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Archive from octubre, 2015

UN ÁRBOL EN EL ESTÓMAGO

Oct 28, 2015   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
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Colaboración para la revista Ze berri? (115)

Yo soy de sentir mucho con las tripas. Mi centro neurálgico está en ellas, y cuando de pequeño me dolían o cuando me ponía nervioso —o cuando me dolían porque me ponía nervioso— le decía a mi madre que era como si un árbol estuviera creciendo ahí dentro. Hay muchas cosas que me ponen nervioso. Por ejemplo, ir al euskaltegi. Llevo más de veinte años haciéndolo —haciendo el Guadiana, en realidad, sin acabar nunca de desembocar— y todavía siento las hormigas correteando por el tronco de ese árbol cada vez que tengo que ir a clase. Soy uno de esos alumnos de euskara perpetuos, que van estudiándolo a trancas y barrancas, jurando un año fidelidad eterna a este idioma del diablo y al siguiente traicionándolo por un trabajo como dios manda, por un hijo, por un libro, por un ataque de pereza, de lacha o de falta de fe en mí mismo.

Supe —es muy triste— que donde yo vivía se hablaba otra lengua que también era la mía  muy tarde, cuando tenía doce o trece años, a pesar de mis ocho apellidos vascos, del nombre de la casa de mi madre—Casa Oberena— y de las pintadas que cosían las paredes blancas de la Txantrea, mi barrio. Lo supe cuando mi hermano comenzó a estudiarlo en unos libros indescifrables. Yo todavía tardaría varios años más en pisar por primera vez un euskaltegi y la primera estuvo a punto también de ser la última, pues me tocó hacer un antzerki y jugar al balón con un señor con barba. El euskara era un idioma para guays, para la gente alegre y combativa, y a mí no me gustaba bailar ni sujetar el asta de ninguna bandera. Aguanté, a pesar de todo, un par de años, hasta que me salió un trabajo a turnos en una fábrica, un trabajo agotador que me quitaba hasta el habla. Después, cuando me despidieron, me tomé la revancha y me fui a un barnetegi durante nueve meses. Como un embarazo. Como un Gran Hermano en el que los sentimientos se magnificaban. En el barnetegi hice amigos, comí, bebí, bebí mucho —probablemente más que en ninguna otra lengua—, soñé, todo ello en euskara… Fue mí época dorada euskaldun. Incluso me enamoré en euskara. Allí conocí a mi mujer. Durante nuestros primeros meses juntos solo hablamos en euskara. Después, un día de repente, el corazón eligió otra lengua para nosotros, el castellano, nuestra lengua materna, y no pudimos hacer nada en contra. Eso y que los dos suspendimos el EGA. Juramos, eso sí, que nuestros hijos nunca tendrían que irse a un internado cuando tuvieran treinta años y los matriculamos en el modelo D. A veces les hablamos o les leemos cuentos en euskara, y ellos nos miran raro, notan algo extraño en nuestras voces. Es el árbol en el estómago, ese árbol que, ha echado raíces y sigue creciendo, a pesar de las hormigas y de los subjuntivos. A pesar de todo. A pesar incluso de los antzerkis.

UNA CABRA CON GORRO

Oct 26, 2015   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
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Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal en ON, semanario de Diario de Noticias (Navarra, Gipuzkoa y Álava) y Deia. 24/10/2015

Sacar a pasear a Pablo, la cabra de la legión, para que a su paso se cuadre un tipo con el pecho lleno de chatarra y cruzado por una banda de Miss (un tipo que, además de jefe de estado, es jefe de las fuerzas armadas y rey, menuda estampa para una democracia) nos sale más caro que la mortaja. 800.000 euros fue el presupuesto asignado a la parada militar del pasado Día de la Hispanidad. 800.000  monedas con el rostro del monarca cupro-niquelado. Una cagarruta, en todo caso, comparado con los presupuestos para el desfile de hace solo unos años, que triplicaba esa asignación (¿qué hicieron, les pagaron una noche en el Ritz a cada legionario?) y una ristra de cagarrutas, como las que la cabra transexual Pablo fue sembrando en el Paseo del Prado, comparado con las montañas de bosta y de dinero que mueve el Ministerio de Defensa, las empresas armamentística, la industria de la muerte, en definitiva.

España es el séptimo vendedor de armas en el mundo, y entre sus clientes se cuentan la pérfida Venezuela (a la que sin embargo, se vende, entre otras cosas, material antidisturbios) o Israel (si bien el suministro de armamento durante una ofensiva militar de este país contra la franja de Gaza, el pasado año, fue suspendido; se ve que antes de eso pensaban que los misiles los iban a utilizar para una fiesta de cumpleaños).

Por otra parte, según el colectivo antimilitarista Utopía Contagiosa, el presupuesto real destinado a Defensa en España (real porque los gastos militares se disimulan derramándolos por doce de los trece ministerios restantes), supone 500 euros por habitante al año, 700 euros volatilizados cada segundo, todo para calzarle un gorro a una cabra o para que miles de novios de la muerte maten las horas en los cuarteles sacando lustre a fusiles y sables.

Nunca se sabe, dirán, no hay que descartar que una guerra estalle en cualquier momento (para ello, de hecho, trabaja la industria armamentística). Como tampoco hay que descartar que en algún momento una pandemia se extienda por todo el país, y sin embargo no tenemos acantonados a miles de enfermeros y médicos, vacunando monos o montando y desmontando jeringuillas.

Por si eso fuera poco, en España al frente del Ministerio de Defensa está, sin ningún disimulo, uno de los más destacados representantes de esa industria militar, Pedro Morenés, que trabajó para Instalanza hasta solo un mes antes de ser nombrado ministro. Instalanza, entre otras lindezas, fabricaba bombas de racimo y cuando España suscribió un tratado internacional que prohibía el uso de estos explosivos, diseñados para multiplicar el daño, pidió al gobierno una indemnización de 40 millones de euros. Morenés, además, ha firmado durante su cargo de ministro contratos por valor de 28 millones de euros con esa misma empresa. Puertas giratorias, pues, en las que el aire envenenado se estanca con la densidad de la sangre.

Cuando alguien menta este tipo de datos corre el riesgo de que lo fusilen al alba, tras retratarlo como un jipi ridículo y trasnochado que pone flores en los cañones de las ametralladoras, o de que califiquen sus argumentos de pueriles, acertadamente, por otra parte, pues cualquier niño de primaria se da cuenta de que algo funciona mal cuando el gasto militar rebasa de una manera tan obscena los de educación o sanidad y de que con ese dinero se podrían hacer muchas cosas verdaderamente útiles (quizás por ello, para arrebatarles esa aplastante lógica,  las fuerzas armadas hacen “didácticas” exhibiciones en los patios de los colegios). Se mire por donde se mire,  es evidente, en fin,  que las armas son artefactos diseñados para matar y, por tanto, que quien se lucra con ellas, y quien saluda esa industria de la muerte, es de la misma familia que la cabra Pablo y con aumentativo.

 

 

EN DIARIO DE NAVARRA CON «LO VIVES, LO CUENTAS»

Oct 13, 2015   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

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En Diario de Navarra me entrevistaron unos minutos antes de dar la charla sobre el viaje a Costa de Marfil que realicé del 18 al 28 de septiembre pasados gracias al premio literario «Lo vives, lo cuentas» y que me permitió conocer los proyectos de la Fundación Juan Bonal y las hermanas de la caridad de Santa Ana en aquel país: dispensarios médicos, escuelas, centros de acogida para niños de la calle, mujeres embarazadas, cárceles…

Fue un viaje maravilloso, y en la mochila me traje sobre todo la admiración por el valor, la energía y la alegría de unas mujeres que siempre están junto a los más desfavorecidos.

Al día siguiente me entregaron el premio, durante la gala de la Fundación. Unos días, en definitiva, estos últimos,  intensos, viviendo y contando esta aventura y esta experiencia inolvidables.

 

JUEGO DE TRONOS

Oct 13, 2015   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

 

Publicado en «Rubio de bote», ON (Suplemento semanal de los periódicos del Grupo Noticias) 10/10/2015

Había comenzado ya el invierno infinito y Juantxo el gorrón volvía a casa de madrugada, es decir a las siete de la tarde, solo, triste y sereno, porque todos sus amigos, los que solían invitarle en los bares, tenían que madrugar para que los asesinaran al amanecer. Era jueves, pero los bares del casco viejo estaban desiertos y muchas de sus calles cortadas por culpa del rodaje. Juantxo debía de ser uno de los pocos habitantes de la ciudad que no se había hecho extra de Juego de Tronos.  “Se buscan personas de piel morena y de complexión delgada”, exigían en los castings de la serie. Y ahora las únicas luces que brillaban en la noche eran los rayos uva de los centros de bronceado. Aquello era una debacle, el fin de pintxopotes y juevintxos, sacrificados por una serie que al parecer todo el mundo, menos él, veía y adoraba y que, sin embargo, pronto se volvería vulgar y terrenal, cuando los espectadores reconocieran, además de a sí mismos haciendo de eunucos,  al vecino que aparcaba pisando la raya de su plaza de garaje, a la cajera que siempre intentaba sisarle unos céntimos o a su jefe, disfrazado de esclavo (bueno, esto, por una vez,  quizás no estuviera tan mal).

Para llegar a su casa Juantxo tuvo que dar un rodeo y tomar una calle sombría, vericueta y poco transitada, y que sin embargo a él no le daba miedo, porque era por la que solía escurrirse cuando le tocaba pagar la ronda, con la excusa de ir a mear fuera, “que en el baño hay mucha cola, ja, ja”, hacía siempre la misma gracia, y sus amigos le dejaban ir porque Juantxo era un gorrón pero muy profesional, de los que se ganaban esforzadamente su frito de pimiento y su zurito, haciéndoles reír con sus chistes y chascarrillos. Tampoco le asustó demasiado la sombra que vio recortarse frente a él a la luz tenue y amarilla de una farola, como una contusión en la piel de la noche, ni siquiera cuando  se plantó ante él y extrajo de debajo del abrigo negro un cuchillo jamonero, que blandió con un gesto teatral.

—No, no, que yo voy para mi casa, que no soy de los de la serie —dijo Juantxo el gorrón.

—Muy gracioso, venga saca todo lo que lleves — reveló su verdadera identidad y sus intenciones la sombra, apretando la punta del cuchillo en el vientre como un globo de Juantxo.

—No llevo nada — se le desinfló a este la voz.

—Mira, que como estés mintiéndome te pincho —dijo el otro.

—De verdad, que estoy en paro desde hace tres años.

El atracador registró todos los bolsillos de Juantxo. Sus manos parecían animales hambrientos, pero no encontró nada que llevarse a la boca.

—Está bien, vete —se rindió finalmente.

Y Juantxo echó a andar a duras penas, con las piernas temblorosas y los esfínteres palpitantes.

—¡Eh, tú! —escuchó aún, cuando ya se creía a salvo— ¡Y perdóname, que ya veo que estás peor que yo! —se disculpó el atracador.

Cuando la sombra se desvaneció, Juantxo rompió a llorar. Por la situación en la que se encontraba, pero emocionado también por el gesto de aquel tipo. Pensó que ojalá sucediera lo mismo cuando quien colocaba el cuchillo en su vientre vacío era el banco. Pero el banco nunca retiraba sus armas, ni tenía compasión, al contrario le exigía más cuanto menos tenía. Ese era el verdadero Juego de tronos. Juantxo el gorrón echó a andar de nuevo. Flaco y moreno, con la piel curtida por muchos lunes al sol. Pensó que quizás al día siguiente también él se presentara al casting de la serie.

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