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PEQUEÑA CRÓNICA DE LA PRESENTACIÓN DE PAMPLONA (O CAMBIEMOS EL MUNDO CON SIMPATÍA)

Nov 25, 2010   //   by admin   //   Blog  //  2 Comments
El Drogas y Patxi Lasa, del París365, dos viejos rockeros, dos personas inmensas

Este libro nos está regalando momentos, gestos, personas que no tienen precio… Como ha dicho en alguna ocasión mi compadre en esta aventura, Esteban Gutiérrez, quizás podamos cambiar el mundo con simpatía. O quizás no, pero eso que ganamos. Nunca viene mal un poco de buen rollo. La simpatía que recibimos a veces llega desde personas y lugares insospechados, bizarros incluso, desde Chimo Bayo (que entrevistó a Esteban el día de la presentación en Madrid, por teléfono, en el «camerino del humo» del Gruta 77) al lehendakari, que recomendó nuestro libro en su blog.
Es impagable, también, la generosidad de personas más cercanas, todos los grupos que lo han dado todo por nada, durante estos días, viajando, tocando por la cara, de los que nos han cedido las salas, o nos han dejado sus casas para dormir. Puf, ¿cómo se da las gracias por todo eso?
Hoy ha sido la presentación en Pamplona y todo ha seguido por ese mismo y tan hermoso derrotero. No sé desde fuera cómo se habrá percibido, pero para mí ha sido una presentación emotiva, esa es la palabra. El comedor se ha llenado de gente. Prensa, poca, porque coincidía con «algo» mucho más importante en el parlamento de Navarra. Otro día hablaremos de eso (de los medios de comunicación y la manera de cubrir las noticias: todo entra al mismo saco, si toca un día en que hay poco movimiento, bien, si no, te jodes, la cara de un político o de un futbolista siempre vende más que la de un rockero o un escritor, y para retratarlas todas solo tenemos un fotógrafo), pero bueno, lo dejamos para otro día y que no nos amargue este tan chulo de hoy. Con todo, ha venido una chica de EFE y la noticia ya la han rebotado que se sepa en ABC y Diario de Navarra, que, oye, no está nada mal.
Pero lo que de verdad cuenta es la gente que se ha acercado al París. Siempre nos quedará París (365). Había por allá amigos, viejos rockeros y muchos voluntarios del comedor. Gente admirable. A veces siento un poco de vergüenza cuando digo que el libro es solidario, me parece que «utilizo» eso, que es un gancho. Lo que nosotros hemos hecho es tan poquito al lado del trabajo de esta gente, desinteresado, todos los días. Nosotros nos estamos divirtiendo. Ellos están poniendo un plato de comida caliente, tres veces al día, a gente que lo necesita.
Hoy, también, ha estado en la presentación El Drogas, un auténtico héroe del rocanrol, y no solo -que si- por su trayectoria, sino por su humanidad. Siempre dispuesto a echar una mano, a apoyar, a darlo todo. El Drogas se ha venido hoy con su guitarra y ha cantado dos canciones, una de ellas que ha compuesto o ha rematado, de camino, en el coche. Yo estaba sentado a quince centímetros de él. No me lo podía creer. Escucharlo ha sido, ha sido… la hostia. Tocar el cielo. Con la voz rota, por un concierto el martes en Orihuela, en el centenario de Miguel Hernández, a mí me ha sonado divino. Otro más de esos momentos que no tienen precio. Lo he grabado con la cámara digital (espantosamente) y quién sabe, quizás lo suba a este blog, si sé cómo se hace y si a Enrique le parece bien.
No sé qué más decir. Muchas gracias a todos. Y simpatía, sí, Esteban, cambiemos el mundo con simpatía, no se me ocurre una manera mejor de hacerlo.

LITERATURA CURRIQUI

Sep 22, 2009   //   by admin   //   Blog  //  No Comments
El próximo 15 de octubre, en la Biblioteca de San Jorge (Pamplona) me han invitado a charlar sobre mis libros relacionados con las fábricas, los encargados, los lameculos, los esquiroles… Ciudad retrete y los Cuentos curriquis de Ajuste de cuentos, ambos ambientados en la fábrica de tazas de baño de Jamerdana POZAL, SA.
La charla está enmarcada dentro de una serie de actividades para presentar una guía de lecturas, comics y películas relacionadas con el mundo laboral, que yo he podido leer ya en un borrador y que es, desde luego, muy completa y muy recomendable. En esa charla, además de darme el consabido autobombo, me gustaría hacer un pequeño recorrido por la literatura curriqui (o sobre la literatura sobre el desempleo, que esa es otra, la otra cara de la moneda). Se admiten sugerencias. Para ir abriendo boca, os dejo con este cuento curriqui de Ajuste de cuentos, con el correspondiente dibujo de Kalvellido (bueno, correspondiente no, porque esta es una de las -pocas- erratas del libro, el dibujo que aparece en él es repetido, va también con otro cuento; o sea, que es un Kalvellido inédito)

TURNO DE NOCHE
Patxi Irurzun
—¿Puedes venir este fin de semana?— me preguntó Martínez, el encargado
Tenía un trabajo en el turno de noche. Una puta mierda. 80 talegos al mes. Era una fábrica de porcelana. En el horno. Había que entrar dentro y sacar las vagonetas con las tazas, los platos, las cafeteras… Sudaba como un cerdo y volvía a casa hecho polvo, pero tampoco podía dormir a gusto, con el ruido de los coches en la calle y los gritos del viejo en casa —lo habían botado del currelo hacía poco y se pasaba las horas privando—. Me levantaba, pues, de mala hostia y ya no se me pasaba en todo el día; o sea, en toda la noche. Empezaba a estar harto de todo aquello.
—¿El fin de semana? No sé— le contesté.
No me hacía ninguna gracia pero ¿qué podía decir? Me tenían cogido de los huevos, con contratos de un mes y estando las cosas tan chungas en casa.
—Da igual, tienes que venir.
Jódete.
Por lo menos los fines de semana eran tranquilos. Sólo había que alimentar el horno con unos mínimos para que se mantuviera encendido.
—Estarás con Mamadú.
Mamadú era un africano que apenas sabía decir cuatro cosas en castellano —y que eran polla, joder, hostia y mierda— y yo… lo mismo.
Así que allá estábamos los dos, sentados junto a la boca del horno, esperando la siguiente vagoneta para descargarla, matando el tiempo oyendo música y fumando canutos
—¿Qué es sudar como cerdo?— preguntó Mamadú.
Joder , tenía razón. ¿Los cerdos sudaban? No. Al menos los encargados, no.
—Yo que sé. No me apetece pensar. Mierda, ahora tendría que estar por ahí, por los bares, con un pedo del copón.
Mamadú se levantó y al cabo de un par de minutos volvió con una botella de güisqui.
—¿De dónde has sacado eso?
—Martínez— dijo señalando hacia la mesa del encargado. O sea que además de un hijoputa mi encargado era un borracho de mierda. Yo también era un borracho, aunque todavía no un borracho de mierda, como mi viejo, pero después del comentario que había hecho y de la molestia que se había tomado Mamadú tuve que atizarle un buen lingotazo al güisqui. Él también lo hizo.
La siguiente vagoneta salió unos minutos más tarde. Cuando me levanté noté las piernas flojas y la cabeza ligera y vacía como un globo. La primera cafetera que cogí se me fue al suelo. Mamadú se rió y a mí me gustó su risa cantarina, sus dientes amarillos y cariados como el teclado de un piano viejo.
—Bah, hay muchas— dije, y tiré otra cafetera.
Mamadú volvió a reírse, y él también hizo añicos contra el suelo la pila de platos que había amontonado.
Aquella vagoneta tardamos en descargarla la mitad de tiempo.
Después volvimos a sentarnos, a oír música, fumar canutos y privar güisqui.
—Joder, lo malo es que ahora tendremos que barrer toda esa mierda— dije.
Faltaba todavía un rato para que asomara otra vagoneta pero nos quedamos allá, mirando los trozos de porcelana desparramados a nuestro alrededor. La porcelana era muy bonita, pero también muy frágil y si las hacías pedazos ya no resultaba tan bonita ni valía para nada. Sólo para tirarla a la basura. O para cortarte con ella.
—Una otra— señaló un buen rato después Mamadú la boca del horno.
Cuando las vagonetas salían teníamos que colocar al final de la vía un transbordador para pasarlas a otra vía, donde las cargábamos con género sin cocer. Si aquel transbordador no estaba en su sitio la vagoneta descarrilaba.
—Que se jodan— dije.
No me apetecía nada levantarme. Mamadú me miró sorprendido. Las teclas de su viejo piano escupieron un tímido y nervioso trino. Pensaba que estaba de coña.
—Ahora tendría que estar por ahí, levantándome alguna pitiki— dije, por si acaso era capaz de solucionar eso también, pero Mamadú tampoco se levantó.Me gustaba, el tío. Tenía dignidad. No estaba dispuesto a hacer el trabajo de los dos.
La vagoneta llegó al final de la vía, se frenó apenas un momento cuando las ruedas delanteras salieron de los raíles, pero después tomó impulso y, a toda hostia, fue a estrellarse contra una pared. Hubo un estruendo terrible, como si estuvieras poseído por un monstruo peludo y te soltara un eructo hipohuracanado dentro del cuerpo. Luego se levantó una gran nube de polvo y sólo un par de minutos más tarde, cuando se extinguió, pudimos ver el montón de escombros, cascotes de porcelana, ruedas desvencijadas…
—Yo no barrer eso— dijo Mamadú.
—Me la suda. Yo tampoco.
Tenía la garganta acartonada y la estropajeé un poco con priva. La botella había pegado ya un buen bajón. Se la pasé a Mamadú. Sí, él era un tío legal, no un lameculos, como la mayoría de mis compañeros. Mamadú bebió, se le fue por el canal plus y escupió un borbotón de güisqui. Después se echó a reír, de nuevo alegremente.
Estuvimos así, oyendo música, fumando canutos, privando y descojonándonos hasta que se acabó la botella. De vez en cuando se caía otra vagoneta y Mamadú y yo nos meábamos de risa.
—Voy al baño— dije, en una de ésas.
Cuando me levanté fue como si el globo de mi cabeza se desprendiera de mi cuerpo y subiera hacia arriba, hacia el techo. No estaba por ahí, en los bares, ni con ninguna pitiki, pero al menos llevaba ese pedo del copón.
Volví con Mamadú y me lo encontré meando dentro de la botella de güisqui. Todo el mundo hablaba sobre su polla pero a mí no me pareció distinta a la mayoría de las pollas.
—¿Qué haces?.
—Martínez— dijo, y cuando acabó le colocó el tapón a la botella y la llevó a la mesa del encargado. Lo vi volver tambaleándose y riendo como un loco. Se tiró al suelo y comenzó a rascarse la tripa, intentando aliviar las cosquillas de su monstruo peludo. Me tumbé a su lado y yo también comencé a reírme. Después, poco a poco, las carcajadas se fueron extinguiendo, y ya sólo se oían más vagonetas estrellándose contra la pared, y ahora también alarmas, y se veían los parpadeos de sirenas azules, rojas, verdes, de todos los colores y finalmente de ninguno.
Cerré los ojos y me pregunté que pensarían a la mañana siguiente mis compañeros, y Martínez, y López, el director. No me importaba. Supongo que tampoco a nadie le importaba que yo tuviera veinte años y estuviera un sábado por la noche en aquella mierda de fábrica, por ochenta talegos al mes, ni que Mamadú hubiese venido desde tan lejos para que todo el mundo hiciera bromas sobre su polla, ni que dentro de unos años todos termináramos convertidos en unos borrachos de mierda, como mi viejo, hechos añicos y en el cubo de la basura. Sí, me daba igual, yo prefería hacerles sangrar, que se cortaran con mis pedazos.
Antes de quedarme sobado se escuchó una explosión y después el horno dejó de emitir su monótono zumbido.
—Que se jodan— oí decir entonces a Mamadú.
Y muy bien dicho, por cierto.

Blues y otros cuentos (II)

Sep 11, 2009   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

Ayer presenté junto con Iñaki Echarte Vidarte y Tito Navarro, el libro del primero, Blues y otros cuentos, en la librería Auzolan de Pamplona. Por la mañana fue la presentación para la prensa a la que no acudió ningún medio, que les jodan a todos, supongo que estarían muy ocupados sacando alguna foto al consejero de ¿cultura? y o a algún jugador de Osasuna que se haya hecho pupita. Se libran, como casi siempre el Diario de Noticias, que publicó algo esa misma mañana y Radio Euskadi y Cadena Ser, que entrevistaron al autor.

Por suerte por la tarde, en la presentación al público, fue una gozada ver a Iñaki arropado por su familia y amigos, firmar y firmar libros, escuchar alguna anécdota infantil referida a Iñaki y su precoz pasión lectora…

Esto de aquí es lo que más o menos dije (y mantengo):

Blues y otros cuentos me ha gustado porque es un libro, valiente, todo aquel que de alguna manera recurre a elementos biográficos en su obra se expone a los demás, está desnudándose ante ellos, mostrando su piel (la piel, por cierto es recurso y una metáfora, uno de los elementos recurrentes de este libro). E Iñaki, aunque de una manera contenida, sin complejos, y sugerente, hace en Blues es un estritips emocional.

Blues me ha gustado, y también considero que es un libro valiente por eso, porque tratándose de un primer libro Iñaki ha sabido evitar muchos de los errores en los que se suele incurrir en un primer libro, el primero de todos querer contarlo todo;, Blues por el contrario es un libro que está lleno de silencios (silencios que hablan a gritos, como escribí en otro sitio), de insinuaciones, de puertas abiertas, de cuentos con finales que dejan todo en el aire, y es el lector quien tiene que rellenar, ocupar todos esos espacios.

Blues me ha gustado también porque es un libro que habla de las pequeñas cosas, de lo cotidiano, de encuentros fortuitos en bares, de cazuelas de macarrones, de entrenamientos de natación… Y porque a veces la literatura realmente grande es la que habla de estas pequeñas cosas, y sabe expresar a través de ellas o simbolizar conceptos, o sentimientos, como el dolor, o la soledad, o el miedo, la esperanza, que son algunos de los temas de este libro. (Y esto no lo dije, pero ahora añado aquí que me gustó oír decir a Iñaki que él no era un tipo optimista, y asumir sentimientos o circunstancias como la soledad o la timidez sin complejos. Me sentí muy próximo a él)

Blues también me ha gustado porque hay un cuento que me parece delicioso, un cuento de iniciación a la vida y a la sexualidad, que se lee como si te estuvieras deslizando por una piscina, o transportándote a tu adolescencia… Se titula El campeón, y hace honor a su título.

Y me ha gustado porque aparece por ahí Reinaldo Arenas, y porque hay personajes que se llaman Agurtxane o Iñaki, en vez de James o Vanessa, y porque hay cuentos deliciosos, que se leen con facilidad, pero también hay cuentos raros, arriesgados…

Hay, por último, una cosa más que me ha gustado de este libro, y es que me ha sabido a poco, que en ese estriptis emocional queremos ver más, y que eso sin duda quiere decir una cosa, y es que Iñaki es un escritor que tiene todavía mucho que contar, y que yo al menos estaré esperando para escucharle cuando llegue el momento de su segundo libro y de los que vengan detrás.

Blues y otros cuentos

Sep 5, 2009   //   by admin   //   Blog  //  No Comments
El próximo jueves estaré en la librería Auzolan presentando el libro Blues y otros cuentos del pamplonés, afincado en Madrid -vaya, esto parece el Un dos, tres- Iñaki Echarte Vidarte, escritor suicida (¡a quien se le ocurre, confiar en un escritor tímido y cenizo como yo, para presentar un libro!). Bueno, ahí va el cartel:

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