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TARARARÁ PUMPUM (¡Que se sienten, coño!)

Feb 23, 2011   //   by admin   //   Blog  //  3 Comments


A finales de febrero apareció en la televisión un guardia civi bigotudo que entraba en el parlamento y gritaba “¡Que se sienten, coño!”, y a un abuelo no le dio la gana y salió a hacerle una llave de judo, pero como era mucho más viejo lo tumbaron a él, y luego el picoleto, cabreado, dijo “¡Al suelo todo el mundo!” y empezó a disparar al techo, y entonces todos los políticos se escondieron debajo de sus asientos, todos menos Suarez, porque él era el más guapo…

Nosotros comprendimos que se trataba de algo gordo porque después de esas imágenes echaron una película cuando tocaba el telediario. La película era de un boxeador patoso que ganaba sus combates al compás de El Danubio azul. (Tarararará, pumpúm, pumpún, y con cada pumpúm soltaba un puñetazo)*. Eso, y el “coño” de Tejero haciendo eco en el Congreso de los Diputados, donde todos iban siempre tan bien vestidos y nadie soltaba jamás un taco, son los recuerdos que guardo de aquel día, el famoso 23-F.

A la mañana siguiente el guardia civil bigotudo y los que iban con él salieron del Congreso por una ventana y se cuadraban. Resultaban casi tan ridículos como aquel boxeador patoso lanzando sus golpes al compás de El Danubio azul.

(Fragmento de «Las pelusas de mi ombligo», un libro de recuerdos infantiles que guardo en un cajón).

*Después descubrí que al boxeador lo interpretaba Danny Kaye, y otra serie de rocambolescas casualidades de las que ya hablé antes en este post

PARVULITOS

Feb 13, 2011   //   by admin   //   Blog  //  1 Comment


La clase de parvulitos era la más bonita de todo el colegio, grande, soleada, con dibujos de colorines en las paredes y, colgando del techo, un enorme balón de playa tan alto como dos niños y tan ancho como cuatro. Parecía un lugar agradable para un niño pero precisamente ese era el lugar en que a uno empezaban a joderle.

Recuerdo el primer día de clase. Mi madre me acompañó hasta la puerta del parvulario y se quedó esperando fuera, con los demás padres, o al menos eso nos dijeron. Dentro, la señorita, que era fea y vieja, nos dio unas hojas y pinturas y nos pidió que dibujásemos lo que quisiéramos. Yo pinté la tierra marrón del parque, con las lombrices que aparecían de vez en cuando en ella, y la trenza de la niña a la que le había estirado del pelo en el ascensor esa mañana, y al monstruo de las galletas de la tele, y el bastón del abuelito con el que me pegaba cada vez que se quitaba la boina, y otras muchas cosas. Pinté tantas cosas que para cuando me quise dar cuenta me había quedado solo en la clase con la señorita, que se me acercó y dijo:

-¿Tu papá no va a venir a buscarte?

Yo miré a la señorita, y después mi dibujo, y después otra vez a la señorita. Ella recogió el dibujo y lo puso debajo de los dibujos de los demás niños; y entonces tuve ganas de llorar.

-Mi papá está en el cielo- le contesté.

La señorita me acarició el pelo, puso cara de pena y dijo “claro, bonito” pero en realidad no había comprendido nada, porque mi papá, sonriéndome desde el cielo, se veía bien claro en el dibujo. Después, otro día, la señorita nos enseñó a pintar casitas blancas con el techo rojo, y una vaca lechera con manchitas comiendo hierba, y un sol, con ojos, y nariz, y boca, en la esquina de la hoja…


Texto: Patxi Irurzun

Ilustración: Hugo Irurzun


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