La idea para «Pan duro» le vino en un pueblo de Goierri. ¿Qué parecido guarda con Zarraluki?
No demasiado, en realidad solo la masa madre a partir de la cual ideé la trama de la novela. En aquel pueblo de Goierri había un bar que era un pequeño refugio para muchos que estábamos de paso por allí (aprendiendo euskara), pero que tenía el inconveniente de que cuando el dueño del bar se deprimía no abría, con lo cual de su estado anímico dependía también el nuestro. En Zarraluki hay un panadero que cuando pelea con su novia, la maestra del pueblo, no hace pan, la maestra tampoco tiene ganas de dar clase… En definitiva, toda la vida del pueblo, que es un pueblo de montaña, aislado, se detiene, toda la vida del pueblo depende del amor de esta pareja. Aparte de eso, Zarraluki es un pueblo que no se parece en nada a ese pueblo ni a ningún otro, un pueblo en el que pasan cosas muy raras.
Un pueblo de montaña en donde hay un faro y las vacas llevan herraduras en forma de plataformas. Habrá disfrutado dejando llevar su imaginación para crear este pueblo…
Sí, ese era uno de los ingredientes de este pan duro, idear un lugar en el que lo extraordinario, lo absurdo se viviera con naturalidad, de modo que yo tuviera manga ancha para las situaciones más descabelladas. También quería fundar mi propio territorio mítico, un lugar en el que pudiera moverme con libertad.
Los personajes son igual de peculiares que el pueblo…
Sí, y también los forasteros, los vendedores ambulantes que llegan con un muestrario de cacharros absurdos, como las sandalias con capota para los días de lluvia o el matamoscas con un agujero en el centro que dé una oportunidad a la mosca. Todo el libro se mueve en una niebla o bruma imprecisa entre realidad y ensoñación, vida y muerte, vigilia y sueño, que nunca llega a disiparse.
En Zarraluki, los surrealista o fantástico se convierte en natural. No extraña. ¿Es ese el mensaje que quería transmitir? ¿Que lo que denominamos «normal» depende de muchos factores?
Bueno, estamos en un momento en el que creo que podemos decir que la surrealidad supera la ficción, sí. Creo también que uno de los temas del libro es el derecho a la diferencia, aunque paradójicamente en Zarraluki quien se siente diferente es Oihan, un muchacho que aspira a la «normalidad»: todos sus vecinos son raros y él quiere escapar del pueblo, de esa presión, de la tradición, irse a vivir a una ciudad, ir al cine con una chica…
Aunque es un relato ficticio, tiene elementos reales.
Hay algunas historias que las he tomado de la realidad, sí, y luego las he pasado por mi túrmix, como la de la torre Iznaga de Trinidad, en Cuba, que construyó el hijo de un terrateniente para impresionar a una chica, pero como su hermano estaba enamorado de la misma mujer, este construyó una torre a la inversa, un pozo de la misma longitud; en Zarraluki también hay un faro y un pozo… Pero la mayoría de las cosas y personajes son historias absurdas que se me pasan a mí por la cabeza, ocurrencias que he ido echando a este cajón del pan duro.
En la novela está muy presente el humor, pero aflora un cierto toque poético.
Yo diría que se mueve entre el realismo mágico y “Amanece que no es poco”. Quería escribir una novela bonita y a la vez divertida, y que pudiera ser percibida así por gente de cualquier edad, por eso he hablado de una novela para jóvenes de todas las edades, una de esas novelas juveniles que también disfrutan los adultos. Todo esto no es nada fácil, a veces para hacer reír lo fácil es el exabrupto, la macarrada (que a mí me gusta y a la que he recurrido en otros libros), pero conseguir este tipo de humor absurdo, delirante, y combinarlo con ese tono poético es complicado. Creo que he llegado a un buen equilibrio. Un lector ha calificado el libro como realismo «majico», otro como «lisergia naif»… Me encanta.
¿Se convertirá Zarraluki en escenario de futuros relatos?
Me lo están pidiendo y en algún cuento ya he vuelto a Zarraluki… Es probable que sí, uno no crea un territorio mítico para abandonarlo a la buena de Dios.
«La imaginación es necesaria para afrontar situaciones complicadas»
En la presentación comentaba que con «Pan duro» ha querido «reivindicar los aspectos fundamentales de la literatura, como son la imaginación, la fantasía o la evocación». ¿Carece la literatura juvenil actual de esos ingredientes?¿Por qué esa necesidad de reivindicarlos?
En momentos difíciles como los que vivimos quizás tendemos a usar la literatura de una manera urgente, como arma, o como espejo para reflejar o denunciar la realidad, lo cual está muy bien y es necesario. Yo siempre lo he hecho, y lo hago, pero también creo que es necesario no renunciar a herramientas como la imaginación o los sueños, que también son muy útiles, necesarios para afrontar situaciones complicadas, imaginar, inventar, no estoy hablando de evadirse o cerrar los ojos. No sé, igual es una perogrullada, pero cuando hablamos de un acto creativo, la fantasía y la imaginación son fundamentales, irrenunciables.
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