DE ESKROTO A GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER a ritmo de mariachi y Rafaella Carrà
Publicado el 12/08/2017 en ON, semanario de diarios de Grupo Noticias
SEIS GRADOS
La teoría de los seis grados de separación dice que podemos conectarnos con cualquier otra persona del planeta Tierra a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios. Aquí, además, hacemos el camino de vuelta.
Patxi Irurzun
DE ESKROTO A GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER
a ritmo de mariachi y Rafaella Carrà
Unir al gran Marco Antonio Sanz de Acedo, también conocido como Eskroto, también conocido como Gavilán, con el poeta romántico Gustavo Adolfo Bécquer, es fácil, basta con trazar un hilo a partir de la canción ¡Qué solos se quedan los muertos!, que ya en sus primeras maquetas cantaba Tijuana in blue, y cuya letra está extraída de la rima LXXIII de Bécquer, incluida en su célebre Rimas y leyendas (como curiosidad, una de las leyendas transcurre en Fitero, como es bien sabido; lo que quizás no es tan conocido es que el poeta sevillano adoptó su nombre artístico, Bécquer, hurtándoselo a su padre, un pintor costumbrista, quien a su vez había utilizado este apellido para sustituir el suyo materno, que no era otro sino el muy euskaldun Insausti).
Pero, aldeanadas aparte y volviendo a Tijuana in blue, el hilo trazado es en realidad solo una excusa para enredar en la historia de la irrepetible banda pamplonesa.
Jimmi Errea, que compartió micrófono con Eskroto al frente del grupo, me confesó en una ocasión que escribir una biografía de Tijuana in blue, o al menos una biografía al uso, sería misión imposible. Vivieron a toda velocidad una época convulsa, envuelta en una nube de botes de humo y vapores de clarete y speed, nada propicia para hacer memoria. Vivirla y sobrevivirla (no todos) ya fue más que suficiente, y los recuerdos estallan como burbujas en un calderete, dejando en el aire solo la esencia. Algo quizás extrapolable a todo el rock radikal vasco, que espera su gran película, su gran novela, porque solo desde la ficción quizás sea posible contarlo como se merece. Yo la novela me la pido, y en el caso de Tijuana in blue nada más pedírmela a mi cabeza ya vienen algunas imágenes.
Por ejemplo, la furgoneta del grupo, regresando de madrugada de algún concierto, con la música a todo trapo —Raffaella Carrà o Boney M o Paquita la del Barrio— y cruzándose con las filas de currelas que esperaban otras furgonetas y autobuses, los que los llevarían al turno de mañana en los polígonos industriales; currelas escupiendo su vida convertida en vaho al cielo; los ojos soñadores de Eskroto mirando por la ventanilla, con una mezcla de culpabilidad y de orgullo por haber escapado a ese destino (“Ay mamacita, yo quiero ser artista (…)/Volver a casa siempre de amanecida/Mientras los otros se van a trabajar”, cantaría años después con los Huajolotes); esos ojos despiertos, preguntándose si todo aquello solo era un sueño, una ilusión, una tregua (Gavilán, de hecho, tras volar libre durante algunos años, acabaría trabajando como panadero o conductor de excavadoras).
Me imagino también al grupo recorriendo de noche los montones de basura, en las bocacalles, antes de que hubiera contenedores, cuando los gatos eran los señores de la noche en la ciudad; me los imagino buscando entre los desperdicios viejos televisores, lavadoras, que después destrozarían en sus actuaciones, o vísceras que arrojaban al público, o cualquier tito o trapo imposible que convertía sus conciertos en una fiesta, en una misa negra, en una nave de locos.
Me imagino (como me imagino, por ejemplo, para esa gran novela del rock radikal vasco, a Natxo Etxebarrieta, el cantante de Cicatriz, el sobrino de Txabi Etxebarrieta, besando a su primera novia, la hija de un guardia civil), me imagino a Marco Antonio Sanz de Acedo, también conocido como Eskroto, también conocido como Gavilán, me lo imagino a solas en su habitación; me imagino su mente proyectando en el techo toda aquella efervescencia que no le cabía en la cabeza ni en el pecho, todo el salero que desparramaba y también toda la tristeza que debió de tragarse en silencio; la tristeza de saberse demasiado grande para un mundo tan pequeñito, un mundo cruel al que no podía cambiarse con canciones. ¿En qué habría pensado Gavilán, antes de su último vuelo?
Gavilán acabaría quitándose la vida, tras un efímero y triunfal regreso de Tijuana in blue a los escenarios. En el concierto de despedida no interpretaron ¡Qué solos se quedan los muertos!, acaso con carácter premonitorio, pues a Gavilán nadie lo olvida, que es lo que pasa con quienes hacen felices a los que lo rodean. Su impronta sigue presente en las nuevas hornadas de grupos de napar-mex, como Los zopilotes txirriaos o Marianitoz blai, y recientemente el grupo Balerdi Balerdi lo ha homenajeado en su tema Bi izar, junto a Josetxo Ezponda. La estrella de Gavilán, pues, sigue brillando en lo alto, aunque a veces él la descabalga para montarse en el pepino de su primo Félix, su primo más querido, y los dos dejan una estela de humo blanco en el cielo que desde abajo los que no saben de qué hablo confunden con el rastro de un avión.
En cuanto a Bécquer, bueno, todos lo estudiamos en el colegio y sabemos por ello que fue una de las figuras más destacadas del romanticismo, aunque ninguno nos aprendimos demasiado bien la lección y seguimos confundiendo lo romántico con una película de Antena 3 un domingo por la tarde o con una novela de Corín Tellado, cuando de lo que Bécquer, Espronceda o Navarro Villoslada en realidad hablaban en sus relatos era de ruinas y cementerios, o exaltaban en ellos el yo frente a la masa, la libertad individual y también de los pueblos, por la que algunos románticos incluso cambiaron la pluma por la espada, como es el caso de Lord Byron, que moriría en Grecia tras combatir a favor de su independencia.
Lord Byron fue, por cierto, un modelo para Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida Insausti, alias Bécquer, e incluso recientemente se le atribuyó una obra que en realidad no era sino una traducción del escritor inglés, quien a su vez contaba entre sus ídolos al héroe revolucionario italiano Giuseppe Garibaldi.
Lo cual nos lleva hasta la famosa Plaza Garibaldi, en Mexico DF, que debe su nombre no al libertador italiano, si no a su nieto, quien siguiendo los pasos de su abuelo participó de manera destacada en la revolución mexicana. Y por la plaza Garibaldi, en fin, que es hoy el santa sanctorum de los mariachis, el lugar en el que a cualquier hora del día y de la noche se puede contratar a uno de ellos, atizarse un tequila o descargarse un toquecito eléctrico, por esa plaza, qué duda cabe, debió de andar, arrastrando una maleta llena de discos, nuestro Eskroto, en uno de sus viajes iniciáticos a México que lo convertirían en Gavilán, el cantante de Kojón Prieto y los Huajolotes, el mariachi más punk, el conjunto más libre y salvaje de cuantos en el mundo han sido, chispún.