De Joaquín Luqui a Goya, con la aparición estelar de Torrebruno
SEIS GRADOS
La teoría de los seis grados de separación dice que podemos conectarnos con cualquier otra persona del planeta Tierra a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios. Aquí, además, hacemos el camino de vuelta.
Patxi Irurzun
De Joaquín Luqui a Goya
con la aparición estelar de Torrebruno
“¡Hola, hola, hola!” Así, entre otras fórmulas, acostumbraba a iniciar sus emisiones radiofónicas Joaquín Luqui, el carismático locutor del pelo y la voz alborotados. Su voz era inconfundible, tal vez porque en realidad no era una voz para la radio (el pelo daba igual porque no se veía). Era una voz que sonaba hacia dentro y a la vez entusiastamente esforzada, como si el de Caparroso nunca hubiera logrado sacudirse la timidez que en realidad le provocaba colocarse ante la alcachofa. No era una voz para la radio y a la vez era la mejor voz para la radio, como lo son las de otros periodistas, Roge Blasco o Juan de Pablos, a los que precisamente sus limitaciones fónicas distinguen y dotan de personalidad.
En el caso de Juan de Pablos, el locutor de Radio 3, quien por cierto, vivió parte de su adolescencia en Pamplona, probablemente sea el locutor menos dotado físicamente para un programa de radio: balbucea, tartamudea, respira fuerte, finaliza sus frases —cuando las finaliza— con una risita nerviosa… Y sin embargo en la garganta tiene atravesada una flor de pasión, que es justamente lo que les falta a todos los locutores de las radiofórmulas con sus voces amaestradas, irritantes, tan perfectas como falsas, esas voces que suenan todas igual, y por tanto vacías.
Pero volvamos a Joaquín Luqui, a quien si bien es cierto que asociamos a la radio musical más despiadadamente comercial, como Los 40 (o los 40 criminales, como eran popularmente conocidos entre sus detractores), en su juventud fue uno de los fundadores de Disco Exprés, el que sería el primer semanario musical del estado, dedicado al rock y al pop, una publicación que se comenzó a editar en 1969 desde Pamplona (la fría, oscura y conservadora Pamplona, que sin embargo, a la vez era capaz de convertirse puntualmente en capital de la vanguardia, con acontecimientos como los famosos Encuentros del 72); en Disco Exprés, por ejemplo colaborarían en posteriores etapas los que acabarían siendo reputados críticos, escritores y periodistas musicales como Diego A. Manrique, Jesus Ordovás o Jordi Serra i Fabra.
Luqui fue además un beatlemaniaco declarado, que entrevistó en varias ocasiones a Paul Mcartney. Escribió también el libro Los Beatles que amo o una colección de artículos titulada con otro de sus latiguillos radiofónicos, Tres dos, uno, en la que daba cuenta, entre otras cosas, del paso del grupo de Liverpool por España en 1965, para ofrecer sendos conciertos en Barcelona y Madrid, y que dejaron imágenes de los más chuscas: los Beatles con montera, los Beatles venenciando jerez, los Beatles actuando en una plaza abarrotada… de grises (hay, sin embargo, miles y miles de personas que aseguran haber estado en el concierto de Madrid, que presentaba unas gradas bastante desangeladas, con lo cual esas personas o mienten o tienen un pasado algo siniestro).
El concierto de Madrid, por otra parte y por si todo eso fuera poco, tuvo un presentador de excepción: Torrebruno. Rocco Walter Torrebruno Orgini era por entonces un cantante melódico, que había participado en festivales como el de San Remo o el Festival de la Canción Meditarránea, y que aunque gozaba de cierta popularidad en España, acabaría por no dar la talla —perdón por el chiste— como intérprete para adultos y reorientaría su carrera hacia el público infantil, al que quizás odiaba con todo su alma, o al menos esa era lo que transmitía su sonrisa forzada, tensa y desconfiada, de dientes apretados en los que parecía estar masticando su frustración, rodeado de pequeños tigres y leones que querían ser todos los campeones, buena parte de los cuales le pasaban además la cabeza.
A pesar de ellos Torrebruno presentó en la televisión numerosos programas infantiles, como Sabadabadá, que pasaría a llamarse Dabadabadá cuando dejó de emitirse los sábados. A Torrebruno, grande como ninguno, le tomaría el relevo en aquel programa una joven y pizpireta presentadora, Sonia Martínez, que encarnó en sí misma el resumen perfecto de aquella época, proclamada por unos pocos oficialmente feliz mientras toda una generación caía devastada por la heroína y el SIDA. Sonia Martínez y su belleza ochentera y algo salvaje enamoró pronto a los más pequeños de la casa, y también a sus padres y a algún jefazo de la televisión pública, que, dicen, rechazado por la presentadora acabaría despidiéndola y arrojándola por una cuesta abajo que desembocó en los poblados y cañadas reales de la droga y en las portadas rastreras de interviú, negociadas a caballo ganador contra la indigencia y el síndrome de abstinencia. Sonia Martínez, que también fue actriz, pudo haber protagonizado La Vaquilla pero le tocó Perras callejeras. Murió enferma de SIDA en 1984 y a su entierro, que se sepa, no acudió Cayetano Martínez de Irujo, con quien la prensa amarilla la relacionó durante alguna temporada.
No sabemos si Sonia Martínez llegaría a conocer en algún momento a la que pudo ser su suegra, Joaquín Luqui, uy, perdón Cayetana Fitz James Stuart, la tercera duquesa de Alba más famosa de todos los tiempos, después de la maja vestida y de la maja desnuda, a las que inmortalizaría el gran Francisco de Goya, autor también (y vamos haciendo ya el recorrido de vuelta) de una obra desde luego mucho menos conocida que alberga el Museo de Navarra: el retrato del Marqués de San Adrián, localidad en la que cada año se celebra un importante certamen de pop-rock, por el que han desfilado a lo largo de sus más de veinte ediciones artistas como Celtas Cortos, Alaska o Loquillo, a los cuales el locutor de la voz y el pelo alborotados, Joaquín Luqui, pinchó y entrevistó innumerables ocasiones, antes de morir como consecuencia de un accidente doméstico (se cayó por una escalera) en el año 2005, a la edad de 57 años.