las letras las haga yo. Quiero que la gente entienda que es un divertimento, no es un disco currado a saco, aunque creo se van a sorprender del sonido que he conseguido.
Proyectos, por lo que veo, no le faltan, aunque haya dejado de tocar. ¿Tenemos Cabezafuego para rato?
Pues mira, acabo de dejar de tocar y tengo ya pensado cómo va a ser mi vuelta, no la fecha, sino cómo lo voy a hacer. Y solo puedo decir que va a ser una vuelta de tuerca… increíble.
PERSONAL
Nombre: Iñigo Garcés “Cabezafuego” (1974, Virgen del Camino) Trayectoria: Ha formado parte de grupos como Atom Rhumba, Mermaid, Half Foot Outside, Jugos Lixiviados, Los Separatistas, Basque Country Pharaons, Royal Canal, Black Lagun o Bizardunak. En 2014 publicó su primer disco en solitario, Camina conmigo y en 2017 Somos droga, un disco-tebeo con comics de Mauro Entrialgo, Paco Alcázar, ATA…. En febrero de 2018 publica el disco de versiones 7díasKawaibat. Creó el sello y estudio de grabación Color Hits, en homenaje a Josetxo Ezponda (Los bichos), con el que busca encuentros y sinergias entre diferentes artistas. Es una de las pocas personas en el mundo que tiene su propio cabezudo (y seguramente el único que tiene uno tan grande)
Publicado en «Rubio de bote», magazine ON (diarios grupo Noticias) 10/02/2018
Yo, antes de convertirme en superhéroe, era una persona de lo más normal: entresemana trabajaba en la fábrica de condones, veía por las noches en la tele Gran Hermono o Ultrachef y los fines de semana tocaba la guitarra eléctrica en un grupo: Tigres y leones, nos llamábamos, y hacíamos versiones hard-core de Torrebruno.
Un sábado estábamos en mitad de un concierto, cuando de repente empezó a llover. A cántaros. Una tormenta apocalíptica. Con rayos que parecían el flash del teléfono móvil de Dios. Y de repente, uno de ellos cayó en mi guitarra, mientras yo hacía los coros:
Al principio no noté mis superpoderes. Pero cuando volví a casa, mientras veía el telediario, sentí que un rayo volvía a atravesarme, esta vez el estómago. Y corrí al baño. Eso, la verdad, las ganas de ir al baño, me sucedía cada vez que veía el telediario. Pero entonces apreté y de mi cuerpo salió propulsada, como un misil, una morcilla de Beasain, con su etiqueta y todo.
Asustado, me subí los pantalones y me miré en el espejo. ¡Mi cara era la de un cerdo! Y no la de un cerdo cualquiera. ¡Un cerdo con antifaz! Casi sin darme cuenta, comencé a volar. Salí de casa por una ventana que estaba abierta. Todo sucedía sin que yo pudiera controlar mis acciones. Por ejemplo, no sé por qué, mi mirada se clavó, desde el cielo, en un coche que estaba en doble fila, y, además, delante de la plaza para discapacitados. Y de repente, volví a sentir unas repentinas ganas de ir al baño. No me podía aguantar, así que apreté, pero esta vez lo que salió de mi cuerpo no fue una morcilla de Beasain, sino una txistorra de Arbizu kilométrica, que rodeó como si fuera una soga el coche mal aparcado y lo lanzó a un contenedor de obra.
Así me pegué todo el día. Lanzando por el culo morcillas de Beasain o txistorras de Arbizu a quienes se colaban en la fila del autobús, a los que no recogían las mierdas de sus perros, a los que no respetaban los pasos de cebra…
Al principio, la verdad, era fácil y divertido ser un superhéroe de barrio. Pero después, las cosas fueron complicándose. Me di cuenta de que solo me convertía en Supercuto cuando veía el Telediario. Y de que casi siempre era cuando en la tele aparecían ministros, o banqueros, o la familia real comiendo sopas. Y de que era contra los auténticos malvados, contra quienes tenía que emplear mis superpoderes. Así que un día me fui volando al Congreso de los diputados y lo bombardeé con chorizos de Pamplona, otro disolví con salchichones, duros como porras, a un grupo de antidisturbios que a su vez estaban disolviendo a quienes protestaban por un desahucio…
Puf, eso sí que era cansado. El mundo era una pocilga, estaba lleno de malvados de verdad, y yo solo no podía hacerles frente. Hacía falta toda una piara de superhéroes. Y a mí no me quedaban fuerzas. Me rendí. Sentía que había llegado mi sanmartín. Por suerte, una noche, tras arrastrarme hasta la cama, y quedarme dormido, me desperté en mitad de la noche, sudando como un cerdo, y, de repente, me di cuenta de que todo aquello solo había sido una pesadilla.
—Mañana volveré a la fábrica, a comprobar si hay algún condón pinchado —me dije—. Y por la noche veré en la tele Gran Hermono, o Ultrachef y el fin de semana volveré a cantar con los Tigres y leones (pero ahora en acústico).
Y pensando todo eso, de repente empecé a sentir un picor, una pequeña molestia en la espalda, allá donde esta empieza a perder su nombre, y me rasqué, y enseguida me di cuenta de que mis dedos acariciaban una protuberancia, una flor de carne, con su tallo fino y retorcido, como un muelle. Un pequeño rabo, como el de un cerdito. Y así, en definitiva, fue cómo me convertí en Supercuto.
“En un diario enseñas solo la puntita, pero esa puntita tiene que ser de verdad” Eduardo Laporte, escritor
El escritor pamplonés acaba de publicar en Pamiela sus diarios correspondientes a 2015-2016. Aunque en sus anteriores trabajos la literatura del yo siempre ha estado presente, es el primer dietario que ve la luz, tras varios ensayos y errores en busca de una voz propia.
En 2011 Eduardo Laporte (1979) publicó Luz de noviembre, por la tarde, un libro hermosamente devastador en el que narraba la muerte de sus padres en apenas un mes. Un duelo literario que ya anticipaba a un autor con tendencia al género autobiográfico y la narrativa de la memoria y el yo (presente incluso en otras de sus su obras, en las que aborda historias ajenas, como La tabla, en la que contaba la peripecia de un compañero de colegio que permaneció treinta horas a la deriva en Salou, sobre una tabla de surf). Lector y estudioso apasionado de diarios, publica ahora por primera vez los suyos, después de varios intentos en los que sentía su propia voz impostada. En Diarios (2015-2016) se alternan fragmentos narrativos con otros cercanos al aforismo. Textos y apuntes de un autor al que no le importaría ser el mayor de los escritores menores.
Este es su primer diario publicado, sin embargo usted siempre ha mostrado querencia por el género…
Sí, de hecho en 2012 iba a salir otro diario con una editorial que acabó cerrando o medio cerrando, así que el diario finalmente no se publicó, de lo cual luego me alegré, porque creo que mi escritura como diarista todavía no había cogido forma del todo. Miguel Sánchez-Ostiz dice que en los diarios a veces hay tendencia a ponerse en escena, de un modo algo tramposo, y yo allí me veía como una especie de Bukowski, con ínfulas de seductorcillo… En este diario, por el contrario, creo que me reconozco –igual dentro de diez años lo niego y lo quemo—, porque llevaba muchos años bosquejando, rellenando libretas sin saber si eso tenía interés para el lector y si estaba siendo honesto. Ahora, después de muchos ensayos y errores, por fin me siento cómodo.
Este diario tiene por tanto, y así lo señala usted desde la primera entrada del mismo, algo de búsqueda de su propia voz.
Sí, como dice Miguel Ángel Hernández en el prólogo hay algo de ensayo literario. En este caso creo que se trata más que de un diario de un “ideario”, tiene bastantes reflexiones, en la línea de Leopardi, es una especie de cajón de sastre o torbellino de ideas, que recoge muchos de esos pensamientos que todos tenemos a lo largo del día y que sirve para que no se pierdan en el viento, y para sentirte escritor, para que el día que no has escrito nada, sientas que al menos has escrito eso, la página del diario. El diario permite ese ejercicio porque es un género libre, la mínima exigencia es un estilo coherente, pero puede tener una tensión narrativa o no, a mí me gusta que la tenga, no sé si lo he conseguido, pero cuando el autor consigue contagiar al lector de cierta progresión en el personaje es un libro, o un diario redondo.
El suyo, en todo caso, aunque también haya entradas más narrativas, se acerca a veces al aforismo
En ese sentido es deudor del mundo de Facebook y Twiter, que en realidad tampoco son nada nuevo. Gómez de la Serna lo habría petado en Twiter, con sus greguerías. Pero no me gusta que sean solo aforismos, que los veo como una ocurrencia feliz, pero que da igual que sean verdad o no. El diario tiene espacio también para la prosa, para pequeñas historias que sobresalen solo un poco, como la punta de un iceberg, y que quedan por tanto solo apuntadas.
El prólogo en ese sentido también señala que es un diario que deja muchos espacios sugerentes o huecos para que los rellene el lector
Me gusta decir una cosa, que suena muy solemne, y es que la literatura es precisión y misterio. Yo antes era un autor con poco misterio, tal vez por defecto del periodismo. Quería contarlo todo y dejarlo todo claro, ahora prefiero buscar ese equilibrio entre la precisión y el misterio, sin caer en la confusión y la opacidad, que es un defecto de los escritores pretenciosos. Es una vía peligrosa, pero creo tanto en la literatura como en la vida de lo que se trata es de orientarse en la oscuridad.
Eso implica seleccionar lo que cuenta. A veces se dice que el diario es un género en el que el autor se desnuda, pero lo cierto es que solo enseña lo que quiere.
Sí, enseñas solo la puntita, pero esa puntita tiene que ser de verdad. Es como un paisaje del que eliges solo un encuadre. Además sería imposible contarlo todo, eso solo lo hace Andrés Trapiello. Uno selecciona aquello que le resulta literario, y en la selección creo que está la creación. Aprender a escribir es aprender a seleccionar, algo que a mí me ha costado veinte años.
En su caso, quienes le conocen, ¿le reconocen?
El diario permite maquillarte, hacerse irreconocible. A veces tienes la tentación de ponerte más guapo de lo que eres, es la tentación del diarista tramposo. Pero no se trata de eso, ni tampoco de lo contrario, de convertirte a ti mismo en lamentable. Yo tampoco voy a decir que sea “auténtico” en el diario, pero quienes lo han leído y me conocen me han dicho que me ven a mí, que soy yo, y eso es para mí el mayor halago.
También resulta bastante reconocible el Eduardo Laporte de Facebook, al que le gusta hablar de lo divino y de lo humano. Pero un diario es algo diferente a una red social.
Es interesante escribir diarios porque estás libre de esas interacciones desagradables de las redes sociales. A veces Facebook creo que no es el continente para ciertas cosas, cumple su función, sirve para ocurrencias, para debates de actualidad sin demasiada transcendencia, pero creo que no puede competir con el libro en cuanto a continente de intimidad, de soledad y de apartamiento del ruido.
Usted señala en el diario que a la vez que él trabaja en diferentes proyectos. ¿Cómo discrimina lo que va para cada uno de ellos?
Es una relación complicada y un poco esquizofrénica, pero el escritor es una especie de capataz que va metiendo materiales para una obra que va construyendo simultáneamente en diferentes lugares. Es como una gran criba, en la que se separa el grano de la paja. Y se puede decir, por ejemplo, que respecto al blog o las redes sociales, en el diario va el grano.
Y respecto a otros proyectos, novelas, ensayos… ¿Corre el riesgo el diario de ser considerado algo menor?
Bueno, a mí me gusta esa dimensión menor. De hecho, a veces me he planteado eso, ser un escritor menor, intentar ser el mayor escritor menor, me gusta esa dimensión cero pretenciosa del diario, al que la gente acude como algo que no le va a apabullar. Quizás los diarios sean un proyecto sin ambición, en el buen sentido, en el que introduzco retales. Una especie de contenedor de reciclaje exquisito.
Ha dicho que tiene intención de seguir escribiendo diarios, pero ¿cómo sabe si dentro de cinco, diez años le va a apetecer?
De más joven yo pensaba en modo blog. Todo lo que veía o me pasaba o me contaban lo veía como material para el blog. Pero con el diario no lo tenso tanto, son cosas que caen, no las provoco, y mientras sigan cayendo esas ideas, habrá diarios. Y como me conozco creo que habrá diarios para largo.
Este es el punto de partida: Pablo Laporte hizo un viaje, después lo contó en un libro y después ese libro tuvo su propio viaje. Todo empezó en 2008, cuando con 23 años el escritor pamplonés pasó en Australia ocho meses, en los que básicamente se dedicó a pasear, fumar marihuana junto a otros mochileros y backpapers, tomar café y pensar, pensar mucho y la mayor parte del tiempo en Pauline, su primer amor, a quien reencontró casualmente (o no) allí, al otro lado del mundo. También tuvo algún pequeño trabajo (como cobaya humana o como timador, vendiendo cuadros) y también escribió sus peripecias, sobre el terreno, hasta que se dio cuenta de que entonces la aventura no había que escribirla sino vivirla. Al regresar a Pamplona se puso de nuevo manos al teclado, hizo una primera versión, después otra en la que rellenó los huecos de la primera, y finalmente otra cuando se dio cuenta de que los huecos le gustaban más que todo lo anterior. Esta tercera versión es la que presentó a los Encuentros de Navarra en 2011, y con la que ganó este premio literario. Un premio que no fue más allá, no sirvió para abrirle las puertas de ninguna editorial. El libro pasó algunos años en el cajón, hasta que tras tomar parte en la antología 24 relatos navarros de Pamiela, ofreció su novela a esta editorial, quien finalmente acaba de publicarla bajo el título Cuatro estaciones en un día. Fin (de momento) del viaje.
Reencontrarse consigo mismo, tras este viaje, primero a Australia, hace diez años y después como escritor, hace ocho, habrá sido extraño
Fue raro, sí, porque como para mí había sido algo decepcionante el trabajo que dediqué al libro para nada, no la había vuelto a leer, en cinco o seis años, y al volver a abrirlo me encontré con una voz muy joven, con sus certezas y errores, y aunque tuve tentaciones de ponerme a retocar, me di cuenta de que, más allá de las erratas, debía respetar aquella voz.
Cuatro estaciones en un día es sobre todo una oda a la juventud
Sí, yo ya era consciente entonces de que la juventud dura poco, y quería hacer aquel viaje como un homenaje a ella (por decirlo de alguna manera superficial: sexo-drogas-rocanrol; o de una manera algo más profunda: libertad-levedad-falta de ataduras), y eso es lo que el personaje va buscando durante todo el viaje. El protagonista llega a Australia con los prejuicios y aspiraciones de un joven típico pamplonés —tener una cuadrilla, un trabajo, una casa—, y poco a poco se va despojando de todo eso y celebrando ese desprendimiento, el hecho de no tener nada, ni siquiera pasaporte.
Sin embargo usted dice en el libro que la libertad exige también la responsabilidad de no desperdiciarla
La libertad es en cierto modo una putada, algo que la gente rehúye, porque cuando eres realmente libre es cuando no tienes nada ni nadie, ninguna responsabilidad, y te quedan 24 horas de absoluta nada, que es básicamente lo que yo hice durante este viaje, pasear, tomar cafés, fumar marihuana y pensar, pensar muchísimo. Algo que luego mucha gente me ha criticado. Nadie entendía que eso es algo que creo que hay que hacer al menos una vez en la vida, pararse, reflexionar, pensar que quieres hacer, e incluso experimentar sensaciones como esa misma de extrañeza con uno mismo por no estar haciendo nada, cosas que para mí tienen cierto valor. En otros países existe esa cultura, del viaje de juventud, entre nosotros prevalece más esa cultura de que si no es con un fin práctico las cosas no tienen sentido, y yo en el libro reivindico en cierto modo lo contrario.
Habla de un personaje, aunque en realidad es un libro autobiográfico…
Sí, pero hay un personaje, porque de mí mismo solo cogí una parte, y ese personaje es un poco desastroso, un romántico empedernido, que era lo que literariamente más me convenía, porque en realidad yo también tenía mis rumias, sobre mi futuro, el trabajo, y en realidad aquella bohemia, aquella libertad me agobiaba un poco… Por lo demás, el personaje cuando llega a Australia es una especie de bebé, un chavalín que no sabe muy bien porque se ha ido tan lejos, al otro lado del mundo, casi solo para demostrarse a sí mismo que era capaz de hacerlo, pero que una vez allí se tiene que poner las pilas, adaptarse y tratar de demostrarse que ese viaje tiene un sentido, más allá de encontrar un trabajo o aprender inglés, y en ese sentido el viaje tiene algo de busca, a la que al final acaba dando sentido la aparición de su amor de adolescencia, Pauline.
A muchos otros personajes secundarios —mochileros, estudiantes que no aparecen por la academia…— que usted va encontrando por el camino les pasa lo mismo.
Sí, pero es un poco lo mismo que antes: también me encontré mucha gente con un plan claro, pero esas personas no me interesaban para el libro, me quedé con aquellos con un punto más marginal o excéntrico, gente que huía o buscaba, sin saber qué, algo… Y creo que también de algún modo era a ellos, a esa gente, a la que yo iba buscando en el viaje, gente que desde mi vida más normalizada en Pamplona nunca iba a conocer.
El suyo es un libro de viajes, pero tiene más capas, hay picaresca (esos trabajillos que usted hace), a veces tiene cierto punto de la generación Kronen… Y está la historia de amor, con Pauline, por supuesto.
Sí, es un batiburrillo de todo eso, que no sé cómo lo he cuajado. En cuanto a la historia de Pauline, yo creo que es la trama principal del libro, sin ella seguramente este no hubiera existido. No se trata tanto el hecho de que me vaya a encontrar al otro lado del mundo a mi primer amor, que me parece una casualidad increíble, cósmica, algo que a día de hoy todavía me sigue perturbando, como el que, una vez allí todo el viaje, todos mis pasos vaya girando alrededor de Pauline, lo que da también explicación, en aquel momento, al por qué de aquel viaje. Luego, cuando veo que todo no va ser tan fácil, llega la frustración, pero ahora comprendo que incluso aquellas calabazas que ella me dio tenían también sentido, que el sentido de de aquel viaje, no era Pauline en sí, sino poder escribir mi historia con ella, escribir el libro. De hecho no he vuelto a saber nada de Pauline, aunque ahora creo que quizás tengo la obligación de contarle que he escrito una novela en la que su nombre aparece 157 veces.
En ese sentido cierra una etapa
Sí, totalmente, a Pauline la conocí en marzo de 1998, en un intercambio con alumnos franceses, la volví a encontrar en Australia en marzo de 2008 y este libro ha salido ahora, pocos días antes de marzo de 2018. Por lo demás, lo otro lo que no he contado, es una nebulosa, gente, lugares, que he olvidado o voy olvidando y lo que queda ahora para mí de aquel viaje es lo que he escrito.