Así se titula la primera novela que ha firmado Josu Arteaga y para la que he escrito el prólogo, y bien a gusto. Aún no tiene editor, y espero que no le cueste mucho encontrarlo (no debería). Para los impacientes, el cuento de Josu que aparece en Resaca/Hank over (Caballo de Troya, 2008), ‘La lengua de los gatos’, es el origen de toda esta salvajada. Y este es el prólogo.
LIBRE Y SALVAJE
Un libro como este solo podía haberlo escrito uno de ellos: un hombre gato. Un espíritu libre y salvaje. Un piel roja. Un tipo curioso, como es Josu Arteaga.
La curiosidad es para que los que creen de verdad en la vida: para los que se pasean orgullosos como príncipes por los tejados y por los callejones; para los que roban a zarpazos en los platos de los estómagos agradecidos; para los que se revuelven cuando intentan ponerle el cascabel; en definitiva, para los que se defienden como gatos panza arriba y están dispuestos a morir siete veces (y a levantarse otras tantas). Para ellos. Para los demás solo hay una vida y a veces ni siquiera eso, solo un simulacro de vida.
En Olariz, el pueblo en el que transcurre esta novela, lo saben muy bien: la vida es violencia, dolor, soledad… La vida es muerte. El ronroneo de ese cadáver que todos arrastramos dentro de nuestro cuerpo y que un día despertará.
De todas todas.
Y en mitad de ese via crucis, claro, la vida también es el milagro de un huevo de dos yemas para untar un currusco de felicidad. Y las vidas que no vivimos, que querríamos vivir, eso también es la vida, quizás la vida auténtica, algo que también saben, lo saben muy bien, los hombres y las mujeres-gato de Olariz: un gato despanzurrado en mitad de la autopista o fusilado a perdigonazos es solo un gato muerto, no va a resucitar; no, los gatos no tienen siete vidas por eso, sino porque pasan las dos terceras partes de su vida soñando.
El libro, además, arranca bien, con un gran título: Historia universal de los hombres-gato. Oláriz, es solo un pueblico de Navarra, en el que el espacio y tiempo reales están desdibujados, y sin embargo ese territorio mítico e imaginario alberga el mundo entero, convertido en una bolsa de basura, que Josu Artega, que es un tipo curioso, desgarra con sus uñas como escalpelos de hombre-gato, dejando al descubierto vísceras, manos amputadas despojos humanos… La elección del medio rural en Navarra, a pesar de ese afán universal – o precisamente por él- no es aleatoria, Josu opta –creo- a conciencia por un escenario tradicionalmente poblado por furtivos sin otro licencia de caza que el hambre, por contrabandistas, por chivatos, por chaqueteros, por chiquiteros, por gente que calla y por gente a la que obligan a callar o decir lo que otros quieren oír, por asesinos en el nombre de dios y asesinos que matan envueltos en una bandera… Un escenario sobre el que perdura el odio y el enfrentamiento, el rencor, las carlistadas, la guerra civil… Un escenario, en suma, perfecto para abrir en canal cuerpos y existencias a las que hacer la autopsia de la condición humana, que al final es la misma en Oláriz que en Sillycon Valley.
Hay además -creo- en la elección de un mundo rural, un deseo de huir de ese simulacro en que se pretende convertir la vida en las sociedades urbanas y tecnológicas, en donde casi todo viene en un envoltorio (donde casi todo es, solo, envoltorio), o a través de medios de comunicación, privados o públicos, que evitan la exposición directa, el contacto humano, que para no enfrentarse a la muerte han convertido en muertos a los vivos, los han despojado de la capacidad de pensar, de juzgar, de sentir por sí mismos; frente a ello Josu Arteaga se echa al monte, se tumba sobre la tierra, decide mirar de frente, palpar y escribir con la sangre derramada sobre ella a lo largo de siglos, en una suerte de neotremendismo (pienso ahora, también en La cruz de barro, de Miguel Ángel Mala) que tiene algo de mágico (el mundo rural, en realidad, tampoco es ya como en Oláriz o como en Garmaz, los personajes de estos libros parecen más bien fantasmas enviando burbujas desde pueblos sumergidos).
Un neotremendismo, pues, rural y mágico que, intuyo, puede convertirse curiosamente en una alternativa a una fórmula narrativa, el realismo urbano y sucio, quizás ya agotada y sobre todo inofensiva (de hecho, uno de los cuentos que componen este libro, alrededor en realidad del que se gestó, fue el ganador de un concurso literario llamado Hijos de Satanás, que era un homenaje a un autor desde luego nada rural, como Bukowski).
Pero todo eso ya es pura elucubración –o tal vez, como dirían en Olariz, echar las cartas con mano de cuto- , así que os dejo ya con Historia universal de los hombres-gato, que como señalaba antes, arranca bien y –anticipo- acaba a arañazo limpio. Eso sí, antes los lectores tendrán que atravesar la plaza, los montes, las simas de Olariz, entrar a sus casas y chabisques, subirse a sus tejados y bajar a revolcarse en el barro de sus calles. Es fácil. Lo único que hace falta es un poco de curiosidad.
Patxi Irurzun (Zarraluki, 19 de agosto de 2009)
Sor Kampana me pidió hace ya bastantes meses unas líneas para prologar un artefacto explosivo que estaba preparando en el que recogería toda su obra poética, además de colaboraciones de artistas plásticos y un CD con canciones interpretadas por diferentes grupos o cantantes (como Kutxi Romero, Caldito o La banda del abuelo). Hace unos días, vía Kutxi -que estuvo presentando en una minigira el proyecto con Sor Kampana-) me llegó por fin la caja Aleación expansiva, una auténtica joya, una pieza de coleccionista… El libro Poesías, lamentos y otras visicitudes (Antología poética 1001-2008), incluido en la caja, que recoge todos los libros de poemas de Sor Kampana, tan difíciles de conseguir, es para el que yo escribí uno de los ocho prólogos (además, colaboran Josu Arteaga, Kike Turrón, Kike Babas, Marro -que falleció recientemente-, Natalia Pérez, Rafeta y Rampova). Ahí va:
POETOXICOMANÍA
Todos los caminos llevaban a Sor Kampana, pero yo elegí el –en apariencia- más corto: los versos que Robe Iniesta cantaba como un ventrílocuo, es decir, con las tripas (como se debe cantar o leer cualquier verso de Sor Kampana), en el disco Agila de Extremoduro. Después resultó que todo no era tan fácil: tuve que remover carretadas de libros de poemas insulsos, sin manchas de lefa, sangre o mierda en sus páginas, hasta encontrar alguna de las obras de este poeta de nombre extraño y más leyenda que un bandolero. Las encontré finalmente en la pequeña distribuidora que había en el gaztetxe de Iruñea, antes de que este fuera derribado a hostia limpia por una máquina de demolición y una jauría de perros con casco, que pretendían comerse el corazón de la luna, hasta la que se habían encaramado por el tejado del viejo frontón okupado cinco valientes. Uno de ellos era, precisamente, el que me había vendido Depreversos-perversos y Poesía Asfáltica de Confusión (libro este último, que hoy tengo “desaparecido”, lo mismo que la maqueta Eskorbuto a las elecciones y alguna que otra joya de esas que —nunca he aprendido la lección— no se prestan). El caso es que fue de ese modo como me administré por primera vez el veneno de Sor Kampana. Apuré sus versos hasta polintoxicarme y a partir de ese momento vi brotar serpientes con su nombre (como en la canción de Silvio Rodríguez, “la mato y aparece una mayor”) de las bocas de todos a quienes yo iba encontrándome en las cunetas de los caminos: Josu Arteaga, que me habló de una farra mediterránea y excesiva junto al valenciano (y que él mismo refiere mucho mejor y de primera mano más arriba); Alimotxe, que vino a morírseme a casa unos sanfermines con su nombre colgando de los dientes mellados por las pastillas, los anticuerpos y una vida que se había comido a mordiscos; o Kutxi Romero, uno de mis camellos literarios de confianza, que me pasó más libros de Sorkam y que fue quien me lo presentó, finalmente, un día que el poeta paraba por Pamplona, antes de seguir rumbo a Bilbao, a donde se dirigía a colocar algunos artefactos terroristas —como esta antología expansiva— junto con su inseparable cómplice Pilar. Sor Kampana, contra lo que yo esperaba y contra lo que la leyenda apuntaba, resultó ser un tipo de aspecto juvenil, atlético, y conversación pausada y agradable… Supongo que, en realidad, hay muchos Sor Kampana, pero fijo que todos están en Aleación, que sin duda se va a convertir en mi libro de cabecera, siempre a mano para romperles la crisma a los esbirros del sistema, los funcionarios de la poesía, los perros de la guerra, cuando vengan a comerme el corazón cada vez que me encarame a la luna.
Patxi Irurzun
Aleación expansiva tiene una web, todavía en fase de pruebas, en www.aleacionweb.com
Y este es un poema de Sor Kampana:
DESPERTÉ TOSIENDO
y buscando lombrices encontré a Dios
entre mis excrementos;
Extraño día para mí, pobre ateo
éste en que vi la luz por vez primera,
día desde el que doy gracias y ofrezco oraciones
a mierdas y orines, máximas manifestaciones
de Dios en esta tierra.